Entrecierro los ojos hacia mi propio reflejo y hago una mueca.

—Se te terminará de caer el poco cabello que te queda si continúas parado ahí como idiota, imbécil.

Resoplo y ruedo los ojos.

—¿Lo tienes todo listo? —pregunto en lugar de responder y acomodo el nudo de la corbata por séptima y última vez. Sonrío.

—Todo. Tus ramos descansan en brazos de la cría y los míos están salvaguardados por mi Potya.

—Puma Tigre Escorpión ya debe haberle dado al menos un mordisco a alguna de las hojas, Yurio.

—¿¡Cuántas veces tendré que decirte que mi nombre no es Yurio!?

—No me dejas decirte gatito.

—¡Púdrete, viejo!

Inflo las mejillas.

—Solo tengo veintiocho, Yurio...

—¡Y ya se te notan las entradas!

Antes de que pueda contestarle con veneno, el novio de Yurio entra en la habitación. Un canadiense de cabello negro y ojos azules que insiste en que todos lo llamen JJ antes que Jean, porque su nombre es Jean Jaques Leroy. Yuri y él llevan casi una década juntos. Pueden imaginar todo lo que JJ ha sufrido.

—¿Ya están listos? La pequeña princesa está aburrida.

—Ella prefiere que la llames hechizara, JJ —le comento, divertido por la forma en que se abraza a Yuri y el rubio lo empuja, enrojeciendo en el proceso—, ¿no te lo dijo?

—Todo lo que me dijo fue "¡apura a papi y al tío gato para que pueda saludar a la abuela, a la persona especial de papi y podamos ir a por helado luego!" Tal cual.

Suelto una carcajada limpia y en consecuencia me estropeo el peinado. Ah, ya da igual. Es la ventaja de tener el cabello corto.

—Andando, entonces.

Precedo el camino hasta el primer piso e invito a Makkachin, mi fiel caniche, a que se nos una y en un dos por tres ha subido a la camioneta de JJ.

Mi auto es demasiado pequeño. Lo cambiaré para mi cumpleaños.

—¡Papi! —mi pequeña se asoma desde el asiento del copiloto, llamándome—, ¡papi, sube ya!

Asiento de buen agrado, rodeó el vehículo y abro la portezuela, recibiendo los ramos de rosas azules, dejando que baje y tomando su lugar sólo para que trepe a mi regazo en cuanto nota que me he acomodado y vuelva a hacerse con los ramos en sus brazos. Yo cierro la puerta y nos coloco el cinturón se seguridad sin perder el tiempo.

Jean y Yuri salen de casa al fin, minutos más tarde.

El primero se desliza en el asiento del conductor y el segundo va atrás con las mascotas.

—¡Vamos! —anima mi niña y se ríe cuando le hago cosquillas, Jean sonriendo enciende el motor y tomamos rumbo al cementerio.

• •

Jean se estaciona frente a la gran reja de metal pintada recientemente.

Cinturón fuera, puerta abierta, hija abajo, flores en perfecto estado y ayudar a Makkachin a pisar la acera.

Yuri carga con su gata y un ramo de tulipanes.

Jean se encarga del resto de arreglos y, tomando la mano de mi hija, todos nos adentramos en suelo sagrado.

• •

Las tumbas de la madre de Yuri y de Yuuri solo están a dos lapidas de distancia.

—¡Yuuri japonés! —mi pequeña saluda con entusiasmo hacia la placa de mármol, en donde se puede leer "Yuuri Katsuki. Amado hijo y hermano." Y debajo la fecha de nacimiento y defunción. Hoy Yuuri cumpliría treinta y seis—. ¿Sí me recuerdas? ¡Soy tu tocaya! ¡Yuuri Nikiforova! —ríe con ganas y hace un bailecito, voltea a verme y extiende las manitas, en espera de que le entregue uno de los ramos. Mi Yuuri tiene apenas seis años, el cabello negro y los ojos azules. La adopté cuando apenas era una bebé de seis meses, solo yo. Verla tan grande y tomando con toda naturalidad el hablar con una tumba sin duda me deja como un padre bastante cuestionable, pero no me importa. Le entrego el ramo que cargo con mi zurda y ella lo coloca con sumo cuidado sobre la placa, solo tapando las fechas y no el nombre.

Makkachin se acerca y olfatea la tumba de Yuuri, agitando la copa efusivamente y jadeando.

Riendo, Yuuri y yo nos acuclillamos más cerca de la placa y la tocamos, ella con la izquierda y yo con la izquierda, a casa lado.

Yuuri entonces dice unas palabras en japonés y yo hago mi mejor esfuerzo por repetirlas con una pronunciación mala.

Pasamos unos minutos en silencio y luego Yuuri me indica que irá a charlar con la madre de Yuri. Asiento y la dejo marchar, suspirando, con mi perro a mi lado.

De pronto, Makkachin eleva las orejas y echa a correr. Lo dejo hacer, que juegue, pero él vuelva y tira de mí, algo que rara vez ocurre.

Curioso; me pongo de pie, elevo el brazo para avisar que me alejaré y sido a mi perro tras recibir el visto bueno de la pareja ruso-canadiense.

• •

Hay estatuas de ángeles cuyos nombres desconozco por todas partes. Makkachin sigue avanzando y yo casi tengo que trotar para poder seguirle el paso. Por muy edad avanzada con la que cuente, se mueve como un cachorro cuando se lo propone.

Y, se detiene.

Una suave risa es lo que oído detrás mío y me volteo, esperando ver a mi hija, risueña. Pero es a otro Yuuri al que me encuentro.

De pie, descalzo, vestido todo de blanco, pulcramente aseado y... alado.

Después de verlo en su peor estado, la imagen ante mí me quiebra al instante.

—Oh, no.

Pone los brazos en jarras y me mira fijamente. Su voz es suave, firme y de regaño al mismo tiempo.

—Por favor, Viktor. No tengo las que veinte minutos, así que deja de llorar.

—Yuuri... —formo un infantil puchero y Yuuri sonríe. Riendo, niega con la cabeza.

—Escúchame, ¿está bien? Tengo buenas noticias.

—Por favor no me digas que piensas llevarme, tengo a una pequeña y a un perro a mi cuidado...

—No es eso —Yuuri me mira divertido—. Guarda silencio o no te contaré nada.

Simulo cerrar mis labios como si de un cierre se tratase y arrojar la llave lejos.

Yuuri no dice nada. Me está probando.

Me mantengo firme y con los labios pegados.

—Nos encontraremos en otro vida.

Really?! —suelto emocionado—, ¿estaremos juntos?

—Eso no lo sé —Yuuri sonríe ampliamente—, lo que sí sé es que yo seré el menor. Por casi cuatro años. Mismo día de nacimiento, año diferente. Lo mismo para ti.

Casi salto en un pie.

—¡Podré abrazar a mi pequeño fantasma!

—Viktor, no vas a recordar nada de esta vida.

Oh. Claro.

—¡No importa!, ¡te abrazaré por todos los años que no fui capaz de hacerlo, ya lo verás!

—Eso me temo.

—¿Papi?

Yuuri se gira al oír la voz infantil y mi hija se le queda mirando fijamente.

—Hola —dice ella, acercándose lentamente—, ¿eres un ángel?

Como primera respuesta, Yuuri bate sus alas, de un blanco tiza.

—¿Lo soy?

Ambos Yuuris se sonríen y me permito apreciar la hermosa vista.

Yuuri Katsuki desaparecerá una vez más en menos de veinte minutos.

Cada segundo vale oro.

Doce años después, una vez más, el reencuentro. ;)

¡Gracias por leer!