El presentimiento llegó antes que la consciencia plena. Abrió los ojos y se quedó mirando un punto en el techo mientras sus ojos ‒de color indefinible, entre azul noche y negro pizarra– se adaptaban a la tenue claridad, con el sonido de agua cayendo de banda sonora. Agua. Se incorporó de golpe y alcanzó el teléfono para ver la hora. Las 7:56. Maldito hijo de… Enterró un gruñido en la palma de la mano, obligándose a no acabar el juramento.
Kageyama adoraba a su compañero de piso con el mismo fervor que los niños profesan hacia los superhéroes. Lo conocía desde hacía años y confiaba plenamente en él. Era fuerte, inteligente, paciente, atento y responsable, pero con las pinceladas justas de rudeza para ponerlo en su sitio cuando era menester y un grado de independencia compatible con el suyo. Si tuviese que ponerle un defecto, sería el ser con que se asociaba: cierto ente con aires de diva que impregnaba el olor a limón* por donde pasaba y que parasitaba su baño en los momentos más inoportunos.
Cogió una muda de ropa y salió al pasillo. Su dormitorio estaba justo enfrente del baño, y con la puerta abierta le llegaban los aullidos espectrales de su poltergeist particular. Puso los ojos en blanco al reconocer Roar, de Katy Perry*, desvirtuado por el eco del baño y el forzado falsete; antes él ni siquiera conocía a la cantante y ahora podría tararear cualquiera de sus singles y detallar la lista completa de sus ex. En orden cronológico.
Las malas compañías…
Se planteó aporrear la puerta, pero las probabilidades de ser ignorado eran ridículamente altas, como ya había comprobado en anteriores ocasiones. Además, después de todo el esfuerzo invertido en ser una persona medianamente civilizada prefería tomar medidas más… elegantes.
Al entrar en la zona de salón y cocina lo saludó un maullido suave y mimoso que le hizo esbozar automáticamente una sonrisa.
–Buenos días, Cottonee –murmuró, todavía con la ronquera de recién levantado, deteniéndose a prodigar un par de caricias al adormilado felino que, como su nombre sugería, parecía una gigantesca bola de algodón.
Con el gato pegado a sus talones, recorrió los pocos pasos que lo separaban del fregadero y, justo al lado, el calentador de agua. Lo apagó y contó mentalmente los segundos mientras vertía pienso en el comedero de Cottonee hasta que un estridente grito de sorpresa resonó por el piso. Se permitió una breve sonrisa de satisfacción antes de reconectar la caldera y deshacer sus pasos hasta la puerta del baño, ahora abierta.
–¡TÚ! –bramó la figura plantada en mitad del pasillo, cubierta únicamente por una toalla y con las ondas de cabello castaño pegadas a la frente.–¡Eso ha sido un golpe bajo, Tobio-chan! –lo acusó.
–No, un golpe bajo es meterte de okupa en el baño justo a mi hora, Oikawa –repuso sin levantar la voz.
–¿Te crees Sheldon Cooper?–resopló.–¿Qué clase de chiflado tiene horarios para el baño?
–Uno: no; y dos: el chiflado que paga alquiler, luz y agua –enumeró, alzando un dedo para enfatizar cada respuesta.–Si quieres montarte un karaoke en la ducha, vete a tu piso –añadió antes de cerrarle la puerta en las narices.
En realidad a Kageyama no le importaba tanto la hora a la que se duchaba; no hubiese tenido mayor problema en esperar si se hubiese tratado de Iwaizumi-san. Pero Oikawa era harina de otro costal. Aquel pirado de los aliens tomaba su baño por asalto con sus potingues y su citronela y le podían dar las uvas allí dentro. Y no. El resto del mundo seguía girando y Kageyama ni podía ni quería adaptar sus horarios a conveniencia del puñetero princeso.
Ignoró la retahíla de quejas de su antiguo senpai y se duchó con rapidez. No creía que Oikawa fuese a devolverle la jugada, ya que Iwaizumi-san le había advertido muy seriamente que no debía molestar a Tobio, pero nunca se sabía.
A las 8:16 ya estaba duchado, vestido y fuera del baño.
–…orque es el mejor compañero de piso que he tenido y no voy a dejar que me lo espantes, Tontikawa.
–¿Qué tiene de bueno? ¡Dime una sola razón!
–¿Una sola?
–Sí. Apuesto a que no puedes encontrar ni…
–Que no es tú.
Kageyama no pudo evitar soltar un resoplido de risa, a partes iguales por la crudeza de la respuesta y el lastimero Iwa-chaaaaan que vino después.
Oikawa estaba sentado a la encimera en uno de los taburetes altos, ya vestido y acabando de secarse el pelo, todo pucheritos, mientras Iwaizumi se hacía cargo del desayuno.
–Buenos días –los saludó, ignorando olímpicamente la mirada de indignación que le lanzó Oikawa cuando se sentó junto a él.
–Eres un niño consentido, Tobio-chan –comentó el castaño cuando Iwaizumi le alcanzó un cuenco de leche y cereales.–Los chicos grandes se hacen su desayuno.
–Serán las malas influencias –murmuró.
Oikawa esbozó una media sonrisa y usó su toalla para secarle varias gotas que discurrían por su nuca, sin protestar por la puya velada. Que Oikawa Tōru era un manazas en la cocina era una verdad incontestable, como la evolución o la necesidad cuasi patológica de los publicistas de incluir las palabras "orgánico", "natural" o "sin químicos" en los anuncios. Pero, para ser justos, se las apañaba lo suficiente como para subsistir por su cuenta y, por otro lado, era el maestro de la limpieza –no tanto del orden.
–Bueno, qué, ¿vendréis a la fiesta el jueves?
–Sigo sin saber qué pintamos en una fiesta de la Tohoku ‒dijo Iwaizumi con el cansancio de quien ha discutido un tema demasiadas veces.
‒¡Es para celebrar que es nuestro último año! ‒respondió con efusividad, rodeando con un brazo los hombros de Kageyama.‒Ese sentimiento no entiende de fronteras, Iwa-chan.
‒Acabé hace dos años, Tontikawa.
‒Detalles ‒movió la mano desestimando aquella corrección.
‒La perfección está en los detalles, Idiotikawa ‒Iwaizumi le dio un golpecito en la frente con un cucharón de madera.‒Puedes llamarlo como quieras: "fiesta de hermanamiento", "exaltación del espíritu universitario para sentirme joven porque me he encontrado una cana y estoy de bajona" ‒Oikawa soltó un airado cómo osas‒ o "excusa cutre para beber hasta vomitar entre semana número 146". Paso.
‒Claro, el Señor Trabajador es demasiado bueno para beber con la plebe.
‒Al Señor Trabajador no le gusta beber, y mucho menos ser despedido por llegar de resaca.
‒Eso es porque no sabes beber.
‒Puedes poner esa frase en tu orla. Claro que igual te prohíben ejercer la medicina.
‒Y con razón ‒murmuró Kageyama, interviniendo por primera vez.
‒Perdón, ¿el psicólogo obsesivo-compulsivo tiene algo que recriminarme?
‒Aunque fuese cierto, el TOC es una patología, no una elección. Beber hasta ponerte malo, sí. Y una muy mala, por cierto ‒Iwaizumi soltó una risita entre dientes ante la cara de desconcierto del castaño. Por muchos años que pasasen, Oikawa seguiría sin acostumbrase a que su ex-kouhai le replicase con tanta seguridad y razón. Sobre todo razón.‒Hablaré con Yū; si él va me lo pensaré.
‒¿Acaso mi compañía no es bastante aliciente?
Kageyama lo miró con una expresión aburrida que había perfeccionado a lo largo de los años, a sabiendas de que sacaba de quicio al mayor.
‒¿De verdad quieres que responda?
‒Ah, Tobio-chan ‒suspiró Oikawa con dramatismo.‒Yo sé que en realidad me adoras.
Kageyama abrió la boca para responder, pero casi al instante volvió a cerrarla y sacudió la cabeza con una media sonrisa.
‒Tengo que irme ya.
‒Vale, te veo en el Centro por la tarde ‒lo despidió Iwaizumi.‒Ah, por cierto, creo que Matsumura vuelve hoy a tu grupo.
‒¿Sí? Qué bien ‒sonrió con sinceridad.
‒Anda, vete de una vez, ¿no tenías tanta prisa?‒lo apuró Oikawa.
Entre los "que sí, pesado, ¿desde cuándo tengo otra madre?" y las paridas tipo "Iwa-chan, el niño nos ha salido respondón, lo mimas demasiado" habituales, Kageyama salió por fin del piso. Mientras bajaba por las escaleras empezó a hacer reajustes mentales en las actividades que tenía planeadas para aquella semana. Si Matsumura aún no estaba al cien por cien lo mejor sería centrarse en actividades más tranquilas que no estresasen al pequeño. Finalmente se debatía entre dos posibles opciones, sentado en la parada del autobús a dos calles de su edificio, cuando le llegó un mensaje por Line.
Yū-jitsu (8:43)
"TOBIOOOO :DDD"
"(imagen)"
"A que es un flipe?!"
Kageyama arrugó la nariz ante la foto, un primer plano de la lengua de su amigo, donde destacaba un piercing en forma de bola con los colores del arcoíris. Su gesto de disgusto no se debía a que la estética del adorno lo repeliese, sino a que no podía evitar imaginarse lo que tenía que doler perforarse la lengua.
"Muy colorido."
Yū-jitsu (8:44)
"Tío, qué seco ¬3¬"
"Hay un episodio de 1000 maneras de morir sobre piercings en la lengua."
"Si quieres te lo paso."
Yū-jitsu (8:45)
"Ja ja ja"
Kageyama despegó la vista del móvil y vio que el autobús que debía tomar se aproximaba a la parada.
"Llego en 10 minutos."
"Ve pensando si quieres ir a la fiesta de Oikawa."
Se guardó el teléfono en el bolsillo y subió al vehículo. Iba medio vacío así que, sin romper la norma no escrita de no sentarse junto a otra persona mientras hubiese filas vacías, se acomodó junto a una ventana.
Aquella zona de la ciudad no estaba cerca de las residencias de la Miyagi, ni tampoco de los barrios donde la mitad de los pisos eran de alquiler para estudiantes. El ambiente era muy tranquilo a aquellas horas, pues la mayoría de los residentes eran adultos que entraban a trabajar temprano o sus hijos que ya estaban en clase. No era habitual ver a personas de su edad, pero él llevaba viviendo allí lo suficiente como para no sentirse un extraño.
En la siguiente parada, como siempre, se subieron dos ancianas que sonrieron nada más verlo y se sentaron en la misma fila de asientos que él, del otro lado del pasillo. Kageyama procuró sonreír con amabilidad y responder con algo más que monosílabos cuando le preguntaron por "ese amigo tuyo, ese tan guapo y tan simpático", porque Oikawa era incapaz de estar en un medio de transporte público por más de diez minutos sin darse al cotilleo, y además al parecer tenía incorporado un imán de abuelas, así que después de un par de visitas ya había trabado amistad con la mitad de la población femenina mayor de sesenta años en varias manzanas a la redonda. Y claro, no habían tardado en asociar a aquel elemento con Kageyama e Iwaizumi, porque ellos destacaban lo suficiente por sí mismos siendo dos veinteañeros de más de metro ochenta con una expresión neutra que parecía gritar tócame y te muerdo –lo cual había provocado situaciones bastante curiosas con sus vecinos durante los primeros meses de convivencia, como que evitasen compartir ascensor con ellos o que llamasen a la policía a la primera discusión gorda con Oikawa. Como si ese fuese su víctima y ellos unos torturadores y no al revés.
El autobús se metió en la carretera principal, bordeando el extenso campo de golf Izumi, un mar de verdes desniveles redondeados que se podía apreciar desde su salón, dado que el suyo era uno de los pocos edificios altos del lugar, y giró al norte en el primer cruce. Kageyama se apeó –no sin antes dirigir un gesto de despedida a las dos ancianas- en la parada que había justo al lado de su facultad. Allí, bajo la ondulante marquesina, lo esperaba Terushima Yūji, perfectamente reconocible por el rubio mostaza de su pelo, que ahora llevaba largo hasta los hombros salvo por la sien izquierda rapada.
‒¡Sí, sí, y mil veces sí! ‒exclamó el antiguo capitán del Johzenji.‒¿Cuándo y dónde?
‒El jueves, en la Tohoku. Supongo que cerca del Campus de Seiryo ‒respondió Kageyama, que no necesitaba más aclaraciones para saber que hablaba de la fiesta.
‒Oh ‒al rubio se le enfrió el entusiasmo.‒¿Está bien para ti?
Muchos se preguntaban qué hacía alguien como Terushima en psicología. O en la universidad en general. Pero bajo su estética a base de piercings y cabello a medio trasquilar y el perenne aire de absoluta despreocupación que lo envolvía se ocultaban una mente aguda y un enorme instinto protector que lo hacía tensarse cuando percibía el más mínimo peligro para sus amigos.
Y aquel no era un detalle nimio precisamente.
Todo el mundo tenía sus problemas personales. Sentirte un poco rarito porque te guste la pizza con piña es superfluo. Tener una fobia es un poco más jodido. Romper con tu pareja deja huella. Romper con tu mejor amigo es un chasco de los que hacen época. Y luego estaba aquello. Que Kageyama Tobio hubiese dejado el vóley y no hubiese puesto un pie en Karasuno desde hacía cinco años, un diez en la escala de Richter emocional en toda regla. Lo nunca visto. Normal que Yūji se pusiese en guardia.
‒Claro ‒Tobio se encogió de hombros.‒Han pasado muchos años.
El mayor acogió su respuesta con una enorme sonrisa, pero Kageyama lo conocía lo bastante para saber que se mantendría alerta al menor gesto de incomodidad por su parte, y que cualquier intento de asegurarle que estaba bien y no era necesario sólo empeoraría las cosas. Era pesado, pero también era parte de su encanto.
Llevaban siendo compañeros de clase desde primero, porque al acabar el instituto Terushima se había echado la mochila al hombro para recorrer mundo por un año –el tipo de ocurrencias para "encontrarse a uno mismo" que normalmente sirven de excusa para ponerse hasta las cejas de vete-a-saber-qué o volver con cinco piercing nuevos y un tatuaje tribal, pero que a Terushima realmente le había servido para encontrarse a sí mismo… aunque los tres nuevos aros de su oreja izquierda y el mandala impreso en un pectoral hiciesen cuestionarse su madurez mental-, y el ex-capitán del Johzenji prácticamente se le había abalanzado nada más verlo porque "es que el equipo de vóley de la Miyagi se formó hace poco, y tenerte de armador va a ser la leche". En aquel entonces Kageyama no tenía intención de contarle sus traumas a un tipo al que conocía de vista de una época que prefería olvidar, pero Yūji había demostrado preocuparse realmente por él, se uniese o no al equipo, y entre apuntes, trabajos y latas de bebidas con cafeína a las dos de la madrugada se habían ido contando sus vidas.
Caminaron con tranquilidad por el pavimento que bordeaba el lago artificial, a la sombra de los árboles. Quedaban apenas cinco minutos para su primera clase, pero su facultad estaba a pocos metros y la profesora que impartía la primera clase siempre llegaba mínimo un cuarto de hora tarde. Además, aquel pequeño paseo los ayudaba a reunir fuerzas para enfrentarse a las clases. Que a ver, tampoco era que ese año tuviesen muchas, pero valían por veinte. Seguro que había alguna Ley Universal que dictaba que la energía absorbida por las clases se mantiene constante independientemente de las horas lectivas diarias, de modo que, cuantas menos asignaturas, más tostón eran.
No había otra explicación.
‒Por cierto, ¿qué opina Misaki-san del piercing?
‒Pues no lo tengo claro ‒apretó los labios en un gesto pensativo.‒Creí que a Hana le harían gracia los colores, pero sólo dijo que, mientras no tenga forma de cápsula, vale.
‒Concuerdo totalmente –declaró con rotundidad.-¿A quién se le ocurre ir con un piercing en forma de medicamento en la boca?
Terushima le sacó la lengua y no pudo evitar reírse al ver el adorno de la discordia.
‒¡El último invita a comer! ‒exclamó el mayor, que echó a correr antes de que Kageyama terminase de procesar la frase.
‒¡Eh! ¡Tramposo!
Hola, qué tal, seguramente más de uno haya querido tirarme algo por lo OoC que está Tobio (que tiene un gato, que Oikawa y él no se matan, ¿¡QUE NO JUEGA AL VÓLEY!?); no, no se me ha ido la olla –no más de lo normal-, todo tendrá explicación… en algún momento así que… tendréis que tenerme paciencia oTL
Por cierto, para la profesora que siempre llega tarde me basé en una que tuve, aunque la mía era mucho más vaga, pero esto es un fic de Haikyuu no un confesionario sobre los 10 peores profesores que he tenido (quizás algún día haga esa lista, cuando haya pasado bastante tiempo y pueda reírme de ello... dentro de 20 años o así). ¡Y la Ley Universal sobre la Densidad de las Clases es un hecho, y nadie puede convencerme de lo contrario!
Un saludo y gracias por leer mis disparates :_)
*Probablemente algunos ya habréis caído en que he tomado (con permiso) algunos detalles de Confeti rosa, de Janet Cab (como siempre digo, leedlo si es que no lo habéis hecho ya) porque me encantan: el olor a limón de Oikawa por su citronela, que su cantante favorita sea Katy Perry y tanto su carrera como la de Iwaizumi. Sin embargo en Confeti rosa Oikawa estudia en la Miyagi e Iwaizumi en la Tohoku; por conveniencia lo he invertido ya que, por lo que me he podido informar, en la Miyagi no hay Medicina ni club de vóley (en la Tohoku sí), y después de haber pasado varias horas volviéndome loca con las páginas de las universidades de Miyagi no podía ignorarlo (aún así he hecho que la Miyagi tenga un equipo creado hace pocos años, porque Iwa-chan se merece un equipo aunque sea modesto).