Miserere mei...

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Sus piececitos avanzaban decididos por el césped, recuerdo sus manitas sonrosadas y rechonchas, los graciosos hoyuelos que se formaban en esa parte donde se unen los dedos al resto de la muñeca. Empecinado escarbaba en la gris cantera de la fuente con sus deditos y arrojaba en ella toda clase de hojas, piedras y ramas que encontraba a su paso. Estaba fascinado con el chisporroteo y el sonido del agua. Adrien desviaba de vez en cuando sus enormes ojos claros hacia el cielo, atento a los trinos de variados pajarillos que revoloteaban entre las ramas. Me puse de pie para ir por él y tomándolo de la mano lo devolví una y otra vez a la manta extendida con sus pequeños juguetes. A mí no me molestaba, pues el placer de cuidar a mi hermano había sustituido por mucho a mi gran colección de muñecas, de cuentos, incluso había preferido pasar horas con mi pequeño niño antes que compartir juegos triviales con las primas Cornwell.

Todavía llegan su risa y su aroma a mi memoria como si lo tuviese frente a mí, su vocecita y las pequeñas frases que mi hermanito empezaba a formar parece que puedo escucharlas justo ahora. Su recuerdo lo llevaré por siempre muy grabado en la mente y quizás impregnado todavía más allá, en lo profundo de mi alma.

En ocasiones me despierto en las madrugadas, su risa, su llanto, resuenan en mi cabeza como un cruel recordatorio de lo que sucedió ese día. La culpa tal vez me acechará por siempre. En el silencio de mi habitación no se escucha más que mis propios sollozos y mi respiración alterada, seco mis lágrimas y trato de calmarme, al ser lo único que puedo hacer después de tanto tiempo.

Las pesadillas son recurrentes, siempre es ese momento en que reacciono después de haber dormido en la manta y él ya no está a mi lado, es el instante en que quisiera con todas mis fuerzas levantarme a prisa y mis pies no me responden, lo busco por los alrededores mientras el corazón late desbocado en mi pecho. Sé que algo malo le ha sucedido. Cuando al fin puedo ponerme de pie avanzo trastabillando hasta la fuente. Con el pecho comprimido y un grito de angustia, saco su cuerpecito inerte del agua, lo abrazo con fuerza y cuando lo giro hacia mí, me encuentro con el frío rostro de porcelana de uno de mis viejos muñecos.

Pero yo lo sigo abrazando, no puedo soltarlo. El dolor inmenso de ver convertido a mi hermano en un viejo muñeco me rompe el alma una y otra y otra vez. Arranca de mis pulmones el aire y me asfixia...

Esa tarde descuidé a mi hermano. Dormité un momento cuando el sopor de la calma y el sueño me envolvieron. Adrien caminó de regreso hacia la fuente y siguió jugando, él solito.

Lo que nunca terminé de explicarme es por qué ella no hizo nada.

La recuerdo sentada, bordando uno de los muchos pañuelos que ya nadie usaba y que se empeñaba en seguir acumulando. Únicamente interrumpía su labor cuando abanicaba su rostro sonrosado por el calor húmedo del verano en Chicago.

Perdí de vista a mi hermano por un momento. Un momento que nunca hubiese deseado que existiera porque debido a eso lo perdí para siempre.

Porque aunque ella que estaba despierta, aunque ella que era una mujer adulta y nuestra familia, se quedó solo mirando. No movió un dedo para ayudarlo.

Fue hasta que escuché el grito desesperado de mi madre que corría hacia la fuente seguida por Esther cuando pude despertar.

Adrien se había inclinado en el borde de la fuente, seguro tratando de alcanzar algún juguete suyo, miré la manta, ya no quedaba en ella ninguno de sus cochecitos de madera de colores.

Para cuando mamá llegó, mi madrina Annie se puso de pie, pretendiendo una angustia que ahora puedo asegurar nunca sintió.

Mi madre cargaba en brazos a mi pequeño hermano, su cuerpecito flácido no respondía a su llamado. Había tragado mucha agua y sus labios comenzaban a tomar una coloración azulosa.

-¡Mami ayúdaloooo! -recuerdo que grité con fuerza, sintiendo como el mismo aire escapaba de mis pulmones, deseando ser yo quien estuviera en su lugar...

Mamá le llamaba desesperada a mi hermano, repetía una y otra vez su nombre, las lágrimas surcaban sus mejillas al tiempo que presionaba el pequeño torso con sus dedos y desesperada al ver que no reaccionaba lo tomó de las piernitas poniéndolo de cabeza y dando golpecitos en su espalda, ahí mismo sobre el césped. La miré entonces sin atinar a decir nada más. Quise disculparme, quise regresar el tiempo, o correr lejos y volver hasta que todo hubiese pasado. Hasta que pudiese ver a mi hermano jugando como unos minutos antes lo hacía. No podía moverme, ni articular palabra, sentía las piernas pesadas y un dolor generalizado recorría desde mi estómago a mi cabeza; sentía el latido de mi corazón en las sienes, dándome la impresión de que me estallarían en cualquier momento.

La apacible tarde de verano se había transformado, el trino de los pájaros se había vuelto un estridente alboroto en las ramas, el viento levantaba hojas y movía violento las ramas de los árboles. Esther y mi madre envolvieron el cuerpecito en la suave manta y de prisa lo condujeron al interior. Entré a casa detrás de ellas, seguida muy de cerca por la compungida madrina.

Por fin, Adrien había reaccionado a medio pasillo, tosiendo y vomitando borbotones de agua. Cómo olvidar el rostro de mi madre, con una sonrisa llena de dolor y al mismo tiempo de agradecimiento cuando abrazó a su hijo sin poder parar de llorar, aliviada besaba su frente y limpiaba su carita...

Mi madrina se disculpó con un extraño llanto sin lágrimas, recuerdo sus gimoteos y sus aspavientos cargados de excusas. Esther sólo negaba con la cabeza sin decir palabra y mamá miró muy seriamente a mi madrina...

-No te estoy culpando Anne, no he debido confiar a nadie lo mas valioso que tengo. Ha sido una dura lección, pero por Dios, juro que la he aprendido. -Mamá siguió su camino hacia la habitación, en el amplio pasillo todavía se escuchaba el falso eco de disculpa de Anne Cornwell.

Tampoco puedo olvidarme de la mirada de reproche de Esther. Mi madre se perdió en lo largo del corredor hasta sus aposentos. Pero la fiel mucama se devolvió sobre sus pasos para encarar a mi madrina.

-Es increíble, que el niño Adrien casi pierde la vida -la mujer se persignó al decirlo- y usted permaneciera ahí, tan impasible en su fútil bordado.

-Cuida tus palabras Esther, de pronto te has vuelto una criatura advenediza que no deja de ser una simplona y vulgar criada. No ha sido mi culpa que ese niño resbalara y su madre no estuviera cerca para cuidarlo...

-Es por eso que no le creo nada, ¡usted es mala! ¡solo escúchese! -reprochó Esther amenazando con un dedo a mi madrina. -¿Cómo es posible que se muestre tan arrepentida, que finja que le duele esta gente si usted habla así de ellos? si en un momento de urgencia no se paró para ayudar al niño Adrien y no me diga que no se dio cuenta porque usted en todo está, menos en lo que debe.

-¿Cómo te atreves?, ¡gata! A ti menos que a nadie le debo explicaciones. ¿Quien te has creído?, ¿sugieres que he sido yo la causante de este estropicio? -Las facciones de mi madrina estaban desencajadas, no se parecía en nada a la mujer elegante y erguida que caminaba con la mayor de las sofisticaciones y se dirigía a todas las personas siempre con una amabilidad bien ensayada. La mujer que gritaba frenéticamente a Esther, lanzaba agudos y estridentes chillidos cargados de veneno, de insultos. Escupía al vociferar encarando muy de cerca a la amable empleada de la residencia en Chicago, a la mujer que siempre me había tratado con cariño y me había dado más atención y cuidados que la propia tía Annie.

-Solo digo señora, -contestó Esther al tiempo que con su mano se limpiaba del rostro los restos de saliva de la mujer frente a ella- que tarde o temprano toda esta familia va a saber la clase de mujer que es usted. -Respondió en un tono sereno, más parecido a un susurro.

Esther dio la espalda a mi madrina y se encaminó a la habitación de mis padres. Todavía fúrica, resoplando con fuerza, la mujer que permaneció ahí de pie, no se percató de mi presencia detrás de una de las columnas de mármol, esperó a que la mucama entrara al cuarto y cerrara la puerta detrás de si. Respirando agitada y acomodando con manos temblorosas su maltrecho peinado, se giró para salir de nuevo al jardín con una fea sonrisa burlona en su rostro hipócrita.

Tras una serie de cuidados, Adrien fue recuperándose lentamente, sólo que una tos persistente pareciera haber quedado como secuela del accidente. Pasaban los días y esa tos no terminaba de abandonarlo.

A casa llegaban médicos y enfermeras que ayudaban a cuidar de mi hermano. Mis padres pasaban mucho tiempo platicando con ellos, compartiendo diagnósticos, posibles remedios, hablando de tratamientos con vapores, infusiones y demás. Pero nada parecía funcionar.

Una tarde, entré a la habitación de mi hermano. De inmediato me envolvió una densa atmósfera de alcanfor y vapor. Mi padre estaba junto a su cama, sostenía las pequeñas manos entre las suyas. Me acerqué y pude percibir además de las ojeras en su carita de bebé, una especie de tristeza profunda que impregnaba cada mueble, cada cortina y cada rincón de ese cuarto. Mi padre me miró un momento y vi sus ojos llenos de lágrimas. Mi pequeño Adrien se había deteriorado a tal punto que ya no se parecía en nada a ese pequeño que yo recordaba, a mi amado hermano que en otros días estuviera lleno de vida, de energía.

Y fue una mañana en que desperté con el grito desgarrador de mi madre.

Sabía lo que había ocurrido, el dolor intenso, el más oscuro de los vacíos marcó mi corazón desde entonces. Así como desde entonces me culpé por haberme dormido. Porque en un instante todo había cambiado. Porque pude estar más atenta y cuidar de mi hermano. Porque en esto si había un culpable y era yo.

No podía siquiera imaginar el dolor por el que mis padres estaban atravesando, solo recuerdo que mamá tuvo que lidiar con la pérdida de su hijo y con el posterior abandono de mi padre. Porque meses después él también se fue.

Siempre lo imagino, a veces mi corazón me pide clemencia para no recordarlo, pero es inútil, porque jamás podré olvidarlo. Ahora sería un niño grande... que él estuviera aquí lo cambiaría todo. Hubiera sido hermoso verlo crecer, convertirse en un hombre seguramente mucho mejor que papá, el mejor y más fuerte de todos los Andley... hubiera sido maravilloso tenerlo en casa.

Pero bien dicen que el hubiera, no existe.


Los pasos hacían eco en el enorme recinto. Las voces del coro suelen siempre multiplicar el dolor en la desgracia. El Miserere mei sólo conseguía hacer más penoso el trance por el que atravesábamos.

Al centro del imponente lugar, muy cerca del altar descansaba el pequeño ataúd de mi hermano. Mi padre permanecía de pie, tan alto, tan fuerte a pesar de su rostro enrojecido, a pesar de sus ojos cansados de llorar. Mi madre que con dificultad se mantenía en pie se apoyaba en uno de sus brazos, con la vista perdida. Parecía ella estar presente sólo en cuerpo porque su mente estaba en otro lado. De ahí que supuse que el significado de misa de Cuerpo presente se refería no sólo al fallecido, también a los seres que más le amaron. En especial a sus padres que pierden lo que más ama en la vida, una parte misma de su ser se va al sepulcro junto con el hijo que han perdido.

Años más tarde, las voces del coro eran las mismas, y aunque el sentimiento de pérdida era muy diferente. Inevitablemente regresé al pasado, cuando le había dicho adiós a mi propio hermano. Esos cánticos deberían estar prohibidos para siempre. El luto se lleva en las ropas, pero se impregna en el corazón de quienes mas amaron a esa persona que se despide.

Y esa mañana despedíamos a George Jhonson.

El día anterior, los investigadores y un grupo de policías salieron del despacho de la casa. Las últimas noticias que habíamos tenido del señor Jhonson, eran que se había escapado. Tío Stear lamentaba haberlo dejado en casa sin el resguardo adecuado. En la urgencia por conocer el estado de salud de mi padre y mi padrino se había olvidado de todo lo demás...

Ahora veníamos a enterarnos de que no había escapado. Se le encontró en un tiroteo que se había suscitado en el lujoso bar de un prestigioso Hotel. En el tiroteo había terminado sin vida George Jhonson, no sin antes arrastrar con él a dos personajes de mucho peso en la mafia. Personajes que llevaban años siendo buscados por la policía y justamente quienes habían mantenido amenazado durante tanto tiempo a mi padre. La noticia de todo lo que se podía contar fue muy sonada en Chicago, encabezaba los diarios a nivel nacional. El día de su sepelio, gran cantidad de personas de todos los estratos sociales, se aglomeraron a la entrada del recinto eclesiástico más por morbo que por una razón personal para estar ahí.

Sentía las miradas sobre nosotros, mamá rodeaba mi espalda con su brazo y un fino velillo negro cubría su rostro mientras avanzábamos una vez más por el pasillo central de la catedral hasta ubicarnos en las primeras filas. Al centro y muy cerca al altar se encontraba su ataúd. Miré con discreción a los presentes. Rostros familiares, conocidos y elegantes estaban ahí, algunos fingiendo una espiritualidad exagerada como Anne Cornwell, que miraba constantemente hacia lo alto de la bóveda como buscando una redención que no creo le importara en realidad obtener, secando lágrimas inexistentes con uno de sus finos pañuelos bordados. Todos estaban presentes a excepción de mi padre y mi padrino que debido a la convalecencia no habían podido asistir a despedir a Jhonson. Tampoco estaba la tía Elroy que había menguado mucho en su salud debido a los últimos acontecimientos.

Había varias versiones sobre lo que había sucedido, algunas pintaban como un héroe al hombre al que dábamos el último adiós, otros decían que no le había quedado escapatoria además que se había hecho de una buena fortuna a costa de la familia Andley.

Lo cierto, era que absolutamente nadie se había manifestado para reclamar tal fortuna. Fueron revisadas las cuentas y depósitos bancarios del secretario y no pudo encontrarse nada incriminatorio en su contra. George Jhonson siempre había sido un hombre solitario, hermético, tan hermético que en algún momento mi propio padre llegó a tener sospechas de él. Quise creer todo este tiempo en su verdad, en su lealtad y su afecto. Quise darle como una última muestra de agradecimiento, el despedirlo con honor, sin dudas ni más sospechas. Además de ser un colaborador de mi padre, había sido su cómplice todos estos años, había renunciado a una vida propia por servir a su amigo, por cubrir sus espaldas a través de los años. Sólo ellos y Dios sabían en qué cosas se habían metido, pero me inclino a pensar que fueron víctimas de engaños, que en la versión de mi padre fue siempre cierto el que estaban acorralados y no tuvieron otra opción que ceder para protegernos a todos. Haber cuidado de mi padre desde que éste había sido un niño, era el motivo por el que le acompañaba en su despedida, eso no tenía forma de pagárselo. Dios sería el único juez de sus actos, nosotros estábamos cumpliendo con estar ahí, en ese momento en que ni un hermano, una mujer, un padre o un hijo estaban ahí para él.

Había verdades que quedarían sepultadas para siempre en el panteón de los secretos. Yo ya había hecho una visita a ese lugar a sepultar uno. La verdad de los planes de George, quedaría eternamente oculta. ¿Quién podría al final saber todo con certeza? Y aunque se supiese, ¿ya que importancia tendría?

Un murmullo fue recorriendo las filas, se escuchaban voces indiscretas y alguno que otro tosiendo o carraspeando para disimular el creciente barullo. Por mera curiosidad fue que lo vi al mirar hacia atrás, y como hice yo, muchos de los presentes se giraron también sin disimulo. Estaba al final de las hileras de bancas, solo. No podía apreciar a detalle sus facciones, a contra luz era imposible hacerlo. Pero su altura, su porte, la gallardía en su presencia, su cabello largo y peinado hasta el hombro como el personaje rebelde que nunca dejaría de ser, no permitía lugar a dudas. Era él.

Estaba también presente. Supuse que no se acercaría a mamá, por respeto a la familia y al motivo por el que estábamos reunidos. También porque aunque con certeza a él no le importaba lo que opinaran sobre su vida, respetaba a mi madre ante todo y no la expondría al escarnio ni a los chismes de la sociedad. A pesar de que ella fuese ya una mujer libre, sabía que no era prudente para ella mostrarle su afecto en público. No todavía.

Miré a mi madre a mi lado. Ella no se percató de su presencia, mantenía los ojos cerrados y oraba en silencio. Hacía un par de días ya que no se reunían. Lo sé porque todo este tiempo ella había estado prácticamente viviendo en el Hospital. No se despegaba de papá más que para ir a descansar y siempre era tío Stear quien la llevaba a casa y de regreso la devolvía con energías renovadas al Santa Juana.


Años atrás...

-Es triste para la querida Candy, que su único hijo varón, no vaya a ser nunca... el futuro patriarca.

-Sería recomendable, estimada Eliza, que guardaras tus comentarios de mal gusto en el fondo de tu bolso anticuado y barato.

-Querida, no todas tuvimos la suerte de atrapar a un marido con los recursos suficientes -resopló suspirando y quitando las moronas de galleta de su bolso con plumas -como pudieron hacerlo tú o esa Candice.

Esther estaba atenta a la plática, espiaba detrás de la puerta entre abierta de madera. Sabía que eso estaba prohibido pero desde tiempo atrás ya no confiaba absolutamente en mi madrina. Menos aún cuando la hiena Legan estaba cerca y ambas coincidían de visita en la más penosa de las casualidades.

Me acerqué entonces, ya había terminado mis deberes escolares y Esther al encontrarme tan cerca me hizo una señal de silencio con un dedo sobre sus labios. Me dio un platito con deliciosas galletas de chocolate y me pidió con un gesto de su mano que me alejara de ese lugar sin hacer ruido. Obedecí sin objeción y me retiré del lugar, busqué a mamá, pero Dorothy me impidió entrar en su habitación. Recién le habían administrado los medicamentos necesarios para dormir.

La extrañaba, pocos eran los momentos en que podía verla rondando por la casa, con su bata blanca y su melena apenas sostenida por un listón, más parecía un fantasma que una mamá. Cuando trataba de acercarme a ella pronto me alejaban de sus brazos como si se tratase de una fina muñequita de porcelana a la que no debía nadie acercarse.

-Es por tu bien pequeña Scarlett, tu mami necesita reposo y...

-Y yo la necesito a ella, ¡es mi mamá! ¡Dorothy, no pueden prohibirme acercarme a ella!

-Niña Scarlett, por favor trata de comprender. Tu mamita está bajo un tratamiento con fuertes medicamentos.

-Solo la mantienen dormida...

-Eso es lo que el médico ha dicho que ella necesita por el momento.

La mirada amable de la mucama me hacía entender que me hablaba con la verdad, mi madre siempre había confiado en ella, además de que Dorothy era muy amable y consentidora conmigo y mis primas. Todo el tiempo hablaba con una serenidad y un tono de voz dulce, al referirse a mi madre y su actual estado pude notar aflorar en sus ojos un auténtico sentimiento de pesar. Su mirada se había empañado de pronto y preferí no insistir. Aunque el mundo se hubiese olvidado que yo también necesitaba un abrazo, que también necesitaba dormir y era justamente la noche, el momento idóneo para que el recuerdo y las pesadillas me atormentaran. También necesitaba a mi papá y mi mamá y nadie parecía notarlo, estaba sola.

-De haber sabido que Candice traería tanto dolor a casa de los Andley jamás habría permitido que se les acercara...

-Eso es algo que nadie podía saber mi querida Eliza. -Respondió mi madrina mientras tomaba con extrema delicadeza la oreja de la tacita entre sus dedos y con la otra mano sostenía el pequeño plato para dar un refinado sorbo a su té.

-Desde lo ocurrido con Anthony debieron echarla a patadas, esa mujer es como el graznido de un cuervo, como el ave de mal agüero que llega con su peste a pudrir todo cuanto toca.

-En ese caso, ya es tarde para lamentaciones Eliza, nadie podría haber evitado las desgracias que ha traído, porque al menos en eso estoy en total acuerdo contigo. De no haber existido Candice en esta familia, Anthony seguiría con nosotros, no habría existido Adrien... no habríamos pasado tantas calamidades, ni tanto dolor. Candice siempre fue un ser oscuro... ahora hasta nuestro querido William ha preferido alejarse...

-¡Se está volviendo loca! -opinó Eliza con su cara de hiena burlona mientras vaciaba todas las galletas del plato en el interior de su bolso.

-Quizá siempre lo estuvo querida, -la cara de repulsión de mi madrina denotaba el desprecio que sentía por Eliza y sus nada ortodoxas maneras de proceder desde que vivieran desde hace años en banca rota, -nos engatusó a todos con su carita de ángel, desde que éramos niñas trató de opacarme, tratando de quitarme todo...

Eliza miraba con su sonrisa lobuna a su compañera de tertulia. Sopesaba la pregunta en la punta de la lengua hasta que no pudo reprimirla por más tiempo antes de que el veneno que soltaría terminara atragantándola a ella misma.

-¡Oh! ¿Qué fue todo aquello que pretendía quitarte Annie? Tengo entendido que ella se negó primero a ser adoptada por los Britter. O es que, ¿en su casa de Pony tenían algo de valor que pudiese arrebatarte?

Anne Cornwell sintió el calor subir desde sus piernas hasta su rostro, tomó aire y respondió tratando de que lo dicho por la Legan no mostrara en su voz que le había afectado profundamente.

-Me refiero a mi marido... obviamente.

-Ah, vaya... creí que te referías a algo que por fin hubieses podido arrancarle tú...

-¡Eliza!

-Oh, lo siento, pero a estas alturas es por todos sabido que tu marido sigue embrutecido por los encantos de tu querida "casi" hermana. Ya deberías estar más que acostumbrada querida Annie.

-Siempre supo conseguir la atención de todos, ser la preferida en todo... -comentó mi madrina en un hilo de voz más para ella misma que para su interlocutora -...y parece disfrutar que los demás queden relegados a ser su sombra.

-Pues bien, finalmente me da gusto que no todo le salga como ella ha querido.

-Tal vez tengas mucha razón después de todo Eliza Legan...

-¡Por supuesto que la tengo! ¡Brindemos con té por su malaventuranza! Yo la vengo disfrutando desde que el actorsucho la dejó por la inválida.

-Eliza... no te ves nada bien refiriéndote así del actor aquél... tengo entendido que morías y matabas por una mirada suya.

La puerta se abrió en ese momento mostrando ante ella a una empleada bastante seria con una charola vacía en manos.

-¿Qué es lo que se te ofrece Esther?, no recuerdo haber hecho sonar la campanilla para requerir de tu presencia, así que hazme el favor de retirarte...

-Vine a recoger el servicio señora. -La voz de Esther no parecía una sugerencia, más semejaba una orden.

-Madame para ti, impertinente. Retírate y regresa con más galletas.

Si alguna vez la buena Esther había oído a mi madrina hablar en Lakewood, esta vez no le quedaban dudas de la clase de persona que era Anne Britter. Había sopesado la decisión que acababa de tomar, seguro la echarían. Ella ya estaba preparada para esa posibilidad. Tenía sus ahorros y muchos deseos de volver a ver a su familia. Así que la suerte estaba echada.

-No es correcto hablar mal de una dama en su propia casa y además llenarse la barriga a expensas de ella. Aquí la visita son ustedes, les sugiero que den por terminada su reunión, con gusto les acompaño a la salida, madame...

Annie Cornwell y su calculada elegancia se encaminaron a paso lento mirando despectivamente a la empleada. Eliza observaba divertida desde su asiento, con sus ojos almendrados color caoba, brillantes, expectantes de lo que imaginaba sería el siguiente espectáculo para sus cotilleos con amigas osciosas como ella.

-¡¿De donde has sacado tú, insignificante rabiosa, el valor para venir a echarme de la casa de mí familia?! ¡Cómo te atreves!

-Las he escuchado... madame, ¡he escuchado todo lo que dijeron! usted y ésta... -respondió visiblemete alterada la pobre Esther señalando con un gesto de barbilla hacia donde se encontraba la otra mujer, la charola temblaba entre sus manos, sus ojos estaban nublados con lágrimas de indignación.

-Perdona, ¿te diriges a mí? -preguntó Eliza levantándose con una calma amenazadora de su asiento, envalentonada con la actitud de Anne.

-¡Sí a usted! ¿a quien más podría decirle?

-No sé de que estás hablando Esther. -El tono de mi madrina había cambiado por completo a uno mucho más conciliatorio cuando pudo ver de reojo a alguien acercándose a la sala donde la discusión tenía lugar. -Entiendo que la familia está sumida en una profunda tristeza, pero Esther por el amor de Dios tu eres una simple empleada. La servidumbre debe seguir desempeñando su trabajo. Esther, esas no son formas de dirigirse a los patrones.

-¡Sépaselo! usted no es mi patrona, lo es madame Elroy y madame Candice. ¡Usted no es más que una mujer mala, envidiosa, podrida!

En ese momento entraba la tía Elroy, alcanzando a escuchar la última parte de esa discusión. A pesar de no ser partidaria de Anne Cornwell, logró conmoverla el estado de sorpresa e indignación de Eliza que ya recogía su bolso anticuado y su vieja sombrilla para retirarse.

-¿Qué escándalo es éste en mi casa? ¿qué clase de comportamiento es éste Esther?

-Madame Elroy, puedo explicarme...

Eliza, a diferencia de Ann, sabía perfectamente fingir el llanto con todo y lágrimas. Se acercó a la tía Elroy que desde niña había solapado todos y cada uno de sus chantajes, que siempre había creído todos sus arrebatos y aún sin necesidad de palabras lograba cada vez su cometido.

-Usted no tiene que explicar absolutamente nada más en esta casa, ¡me hace el favor de retirarse de inmediato!.

-Pero Madame Elroy, las cosas no son como parecen. Si usted me permitiera hablar, decirle todo lo que sé... ¡todo lo que mis ojos han visto y lo que he escuchado! -dirigió una última mirada fulminante hacia Anne Cornwell sin poder evitar que gruesas lágrimas surcaran sus mejillas.

-¡No hay pero! -interrumpió la Tía Elroy -lo que he presenciado no tiene disculpa alguna. No puedo permitirle más de lo que usted misma ya se ha otorgado. Dorothy se encargará de liquidar el pago que le corresponda. No quiero tenerla más en mi presencia.

-Madame... -Esther hizo una reverencia antes de salir, todavía con la charola en sus manos, para después colocarla despacio en una de las mesitas de la estancia. Mientras caminaba a la cocina, trataba de desatarse sin éxito el mandil color marfil que llevaba atado en la cintura y corrí a ayudarle.

Tomó mis manos entre las suyas cuando le entregué la prenda, y las besó.

-¿Has escuchado todo niña Scarlett?

-Casi todo... -respondí. -No quiero que te vayas. Te quiero mucho...

-Eres una jovencita muy lista y con un corazón bien grande. Ojalá que tu luz brille por encima de la oscuridad que acecha esta casa, esta familia. Sé fuerte mi niña, cuida de ti y de tu madre.

-No te vayas Esther, puedo decirle a Tío Stear, escribirle a mi padre, podemos hacer algo... si le digo a mi padrino que interceda, él...

-No princesa, no debes preocuparte por estas cosas, mucho menos por mí que estaré bien. Mi familia me espera y debo volver a ellos. -Tia Elroy, Anne y Eliza caminaban hacia nosotras. -Ahora sabrás muy bien de quién cuidarte... -dijo por última vez antes de salir en busca de Dorothy.

Y así fue como Esther desapareció con algo importante que decir, pasarían muchos años más antes de volver a encontrarme con su sonrisa amble y su andar cansado. Mientras tanto, lo que hubiese tenido que decir sobre mi madrina, estaba muy lejos de ser descubierto.


Llegué a la habitación del hospital. Abrí la ventana para que el aire fresco circulara. Mi padre permanecía en silencio, estaba triste por las últimas noticias de George y por la impotencia de no haber podido acompañarlo.

-¿Por qué no sales un momento madre? creo que te haría bastante bien tomarte un descanso.

Sus ojos verdes brillaron y una bella sonrisa apareció en sus labios. Aún con unas tenues ojeras y sin maquillaje, Candice White seguía siendo bella. Su menuda figura y su grácil caminar le conferían un aspecto mucho más joven con respecto a su edad.

No sabía como decirle a mamá que había alguien fuera del hospital. Alguien que no la veía desde hacía días y parecía estar dispuesto a acabar con todos los cigarrillos de Chicago, a pesar de ser el Hospital Santa Juana un lugar con restricciones para fumadores.

-Anda, te hará bien el aire fresco, despéjate un poco. Yo... puedo quedarme con papá.

Los ojos azules del hombre recién bañado y afeitado miraron en mi dirección. Una sonrisa sincera se dibujó en su guapo rostro y levantó su mano hacia mí. Sin dudarlo la tomé entre las mías y me quedé a su lado mientras escuchaba a mi madre prometer que regresaría en unos minutos antes de salir del cuarto.

No sospechaba lo que sucedería allá abajo. Terrence parecía triste, pensativo. En cuanto lo vi sentí el deseo de acercarme pero la voz de mi conciencia me reprochó de inmediato y seguí mi camino.

No sé si había hecho bien al decirle a mamá que bajara, pero la misma tristeza que encontré en el semblante del señor Grandchester lo había visto en la mirada de mi madre por ya suficiente tiempo.

En casa, constantemente se asomaba por la ventana. Cuando alguna vez sonaba el teléfono, preguntaba a Dorothy de inmediato si la buscaban a ella. Revisaba el correo con atención como esperando encontrar algo, pero no llegaba ningún mensaje, ninguna llamada.

A medida que pasaba el tiempo y no recibía noticias de Terrence, algo en ella se iba apagando.

Y yo no deseaba por ningún motivo que mi madre se apagara, en ninguna de las formas.

Con el transcurso de los días su alegría y vitalidad renovadas a causa de la mejoría de mi padre y mi padrino, habían menguado en igual medida por la ausencia del hombre que ella amaba.

Sin pensárselo más, tomó su bolso y prometió volver en unos minutos. En cuanto salió cerrando la puerta tras ella, escuché la voz grave y serena de mi padre. Por primera vez en muchos años pude volver a sentir un poco de aquella preciosa unión que tuvimos un día. Mientras me hablaba, me miraba con sus ojos llenos de arrepentimiento. Su voz se quebraba a veces lamentándose y pidiendo perdón por todo el tiempo perdido.

Hubiese deseado pedirle explicaciones de tanto tiempo de ausencia, sin embargo, la constante interrupción de enfermeras y médicos me dejaba en claro que no era el momento, ya habría lugar y tiempo para decirnos todo aquello que había quedado suspendido en el aire, pendiente por ser dicho, por tanto tiempo.

Cuando escuchaba mi voz, me miraba atento y sorprendido. Varias veces me interrumpió acariciando mi mejilla con sus grandes manos para decirme lo hermosa y parecida a mi madre que yo era.

-Entonces, ¿ya no soy el retrato viviente del tío Anthony?

-¡Pavadas! nunca lo fuiste... -respondió arrugando el entrecejo como cuando de niña me contaba esos cuentos de piratas y fingía ser el malo -...eso siempre me pareció un comentario de pésimo gusto por parte de tu tía Elroy.

-También es tu tía... -sonreí tratando de bromear con él.

-Pensaré muy seriamente a partir de ahora en todo aquello que he de heredarte... eso va a incluirla sin duda.

Un brillo especial en sus ojos apareció cuando volvimos a sonreír como antes, cuando volvimos a encontrar los extremos de ese lazo que se había roto entre nosotros.

-Te amo hija, espero con mi corazón entero, que después de que escuches todo lo que debo decirte, puedas perdonarme...

Tío Stear entró a la habitación en el preciso momento en que nos íbamos a poner sentimentales mi padre y yo. Limpié un par de lágrimas de mi rostro y sonreí al recién llegado.

-Hola Stear... ¿te has encontrado con Candy? -preguntó papá -ha bajado hace ya un buen rato para descansar.

-No, no la he visto. -Respondió mi querido tío, acomodando sus anteojos como cuando se ponía nervioso y mirándome sonrió con una muda complicidad al igual que cambió rápidamente de tema.


Finalmente mi padre regresó a casa. Todo había sido acondicionado en la recámara principal para su regreso.

-Deja de ser tan necio, ésta es tu recámara Albert, siempre lo ha sido. Estarás más cómodo, hay más luz y las ventanas... -decía mi madre animada mientras corría las delgadas cortinas de los ventanales para otorgarle luminosidad -...te permitirán disfrutar de los jardines y observar el movimiento en las calles, ¿ves?, amabas la luz que entraba a este cuarto.

-Pero todas tus cosas están aquí Candy...

-Eso se soluciona fácilmente, no tengo problema en llevarlas a la habitación de junto...

-Podrías dejarlas justo donde están ahora, y... quedarte conmigo. -Papá esbozó una tímida sonrisa y sus ojos suplicantes se posaron en mi madre de una forma especial, una que ella recordaba habría podido fascinarla hace muchos años. Pero no ahora.

Mamá guardó silencio. Siguió preparando los medicamentos y acercando un par de mesitas a la cama de mi padre.

Papá la observó con pesar. Sabía que esos años de ausencia y de disculpas no cambiarían el pasado. El amor que había existido entre ellos había quedado atrás y sería imposible revivirlo. Acercó su silla a la amplia ventana haciendo girar las ruedas con sus manos. Miró los alrededores, sus ojos viajaban desde los floridos jardines hasta el inmenso parque y la gente que caminaba en las calles. Cada uno inmerso en su mundo, en sus problemas o en sus alegrías.

Alegría... el concepto le resultó tan lejano que casi podía imaginarse sacándolo con sus manos de un viejo baúl empolvado y soplándole encima para intentar recordar lo que se sentía estar alegre.

Escuchó niños reír a lo lejos y observó a los padres caminar cerca de ellos. Algunos, permanecían varios pasos detrás de sus hijos, pero siempre con ellos.

Mamá seguía moviendo objetos afanosamente de un lado para otro con la ayuda de Dorothy. Entraba y salía de la habitación con las manos llenas de ropa, de cajas y maletines, con uniformes de enfermera que llevaba a la habitación de junto evitando siempre la mirada de cielo que no perdía detalle de cada uno de sus movimientos mientras aguardaba en silencio, convenciéndose a sí mismo que lo que hubiese sucedido con su ex esposa era el justo pago de su falta de valor para permanecer junto ella en todo momento. Por todo lo que había callado, por todo cuanto había preferido evadir poniendo miles de kilómetros y de días entre ellos con el pretexto de protegerlas de la mafia y de la podredumbre que los perseguía a pasos gigantes, ahora tendría que aguantarse. Ahora buscaría ese mismo valor hasta debajo de las piedras para ser un hombre fuerte y no inmiscuirse en su vida, en sus planes, y en esa sonrisa soñadora que a ratos parecía escapar indiscreta de sus labios. Como cuando compartieron en el Magnolia.

Estaba seguro que había alguien...

Volvió a asomarse a las calles, llenando sus pulmones del aire fresco de esa buena mañana en Chicago, sus ojos volvieron al barullo de la ciudad y específicamente a un punto en la distancia. Donde un caballero caminaba a paso decidido hasta el portal de la entrada.

Pasó saliva con dificultad cuando mi madre se acercó a él para preguntarle si se encontraba bien.

-Estoy bien, a decir verdad, mejor de lo que merezco...

-Albert no digas eso.

-¿Has notado que volviste a llamarme Albert?...

Mamá tomó su mano entre las suyas y las observó. Mi padre conservaba en uno de sus dedos la alianza matrimonial mientras ella llevaba una sortija fina muy distinta. Apenada soltó despacio su mano cuando ambos, sin necesidad de decir nada, lo entendieron todo.

-¿Por qué no sales un momento Candy? -preguntó papá recordando la misma pregunta que yo le hiciera en el hospital -Pienso... que sería bastante bueno para ti si te tomaras un descanso.

-Tengo mucho que hacer todavía... -resopló mi madre un rizo que había escapado de su peinado hacia su frente, seguía siendo esa mujer fascinante y sensual que lo había enamorado. Aunque a decir verdad, el tiempo que permanece estático entre dos que se aman, es despiadado y arrasa con todo. Mi padre no podía pretender que el tiempo no había transcurrido. Le dolía el solo imaginarse lo que pasaría, pero ya no con la intensidad del pasado. También él se había acostumbrado a una vida sin ella, a descargar en extrañas de una noche, la añoranza, el deseo, la tristeza de no poder estar cerca de ella. También él se había alejado abismalmente de ese amor que sólo existía en su corazón como uno de los más preciosos recuerdos.

Papá dio unas suaves palmaditas en el brazo de mamá mientras posaba su mirada celeste en la fina alfombra a sus pies. Sentía que era incapaz de volver a verla de la misma forma, la sentía ajena por completo... sabía que esa sonrisa enamorada, el brillo en esos ojos esmeralda habían vuelto a ella por alguien más.

-Dorothy y el resto de los empleados deberán encargarse de lo que falta, has hecho mucho ya. Anda, ve y descansa...

Mamá salió de la habitación en el justo instante en que Dorothy le avisaba de una visita esperando por ella.

Fue entonces cuando el peso de los años, cuando el remordimiento y el deseo infinito de que el "hubiera" existiese, cuando mi padre entendió que la había perdido para siempre. Y estaba más que dispuesto a aceptarlo.

Se asomó a la ventana ocultándose tras la delgada cortina de gasa y lo vio, abrazando a su pequeña. Tomando su mano y perdiéndose entre los huecos que formaban las frondosas copas de los árboles en el parque.

Acarició el espacio vacío que había quedado en donde antes hubiera estado una de sus piernas y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando el peso de la realidad le cayó sobre los hombros. Había dolores que venían de golpe a cobrarle la factura por tantas y tantas malas decisiones. Esperaba tener el temple y la fuerza para sobrevivir a eso.

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CONTINUARÁ...