Un año atrás.
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No sé cuál de todos los sentidos, es que el prefiero mas. Tal vez si lo sé.
Me gusta el sabor, disfrutar una comida, o un buen vino.
Me gusta escuchar, sobre todo un buen par de canciones, cuando después de una larga jornada, por fin puedo acostarme. Quedarme dormido con los audífonos puestos, con la música a todo volumen y despertar sobresaltado, cuando el modo aleatorio me tira una canción de rock.
Aunque, no soy bueno para escuchar problemas ajenos, me aburro con facilidad. Mi madre dice que a veces, suelo ser un poco egocéntrico. Que me gusta hablar de mí. Y creo que tiene razón. Al menos un tiempo atrás la tenía. Ahora, soy un hombre solitario. No hablo con nadie y a nadie le confió, mi vida.
Volviendo al tema de los sentidos, el tacto es lo de menos. Si, aunque usted no lo crea, no poder sentir lo que se toca, me da igual.
El olfato es necesario. Pero no sé hasta qué punto.
El que más amo, es la vista. Aunque recién ahora, he podido entender que tan necesario es al menos en mi vida.
Algunos dicen, no sé quién, que cuando falta un sentido, los demás se agudizan. ¿De qué me sirve? Si no lo podre ver.
Creo que la vista, es el sentido que llega al alma. Es aquello que nos deja ver y dejar ver el interior. El mío, el del otro.
No solo eso, pienso que la belleza se canaliza a través de los ojos. Siento que miles de emociones viajan a través de una mirada.
He logrado entenderlas, y catalogarlas.
La que más me gusta, es la cómplice. La veo a diario en mis estudiantes. En ellos hay inocencia, y juventud. También amor, sobre todo eso.
Con solo ver, como ellos en el más completo de los silencios, se dicen tantas cosas con solo un par de ojos, me hace simplemente envidiarlos.
Miradas cómplices, inocentes, juveniles, amorosas y nerviosas…un combo extraordinario de la adolescencia. Un combo extraordinario de los amantes.
Un combo de sentires y emociones, que realmente anéelo volver a sentir.
Pero todo se desvanecerá tan pronto.
Ahora no tengo tiempo de buscar ese tipo de miradas. Ahora me estoy conformando con admirar el sol, el cielo azul y todas las estrella posibles.
Estoy tratando de crear en mi mente recuerdos potentes, que no me hagan extrañar esto.
Estoy tratando de creer que todo será igual el día que la luz se apague por completo.
Simplemente estoy tratando de disfrutar lo que nunca supe aprovechar.
El cursor de Word seguía latente esperando más palabras.
Aunque tal vez ya había terminado. Tal vez se había quedado sin expresiones, o sin ánimos.
Un par de ojos se clavo en esas palabras y las memorizo una por una.
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-¡Nee nee Sensei!
Hinata Sensei levanto la vista desde donde estaba y le costó encontrar el rostro de quien le llamaba. Hasta que un brazo en el aire le hizo ver la dirección.
-¿Qué ocurre señorita Ruka?
Un murmullo mezclado de palabras y risas se extendió por todo el terreno femenino.
-¿Qué edad tiene?
Más murmullos y más risas.
Sensei sin perder un mínimo de su conocida seriedad respondió. – 30. ¿Ese dato es necesario para interpretar el poema de la tarea?-
La joven en cuestión se ruborizo y bajo su mirada.
Sensei extendió su risa jovial, la cual le quitaba fácil unos 5 años, y reconforto con una mirada de complicidad a su alumna.
-Señorita Ruka, por favor empiece usted.
Con un si potente, la jovencita se paro al lado de su pupitre y leyó un poema de algún autor occidental.
A Hinata, le agradaban los autores hispanoamericanos. Y en su afán de apasionar a sus alumnos, también había estudiado idiomas, y los traducía por su cuenta.
Una vez conto, que si lo veían sus ex compañeros de clase, se sorprenderían. No quedaba nada de aquel joven que odiaba estudiar, que reprobaba con tanta facilidad, pero que era un excelente deportista. Ahora todo era al revés.
…
Hinata escucho con atención como aquella señorita, sin ningún problema recitaba el poema de memoria.
Desvió su mirada hacia la derecha y a mitad de los bancos, clavo su mirada. Achico los ojos para centrar la visión y los volvió a abrir de forma grande y cautivadora.
-¿Usted que cree señor Kageyama?
Kageyama Tobio, se sobresalto al escuchar su nombre y volteo su cabeza al frente.
Con gran agilidad se puso de pie, y quedo esperando allí.
-¿usted que cree?- volvió a preguntar.
La señorita se sentó de nuevo, algo abrumada por la interrupción, y presto atención, como todos, al nuevo centro de atención.
-Disculpe señor, yo no
Hinata tomo un par de hojas de su escritorio y parándose al frente y centro, recito:
-Mejor ahora, antes de sentarse en la mesa con vinos agrios, que hay lluvias escurriendo por los ojos, antes de que se cuelguen las esperas y queden pendientes las penumbras y el ocaso. Antes de que el café se enfriara y las copas estallen como jadeos en pleno combate.
Volvió a dejar las copias en su mesa y en el más completo de los silencios, observo con determinación a ese alumno callado que rara vez prestaba atención. Y que a veces su total desinterés solía poner de mal humor a Hinata.
-¿Qué cree que al autor desea expresar?
-No lo sé.
Hinata asintió mirando el piso, como si siempre hubiese esperado esa respuesta.
-lo entiendo. ¿Al menos podría prestar más atención? Entiendo que a tu edad te llame la atención de las chicas teniendo deportes en la cancha de enfrente, pero en mi clase vas a necesitar una buena excusa para no aprender a interpretar.
Kageyama se sonrojo y sus ojos azules brillaron con algo de nerviosismo y angustia. No era eso, no estaba viendo a las mujeres hacer ejercicio. Eso era lo de menos. Simplemente pensaba. Nada más.
Se sentó aun sonrojado y no quiso explicar. A veces era mejor callar.
Hinata recorrió todo el terreno del aula, con su paso lento, y con la tranquilidad que había adquirido después de su adolescencia.
-A veces es mejor ahora- replico- es mejor en este preciso momento apreciar la vida humana, la vida del otro, de ese al que queremos y apreciar lo que tenemos. Y no digo lo material, digo de apreciar las pequeñas cosas que vemos y sentimos todos los días. Un día desaparecerán, y llegaremos a la misma conclusión: debí haber disfrutado más.
Las muchachas seguían su andar con ojos hipnóticos y se sonrojaban cuando él les dedicaba una mirada. Pero más allá de eso, Hinata parecía ser inmune al sutil aroma hormonal que él podía desprenderles a ella. No lo notaba. Tal vez porque era mucho mayor. O tal vez porque no le interesaban y ya.
Los murmullos se entorpecieron más, cuando el encanto se termino. Hinata Sensei, escribía los temas que entrarían en el examen de esa temporada.
Escribió con lentitud, mirando en un viejo cuaderno, que parecía hecho a mano, al menos las costuras así lo dejaban ver.
A veces se detenía y observaba con determinación, como si le costase, acomodaba sus gafas y proseguía.
Hinata no era muy alto, pero solía vestirse de forma elegante.
Usaba solamente jeans, color negro y algunos azules oscuros. Y solía ponerse un suéter rojo los días de invierno que iban bien con ese color de pelo tan endemoniadamente pelirrojo, que por cierto, por esos días, estaban un poco más largo de lo normal, y algún mechón caía sobre su cara.
¿Qué le llama la atención del público femenino? Tal vez, sus grandes ojos, que se apreciaban aun con esos grandes lentes que no se quitaba nunca, su sonrisa grande y perfecta. O tal vez, la calidez para tratar a todos. Aunque era serio y callado, era una persona amable con un tono de voz tranquilo, casi apagado, pero que te daba una gran seguridad al momento de hablar seriamente.
Ese día, usaba un jean negro, con una camisa blanca, un poco suelta. Hacía calor, los últimos días del verano, solían ser los más intensos. Esta vez la lucia arremangada y suelta, caía libremente sobre la parte de atrás, tallando de manera atractiva su figura. Y se podía apreciar una delgadez que más de uno envidiaba.
Solía usar zapatillas bajas, y era tal vez el único profesor de allí, que usaba zapatos deportivos.
Sonrió de manera amable y antes de desaminar a sus alumnos con todos los temas dados, prometió que las próximas clases, solo serian de ayuda para todo aquel que tuviera dudas. Incluso, se comprometió a quedarse después de hora para aquellos que tuvieran problemas graves.
Se sentó despacio y dando una última mirada, saco sus gafas y descanso sus ojos de aquel día.
Acomodo con tranquilidad el desorden de su escritorio y varias de las mujeres se acercaron a él para decirles de forma efusiva que se quedarían después de clases para ayuda extra. Él, en la forma más sincera e inocente, agradeció aquel gesto de querer aprender más y charlaron sobre cuantas horas más, después del fin de turno, se podían quedar.
Cuando sonó el timbre, la euforia amorosa por Hinata se desvaneció, y como todos los adolescentes, deseaban huir un poco de aquellas responsabilidades.
Hinata acomodo su maletín y colocándose de nuevo aquellas gafas, observo que Kageyama Tobio, aun no había salido.
-¿Se quedara después de hora?
-No lo sé.
-Yo creo que es necesario. Puedo ayudarte.
Kageyama Tobio negó de manera efusiva y se levanto de su escritorio.
Paso junto a Hinata, y a sus 17 años fácilmente, le sacaba cabeza y media. Era, obviamente, mucho más alto.
-No estaba mirando a las mujeres hacer ejercicio- balbuceo nervioso.
-Escucha Kageyama-kun no tengo problemas con eso, solo presta atención a la clase.
-No estaba haciendo eso.
-¿no?
-No. Simplemente estaba pensando.
-¿En qué?
Kageyama Tobio bajo su mirada y con mucha fuerza de voluntad respondió: -En usted.
Hinata se sorprendió y en un acto reflejo, dio un paso atrás. Claramente, la persona que solía abrumar algunas veces sus noches, no podía estar diciendo eso. Claramente no.
Y quedo en silencio, tenía un poco de miedo, que si se lanzaba a hacer conjeturas, el único que perdería fuese él.
Pero, es que el joven Kageyama, con sus grandes ojos azules, era él que tenía la culpa de que ninguna de esas chicas lanzadas de sus alumnas pareciese atractivas.
Antes de que todo se oscureciera, tenía el propósito de grabar aquella mirada y ese rostro juvenil, que solía visitarle en sueños, y que a pesar de saber que tan mal estaba pensar de esa forma en un alumno, peor aun es que fuera hombre.
No tenía ganas de amar. Claramente no. Pero es que al parecer eso del amor, llega sin preguntar. Y bueno, había que aguantarse todos esos sentimientos perturbadores que trae consigo.
Pero a Hinata, después de todo, no es que le preocupara mucho los sentimientos. Porque estarían allí, le gustase o no. Pero la nitidez de ver el rostro de Tobio-kun rojizo y abrumado era los más bonito del mundo, lo más adorable. Y ahora tenía un problema más, no le bastaba con solo memorizar y recordar aquellos ojos azules, ahora quería también, conservar en su memoria aquel momento. Aquel segundo. Por siempre antes de que fuera tarde.
Cerró los ojos a modo de inmortalizar aquel rostro nuevo en Tobio y suspiro casi silenciosamente.
-Yo leí…accidentalmente su computador aquel día que me llamo a la sala de profesores. ¿Qué significa? ¿Es un poema o es verdad?
Y sin que la decepción se apoderara de su rostro, Hinata respiro nuevamente, como si se hubiese detenido un largo tiempo. Se sentó de nuevo en la silla de su escritorio.
Y aunque su madre le dijera que solía ser egocéntrico, después de mucho tiempo, volvió a hablar de él. Con alguien que de verdad se interesaba.
Tobio escucho todo, cada palabra. Lo escucho de verdad.
…
…
…
Continuara.