INFORMACIÓN IMPORTANTE

Spoilers.

—Universo alternativo en el que los titanes cambiantes no mueren por la maldición de Ymir.

—Pareja principal: Eren y Mikasa.

—Va a haber escenas sexuales, qué sé que te gustan. No lo niegues.

Shingeki no Kyojin es de Hajime Isayama.

Bueno, ahora sí: a leer.

o.o.o.o.o.o.o

o.o.o.o.o.o.o

o.o.o.o.o.o.o

1

La carta llegó cuatro años, once meses y tres días después de su partida. Y, curiosamente, nunca el tiempo transcurrido le había importado tanto. «Volverá, Eren. Antes de que nos demos cuenta, estará aquí. Ya lo verás», solía decir Armin Arlet con una seguridad apabullante. Al principio, a Eren no le había importado su partida, pero con el pasar de los días, un sentimiento de añoranza se instaló en su corazón. Y ahora, casi cinco años después, casi cinco largas vueltas al brillante sol, sólo podía preguntarse si ella volvería; ¡tal vez se había vuelto un alma errante!

Al menos sabían que estaba bien, pues, a veces, llegaba un nuncio a lomos de un penco, y les entregaba una carta de ella. Todos se congregaban alrededor de Armin, quién leía en alto el mensaje. Normalmente, las misivas eran tan escuetas que Eren se sentía aún más preocupado. ¿Dónde estaba? ¿Qué es lo que estaba haciendo? Y lo más importante: ¿Iba a volver? A pesar de que sus amigos estaban completamente seguros de ello, la duda lo carcomía. Un día, su rubio amigo le respondió algo que lo confundió.

—Ay, Eren. —Armin sonrió—. Las aguas siempre vuelven a su cauce. Y Mikasa siempre regresará a ti.

Eren no dijo nada. No sabía qué decir. ¿A él? Mikasa había decidido marchar a los confines del mundo, a Hizuru, a las lejanas tierra del oriente, de exóticas culturas y extrañas gentes. Llevaba todo eso en la sangre. Cuando la guerra concluyó, partió hacia la nación de su difunta madre. «Tengo que averiguar de dónde vengo. Hay más gente como yo. Mi madre y yo no éramos las últimas orientales. Este tatuaje... tiene que significar algo». Quizás había encontrado en aquellas tierras un lugar donde encajaba. Entonces jamás volvería a él, como había dicho Armin.

—¿Por qué no pruebas a escribirle? —le propuso su amigo.

Y a Eren le pareció una buena idea, pero él no era hombre que se expresara con palabras. Tanto el lenguaje hablado como el escrito eran medios poco eficaces. Pero, ¿qué más podía hacer?

Cierta vez, cuando el viejo nuncio volvió, Eren le entregó la carta que tanto esfuerzo le había costado escribir.

—Es para Mikasa Ackerman.

El mensajero asintió.

—No te preocupes, muchacho. Recibirá la carta.

Eren se arrepintió. ¿Y si asaltaban al mensajero en los caminos y la epístola acababa en manos de algún bandido? Cuando quiso retractarse, el caballo del emisario ya cabalgaba lejos. No sabía qué le inquietaba más: que la recibiera o que no.

Los meses pasaban y no recibía respuesta. Tenía la sensación de que no volvería a verla. Entonces, cuatro años, once meses y tres días después de su ida, Armin, alegre, le mostró un papel:

«No os preocupéis: estas tierras me han tratado bien. Estaré de vuelta a principios de verano. Puede que me retrase unos días.—Mikasa Ackerman».

¡Era su letra y su firma! No mencionaba a Eren. Pensó que no había recibido aquel intento de poner en palabras lo que sentía, y respiró hondo, porque era muy patético. Se ilusionó con la nueva misiva. ¡A principios de verano! ¿Y cuándo era eso exactamente? El verano ya había llegado y seguía sin aparecer. Eren estaba en vilo. En ocasiones se quedaba mirando a las personas que bajaban de los carruajes, pero ninguna era ella; tampoco veía su rostro entre la multitudes que llegaban en los barcos. Pensó que quizás había cambiado tanto que no la reconocería ni teniéndola delante. ¿Cuánto puede cambiar el aspecto de una persona en casi un lustro? Casi podía imaginarla al ver su elegante rúbrica y se acordaba de aquella mirada argéntea, que había visto marchar sin darle demasiada importancia, y que parecía susurrarle: «Adiós. Para siempre adiós».

Empezó a pensar que ella no se había ido, que era él quien no la había seguido. Y ahora era como un faro, aguardando un barco que nunca llega a pesar de los destellos. Las personas somos así: aunque tuviéramos el más valioso de los tesoros en nuestras manos, sólo seríamos capaces de valorarlo cuando se perdiera. Hay tesoros que nunca vuelven, como su madre. Se peleó con Carla antes de que muriera y todavía llevaba aquella espina clavada muy adentro, como aguijón de avispa que no se desprende. Y luego están aquellos tesoros de los que uno ni siquiera se percata, y que, cuando se pierden, uno se da cuenta de lo que son y no sabe si volverán o no.

Armin había sido el primero en percatarse de su desesperación, incluso antes que el propio Eren. Se había dado cuenta de sus ojos apagados, de su mirada clavada en el horizonte, de sus momentos de soledad frente al mar plúmbeo en los días de frío. Era tan enrevesado el nudo en su interior, que Eren no terminaba de desatarlo.

—¿Por qué la echas tanto de menos? —había preguntado su amigo una tarde, mientras tomaban una taza de té. Era uno de esos días de frío que invitaban a no abandonar el lecho—. Tiene que haber una razón, ¿no?

Y si la había, no era capaz de comprenderla.

Los dioses sabían que no la extrañaba como un hermano a una hermana. Eren era el único hijo de Grisha y Carla Jaeger. Su único hermano era Zeke. Ella era su mejor amiga, pero Eren se preguntaba si era normal pensar en un amigo cada día, preocuparse por su estado, sentir el corazón acelerarse cada vez que llegaba una nueva carta y preguntarse si, de la misma manera que él pensaba en ella, ella pensaba en él.

—Porque es mi amiga —respondió.

—¿De veras? —Armin alzó una ceja y sus labios se estiraron en una sonrisa perspicaz.

—Pues claro que sí —dijo Eren con convicción—. ¿Por qué si no?

—No lo sé. Dímelo tú. —El joven de pelo blondo negó con la cabeza y ensanchó su sonrisa. Eren entreabrió la boca para decir algo, algo que acabó en nada—. Nada es inmutable en este mundo. Los sentimientos también cambian.

2

«Los sentimientos cambian». Ahora, después de saber que Mikasa estaba a punto de volver, cuatro años, once meses y catorce días después de su partida, en un día de fosca, Eren meditó sobre aquella conversación. Las palabras de Armin, a veces enigmáticas, provocaban confusión instantánea y reflexión a largo plazo. Por primera vez, empezó a pensar que sus sentimientos hacia ella sí que habían transmutado a algo que no alcanzaba a comprender.

El verano ya había plantado su semilla y nada se sabía de la joven Ackerman.

En Shigansina, la vida fluía con tranquilidad y armonía. Eren se desempeñaba como teniente en la Legión de Reconocimiento, cuyo papel ya no era cazar titanes o explorar, sino custodiar y velar por la seguridad de la ciudadanía. Eran guardias. El nombre era meramente simbólico. Aquella mañana se disponía a almorzar junto a Connei Springer, caminaban por la ciudad rumbo a la taberna. Al igual que todos los distritos, cuando la guerra finalizó Shigansina comenzó a cambiar. El distrito empezó a expandirse más allá de los límites de la muralla María. La paz había llegado y con ella, la prosperidad. Los avances científicos y tecnológicos llegaban desde todas las partes del mundo. La red ferroviaria y la electricidad resultaron ser una verdadera revolución. Cuando pasaba por la estación, Eren aun observaba el ferrocarril como si fuera una novedad, a pesar de que lo había visto mucho antes, en Mare.

—No he dormido nada. —Connei bostezó. Se había dejado crecer el pelo y la perilla y, a pesar de haber ganado algunos centímetros, continuaba siendo un enano—. No te haces una idea de lo complicado que es lidiar con una mujer embarazada. ¡Pues imagínate con Sasha! Si ya comía como una bestia antes de quedarse preñada, ahora no me come a mí porque no puede. Anoche se despertó a las dos de la madrugada y me dijo: «¿Me traes unas patatas asadas?». ¡La madre que me parió! ¿De dónde saco yo patatas asadas a las tantas de la noche, eh?

Eren le dio una palmadita en la espalda. Siete meses atrás, Connei había llegado a la casa cuartel eufórico, gritando que iba a ser padre. Jean, desde su oficina, lo escuchó y salió a ver a qué se debía tanto alboroto. El soldado Springer lo agarró de las solapas de la camisa y chilló: «¡Sasha está embarazada, Caracaballo!». Poco o nada le importó que Jean Kirstein fuera capitán y el sucesor de la comandante Hanji Zoe.

—Ese es el castigo por incapacitar a la mejor tiradora de la Legión —dijo Eren.

—Necesito una cerveza —afirmó Connei—. Venga, vamos a brindar por mi paternidad.

Brindaban por su paternidad a diario.

Eren estaba conforme con su vida. La sangre y la muerte se habían acabado. No más guerra. Erdia había firmado los tratados de paz; la reina Historia había estrechado la mano a los dirigentes de Mare. Armin, el laureado estratega, dejó el ejército y se convirtió en escritor. A pesar de esto, la Legión solía recurrir a él en algunas ocasiones. La siguiente en colgar la capa verde (temporalmente, o eso quería pensar Eren) fue Mikasa, que surcaba horizontes desconocidos. El teniente Jaeger vivía al fin una vida tranquila, pero sentía que le faltaba algo. Después de tantas batallas, la paz era una novedad a la que costaba acostumbrarse.

Caminaron por las calles atestadas de gente. Los carruajes iban de un lado a otro y los mercaderes anunciaban sus productos a voz de grito. Pasaron por un jardín; bajo el gazebo, tocaba una pequeña orquesta de violines y clarinetes. El perfume de las flores impregnaba el ambiente como si fuera primavera.

—¿Y cómo vas tú, Eren? ¿Algún amorío que tengas que contarle a tu buen amigo Connei?

—Pues no.

—¡Vamos, teniente Jaeger, no sea usted así de seco! —Rio Connei—. ¿Vas mucho por el burdel?

—Cállate.

Los dos hombres continuaron su camino por las transitadas avenidas de la parte nueva de Shigansina, donde los edificios se alzaban fuera del muro. Connei comentó la desidia que mostraban algunos novatos que habían ingresado en la Legión y que, tal vez, conocer al jubilado Keith Shadis les ayudaría. Eren propuso un entrenamiento exhaustivo con Levi Ackerman, mano derecha de la comandante y azote de vagos. Doblaron una esquina y el teniente Jaeger miró de soslayo hacia un carruaje que pasó a su lado.

Entonces la vio.

Sus ojos se abrieron de par en par. Fue un instante, algo tan breve como un suspiro. Connei le preguntó que por qué se había detenido, pero Eren lo ignoró y se dio la vuelta, siguiendo con la mirada aquel vehículo. Estaba completamente seguro de lo que había visto; tras la ventanilla, aquel rostro níveo, aquellos ojos grises, dos monedas de plata que se cruzaron con su mirar durante una milésima de segundo. No podía creerlo. Su amigo debió ver cómo su semblante transmutó a un gesto de estupor, como si hubiera visto a un muerto, y le preguntó que qué ocurría. El teniente Jaeger salió disparado como una flecha. Connei lo llamaba: ¡Oye Eren, pero qué haces!

A penas la había visto de refilón. Podía ser otra persona, pero, aun así, corría tras aquel carruaje convencido de que su pálpito no estaba errado.

—¡Eh! —gritaba Connei, quien se tropezó con un muchacho y cayó al suelo.

Cuando el carruaje se detuvo, una mujer abrió la portezuela. Eren la observó a unos metros de distancia. Cabello negro, largo como una cascada de ónice. Llevaba una mochila al hombro. Su mirada, curiosa y desorientada, conectó con la de Eren. Ella pestañeó y tardó unos segundos en reconocerlo; sus labios se curvaron en una pequeñísima sonrisa. Él sentía que le faltaba el aire y, de repente, viejos recuerdos llegaron a su mente.

«—Está caliente, ¿verdad? Ven, vamos a casa. A nuestra casa».

Llevaba la bufanda puesta.

—¿Eren? —preguntó.

El teniente se alegró de escuchar aquella voz entonando su nombre.

—Sí, sí... Soy yo.

Antes de que Mikasa dijera algo, Eren ya la había abrazado.

o.o.o.o.o.o.o

o.o.o.o.o.o.o

Hola, lectorcillos y lectorcillas.He aquí un fanfic de Shigeki no Kyojin. Porque sí, porque me da la gana. Porque yo lo valgo.Venga, hasta la próxima.