Verano

Ese día, sin dudas, hacía calor. Ni siquiera la lata de cerveza en sus manos sudorosas ayudaba a menguar lo sofocante del aire. Exhaló, soltando aire el caliente retenido en sus pulmones, mientras que se limpiaba el sudor con su camiseta.

Fijó su vista en el resto de sus hermanos, todos ellos impasibles ante el sofocante sol que, allá afuera, estaba destrozando el asfalto. ¿Cómo hacían para sentirse tan frescos?

—¿No tienen calor?

Exceptuando a Ichimatsu, el resto le respondió que no y que, a lo mejor, ser un idiota daba más calor. Osomatsu pensó que esa lógica, vista por donde fuera, era absurda, sobre todo por aquello de que ellos eran tan imbéciles como él.

Ichimacchan —llamó a su hermano menor, con ese apodo que al otro le molestaba—, ¿quieres dar un paseo?

El menor accedió, levantándose con pereza.

—¿No creen que esta vez la excusa es muy absurda? —preguntó el más pequeño de todos, una vez que se hubieron ido los otros dos.

—Sí —respondió hastiado Choromatsu—, sobre todo porque aquí tenemos aire acondicionado.

[...]

—No te me pegues, imbécil, que hace un calor de morirse —se quejó Ichimatsu.

Osomatsu sonrió, mientras sostenía su mano, igual de sudorosa que la suya.