Aviso: Viñetas sin ningún orden específico. Posible continuación del fic Life Unexpected.


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El barrio muggle que les habían asignado ese día era uno que James había visto solo un par de veces en su vida; tan distantes una de la otra que resultaba increíble que las hubiera vivido la misma persona.

Haber regresado le generaba un sentimiento agridulce. Lo avergonzaba recordar al idiota de dieciséis años que había ido allí muerto de celos y arrastrado por la necesidad de echarle un vistazo a esa pelirroja que se metía todas las noche en cada uno de sus sueños. Por otro lado, se encontraba con frecuencia rememorando al adulto —un poco menos idiota— que había ido allí para tener su primera cita real con esa misma pelirroja.

El lugar no había cambiado tanto desde esas dos ocasiones. Ese día, como entonces, estaba lleno de familias alegres que habían salido de sus casas con la intención de hacer las compras que necesitaban y de pasar un rato diferente junto a sus seres queridos.

Parecían decididos a no dejar que el clima arruinara su tarde.

James los envidiaba; para ellos, aquella bruma espesa y asfixiante era sólo consecuencia de cambios atmosféricos. Para él significaban la materialización de todos sus miedos.

Sacudió la cabeza tratando de alejar el pensamiento, al igual que los sentimientos nefastos que le apretaban el pecho. No era el momento para pensar en eso: tenía toda una guardia por delante y era necesario que se concentrara. Lo último que necesitaba era deprimirse tan pronto.

Se dedicó a echar un vistazo a su alrededor, inspeccionando el lugar tanto como se lo permitía su posición desde una esquina apartada del vecindario. En determinado momento posó la mirada en una antigua y pintoresca pastelería que le arrancó una sonrisa. Los recuerdos corrieron a su mente, iluminandolo todo.

Volvió a escuchar la voz de Lily, que llevaba días con antojo de chocolate, pidiéndole que comprara algo para el postre. Entonces, se giró para decirle a Sirius que lo cubriera un minuto mientras iba por una tarta.

La expresión que encontró en el rostro de su amigo lo hizo cerrar la boca de golpe.

Experimentó un segundo de tensión al ver el rostro contraído de Sirius, entre perdido y desencajado. James se puso en guardia de inmediato, llevando la mano hasta el bolsillo donde guardaba la varita. Siguió su mirada y estuvo a punto de preguntarle qué ocurría.

Le tomó menos de un parpadeo entenderlo todo.

Se relajó cuando miró hacia el otro de la acera, donde un grupo de niñas se entretenían saltando la cuerda. Eran cuatro en total: tres que rondaban entre los seis y siete, y otra mucho más pequeña que no debía pasar los tres años.

La misma edad de Ophelia.

Objetivamente, no se parecía en nada a ela. La niña desconocida tenía la piel mucho más tostada, el cabello oscuro y liso hasta la altura de la barbilla, todo lo contrario a la piel clara y los rulos brillantes y largos que adornaban la cabecita de su ahijada. Sin embargo, compartían la misma estatura, la misma inocencia y emoción infantil que les hacía brillar los ojos ante un juego divertido.

James sabía que era eso lo que le estaba impidiendo a Sirius apartar la mirada, lo que trataba de abstraer de la escena. Ese brillo que llevaba tres meses sin ver.

Había decidido esperar un par de segundos antes de llamar su atención hasta que le tocó el turno a la pequeña para unirse al juego. Quedó claro que no tenía experiencia cuando se enredó con la cuerda y cayó al suelo sobre sus pequeñas palmas. Una sombra de dolor atravesó su rostro al mismo tiempo que sus ojos se humedecían y hacía un mohín diminuto.

Por el rabillo del ojo, James observó como la expresión de Sirius se crispaba, alerta, y apenas le dio tiempo de tomarlo por el brazo cuando dio un paso hacia adelante.

Al principio, Sirius lo miró con sorpresa, como si hubiera olvidado que estaba junto a él o no supiera de lo que estaba hablando.

—Sirius… —James suspiró y sacudió la cabeza, comprensivo—. Esa no es Ophelia.

Tras escucharlo decir eso, a su amigo le llevó un segundo salir de su ensoñamiento anterior y regresar los pies a tierra. Como siempre, logró reponerse con rapidez, pero no la suficiente para que James no notara la fugaz sombra de pesar que surcó su rostro.

—Por supuesto que no, ¿crees que no lo sé? —Chasqueó la lengua y movió el brazo para soltarse de su agarre con brusquedad—. Mi hija es un diez en la escala de bebés. Esa niña apenas es un seis.

—Eres el único enfermo que podría calificar bebés —resopló él, riéndose para tratar de aligerar el ambiente—. ¿También clasificas a mi hijo?

—Por supuesto. Harry es un ocho, sería un diez si su cara no fuera una copia horrible de la tuya. Si el siguiente se parece más a Lily, quizás llegue al diez…

James volvió a reír, tratando de ignorar el vacío que se abrió en su estómago al pensar en su hijo. Lo dejó que siguiera soltando toda la sarta de estupideces que quisiera. Si eso lo hacía sentirse mejor, por él no había problema.

Al otro lado de la acera, las niñas habían ayudado a la más pequeña a levantarse y habían logrado que olvidara su caída para que volviera a jugar y reír, iluminando toda la calle y sus alrededores.

Sería una guardia larga en donde el sol no saldría, pero la oscuridad no tenía el totalmente camino libre.

No todavía.

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¡Hola, mis amores!

Había pasado un tiempo desde que no nos saludábamos por aquí -o en cualquier lugar- así que decidí compartirles esta mini viñeta que escribí hace unos meses y tenía guardada entre mis documentos.

Como vieron, esto fue un vistazo al futuro del fic, una escena robada de lo que veremos más adelante en nuestra historia principal. Sé que abrí muchas preguntas nuevas, pero tarde o temprano tendrán su respuesta. Me pareció que sería divertido subir esta escena llena de suspense, ojala no me odien jeje.

El capítulo nuevo de LU viene en camino, ¿ok? Solo he estado hasta el tope con las clases y el trabajo y no he podido sacarlo, pero está en proceso. Les dejó esto para que no me extrañen tanto -o sí.

Cuéntenme qué les pareció, por fiii. ¡Los quiero mucho! Nos leemos pronto. Bye.