Narrador omnisciente
La nieve caía sin tregua en París. Era la última noche del año y todo el mundo se preparaba con sus mejores trajes y vestidos para recibir el año nuevo como se merecía. Si alguien hubiera dicho que en la casa de los Dupain-Cheng no ocurriría nada extraordinario, se habría equivocado. Por primera vez, los Agreste irían a celebrar el año nuevo fuera de su mansión. En el mes de septiembre, Adrien Agreste y Marinette Dupain-Cheng se habían graduado en sus respectivas carreras. Cuando comenzara el mes de enero, Adrien pasaría a ser subdirector de la firma de Gabriel Agreste. Por su parte, Marinette se convertiría en la diseñadora más joven de la cadena. Sin embargo, lo extraordinario no era que Sophie Agreste hubiese decidido darle otra oportunidad a Gabriel, o que Marinette y Adrien dijeran a todo el mundo quiénes eran. Hawk Moth había dejado de molestar y Ladybug y Chat Noir habían dejado de ser tan necesarios, aunque siempre se les agradecía la patrulla nocturna.
No, lo extraordinario aún estaba por llegar. Marinette lo presentía, lo olía en el ambiente. Aquella noche sería distinta, pero no sabía decir por qué. Mientras se arreglaba y se daba los últimos toques en el maquillaje, Tikki revoloteaba a su alrededor, disfrutando del bonito vestido rojo y negro que Marinette se había confeccionado.
―Marinette, solo te quedan cinco minutos―le recordó la pequeña kwami roja, situándose junto a ella.
―Lo sé―lloriqueó Marinette, ajustándose la bonita y fina gargantilla que Adrien le había regalado por Papá Noel―. Estoy de los nervios.
―¿Y eso?
Marinette alzó una ceja y le echó una mirada a Tikki que hizo que la kwami se echara a reír.
―Sé que tú lo sabes. Y sabes que yo sé que tú lo sabes, así que no me digas que no sabes lo que sabes que yo sé que tú sabes.
―Así no te aclaras ni tú―se carcajeó Tikki.
Marinette rodó los ojos y se apartó del espejo. Estaba realmente guapa, con su pelo oscuro peinado con trenzas que creaban un bonito moño bajo, a la altura de la nuca. Se había puesto una pequeña diadema plateada, sus tacones negros y el vestido con falda de patinadora. El toque final se lo daba la preciosa gargantilla que, sin quererlo, iba a juego con la diadema. Se había maquillado más que otras veces. Le había mandado una foto a Alya y ella le había dicho que estaba más que perfecta. Sus ojos azules destacan bajo la sombra ahumada en negro y sus labios parecían más grandes gracias al nuevo labial rojo que su madre le había comprado para Navidad.
―Bueno―suspiró Marinette, ansiosa―, supongo que tendré que bajar.
En ese instante, se escuchó el sonido del timbre en la planta baja de la casa. Marinette dio un salto y cogió a toda prisa su chal y su bolso de mano antes de bajar a salón. Justo en ese instante, su madre, vestida con un traje típico chino, le habría puerta a Gabriel Agreste y su familia. Tras él, caminaba Sophie ataviada con un precioso vestido azul pavo. Marinette pensó que era demasiado apropiado y contuvo una risa histérica. Finalmente, pudo ver a Adrien entrando en su casa. Esta vez no puedo aguantarse la risa y se tapó la boca a toda prisa, atrayendo las miradas de todos. Adrien parecía haberse puesto de acuerdo con su madre, porque se había decantado por un traje negro nuevo de la firma de su padre, una camisa blanca, corbata verde oscuro y pañuelo a juego. Pero el colmo era el pequeño dibujo que se veía en la punta del pañuelo: una huella diminuta de gato en color negro.
―¿Qué haces ahí todavía, Marinette?―la regañó su madre―. Vamos, baja.
A pesar de que estaba acostumbrada a ver a Sophie y a Gabriel Agreste, Marinette no podía evitar ponerse nerviosa. Gabriel le dirigió una pequeña sonrisa y supo que sus días como villano de París habían quedado en el olvido. Por su parte, Sophie se adelantó a su marido y le dio dos besos en las mejillas.
―Estás preciosa, Marinette―la alagó Sophie, haciéndola sonrojar.
―Te quedas corta, mamá―comentó Adrien, dando un par de pasos hacia ella y cogiéndole la mano.
Se la llevó a los labios y le dio un casto beso en los nudillos que hizo que a Marinette le entraran los siete calores. Ajenos al bochorno que sentía su hija, los Dupain-Cheng guiaron a los padres de Adrien a la mesa. Los hijos de ambas parejas se quedaron un segundo atrás. Adrien aprovechó ese momento para alzar una mano y pasear el pulgar por los labios de su novia.
―No se quita―comentó Adrien con un murmullo.
―No―dijo Marinette, poniéndole las manos sobre el pecho y levantado la cara para poder darle un beso―. ¿Ves? No estás marcado y yo no estoy sucia.
―Por ahora―Adrien le guiñó un ojo y ambos sonrieron.
Cogidos de la mano, caminaron hacia la mesa y se sentaron el uno junto al otro. La cena fue distendida, con conversaciones banales sobre el futuro de sus hijos, sobre sus planes de trabajar juntos. También comentaron algunos aspectos sobre la panadería/pastelería de los padres de Marinette y sobre la nueva línea de ropa que Gabriel Agreste había sacado al mercado. Al parecer, se había inspirado en los Prodigios y en sus colores para crear algo alternativo. Marinette había sido la artífice de aquella idea cuando le presentó unos bocetos a principios de verano. Gabriel los aceptó de inmediato y, desde entonces, la hija de los Dupain-Cheng se dedicó a llevarle dibujos e ideas al que sería su jefe muy pronto.
En cuanto terminaron de cenar y de tomar los ricos postres hechos por Marinette y su padre, todos ayudaron a recoger la mesa y se prepararon para que dieran las doce de la noche. Apenas quedaban cinco minutos cuando en el salón de la casa se hizo el silencio. Marinette se tensó y los miró a todos. Se sorprendió al ver que la observaban a ella y a quien tenía a su lado. Temerosa, giró la cabeza y se encontró con los chispeantes ojos verdes de Adrien. Él contuvo una sonrisa y, pillando por sorpresa a la chica que tenía ante él, se sacó una cajita negra del bolsillo interior de la chaqueta y se arrodilló ante ella.
―No puede ser…―musitó Marinette, con los ojos desencajados y la boca tan abierta que podría fácilmente llegarle al suelo.
―Mi lady―empezó a decir entonces Adrien; Marinette se sentía las mejillas tan calientes que juró que podrían estallar en cualquier momento―. El otro día estuve hablando con mi padre y me dijo que estaba loco. Después, le dije a mi madre lo mismo que a mi padre y me dijo que había esperado demasiado. Al día siguiente, hablé con tu padre y casi me descuartiza―todos se echaron a reír por lo bajo―. Y, por último, le comenté a tu madre que quería que me hicieras el gato más feliz del mundo y me dijo que, si quería que me dijeras que sí, tenía que sorprenderte. Así que, ¡sorpresa!
―Adrien, por favor…
―De modo que―la interrumpió Adrien con dulzura―, le pedí a Alya y a Nino que me acompañaran a buscar el anillo perfecto para ti. Después de ver más de dos mil anillos, me decanté por crear uno yo mismo, aunque creo que no se acerca ni de lejos a lo que me gustaría que tuvieras―Adrien abrió la cajita y se descubrió una fina alianza de oro blanco con diamantes perfectamente esculpidos y un rubí y una esmeralda a cada uno de los lados.
―Adrien, por Dios―musitó Marinette, con el corazón en un puño y pellizcándose a escondidas para comprobar que aquello no era un sueño―. Levántate, no quiero que…
―Cásate conmigo, Mari―le rogó Adrien, conteniendo el aliento―. Estuve a punto de pedírtelo aquella tarde que viniste a verme, hace ya cinco años, pero pensé que te mataría del susto. Decidí posponerlo cuando supiera que no te daría un infarto o algo por estilo―sonrió, contagiándole la gracia a Marinette; qué bien la conocía―. Llevo cinco años esperando y preparando esto. Y no quiero empezar un año nuevo sin saber si voy a ser completamente tuyo o no.
»Así que, mi lady, ¿me harías el honor de dejarme compartir mis siete vidas contigo?
Marinette estaba bloqueada. Quería gritar, quería ponerse a saltar y llevarse a Adrien lejos de allí para poder responderle. En ese momento, el reloj dio las doce y las campanadas empezaron a sucederse sin posibilidad de retorno. Uno, dos, tres, cuatro…
―Adrien, yo…
Cinco, seis, siete…
―¿Marinette?―preguntó Adrien, temiendo una negativa.
Ocho, nueve, diez, once…
―¡SÍ!
Y doce.
Adrien tardó unos segundos en darse cuenta de que habían comenzado un nuevo año y de que Marinette le había concedido su deseo: le había dicho que sí antes de la última campanada. Como en trance, se levantó del suelo y, olvidando el anillo en su mano, atrapó a Marinette entre sus brazos y se fundió en apasionado beso con ella. Su primer beso como prometido de esa maravillosa mujer, su compañera, su mejor amiga, su consejera, su ancla, su luz, su paz y su locura.
―Te amo, te amo, te amo, te amo…―murmuraba sobre su boca, ignorando los aplausos de sus padres.
Marinette solo sabía responder a sus besos y sonreír.
―Cásate conmigo―musitó de nuevo Adrien, perdido en el azul de sus ojos.
―Sí―volvió a responder Marinette.
Adrien no esperó mucho más para ponerle el bonito y delicado anillo en la mano. Se lo colocó con la suficiente lentitud como para poder recrearse en el momento, pero fue incapaz de contenerse cuando Marinette le echó los brazos al cuello y le susurró su primer deseo del año nuevo. Sabiendo que necesitaban estar a solas, los padres de los dos héroes de París les dejaron subir a la habitación de Marinette sin problemas. En cuanto estuvieron allí y la puerta se hubo cerrado, Adrien se quitó la corbata con un solo movimiento y se preparó para darle a su futura mujer lo que le había pedido. Marinette no quería la luna, no quería las estrellas, tampoco quería ser famosa (aunque lo fuera gracias a Ladybug y a ser la novia y, ahora prometida, del modelo Adrien Agreste). Marinette no quería riquezas ni una enorme casa donde vivir. Ella se conformaba con lo que tenía ahora: un techo, una cama y a Adrien entregándole todo su amor.
Se tentaron, se desearon y se fundieron de nuevo, aunque esta vez fue diferente. Ninguno de los dos se acordó de que habían quedado con sus amigos para irse de fiesta. Ninguno fue a despedir a Gabriel y a Sophie Agreste. Ninguno se disculpó antes los padres de Marinette y tampoco recordaron que sus kwamis andaban revoloteando por allí. Todo su mundo estaba frente a ellos. Adrien lo supo desde la primera vez que la besó, fue la mayor revelación de su vida, mucho más importante que saber quién era realmente Marinette. Él había nacido para estar con ella y hacerla feliz y así lo haría durante el resto de sus días.
FIN
Bueno, pues aquí acaba una historia con miles de emociones entremezcladas. Espero que me perdonéis por haber tardado tanto en acabarla, pero he andado bastante liada y no podía ponerme a escribir -.-'. Aquí tenéis mi fanfic de Miraculous, aquí os dejo una parte de mi imaginación. Espero que hayáis disfrutado con este par de locos y que cojáis con ganas la segunda temporada (estoy tan ansiosa por ver los capítulos cuanto antes que no espero ni a que salgan en español jejeje).
En cuanto al comentario que me preguntaba sobre qué era shippear, aquí te respondo: shippear es seguir/animar a una pareja; por ejemplo, Adrien y Marinette son perfectos el uno para el otro y todos deseamos que terminen juntos en la serie, ya sea como LadyNoir o como Adrinette (en realidad, acabarán como ambos, pero a cada uno le gusta más una forma de verlos que otra).
Respecto a los demás comentarios: MIL GRACIAS por animarme, por seguir la historia, por decir lo que pensáis, por corregirme los errores (aunque os parezca raro, el corrector hace las suyas de vez en cuando), por emocionaros y por no dejarme sola en esta aventura. No sé cuándo volveré a escribiros otro fic, pero espero que sea muy pronto. Mientras, seguid soñando y sed felices con nuestra súper pareja parisina.
Un beso muy grande y hasta pronto.
¡Nos leemos!