Disclaimer: Miraculous Ladybug no me pertenece.

Advertencias: Sin palabras. Yo sólo sé que la base de la bandera del Nathanette son los buenos sentimientos y mucho mucho amor del bonito(?).


Las mejillas se ponen rojas de frío y de amor

—y por Nathanaël Kurtzberg—


Una de las mejores experiencias era ver a Nathanaël sonrojado. Más que eso, adorablemente sonrojadísimo, al punto en que sus mejillas se camuflaban con total éxito tras su interminable flequillo y sus ojos aguamarina resaltaban como nunca. Marinette nunca lo comprendió, pues Nathanaël parecía eternamente —y bellamente— sonrojado siempre que charlaba con él.

Lo entendió cuando apareció Adrien, cuando Luka llegó para revolucionar sus sentimientos y cuando volvió a encontrarse con Nathanaël.

Marinette se dio cuenta de que en aquel tiempo realmente le gustaba a Nathanaël. De que sus mejillas rojas eran signo de su devoción para con ella, y ser consciente de todo eso y haberlo pasado también le sirvió para comprender que, de nuevo, se estaba quedando prendada de alguien.

Absolutamente maravillada y atraída.

Se había vuelto fuerte sin dejar su físico delgado y su actitud tranquila, seguro de sí mismo, encantador, educado, detallista a su hermosa manera y el ser más apasionado que había tenido el placer de conocer. Su sonrisa solía mejorar su día y con una sola mirada de sus ojos aguamarina se sentía la mejor y más bella mujer que podía pisar París, incluso si no era así.

Se lamentó entonces por ser tan inmadura y ciega, por no darse el tiempo de conocer a la gente que por años había tenido a su alrededor. Todo se había resumido siempre a Alya, Adrien y Tikki. A Ladybug. Pero ni siquiera había reparado en ella misma, en sus compañeros, en sus amigos, o en Chat Noir. Marinette se dio cuenta de que había desperdiciado mucho tiempo, de que si se hubiera dado al menos un día para conocer a sus compañeros ahora no mantendía sólo el contacto con Alya y de vez en cuando con Adrien. De que si se hubiera dado el tiempo de prestarle atención a ése chico de mejillas rojas quizás ahora sería muy diferente.

Le entristecía, pero también le alegraba que fuera así.

En ese momento de su vida era capaz de apreciar cada gesto de Natahanaël, y de comprender cada palabra y momento por el que había pasado. Era capaz de reflexionar, de ponerse en sus zapatos y había sido capaz de, junto a él, encontrar el ritmo perfecto. Y sabía a la perfección que antes hubiera sido inútil siquiera intentar lograr algo similar.

Así, ahora, viendo claramente a Nathanaël, incluso con el tiempo el sonrojo en las mejillas de Marinette no daba señales de irse; nunca las daría tampoco. Eso lo sabía ella mejor que nadie. Eso era lo que deseaba.