Hertdfordshire, Inglaterra, 1800

Siempre había encontrado fascinante el ritmo que conllevaba la escritura, al menos cuando era otro el que lo estaba haciendo. Sumergir la pluma en el tintero, escribir una línea, volver a sumergir la pluma, escribir otra línea. El sonido de la pluma rasgando el papel rompía el silencio de la noche, únicamente acompañado por la acompasada respiración de lady Hermione Granger, que alborotaba los rizos rubios de la muñeca que sostenía contra su pecho.

Se abrazó con mas fuerza a la muñeca y asomó la cabeza por el umbral de la puerta.

Seguro que su madre era consciente de su presencia. Ella siempre sabia todo lo que pasaba en la casa, incluso que Hermione solía escaparse del cuarto infantil en cuanto la niñera se quedaba dormida.

Aquellas escapadas nocturnas no escondían ninguna maldad. El único momento en que podía encontrar a su madre sola era al caer la tarde, cuando se sentaba en su escritorio a la luz de una vela, rodeada de libros y papeles.

Su progenitora era hermosa, tranquila y poseía todas las virtudes que ella quería tener cuando creciera. Algún día se convertiría en una dama con su propio escritorio y pluma, y escribiría importantes misivas en mitad de la noche. Por supuesto, primero tendría que aprender a sujetar bien la tiza y escribir la letra A. No era lo mismo que pintar con acuarelas. La niñera le había asegurado que solo era cuestión de tiempo y que muy pronto aprendería a escribir con la misma fluidez que su madre y hermana. Al principio, a todo el mundo le costaba.

- Lo verás mejor si te sientas en una silla –dijo su madre, volteando su cabeza y sonriendo a la pequeña. Le hizo señas para que se acercase.

Sus pequeños pies descalzos apenas hicieron ruido sobre el frío suelo de madera mientras se aproximaba al escritorio con la muñeca salpicada de pintura bajo el brazo.

Después, trepó a la silla tapizada de azul junto al escritorio y se concentró en el movimiento de la mano de su madre, que había reanudado la escritura.

- ¿Qué estás haciendo?

Su madre se detuvo y dejó la pluma a un lado antes de soplar ligeramente la página llena de líneas con garabatos negros.

- Escribir una carta a tu tía. Me llegó una suya esta mañana hablando de un potro particularmente bueno y yo le estoy contando lo del nuevo abanico que pintaste ayer.

Hermione volvió a mirar el papel pero no entendió como era posible que toda esa tinta negra pudiera decirle nada a la tía Elizabeth sobre el abanico verde cubierto de flores púrpuras y doradas.

- ¿Por qué?

Su madre se echó a reír y se inclinó para darle un beso en la cabeza.

- Porque, querida, una dama siempre responde a la correspondencia sin demora. Sobre todo cuando es de la familia. Es una de las formas que las damas tenemos que demostrar nuestra estima por la otra persona. En cuanto a tu abanico, es porque ha sido un esfuerzo increíble para una niña de tan solo cinco años.

- Oh –se detuvo a pensar en todas las veces que había visto a su madre sentada sobre ese escritorio, mojando la pluma en el tintero y escribiendo durante lo que le parecían horas- debes de conocer a muchas personas.

Su madre volvió a sonreír mientras doblaba la carta cuidadosamente.

- Querida, cuando eres duquesa parece que todo el mundo quiere conocer tu opinión sobre algo. A algunos les tengo mas aprecio que a otros y disfruto intercambiando correspondencia con ellos, pero una dama siempre tiene que ser educada, incluso en sus misivas.

Hermione miró al otro lado del escritorio, hacia la pila de hojas que habían sido dobladas de forma similar. A la izquierda de las cartas, vio un gran libro con las tapas de cuero.

- ¿Para quién es ese, madre? Debes de tener a esa persona en muy alta estima.

La risa de su progenitora resonó en la estancia mientras agarraba el libro y lo colocaba frente a ella sobre el escritorio.

- Son las cuentas de nuestra propiedad

Hermione se puso la muñeca bajo la barbilla, ya que el áspero pelo de ésta le picaba en la mejilla.

- ¿También has escrito cosas sobre mi abanico ahí dentro?

- No, querida –rió con mas alegría.

La sentó sobre su regazo. Rodeó con el brazo a su hija y levantó la tapa del libro, revelando mas líneas negras y recuadros con números.

- Ese es el nueve –señaló Hermione con orgullo.

- Asi es. Eso es lo que le hemos pagado al joven Colin por cargar todas las cajas de carbón esta semana –movió su dedo desde el número hacia la palabra que habia en el lado izquierdo de la página- ¿lo ves? He puesto su nombre aquí, junto con la cantidad que le hemos pagado.

- ¿Fred ya no trabaja para nosotros? –frunció el ceño la niña.

- Si, pero ha tenido un percance con su hermano. Está enfermo –buscó en el estante cerca del escritorio y sacó otro libro de cuero, de color marrón, lo abrió y buscó con la mirada- tienen algunos problemas asi que contratamos a Colin para ayudarlo.

- ¡Hala! ¿Todo eso lo sabes por un libro? ¿Es mágico? –exclamó Hermione asombrada.

- No, querida, no es mágico pero es un pequeño secreto. Algún dia, te encargarás de tu propia casa y serás de ayuda idónea para tu marido con este tipo de cosas. Deberás apuntarlo todo. Una dama siempre debe saber lo que sucede en su casa. Si falla, afectará a toda su familia.

Hermione deslizó los dedos por una página, recorriendo todas las palabras. Su madre hizo un gesto de aprobación.

- Algún dia tendre un libro como este.

- Si, te lo recomiendo

- ¿Y éste también? –señaló el libro de cuentas.

Los ojos de su madre se empañaron de lágrimas al mismo tiempo que la apretaba con mas fuerza con el brazo que le rodeaba los hombros.

- Si Dios quiere, nunca tendras que llevar las cuentas de ninguna propiedad. Tu padre… -se le quebró la voz y tardó unos segundos en recomponerse- Tu padre siempre se encargaba de esta labor. Un dia, tu hermano me relevará de esta carga, pero hasta que no termine sus estudios me toca a mi encargarme de que todo siga funcionando sin problemas. Tambien tengo un libro mas pequeño sobre las cuentas de la casa. Ya te hablaré de ello mas adelante.

Hermione se fijó en los ojos marrones de su madre, todavía húmedos de la emoción, pero también fuertes y serenos mientras miraba a su hija pequeña.

- Cuando sea mayor, quiero ser una duquesa como tú, madre –afirmó con determinación.

Su progenitora esbozó una enorme sonrisa y la estrechó contra su pecho.

- No hay tantos duques disponibles, pero puede que tengas que conformarte con un conde. No te preocupes aun asi. Cuando tengas tu propio libro secreto, todo el mundo creerá que eres la mas atenta de las damas. Serás la envidia de la aristocracia. Y ahora dime, ¿dónde está la niñera? ¿Ha vuelto a quedarse dormida mientras te leia un cuento?

Hermione asintió con la cabeza.

- Me acuerdo donde lo dejamos

- Al menos podrás decírselo cuando recoja el libro mañana –sonrió su madre, acariciando sus cabellos castaños- se hace tarde. Deja que termine y subimos juntas.

Hermione esperó a que su madre sellara la última carta con un poco de cera y apagara las velas. Bajo el resplandor de la mortecina luz, el estudio parecia un lugar mágico, como aquellos que salían en las historias que la niñera le contaba todas las noches antes de quedarse dormida. Lo único que le faltaba era una de esas muñecas con forma de hada que hacia la madre de Colin y que vendría en la feria. Algún dia Hermione seria igual que su madre y tendría su propio estudio.

Pero con hadas de verdad.