EL CASO DE LA UNICORNIO ROSA


Prólogo

La Plaza de la Torre Roja

Se acercaba el Día de los Corazones Cálidos.

Canterlot hervía de actividad a causa de este hecho. Los ponis hacían sus compras, en medio de la nieve, y parecían un torrente verde y rojo atravesando una página en blanco. Las luces se encenderían por la noche, algunas ya lo estaban, como constelaciones en miniatura, y no faltaban los muñecos de nieve, levantados en un lugar y en otro de las calles o los jardines de las casas. Ya se sentía el aire a alegría y fiesta en la ciudad.

La Plaza de la Torre Roja era un lugar antiguo, una de las primeras plazas de Canterlot. Algunos decían que ya estaba ahí cuando la ciudad no era más que tres casas y las Princesas aún no nacían; otros que no era tan antigua, que había sido construida en tiempos de Star Swirl el Barbudo por él mismo. Eso sí, todos estaban de acuerdo en que tenía más de mil años de antigüedad, y cada siglo había dejado una marca distintiva en su diseño: seguía el modelo pentagonal de la Edad Preclásica, pero los árboles aún son protegidos por pequeños entomuros de ladrillos, al estilo de la Edad Clásica; en el centro había una pequeña construcción coronada por una cúpula, que en su origen, allá en la Edad Moderna, servía como refugio contra los bombardeos, pues conectaba a una supuesta red de catacumbas bajo la ciudad, pero hoy en día es usado como almacén para los cuidadores de las áreas verdes; las bancas de madera y los kioscos son una adición de la Edad Actual, bastante recientes.

La Torre Roja estaba en una cuadra al norte de la plaza. La construcción era definitivamente antigua, y adolecía de una gran falta de mantención: por alguna razón, pese a su aspecto extremadamente deteriorado, jamás nadie había visto que se derrumbara una humilde teja. Nadie sabía con qué material estaba construida, pues los magos de la División Mágica de la Guardia Real la habían clausurado con infranqueables hechizos; sólo sabían que era de un color rojo oscuro, que al mojarse con la lluvia adquiría el color del vino, y las tejas eran de un rojo que casi parecía rosado.

Sí, la Torre coronaba la plaza, y eran varios quienes la miraban desde las bancas, principalmente artistas que obtenían inspiración de ella; pero no pocos le tenían cierto temor, como si en su interior ocultara alguna clase de monstruo inmortal.

Sea como fuera, la Plaza siempre recibía bastantes ponis, quienes la usaban como atajo o simplemente iban a descansar en ella. Aquel día, muchos ponis se detenían ahí, para descansar unos momentos antes de regresar a sus casas.

Un pegaso gris y de crin negra, un adolescente, se detuvo a comprar unas papas fritas a un joven lobo gris, que arrastraba una pequeña carreta con mercancía.

Un poni terrestre de color marrón, ojos verde claro y crin negra, con una Cutie Mark en forma de cráneo dorado, leía el periódico en una banca.

Una unicornio rosa, de ojos verdes y crin rubia, con Cutie Mark en forma de media luna dorada, contemplaba la Torre Roja con extrema atención.

Un delgado grifo, de cabeza gris y el resto del cuerpo negro, fuma despreocupadamente bajo un árbol nevado.

El momento se volvió tan íntimo como un libro olvidado. Y entonces, un grito rompió el aire, y alertó a todos los ponis presentes en la Plaza de la Torre Roja, una yegua que gritó:

—¡AYUDA! ¡SE LLEVAN A MI HIJA!