(N/A larga. Nuevo fandom, nueva presentación Xd)

En un futuro, cuando mis hijos me pregunten cual era mi don cuando tenía su edad, yo los hare sentarse y les diré "hijos, yo tenía un don especial de ver a dos personajes que apenas se hablaban como pareja. Espero que ustedes lo hayan heredado y sirvan con honor al fandom."

¡Es que es impresionante! Siempre me gustan ships demasiado cracks xD Así que, repitamos: ¡Alola! ¿Cómo están, sunshines? ¡Es un placer entrar con un longfic a este fandom! Nuevo año, ¡nuevo fic! Cuando termine Ultra Moon, dije "tengo que escribir de esto conchetumare." ¡Y aquí estoy! xD

El primer capítulo de esto está listo xD Incluso, no habría prologo antes, pero se me dio la santa gana de que lo hubiera. So… Espero les guste, que tiene harto amor 3 Ah, y antes de que lo pregunten: Si, tengo un maldito crush en Helio.

Enjoy!


Prólogo: Despertar

El legendario abrió un portal, respirando agitadamente por las heridas. Le escocían, pero no podía quejarse. El más mínimo sonido delataría su posición, un solo movimiento mal hecho y estaría perdido. Su acompañante lo sabía, por lo que igualmente mantuvo el silencio mientras atravesaban el negro portal.

El mayor de los legendarios llegó a un cementerio. En él, aterrizó en un claro, levantando polvo cuando sus patas tocaron tierra. Agachó la cabeza, permitiéndole a su acompañante saltar al suelo de una distancia segura. Este se volteó a verlo, pero la enorme bestia alzó su mirada dorada al cielo.

—Ya viene —le dijo. Su voz, suave, rompió un largo silencio—. ¿Qué harás? Puedo enfrentarme a él. Eso te dará tiempo para-

—No —le respondió la bestia, analizando las estrellas. Su voz, profunda y cavernosa, le invitó a quedarse en silencio—. Vete de aquí, Mew. No te hará daño a ti también. Ya derrotaron a Palkia y Dialga, no quiero que te haga lo mismo a ti.

—¿Y qué hare? ¿Dejarte solo? ¡Eres mi amigo! —le respondió el pequeño, temblando. ¡No podía estar pidiéndole eso enserio!—. ¡No puedo hacer eso! ¿Qué haremos sin ti? Si el enloquece…

—No me matara, no puede —le respondió susurrando el mayor, agitando la enorme cola. Apreciaba a su amigo por su preocupación, y por eso mismo no podía permitirle quedarse—. Por favor, vete. Él no sabe que estas de mi lado. Protege nuestras esperanzas a futuro. Él hará que Dialga y Palkia se pongan en contra mía.

—P-pero… —Mew frunció el ceño, aguantándose las lágrimas. Había adoptado la forma de un humano, pequeño, cuyos ojos aún azules y su cabello rosado eran lo único que recordaban a su forma original—. Por favor… —le rogó al ver que no aceptaría—. Sobrevive.

—No soy fácil de matar —respondió Giratina en voz profunda, pero su amigo lo conocía lo suficiente para percibir el tono de risa—. Tranquilo. Nos volveremos a ver, pero no pronto.

—Lo sé. —Mew sabía que debía irse, pero eso no evito que avanzara y abrazara la pata de Giratina. Por el tamaño que tenía, no podía ni siquiera terminar de rodearla, pero la fría piel de su amigo logró calmar sus emociones—. Te esperare. Elegiré bien.

—Lo sé. Por eso te confió la elección.

Mew retrocedió. Giratina se agachó a su nivel, permitiéndole a su amigo acariciarle la fría armadura que le rodeaba el rostro. Dolía, porque ambos sabían que sería la última vez que se verían en muchos años.

—Lucha hasta el final.

—Claro. Ese amorfo vera que le daré una buena cicatriz antes de perder.

Mew se permitió reír. Retrocedió, se giró y, sin volver la mirada, se perdió en los negros bosques cercanos al cementerio. Giratina lo siguió con su mirada dorada hasta que no pudo verlo, y alzó la mirada en el momento exacto en el que el cielo se partía en un tajo dorado.

De él emergió el creador de los Pokémon. Su luz se esparció por el cementerio, pero hubo un punto en el que la luz marcó un círculo alrededor de la sombra que ejercía el cuerpo de Giratina. El legendario miró fijamente al recién llegado, con la amenaza danzando en sus ojos.

—Hola… padre —saludó sarcástico. Apenas lo hizo, tuvo que saltar hacia atrás para esquivar una llamarada que quemó el lugar donde él estuvo segundos antes—. Yo también te extrañe.

—Giratina, señor de la antimateria —exclamó el creador, deteniéndose solemnemente en el cielo, con las tablas de los elementos girando a su alrededor—. Se te acusa de traición al asesinar a un grupo de humanos y Pokemón por igual. ¿Cómo te declaras?

Giratina lo miró fijamente, y Arceus le devolvió la mirada. En los ojos verde claro de su "padre", como el acostumbraba llamar a su creador, pudo ver un mensaje. "No te dejare tomar el control de mi reino." Era casi como si su padre le estuviera diciendo eso.

—Culpable —le respondió, pero no se refería al cargo que le daban. No, le estaba diciendo a su padre que el si lo haría: el tomaría el control del reino. Y definitivamente sería un mejor rey del que estaba siendo su padre—. Castígame, padre. O atrévete a intentarlo.

Los ojos de Arceus destellaron. Giratina sabía que, estando tan herido como estaba, perdería en un enfrentamiento directo, pero por eso ideó bien su táctica. Tomó aire, y le lanzo un Pulso Dragón. Como esperaba, su padre solo la bloqueó con la tabla de hielo. Se dio un impulso con las alas y se adentró en su propio ataque, acercándose a su padre sin que él lo notara.

Cerró los ojos, sabiendo que le iba a doler más a él lo que pasaría después. Tomó aire, y concentró sus energías. Preparó el ataque, y una vez junto a su padre le golpeó con todas sus fuerzas con una Esfera Aural, justo entre las aberturas del arco de su torso. Arceus soltó un grito de dolor, ladeándose y mirándolo con odio en sus ojos verdes.

Giratina abrió los ojos, y lo miró con sorna. Intentó que una leve sonrisa se adueñara de su rostro al ver a su padre colocándose de frente a él, intentando cubrir su herida. Estaba seguro de que su ataque le dejaría una cicatriz, una hermosa cicatriz que nunca podría borrar.

Recibió de lleno el Rayo Hielo, que le golpeó en el pecho, donde tendría su corazón si fuera un humano… o si no fuera inmortal. Enseñó los dientes, desafiando a la muerte a venir por él, mientras caía al suelo generando un terremoto. Le dolía el lomo y el pecho, congelado, pero eso no evitó que luchara por ponerse de pie.

—Te destierro —escuchó antes de que ese dolor le atravesara, haciéndolo volver a caer. ¿Qué demonios estaba haciéndole Arceus? ¿Cómo podía estar causándole tanto dolor? Alzó la cabeza para verlo, y lo vio a su lado, con todas las tablas brillando a su alrededor.

—¿Q-que me estas h-haciendo?

Una nueva oleada de dolor le hizo soltar un atronador aullido. Pensó en Mew, quien seguramente había escuchado aquello y pensaba devolverse, por lo que apretó los dientes aguantándose otro grito. Arceus alzó una tabla, la que cuidaba el poder de todos los Pokemón fantasma.

¿En que estaba pensando el desgraciado?

—Te condeno a vagar en un mundo alterno, cuyas leyes desafían a lo normal. —Arceus hizo un movimiento con la cabeza—. Hasta ahora, por tus venas solo corría sangre dragón. No puedo matarte… pero puedo hacer que te sientas como un muerto.

La tabla violeta se alzó, y se enterró en el pecho de Giratina. El legendario apretó aún más los dientes, sudando, mientras que la tabla se enterraba más y más en su pecho. No lo había notado, pero su cuerpo estaba dejando de ejercer sombra… y estaba cambiando.

—Vete de aquí, Giratina.

—Nunca —gruñó él, intentando ponerse en pie, pero no lo logró. ¿Dónde estaban sus patas? Bajó la mirada, pero no las encontró. Incluso, estaba… ¿flotando en el aire? ¿Y su sombra?—. ¿Qué me hiciste?

—Tu cuerpo no podría adaptarse a las condiciones de tu nuevo hogar —le respondió Arceus, alzándose frente a él—. Así que te hice un pequeño favor, cambiando tu cuerpo. ¡Felicidades! Oficialmente eres un fantasma, Giratina.

El dragón tardó en procesar lo ocurrido. Miró dolorosamente a Arceus, quien le devolvió una mirada neutra, e intentó ponerse en pie. El dolor que sacudió su cuerpo con solo el intento casi le hizo desistir, pero insistió hasta que logró enderezarse, volviendo a estar frente a frente a su creador.

—¡¿Qué me hiciste?! —volvió a preguntar, sintiendo la ira sacudiendo su cuerpo—. ¡Me convertiste en un… en un…!

—Monstruo —le respondió con un oscuro deleite el creador. Arceus hizo un movimiento con la cabeza: la tabla dragón impactó contra el cuerpo de Giratina en el costado, provocándole soltar un nuevo aullido mientras caía de nuevo. No podía moverse—. Oh, perdona. ¿Te dolió?

—¿T-tanto como a ti t-te duele el c-costado ahora? No. —La mirada verde de Arceus se llenó del más puro odio, pero Giratina solo lo miró con un destello de risa en sus ojos dorados—. C-cada vez que c-creas que e-estas cómodo, te d-dolerá. Y me r-recordaras. V-volveré, p-padre. Y tomare m-mi lugar —juró, sabiendo que su tiempo en ese mundo se acababa.

—Estaré esperando para matarte de una vez.

Giratina, a pesar del dolor que le provocó en el pecho hacerlo, permitió que una risa se le escapara. Sabía que, en su nueva forma, su hocico estaca igualmente cubierto por la armadura, pero también sabía que su padre había visto su intención en sus ojos.

—T-te desafió a i-intentarlo, p-padre. T-todos me r-respetan a mí.

—Vete ya de aquí, oscuro —le recriminó el creador, apoyando sus patas en el pecho de Giratina, causándole más dolor. Pero el legendario fantasma no se quejaría, no frente a él—. Te destierro por tu violencia, dañándome a mí y a mis hijos. Te prohíbo regresar a nuestro mundo.

Giratina quiso responder, pero sentía el cuerpo agarrotado. Luchó por tomar aire para, por lo menos, gruñirle, pero el suelo bajo sus pies se desvaneció. Lo último que sus ojos dorados percibieron fue la mirada, incluso, aterrada que le daba Arceus, antes de caer en la inconsciencia.


Pasaron siglos. Luego de un tiempo, había logrado volver a su forma original, pero el muy desgraciado lo había hecho bien. Había sellado su poder, aún faltaba tiempo… aún faltaba un sacrificio.

Acostumbraba a observar y cuidar su antiguo mundo tanto como el actual. Él era mejor rey que su padre, eso estaba claro, porque él no habría permitido que las guerras que hacían los humanos o Pokémon llegaran a ese extremo. Tantas muertes… le enfermaba saber que su padre no hacía nada por ello.

En ese momento, observaba atentamente a ese humano, el de cabello azul. Su sueño de tener su propio mundo… no lo juzgaba. Cada quien elige su deseo. Pero Helio empezó a ganarse su odio cuando lo vio atrapando a Azelf, Mesprit y Uxie. Ellos solían visitarlo, porque sabían la llave para ir a su mundo, y por ello les había agarrado aprecio.

Ese humano los llevó a la Columna Lanza. Giratina amaba ese lugar, pues al estar allí se sentía más cerca al que antaño era su hogar, no era difícil estar allí porque nunca iban humanos. Cuando vio a algunos humanos destruyendo algunos pilares del lugar, sintió su furia arder, por lo que les envió una pequeña llama que les quemó el trasero y los hizo correr hacia su superior, haciéndolo reír.

Digno castigo para una travesura, pensó, riendo suavemente.

Entonces llegaron los otros. Una mujer adulta, rubia, acompañada de otro chico rubio y de una chica de cabello azulado. El chico no parecía interesante, pero las dos mujeres tenían un aura de poder que le parecía conocida. Por ello, no le sorprendió que intentaran acercarse a el hombre para… ¿Detenerlo?

¿Por qué querrían hacer aquello, si el solo quería cumplir su deseo? Un mundo perfecto, sin errores, ¿no era lo que muchos querían? Vale, lo estaba buscando de la manera equivocada, pero era su única solución.

El hombre igualmente lo logró. Pero, al hacerlo, provocó un error en el espacio-tiempo, llamando a Dialga y Palkia. Por ello, y sabiendo que esos dos no eran igual desde que Arceus los atacó, tuvo que intervenir. Fue sencillo: abrió el portal, en medio del asombro de todos, y sin darle oportunidad a sus hermanos de hacer algo tomó al líder y volvió al Mundo Distorsión.

El hombre tardó en reaccionar. Giratina lo dejo sobre una de las tantas rocas destrozadas que había por allí, e hizo una pequeña muralla que protegió al humano de la gravedad alterada. El peliazul, lejos de parecer asustado, parecía más bien… curioso.

—¿Quién eres? —le preguntó. Su voz, madura, sorprendió a Giratina—. ¿Eres un dios?

—No estoy lejos de serlo —respondió, intentando sonreír—. Soy Giratina, señor de la antimateria —se presentó. Ese era el único nombre que seguía gustándole, porque "monstruo" y "asesino" no sonaban nada bien para presentarse.

El recién llegado parecía asombrado.

—¿El de las leyendas? —preguntó—. ¿El desterrado por su violencia?

—Si —gruñó Giratina, perdiendo de golpe el buen humor. Así que ese rumor había esparcido Arceus de él, ¿eh?—. ¿Qué sabes tú de eso, humano? ¿Quién eres?

Probablemente fue su tono el que provocó que una de las pokeballs que tenía el peliazul en el bolsillo se abriera. De ella salió un Crobat que lo miró amenazante. Giratina tardó en percibir que el Pokémon quería defender a su entrenador.

—Helio —se presentó el hombre, aunque Giratina ya sabía su nombre—. Líder del equipo Galaxia.

—Un placer —gruñó Giratina, algo perdido. Llevaba años sin estar frente a un humano, y se la hacía raro que fuera en el Mundo Distorsión—. ¿Qué querías hacer con la Cadena Roja? ¿Sabes que estabas dañando a Uxie, Mesprit y Azelf?

Helio, lejos de estar dándole atención, paseaba la mirada por el lugar, con un extraño brillo en los ojos oscuros. Luego, volvió a mirar a Giratina a los ojos, solo con Crobat de por medio.

—¿Alguien más vive aquí?

—Solo yo —respondió el legendario, algo incómodo. ¿Cómo un humano se atrevía a preguntarle tan directamente?—. ¿Por qué?

—Tu… eres un Pokemón —susurró, bajando la mirada, ausente—. Aquí no hay humanos…

—Estas tú —marcó.

—Pero yo… soy el rey… —Helio volvió a alzar la mirada—. Si no hay humanos, no hay sentimientos. Un mundo perfecto —declaró, sin apartar sus ojos oscuros de los de Giratina. Crobat pareció reconocer al legendario, porque retrocedió y se apoyó en el hombro de su entrenador—. ¿Puedo quedarme aquí?

¿De verdad Helio acababa de pedirle eso? Lo miró unos segundos, esperando que se rompiera y empezara a llorar rogándole volver a su hogar, pero el líder del Equipo Galaxia no apartaba sus ojos de los de él.

—¿De verdad quieres quedarte aquí? No hay nada más que yo, tú y tus Pokémon —informó, sacudiendo la cola, deseoso de tener las patas en tierra para juguetear con el suelo—. ¿Por qué te querrías quedar?

—El mundo era débil—respondió Helio, sereno—. Estaba lleno de sentimientos. Aquí, si no hay nadie más, estará bien. ¿Puedo?

Giratina ladeó el rostro, aún confuso, pero luego asintió sacudiendo la cola. A Helio y a Crobat los rodeó un aura oscura que luego se disipó.

—Claro que si —le dijo. Aunque la petición fuera rara, él, cómo rey, debía cumplírsela—. Ya no pasaras hambre, acabo de colocarte un hechizo —informó—. Puedes pasearte por aquí, y… —¿Qué más podía hacer allí? No lo sabía.

Helio tomó las pokeballs de su bolsillo, y las lanzó al aire. Un Honchkrow, un Weavile y un Houndoom salieron de ellas, y miraron fijamente a su entrenador.

—Este es nuestro hogar —les dijo—. Son libres de hacer lo que deseen.

Giratina quiso reír. El entrenador era serio, y bastante frio, pero el Crobat que seguía apoyado en su hombro demostraba que no trataba mal a sus Pokémon, y que incluso podía quererlos… un poco.

Los Pokémon, lejos de querer alejarse, rodearon a su entrenador y lo siguieron cuando él se acercó a una cascada, donde liberó a Gyarados. Luego, simplemente se sentó en el suelo, y cerró los ojos.

Vaya sujeto fue a encontrar.

Giratina iba a alejarse para darle su espacio y para ir a pasear por allí observando su hogar, pero un dolor le atravesó el pecho. Soltó un rugido, y cayó contra una de las superficies flotantes provocando un terremoto.

Helio se levantó enseguida y se acercó, con sus Pokémon siguiéndolo.

—¿Qué ocurre?

Giratina tragó saliva, mirando fijamente a Helio. ¿Debería contarle que pasaba? Helio lo miraba casi con desinterés, pero con una leve pizca de preocupación en sus ojos oscuros. Los Pokémon rodearon al legendario, dándole calor y disminuyendo un poco su dolor.

—¿Q-que se cuenta de A-Arceus en tu m-mundo?

—El legendario creador de la vida —informó Helio, asintiendo—. Ahora mismo está durmiendo, recuperando energías, mientras que Mew vigila nuestro mundo. —Eso hizo al legendario sonreír—. Él te desterró, ¿no? —finalizó el peliazul.

—Exacto, él lo hizo. —Giratina recuperó su forma original para ponerse en pie, pero los Pokémon seguían rodeándolo. Él gruñó—. ¿Adoran a Arceus? Él no los quiere. Tantas guerras… tantas muertes…

—Lo sé —respondió Helio, negando con la cabeza—. No me interesa, tampoco.

Giratina rodó los ojos.

—Él va a atacar, pronto —respondió el legendario, tragando saliva. Estaba asustado. No había recuperado todos sus poderes después del ataque, por más que hubiera pasado tanto tiempo—. Quiere reiniciar el mundo por la corrupción. Eso no habría pasado si él hubiera tomado medidas, pero claro —Un hondo gruñido nació de su pecho—, él no se equivoca.

—¿Y qué podemos hacer?

—La única opción es luchar —respondió, sacudiéndose. Miró a Helio, provocándole una sonrisa cuando notó la mirada en el rostro del entrenador—. ¿Quieres pelear? Pensé que no te importaba el otro mundo.

—Solo me importa una Ciudad. No quiero que le pase algo —dijo, manteniendo su porte sereno—. Quiero luchar por ellos. —Sus Pokemón asintieron, aun abrazados a Giratina.

El legendario quiso sonreír. Así que de eso era el aura que había sentido en el entrenador: un aura noble, de aquellos que se mantienen con la amabilidad que a él tanto le gustaba. ¿Habría más gente con esa aura en el mundo?

—Bien. A prepararnos, entonces. —Giratina habría deseado nunca tener que decir esas palabras. Sabía que venía destrucción, sabía que habría muerte. Pero también sabía que Arceus aún se resentía por la herida de su costado—. La guerra se acerca.


En la Sala del Orden, múltiples legendarios estaban presentes, solo… esperando. Ho-Oh se alzó, resintiendo de alguna manera la ausencia de Lugia a su lado, y sacudió las alas.

—¡Preséntate, creador! ¡Anhelamos ver tu rostro!

Un tajo dorado se abrió en el centro de la sala, bañándola de luz. De él, emergió Arceus, con los ojos cerrados, haciendo que los presentes se arrodillaran o inclinaran la cabeza. El creador abrió de golpe los ojos, enviando una corriente de viento que sacudió el pelaje o las plumas de los legendarios.

—Hola, hijos míos —saludó sonriendo, intentando enderezarse. Por ello, no pudo disimular la mueca de dolor que se adueñó de su rostro al tensar el costado, donde una cicatriz circular destacaba en la piel albina—. La hora se acerca. He de destruir el mal.

Arceus sabía que eso era mentira. Él solo quería destruir de una vez por todas a Giratina, tomar venganza por la herida aún dolorosa de su costado, ser por fin el rey absoluto del universo. Porque, si Giratina dejaba de existir…

—Han de buscar a aquellos con el aura benigna, y destruirla. Los que lo logren, serán premiados con un lugar a mi lado.

… Nada ni nadie podría enfrentarse a él.