ENTRE SUS MANOS

-I-

Tan ajustado su vestido como el corset que le inmovilizaba la espalda, tan recta que sus pechos sobresalían turgentes por encima de su pomposo escote de encaje blanco, del más fino algodón que el dinero de su padre podía comprar. La joven observó su rozagante reflejo en el espejo mientras se contoneaba coqueta, batiendo los bucles largos que una de sus escoltas le había arreglado. Se sonrió a sí misma y luego al grupo de cuatro señoritas que la acompañaban. Contemplo sus amplias sonrisas, extasiada ya que, por supuesto, se veía excelente. No había cabello fuera de lugar ni hilo suelto en todo el cuadro de perfección que ella era. Y muy a pesar del exagerado control que debía tener sobre su respiración, no tenía desperdicio si miraba su reflejo una vez más.

—Seguro volverá con más de un pretendiente, señorita— dijo una y el resto rio con cierta timidez, muy propia ante un comentario tan atrevido.

—Van a pelearse por invitarme a bailar— contestó Bulma contemplándose y, aunque el grupo de señoritas volvió a reir, ella no estaba bromeando. Su tono confiado y calmo las confundió, aunque rieron mecánicamente.

Inspeccionó con especial rigor su aspecto. Sus escoltas espolvorearon su nariz y se encargaron de rociarla delicadamente con su perfume más caro. Ajustaron por última vez el corset de Bulma y cuando su cintura no pudo ceder un milímetro más, esponjaron su opulenta falda rosa.

—Está hermosa, señorita— le dijo una, fascinada por las finas telas del suntuoso vestido y sus lujosos bordados en hilo dorado, tan brillante que parecía hecho de oro puro.

—Lo sé—contestó y en su voz no cupo un residuo de duda.

Entre las cuatro la ayudaron a subirse a su coche, luego de ayudar a su madre y su elegante vestido azul francia.

Bulma escuchó esa noche tantos halagos que en cierto punto dejó de oírlos para simplemente contestar un gracias de aspecto autómata. Poco de ello notó su distraída madre, que contemplaba por las ventanas de carruaje a los jóvenes congregándose!. Soltaba suspiros que Bulma no notaba por estar demasiado concentrada en cada ínfimo aspecto de su persona. Se revisó el maquillaje en un espejo de bolsillo una vez más antes de bajar del carruaje y se acomodó el escote con disimulo.

Había sido tan exhaustivamente educada para ese día, que sentía el futuro ante ella, muy probablemente encontraría allí a su futuro esposo, al hombre que cuidaría de ella y de sus hijos por el resto de su vida. Tal y como debía ser, como se esperaba de ella. Y como era una dama fina de sociedad, con una dote más grande que la fortuna entera de muchos de los allí presentes, debía ser muy selectiva sobre los hombres a los que les permitiría compartir su tiempo esa noche.

Al bajar del carruaje, un atento joven de aja estatura recibió sus abrigos, mientras las escoltaba diligente hasta la entrada de la suntuosa mansión DEL Conde Headmund, un viejo amigo de su padre. Constituía el evento social del año, y Bulma se había preparado varios meses con antelación. Hacía poco había cumplido dieciséis años y estaba pronta a iniciar su propia familia. Por supuesto, con la lujosa vida que acostumbraba, no se conformaría con cualquier pretendiente, estaba firmemente decidida a encontrar al mejor.

—Qué hermoso vestido —le dijo Segovia, una compañera de clases—. No lo compraste aquí ¿no es cierto?

—Me lo trajo mi padre en un viaje al extranjero —contestó abanicando ligeramente su falda.

La joven rubia de impecables bucles recogidos esbozó una forzada sonrisa.

—Qué suerte…

Pero, a pesar de su evidente disgusto, permaneció junto a ella por el resto de la velada.

Alrededor de Bulma, como en todas las reuniones sociales a las que asistía, se suscitó un amplio grupo de jovencitas de su edad. La mayoría en la misma situación que ella, en búsqueda de un esposo adecuado.

—Su padre es dueño de muchas tierras en el occidente del país —le dijo Tali al oído señalando con extremo disimulo a un joven que bebía vino del otro lado del salón.

Bulma se imaginó a su lado, tomados de la mano. ¿Se verían bien juntos? Sus hijos debían ser atractivos, sin lugar a dudas.

—Él es Iva, su padre es gerente del Banco Central y dicen que pronto se retirará y dejará a su hijo en su lugar.

—Tiene los dientes muy chuecos… —dijo Bulma entre dientes cuando cruzaron miradas y el caballero le sonrió.

Un buenmozo joven le ofreció una copa de vino blanco, que aceptó por cortesía ya que no estaba del todo segura de si podría ingerir algo con su corset tan brutalmente ajustado. Se mojó los labios con el borde de su copa y continuó conversando con el resto de señoritas, quienes una a una se retiraban del círculo para bailar con cordiales caballeros.

—¿No vas a bailar con nadie? —le cuestionó otra muchacha de cabello negro.

—Estoy esperando al adecuado, Milk. ¿Y tú?

Bulma ya había rechazado a poco menos de la mitad de los presentes. Se estaba comportando en extremo quisquillosa, al punto en el que nadie parecía alcanzar el estándar imaginario que ella se había establecido. Sin embargo Milk parecía menos pretenciosa que ella y allí estaba, mirando de un lado al otro con el ceño fruncido.

—No vino la persona que esperaba.

Notó de inmediato el ferviente rubor de sus mejillas al nombrarlo, pero no le dijo nada.

Sin darse cuenta, luego de rechazar uno tras otro a los gallardos caballeros que se le acercaban, se terminó por completo la copa de vino que tenía entre las manos. Luego de entregarle la copa a un mozo percibió el bochorno en su rostro y el sofocante calor que la recorría. Y es que ese vestido era tan ajustado y pomposo que era francamente sorprendente que no se hubiera desmallado ya por la falta de aire. Cuando ya no soportó, se disculpó con sus amistades y se retiró. Pasó junto a la orquesta que tocaba una tranquila melodía y caminó con leve dificultad hasta la puerta del balcón. Al salir notó que varias horas había pasado ya desde que llegó. Se apoyó contra la baranda de granito y soltó el poco aire que sus pulmones habían logrado respirar. Miró el ocaso anaranjado y rosa y luego se limpió la frente perlada.

—Maldito vestido…

—Hump… —escuchó a sus espaldas.

Sobresaltada, Bulma se volteó para encontrarse con un caballero reclinado en la pared junto a la puerta por la que había salido. Se ruborizó aún más de lo que ya estaba y se cubrió apenada los labios.

No era nada propio escuchar a una mujer de su edad soltando improperios, y mucho menos en un evento social de tal calibre. Eso podría incluso dañar su reputación. Miró con horror al caballero que, luego de mirarla por un breve instante, volteó a otro lado.

Tenía los brazos cruzados, pero incluso en esa posición Bulma pudo ver los delicados grabados en los botones de su chaqueta.

Vestía un chal azul oscuro, casi negro, y debajo una camisa blanca impoluta.

—Di… disculpe —se apresuró apenada.

Se inclinó levemente ante el caballero y esperó por un instante una respuesta que nunca recibió.

¿Cómo se atrevía a ignorarla? Al contrario debería estar extasiado de estar en su sola presencia, sobre todo cuando ella había rechazado a todos los hombres que se le habían acercado. ¿Cómo podía no aprovechar semejante oportunidad para cortejarla?

Bulma se irguió sobre sus exorbitantemente caros zapatos y se cruzó de brazos. El hombre, luego de percibir el incómodo silencio entre ellos dos, se giró una vez más al ofuscado rostro de la jovencita que tenía en frente.

—¿Qué no va a decir nada? —le recriminó.

—¿Y qué se supone que debo decir? Mocosa mal educada.

El tenue rosa de sus mejillas se volvió bermellón en un instante. Bulma jamás había sido insultada de esa manera y estaba escandalizada por lo que acababa de suceder.

—¿Mal educada? —cuestionó y se acercó a él a pasos agigantados—. ¿Acaso no sabes con quién estás hablando? He recibido a las mejores institutrices y han estado honrados de enseñarme, incluso muchos de ellos han encontrado sus servicios inútiles conmigo ya que resulto ser mucho más inteligente que cualquier otra mujer que hayan conocido.

—Quizás olvidaron enseñarte modales, o tal vez consideraron inútil enseñártelos ya que pareces no haberlos aprendido en absoluto.

—¡¿Cómo te atreves?!

El hombre repentinamente sonrió de costado. Bulma encontró en ese gesto una especie de reto, un incentivo extraño para incitarla a continuar con esa contienda. Sin embargo lo miró con cierta irritación y tomó con fuerza la falda de su vestido para retirarse.

—Engreído.

Salió nuevamente por la puerta, la orquesta continuaba tocando una hermosa melodía y muchos de los presentes bailaban en el medio del salón. Rapidamente regresó al grupo de mujeres que frecuentaba y, tratando de disimular su enfado, intentó colarse en la conversación que se estaba dando entre ellas.

—Escuché que Pea está muy interesada en él, pero es una tonta si cree que sentará cabeza con ella.

—Dicen que deshonró a varias muchachas.

—No las culpo… —suspiró una.

—Debe ser habitué de los burdeles, tiene un aspecto temible.

—Tiene mucho dinero, se ha hecho cargo de los negocios de su familia desde hace varios años. Sus padres murieron en un accidente.

—Oigan… —soltó Bulma entre susurros—, ¿de quién hablan?

—De él —contestó Milk, señalando al caballero con quien se había encontrado en el balcón.

Había salido poco después de ella, y estaba del otro lado acomodando los gemelos de su chaqueta. Junto a él había otro, más pequeño y también muy bien vestido. El más alto lo miraba con molestia, mientras que el pequeño parecía explicarle algo. Ambos se veían fastidiados.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Vegeta y Tarble Ouji, no se los suele ver en estos eventos.

—Parece ser que el señor Vegeta está siendo obligado por sus familiares a buscar una esposa, como es propio, ya que no tiene nadie a quién heredar su fortuna salvo su hermano y parientes lejanos.

—Es uno de los más ricos del país… después de tu familia Bulma, por supuesto.

Repentinamente sintió las manos de su madre sosteniéndola por los hombros. Se acercó ansiosa a su oído y, en lo que ella creía que era un susurro, le dijo:

—Bulma, ese es el caballero que había estado esperando. Es muy apuesto, ¿no crees?

—¡Mamá! ¿Qué no ves que todas dicen que es un aprovechador?

—Ay, dale una oportunidad Bulma, estoy segura que te invitará a bailar.

—¡Ya llegó! —soltó en un chillido una de las tantas muchachas.

La atención del grupo entonces se desvió a un nuevo postulante que acababa de ingresar. Tan elegante era su traje negro que se logró escuchar un suspiro generalizado de las damas presentes. Bulma encontró su mirada oscura levemente seductora. Tenía una sonrisa muy calma y caminaba como si la tierra no existiera. Con tanta naturalidad que encandilaba.

Él la miró directamente y Bulma se sobresaltó, saliendo de su ensimismamiento. Le sonrió e inmediatamente Bulma hizo un gesto de saludarlo. El caballero no tardó en acercase a ella y extender su mano para sostener la de ella. Bulma tragó saliva y con delicadeza le entregó su muñeca.

Sintió el tibio tacto de sus labios contra su nívea piel, y luego de besarla no la soltó sino que la acercó a su pecho.

—Moriría por el placer de ser el primero en bailar con usted, señorita Bulma —le dijo en el tono más galante que había escuchado.

Black era uno de los hombres más deseados de la ciudad. Lo conocía desde hacía varios años, ya que incurría en varios negocios con su padre y tenían una cordial relación. Ella siempre había sentido un interés de parte suya, sin embargo parecía estar esperando a que ella cumpliera una edad apropiada para hacer su primer avance.

Él no esperó por su respuesta y, tomándola de la mano la llevó al centro de la pista. Repentinamente Bulma sintió que todos los ojos del salón estaban encima de ella.

La mano de Black se extendió con delicadeza por el arco de su espalda y la sostuvo con dulce firmeza. Sin darse cuenta la estaba llevando a recorrer la pista y en sus pasos se sentía una belleza abrazadora. Black parecía personificar la perfección absoluta. Para cuando la música se detuvo, una ola de aplausos se escuchó a su alrededor, y el caballero se inclinó ante ella una vez más y por segunda vez besó su mano, como si se tratara de algo sagrado.

Bulma encontró su presencia un tanto abrumadora, siempre lo había sido. En cada mirada suya, en cada sonrisa suficiente. Le parecía también un personaje un poco excéntrico. Sin embargo su visión de Black no coincidía en lo más mínimo a la reputación que conocía de él. Era tan respetado como deseado.

Bulma regresó al grupo, al lado de su madre y escuchó los comentarios de sus amigas con un poco de orgullo.

—Seguro intentará cortejarte.

—Mantenlo interesado.

—Son una pareja ideal.

Tan ideal que en el fondo Bulma no estaba del todo convencida.

Luego de un par de canciones más, volvió su mirada a Vegeta, quien permanecía con el ceño fruncido y al parecer ni siquiera le prestaba atención a su joven hermano, quien no dejaba de hablarle.

—No tienes que casarte ahora mismo —le insistió—. Ya hiciste el esfuerzo de venir hasta aquí, los dos lo hicimos. Si prefieres yo lo hago primero y luego tú.

—No necesito que me enseñes cómo hacerlo, imbécil.

—No estás haciendo nada. Has estado parado aquí hace una hora, y todavía no has saludado a ninguna. Esto es bochornoso.

—Te recuerdo que estamos aquí por tus constantes quejas.

—No me quejaría si cumplieras con tus obligaciones.

—¡Ja! Cuando me muera heredaras todo, ¿no quieres hacerte cargo de mis obligaciones?

—No me encanta la idea.

—Qué molesto eres.

—No más que tú…

Luego de otro insoportablemente largo silencio, Tarble continuó un poco más desganado.

—Solo una. Una pieza con cualquiera. No te pido más que eso.

—De acuerdo, una pieza y me largo.

—Perfecto, como quieras.

Había rechazado dos invitaciones más, cuando Black parecía listo para volver a invitarla a bailar con él. Entonces comenzó a sonar una de las piezas favoritas de Bulma. Siempre le había gustado aquella canción y aunque había intentado dominar el violín, no resultaba particularmente talentosa en ello. Sin embargo disfrutaba mucho escucharla, era sublime y romántica, aunque al mismo tiempo un poco triste y melancólica. Tan concentrada estaba en el trabajo de la orquesta que no percibió al caballero que se encontraba parado junto ella.

Él se aclaró la garganta, con la esperanza de captar su atención sin la necesidad de hablarle. Tampoco conocía su nombre, no se lo había preguntado en ese breve instante inoportuno que compartieron.

Bulma miró a Vegeta, firme a su derecha, y él extendió su mano enguantada frente a ella.

Aunque no lo admitiera, Bulma estaba sorprendida de verlo allí. Observó el gesto y luego se volvió a sus ojos negros. Pudo ver en sus mejillas un leve rastro de rubor, pero no supo distinguir a qué se debía.

Mientras aun sonaba su canción, ella hizo el gesto con su muñeca de extenderla por sobre la mano enguantada de él, pero cuando Vegeta estaba a punto de tomarla para bailar, Bulma retiró su mano y se cruzó de brazos. Alzó el mentón y giró su rostro al otro lado, tal y como él le había hecho en el balcón.

—Ni pienses que bailaré con un hombre tan descortés como tú.

Vegeta alzó las cejas estupefacto.

Si lo pensaba con sinceridad, quizás la había elegido porque era la única persona, además de su hermano, con quien había cruzado algunas palabras.

Cerró su mano con fuerza y se giró sin decirle todos los improperios que deseaba. Ya había cumplido, técnicamente, con los términos de Tarble. Ser rechazado no estaba entre sus planes pero ahora podía largarse sin tener que bailar con nadie más.

Bulma lo vio darse la vuelta, pasar junto a Tarble quien, casi tan ofuscado como él, se retiró siguiendo sus pasos. Miró de reojo todo su trayecto hasta que se perdió entre la multitud.

Por supuesto no se iba a arrepentir de ello, era una dama fina que merecía las mejores compañías y no sería deshonrada por un hombre sin escrúpulos como parecía ser él.

—¿No crees que fuiste un poco grosera con ese muchacho? —cuestionó su madre, en un tono preocupado.

—Mamá, tu oíste su reputación. No puedo permitirme que me relacionen con ese tipo de hombres.

Dos noches después de aquel día, Black y su padre festejaron el cierre de un negocio que le traería prosperidad a ambos. Supuso que por ello él se estaba tomando algo de tiempo en extenderle una invitación a pasar tiempo con él. Era lo que se esperaría de un caballero tan correcto como era Black.

Los días pasaron y Bulma continuó con su rutina, asistió a sus reuniones de té con sus amigas de la alta sociedad y recibió como de costumbre, las clases particulares de sus institutrices.

Fue sino hasta un mes después que su desdicha comenzó a tomar lugar.

—No vino el profesor —le dijo a su madre, quien se maquillaba en el tocador de su dormitorio—. Qué descortés, podríamos haber reprogramado la clase.

—Oh, querida… —comenzó en un tono nervioso—. Tu profesor no vendrá por un tiempo. No te preocupes, es temporal. Hasta que la situación se normalice.

—¿Qué situación?

—Bueno, esperábamos no tener que contártelo, pero el último negocio de tu padre no ha salido tan bien como esperábamos. Y tu padre había invertido en ello gran parte de su capital.

—Te refieres al negocio que cerró con el Conde Black.

—Sí…

La joven intentó ocultar su preocupación, pero con el pasar de pocos días comenzó a notar más recortes en el presupuesto de su familia. Pasaron de treinta y cinco empleados a sólo cuatro. La mansión comenzaba a verse descuidada, sobretodo porque tuvieron que despedir al jardinero y su madre no podía ocuparse del cuidado de tan opulentas rosaledas por sí misma.

Poco a poco Bulma vio cómo las pertenencias en su hogar desaparecían una a una, desde las más caras hasta las más comunes.

Al cabo de tres meses se encontraba viviendo en una mansión gigantesca casi vacía y sin servidumbre. Su madre había vendido sus más finas joyas, incluyendo su vestido de bodas. Bulma había entregado con dolor aquel vestido rosa con bordados dorados que le habían traído de Francia, como regalo por su cumpleaños número dieciséis.

Lo peor llegó cuando su anciano padre se enfermó y los gastos médicos consumieron lo poco que les quedaba, incluída la dote de Bulma. Para cuando ese dinero se acabó, también lo fue la vida de Briefs.

Tanto fue el sufrimiento de su familia que su frágil madre, viuda, enfermó gravemente al poco tiempo para acompañar a su añorado esposo.

Desolada, Bulma saldó las deudas de su familia entregando la mansión al banco.

Se había desvanecido por completo toda su vida y su futuro en un abrir y cerrar de ojos. Ahora era huérfana, y todo el capital del que disponía yacía escondido en el bolsillo de uno de sus vestidos más simples.

Tristemente, debía continuar viviendo.

Sin embargo estaba decidida a recuperar la vida ostentosa que acababa de perder. Tantos hombres la habían pretendido, y no podían haber desaparecido. Seguramente encontraría asilo en una de sus mansiones. Tendría que casarse con uno pero eso sería suficiente para volver a las comodidades a las que estaba acostumbrada. No parecía suponer tan gran sacrificio.

Al tocar la primera puerta fue recibida con cierta incomodidad. La dejaron esperando por casi treinta minutos en el recibidor de la mansión y cuando finalmente fue atendida, fue bienvenida por la madre del joven Emuel, le informaron que él había viajado por negocios junto con su padre, pero amablemente se ofreció a entregarle un mensaje de su parte a su regreso.

—No… no se moleste, gracias —contestó Bulma.

Repentinamente, como jamás en su vida le había sucedido, se sintió una paria.

En la segunda mansión la recibieron de la misma manera, como si tuviera una enfermedad infecciosa y estuvieran a punto de contagiarse. Bulma se marchó de la misma manera.

Quizás si no sería recibida por aquellos que una vez la pretendieron, sería recibida por sus cuantiosas amigas. Por supuesto no la rechazarían en su momento de mayor necesidad.

Sin embargo se llevó la sorpresa de que algunas ni siquiera le abrieron la puerta.

Resignada, sentada en una fuente con todas sus pertenencias en una cartera, analizó sus opciones. Podía pedir refugio en un monasterio, ahí le darían de comer y tendría un techo sobre su cabeza todas las noches, pero la idea de volverse devota a Dios y rechazar el contacto de algún hombre durante el resto de su vida no le resultaba muy atractiva.

Desistiendo de la idea del monasterio, no había más opción que buscar trabajo. Había tenido tantas criadas en la vida como días en un año, las había visto trabajar y por ende creía que sabía, más o menos, en qué consistían sus tareas.

No sabía cocinar pero sí podía limpiar si se lo proponía.

Con decisión tocó la sexta puerta del día, ya se hacía tarde y temía no encontrar un lugar en el cual dormir para cuando llegara la noche.

Al abrirse la puerta se encontró con una mujer que aparentaba unos cuarenta años, sumamente delgada y con el rostro consumido. Sus pómulos se veían incipientes debajo de las bolsas de sus ojos. La miró de arriba hacia abajo, y luego enfrentó su mirada con un aspecto casi tétrico.

—¿Qué quieres? —le preguntó y se cruzó de brazos.

Ella nunca había escuchado a las personas que trabajaban para ella dirigirse de un modo tan descortés hacia un invitado. Aunque pensándolo bien ella tampoco había sido invitada.

—Perdone, mi señora —comenzó, soltando cada palabra con especial rigor—. No tengo dónde pasar la noche, me… me preguntaba si aquí necesitaban a alguien para realizar tareas de limpieza, le prometo esforzarme en mis tareas —Todo aquello lo dijo inclinada, mirando la punta de sus zapatos. Luego, al no escuchar una respuesta se volvió a erguir y miró nuevamente a la mujer que analizaba sus palabras.

—Puede ser… —le dijo.

Bulma no pudo evitar sonreír con esperanza al escuchar esas palabras

Poco sabía ella lo lejos estaba de librarse de su terrible infortunio…


N/A: A quien le interese saber la melodía que escuchaba Bulma cuando Vegeta la invitó a bailar puede buscarla como Nocturne de Chopin, por David Garrett.

Un agradecimiento especial a Levys Martinez por facilitarme la imagen y otro a Ashril Fraser por ayudarme a elaborar la idea de este fanfic.