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Para Jacque, sigue disfrutando de tu no cumpleaños :)


Capitulo II.

Hikari llegó de la universidad malhumorada, no era con exactitud una chica que perdía el control; estaba en su naturaleza ser calmada, alguien sosegada, pusilánime, por lo general solía tragarse sus emociones negativas. Pero ese día decidió explotar.

Desde que su hermano se comprometió con Sora su alrededor cambió. Todo le salía mal, aunado a ello, no hacía más que escuchar: Sora y Taichi esto, Sora y Taichi lo otro; la boda esto, la boda aquello; ¿y tú cuando piensas casarte? Sé que eres muy joven, pero a tu edad Taichi ya estaba saliendo con una chica; bla, bla, blá... No vas a conseguir pareja con esa actitud; bla, bla, blá... a los diecinueve años ya deberías de estar pensando en el matrimonio...

Los japoneses y sus extrañas costumbres.

Ella no las veía extraña, era japonesa, su real problema consistía en que no estaba de acuerdo con tener que casarse antes de los veinticinco, suplicar, desesperarse por un hombre. Si el indicado no había llegado aún, ella no tenía por qué forzar las relaciones con los hombres de su circulo social... (y menos mal, porque si quisiera tener ese estilo de vida, esta historia no tendría ni pie ni cabeza). Escuchaba los comentarios como zumbidos de abejas cerca de sus oídos.

¡Era ridículo!

El colmo fue cuando una compañera de clase le propuso que invitara a salir a Takeru, «puede que la historia de los mejores amigos que se enamoran se repita contigo, como con tu hermano». ¡Recorcholis! Estaba muy, muy enojada. Tensó los brazos todo el camino al apartamento y farfullaba entre dientes. ¡Podía gritar!

—¡Rayos, rayos! —lanzó los zapatos en la entrada y pateó un cojín en el suelo de la sala, menos mal que Miko no estaba en su camino, sino, ¿quien sabe qué podía haberle hecho?—. ¡¿Por qué son tan... tontos?!

—¿Hija?

—¿Mamá? —Cayó sobre el sofá, desganada—. Pensaba que estabas en la casa de la abuela. —Obvio que lo pensaba, porque, hello, esta ama de casa pasó toda la película de Hosoda y el grandioso episodio veintiuno de Digimon Adventure en casa de sus papás...

—¿Por qué estaría en lo de mamá?

—No lo sé, siempre que algo importante sucede en nuestras vidas estás en casa de la abuela —Se los dije; ¿qué pueden esperar? Es la misma mujer que vio a su primogénito de siete años salir de casa a mitad de la noche, la misma noche que su esposo llegó ebrio del trabajo y, minutos antes, hubo una gran explosión proveniente de la habitación de sus dos hijos. Típico de un viernes en Hikarigaoka.

Igual la amamos.

Su mamá parpadeó, el instinto le decía que debía ir con Hikari y consolarla.

—¿Un día duro en la universidad? —Se sentó al lado, le tomó de la mano, acariciándola con el pulgar.

—No. Tal vez. Es todo el asunto de mi hermano con Sora, la boda...

—Ya veo.

—¿Lo ves?

—Sí, lo veo. Parece que a alguien le picó el bichito de los celos.

—¡Ay, mamá, por favor! —Blanqueó los ojos. ¿Hasta cuando tendría que soportar esa situación? Se dejó caer en el espaldar del mueble mullido, le fastidiaba el tema.

—Sé que puedes sentirte desplazada, es normal que centremos nuestra atención en la boda de tu hermano. Es que hablamos de Taichi y un evento que, espero, solo sucederá una vez esu vida. Luego vendrán los nietos, el ascenso en el trabajo, las primeras palabras de Keisuke y luego su hermanita... ¡Ay, por dios! ¡Seré abuela muy pronto!

¿Y pensaba que aquello iba a consolarla? Menos mal que su problema no era el «bichito de los celos», sino las palabras de su mamá la habrían mandado directo a un rincón oscuro de la casa a hacer círculos con el dedo en el suelo, sintiendo pena de sí misma.

—¿Keisuke? —preguntó por preguntar.

—Tu sobrino —respondió—. Espero que tomen en cuenta este nombre para su primer nieto. Estoy tan emocionada.

—Mamá. —Cero paciencia. La tolerancia se había evaporado con tanto parloteo—. Primero deberías dejar que se casaran, no te adelantes tanto, y no estoy celosa. Estoy feliz por mi hermano y cuñada. Pero me gustaría que dejaran de compararme con él, que su vida sea perfecta no quiere decir que yo deba imitarlo en todo lo que hace. No pienso casarme con Takeru ni...

Yuuko dio un aplauso, emocionada; Hikari la miraba desconcertada.

—¡Qué noticia tan espectacular! —bramó—. Dios, Hikari, ¿Takeru te pidió matrimonio?

—¡Mamá!

—¿Qué? Solo digo que sería fantástico. ¿Te imaginas? Los vi crecer juntos, jugar y reírse en este mismo sillón.

—Y por lo tanto es grotesco, no es «fantástico» ni «espectacular». Es Takeru, mi mejor amigo. ¿Por qué piensan que unirme a él es buena idea?

—Siento que tienen química.

—No pertenecemos a la tabla periódica, mamá.

—Estás siendo grosera.

La hija dejó salir el aire de sus pulmones, mejor bajarle dos niveles a su malhumor asfixiante.

—Lo siento, mamá, pero tu estarías igual si todos te preguntaran —fingió una voz nasal—: "¿y cuándo es tu boda?" Es molesto.

—No tienes por qué preocuparte, mi niña. —Yuuko la tomó entre sus brazos, la guió hasta su pecho para que se echara sobre él como cuando de bebé le cantaba canciones de cuna para que se quedara dormida—. Crié a tu hermano y a ti para que lucharan por su felicidad. No tienen por qué hacerle caso a las impertinencias de las personas inoportunas. Tú eres Hikari Yagami y te casarás si quieres y cuando quieras.

El olor característico de Yuuko, esencia de vainilla y hollín de pasteles quemados, aspiró fuerte para robárselo todo y detener con ello el tiempo en ese instante.

Pero tenía que hablar; su madre le estaba dando la oportunidad de desahogarse.

—Es difícil hacerlo cuando te recuerdan que tu hermano tiene una vida perfecta.

—Tienes diecinueve años, ahora es cuando tienes camino que recorrer —dijo—. Y no tienes que ser perfecta, tú hermano no lo es.

El abrazo entre madre e hija se afianzó, hacía mucho que no era abrazada así por su madre. Su mente viajó hacia una noche en el hospital, tras el suceso del parque y el resfriado que empeoró. Esa noche su mamá la tomó de la mano, prometiendo que nunca la dejaría sola, el sentimiento la acompañó hasta ese día, el saber que tenía a alguien que estaría dispuesta a pasar la noche sin pegar las pestañas solo por ella. Más allá de la promesa, era su calidez humana y como madre lo que le dio fuerzas a Hikari. Su mamá le daba fuerzas cuando estaba enferma y la llenaba de confianza cuando estaba falta de ella, muchas personas solían decir lo mismo, que su madre era la mejor del mundo, pero Hikari no podría imaginarse a ninguna madre mejor que la suya, esa era su verdad.

—Espero que tengas razón —respondió—, no quiero tener que casarme con Takeru —Sonrió bromeando—. Lo quiero, es mi amigo, sin embargo no somos Taichi y Sora.

Yuuko resopló una risilla, miró a su hija a los ojos, quiso que supiera que lo que le hubo dicho fue sincero y desde el corazón.

—¿Quieres un pedazo de pastel? —Su voz amorosa, suave y maternal—. A tu hermano le gustaba que le hiciera pasteles cuando tu ibas a los cumpleaños, considerando que él está en la prueba del pastel en este momento...

—Suena estupendo, mamá.

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El tren pasó delante de ella, el viento a causa de la velocidad del vehículo sacudía sus cabellos y la bufanda. A través de los altavoces, una mujer anunciaba el próximo tren que cargaría en la estación. Tardaría en llega (suponiendo que no hubiera retraso) cuarenta y cinco minutos a la universidad. Apretó los ojos debido a su mala suerte, sino se hubiera quedado dormida por haberse pasado toda la noche probándose el vestido para la boda de Taichi y Sora, y luego, sino hubiera tenido que repasar sus apuntes hasta la madrugada para el examen del día, no tendría que llegar tarde a la prueba, pero llegaría tarde, a no ser que el dios de la suerte decidiera apelar a sus súplicas mentales.

El celular vibró en el bolsillo de su morral.

Introdujo la mano en el bolso, escarbando entre libros, lápices y bolsas de chucherías que siempre olvidaba sacar cuando llegaba a casa. Encontró el móvil justo cuando pensó que dejaría de timbrar.

—Mala suerte —El tono urgido en la voz de Mimi hizo que Hikari alejara la bocina del teléfono al menos tres centímetros lejos de su oído. Era irónico que saludara con aquella frase de mal augurio justo cuando ella le habia pedido a los dioses buena suerte—. La diseñadora tuvo una epifanía y cambió los diseños de nuestros vestidos. Esta novia me va a volver loca. Estoy en el centro de la ciudad comprando tela nueva, tienes que pasarte en la tarde para que te hagan una nueva prueba.

Por cómo Mimi respiraba, Hikari imaginó que hablaba y caminaba a la vez.

—Saldré tarde de la universidad hoy, ¿crees que es posible que mi hermano me recoja a eso de las 19.00 horas?

Mimi repitió lo que Hikari dijo, hablaba, pero no con ella. La voz se escuchaba distante, debía suponer que Taichi estaba con ella comprando la tela nueva de los vestidos.

—Llama a Yamato. —Avisó Tachikawa; repitía ordenes—. También tiene que venir a hacerse prueba de vestuario y me dice Taichi que está grabando muy cerca de tu universidad.

Hikari asintió aun sabiendo que no la estaban mirando.

—Hablaré con él a ver si puede recogerme. Tengo que irme, Mimi-chan. Mi tren esta por llegar.

Y cortó.

Se llenaba de ansiedad cuando hablaba con sus amigos. Nunca pensó que el tema de la boda la volvería desdichada, en algún punto, así se sentía. Deseaba que los días pasaran volando para que ella pudiera volver a sus días comunes y corrientes, sin pruebas de vestuarios, sin una Sora fuera de sí, sin buscar la diferencia entre el color rosa durazno y coral. Taichi también la desquiciaba, apelaba a la personalidad predispuesta de su hermana para encargarle quehaceres que por obligación le concernían a él o, por otro lado, a la flamante dama de honor que se la daba de novia número dos con sus actitudes de diva.

—Ya-mato-kun —susurraba el mensaje que escribía—. Mi-her-mano di-ce que...estás gra-bando cerca-de-mi-uni-ver-si-dad. Sería u-na a-yu-da, si-me dieras-un a-ventón al-estudi-o de Sora.

De nuevo la voz de una mujer atravesó los parlantes de la estación del metro. Para infortunio de Hikari Yagami, el siguiente tren vendría con quince minutos de retraso.

—No puede ser —Se cayó de hombros.

Ahí estaba la boda de su hermano jodiendole la vida. Por obvias razones, hablamos de Hikari, se corrigió a tiempo para impedir un nuevo pensamiento negativo sobre la boda, pero no dejaba de pensar en que si no se hubiese tenido que quedar hasta tarde en la prueba del vestido habría estudiado temprano y por ende cumpliría con las horas reglamentarias de sueño, despertando a tiempo para estar lista y coger el tren que no se retrasaba.

Solo un milagro podía llevarla a tiempo a su examen importante.

Hikari creía en los milagros, como también creía que de las malas experiencias podían traer consigo mejores oportunidades. Le recordó a su yo malhumorado que tal vez era mala suerte que su tren se retrasara, tal vez no.

Pensó en una manera de darle vuelta a su infortunio. Con su uña tamboriteó sobre la mica del celular, sopesaba ideas, el sonido que produjo la guio a mirar, un vistazo a la pantalla del teléfono, el mensaje que no había enviado, Yamato como remitente.

Salió de la mensajería de texto de su celular y llamó a Yamato, esperando que todavía tuviera la cotumbre de coger rápido las llamadas y... ¡bingo! Llevaba encima el móvil.

—Moshi-moshi, Yamato-kun...

—Hikari-san, Taichi ya me avisó que debo ir contigo a la prueba de vestuario. Para serte sincero, y no es nada contra ti, preferiría tirarme de cabeza del puente Rainbow antes de volver a escuchar cualquier cosa referente a esta bendita boda.

Hikari se rio por lo bajo, olvidándose por un segundo que llamaba para pedir ayuda.

—Está hasta en el periódico de la universidad, ¿puedes creerlo?

—Lo creo, Taichi se dio a conocer mucho en el campus. Incluso hay un emparedado llamado "El Yagami". —Ahí venia su voz sarcástica, recitaba las palabras como si las leyera directo del menú de la cafetería—. Un especial con todos los ingredientes favoritos del centrocampista y mejor armador de jugadas de los últimos años en la historia de la universidad de Tokio.

—Casi parece que te agrada mi hermano.

—A veces me cae bien.

Se sorprendió al escucharse reír como tonta. Compórtate, Hikari, que pareces retrasada.

—Bueno, espero poder abusar un poco de los beneficios de ser hermana de Taichi porque necesito que me hagas un favor, ¿estás cerca de la estación de Odaiba? Estoy llegando tarde a un examen.

Yamato resopló, Hikari no estuvo segura si se había reído o fue un bufido exasperado.

—Hace mucho que no escucho de un Yagami esa oración —La respuesta de Yamato confirmó que se trataba de lo primero, de la nostalgia, quizás; gracias a Kami-sama, odiaría tener que pedirle ayuda a Daisuke, su último comodín del día—. Por suerte para ti, estoy fuera.