NA: ¡Lo sé! Soy una ficker terrible, pero soy peor amiga con diferencia. Dije que no tardaría en terminar esta historia de tres capítulos y al final me está llevando una eternidad. Aunque siempre me dices que no lo haga te tengo que pedir perdón Iris, no creí que me llevaría tanto tiempo escribir tu regalo.

Espero que al menos que la espera haya valido la pena y te guste un poquito :)


II


Draco llevaba despierto desde bien temprano. En realidad no había conseguido dormir sin despertarse cada poco tiempo para comprobar que la loca de su suegra no estaba acechándole desde cualquiera de las cuatro esquinas de aquella habitación de invitados. Una de las veces incluso se atrevió a mirar debajo de la cama, sólo por si acaso.

No podía decirlo con exactitud, pero estaba casi seguro de que no habría dormido más de cuatro o cinco horas en toda la noche, y aunque con otras cosas podía ser más flexible a veces, sus horas de sueño eran sagradas. Cuando no se respetaban se ponía de un humor de perros.

Por eso cuando Hermione llamó a la puerta de su habitación, le ordenó que se vistiera y prácticamente tiró de él escaleras abajo no pudo evitar poner la cara larga al sentarse a la mesa. Sus padres ya estaban allí cuando llegaron, esperándolos para empezar a desayunar. Su suegro le dio un par de palmaditas más fuerte de lo necesario en la espalda y su suegra lo miró por encima de la taza de porcelana mientras le daba un sorbo a su café.

—¿Qué tal has dormido muchacho? —preguntó el hombre, cogiendo un par de tostadas con las manos y poniéndoselas en su plato sin ni siquiera preguntar.

—Pues…

—De lujo, ¿verdad? —le interrumpió. Draco se preguntó de dónde sacaba ese hombre toda esa energía por las mañanas. Parecía frenético—. Venga come, que estás todo escuálido.

Charles le pasó la mantequilla y el tarro de mermelada y le hizo un gesto para que empezara. Draco apretó un poco los labios mientras bajaba la mirada a su plato. Sus desayunos por lo general solían ser un poco más… suculentos, contundentes. Menos simples. Y desde luego su comida siempre estaba perfectamente cocinada, no como las esquinas quemadas de esas dos rebanadas de pan. Hermione le dio un pequeño pisotón por debajo de la mesa y él la miró con enfado. No podía estar obligándolo a quedarse en esa casa de locos en contra de su voluntad y pretender que estuviera contento con ese desayuno tan pobre al mismo tiempo, ¿o sí? Obviamente era un "no" rotundo para Draco.

Todos comieron con el sonido de la televisión de fondo. De vez en cuando Draco se encontraba con la dura mirada inquisitiva de Natali, luego llamaba la atención de su novia y movía mínimamente la cabeza en su dirección para indicarle que mirara a su madre, pero para cuando lo hacía Natali ya había recuperado la expresión normal de su rostro y no parecía tener el más mínimo interés en asesinarlo en cualquier momento. Esa mujer era toda una estratega con los tiempos.

Draco todavía no se había terminado su taza de café cuando Charles se levantó de la mesa y prácticamente lo obligó a levantarse tirando del hombro de su túnica.

—Las mujeres han preparado el desayuno, ahora nos toca a los hombres recoger los platos —sentenció.

Draco casi se cae de la silla debido al zarandeo que le estaba dando para que se levantara.

—No he terminado mi…

—Comes muy despacio Drogo, con razón estás así de delgado y paliducho —dijo el hombre, negando con la cabeza—. Yo creo que a tu cuerpo le da tiempo a hacer la digestión un par de veces antes de terminarte una galleta. Vamos hombre, acompáñame a la cocina.

Draco miró a Hermione en busca de apoyo, pero ésta ni siquiera estaba prestando atención a lo injusto de la situación. Puso mala cara cuando la vio charlar despreocupadamente con su madre mientras lo dejaba lidiar solo con el pesado de su padre, que no le daba margen ni para terminar su pobre desayuno. Recogió a regañadientes los platos sucios de las mujeres y siguió a Charles hasta la cocina. Cuando estuvieron dentro y dejaron los platos sobre la encimera, su suegro miró disimuladamente hacia el salón. Parecía querer comprobar que su mujer y su hija seguían sentadas a la mesa en ese momento. Luego se volvió hacia Draco, que bostezaba distraídamente apoyado ligeramente en la encimera.

—Drogo —lo llamó. El aludido puso los ojos en blanco.

—¿De verdad es tan difícil aprenderse mi nombre?

—¿Qué le has comprado a la niña? —preguntó el hombre, ignorando olímpicamente su comentario.

—¿Cómo?

—Que qué le has comprado a Hermione —repitió—. Por su cumpleaños. Es mañana, ¿lo recuerdas?

—Oh, sí —dijo Draco. Luego se quedó unos segundos en silencio—. No le he comprado nada.

—¿Cómo que no le has comprado nada?

Draco frunció el ceño. De repente todo el buen royito del que había hecho gala durante la mañana había desaparecido del rostro del hombre, ahora amenazante.

—Me dijo que no hacía falta que le comprara nada —se defendió.

Charles negó con la cabeza con contundencia.

—No sabes nada de mujeres, Drogo. Son seres complejos, muchacho —Draco arqueó una ceja. Su mujer definitivamente sí que era un ser complejo—. Hay que aprender a entenderlas. Si dicen que sí es que no, a no ser que se refieran a ir de compras o ir al cine. Si dicen que no realmente es que sí, siempre y cuando no le estés ofreciendo hacer el acto sexual o tener otro hijo.

Draco lo miró como si se hubiera vuelto loco.

—Señor Granger…

—Llámame Charles.

Draco estaba harto de que no le dejara terminar ni una frase, así que cerró los ojos un segundo y respiró profundamente. Cuando volvió a abrirlos, el hombre había empezado a meter los platos en el lavavajillas.

—Charles —empezó—. No creo que su hija sea como dice.

El hombre lo miró con los ojos entrecerrados.

Todas las mujeres son iguales, chico. ¿Quieres que tu relación dure? —Draco había abierto la boca para responder, pero el hombre siguió hablando antes de que pudiera hacerlo—. Entonces cómprale un regalo de cumpleaños.

Draco suspiró.

—No tengo dinero.

Charles lo miró por el rabillo del ojo.

—¿Eres pobre?

—No, no —no tenía ni idea de por qué seguía ahí. Aquella conversación absurda le estaba poniendo de los nervios—. Me refiero a dinero muggle, el dinero que usáis aquí. Creo que nadie va a querer cobrarme en galeones.

—Ah, eso no es problema —respondió Charles mientras metía otro plato—. Yo te presto el dinero, hombre. Es más, iré contigo para asegurarme de que eliges un buen regalo para mi princesa.

—Pero…

—Nada de peros —volvió a interrumpirlo—. He dicho que iremos y no hay más que hablar.

—¿Dónde vais? —Hermione acababa de aparecer por la puerta de la cocina.

Charles cogió un trapo que había por allí y se secó las manos antes de responder a su pregunta.

—A lavar el coche —dijo al fin—. ¿Has visto lo sucio que está? Voy a aprovechar que hay otro hombre en casa para que me acompañe a limpiarlo.

—Suena genial —dijo su hija. Luego miró a Draco con una sonrisa maliciosa—. Draco tenía muchas ganas de montar en coche por primera vez.

El rubio la miró con un gran "tienes que estar de broma" grabado en los ojos. Realmente sabía cómo sacarlo de sus casillas, y lo peor era que le encantaba hacerlo a cada oportunidad que tenía.

Con otra sonrisa de oreja a oreja, Hermione desapareció de allí y subió las escaleras hasta su habitación. No sabía cómo era que todavía no se había replanteado esa maldita relación.


Después de comer, Charles anunció a su familia que se iban. Draco no había dejado de refunfuñar por aquí y por allá a pesar de que Hermione ya le había pedido perdón por la pequeña broma de antes, y el hecho de que cuando estuvieran a punto de salir por la puerta su suegro lo mirara de arriba abajo con una ceja arqueada no ayudó a mejorar su estado de ánimo.

—¿Vas a ir así? —le había preguntado, señalando su túnica.

Draco se había mirado la ropa, incapaz de entender a qué se refería con "así". Luego, un poco confuso, asintió con la cabeza y ambos salieron a la calle.

Su primer viaje en coche no hubiera sido tan terrible si no hubiera sido cierto lo de que necesitaba un buen lavado. Incluso podía ver los ácaros del polvo pasar volando frente a sus ojos en aquel pequeño espacio lleno de mugre y suciedad por todos lados. Había tenido que hacer aparecer discretamente una película transparente en el asiento antes de sentarse sobre él.

Cuando Charles finalmente entró en un aparcamiento y ambos bajaron del vehículo, Draco podía decir abiertamente que no es que no le gustaran los coches muggles, sino que los detestaba con todo su ser. ¿Había medio de transporte más lento y exasperante que ese? Tenía ciertas dudas al respecto.

Subieron en unas escaleras mecánicas a un gran centro comercial y el padre de Hermione lo arrastró hacia el interior de una tienda de ropa, cuyas prendas estaban colgadas en masa en diferentes estantes y secciones. El lugar estaba tan lleno de mujeres yendo y viniendo que era difícil caminar por los pasillos, aunque más difícil era para Draco mantener la compostura y no sacar la varita del interior de su túnica para hechizarlas a todas, o al menos para dejarlas bien petrificadas durante un rato y así facilitar su posible compra.

No pasó mucho tiempo hasta que Draco se percató de que todo el mundo lo miraba al pasar. Tampoco tuvo que pensar demasiado para darse cuenta de que era debido a su vestimenta. Era como si todos se hubieran puesto de acuerdo para girarse a mirarlo con el ceño fruncido al mismo tiempo, pero eso no lo achantó, al contrario, pareció crecerlo. Cuadró los hombros, alzó la barbilla y siguió caminando por los pasillos de aquella tienda claramente orgulloso de sus ropajes. Para él la forma de vestir de los muggles era de lo más hortera e incómoda, no iba a permitir que sus miradas indiscretas le hicieran pensar lo contrario.

Vagaron sin dirección aparente durante unos minutos hasta que Charles le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera. Draco puso los ojos en blanco, ¿acaso no lo estaba haciendo ya?

—Mira muchacho, rebajas.

Ambos hombres se inclinaron sobre un espacio donde había una gran cantidad de prendas diversas de todos los tamaños y colores, completamente arrugadas y sin gracia. En el centro se alzaba un cartel que rezaba "TODO AL 50%". Ya había tres señoras hurgando entre la ropa, pero cuando ellos se acercaron atrajeron a un par de ellas más. Draco no se mostraba demasiado entusiasmado con la idea de comprarle a su novia algo rebajado de precio. En su mente aquello lo único que significaba era que lo que estaba adquiriendo no era de suficiente calidad, pero Charles le instó a buscar con él algo que pudiera servirle a su hija. Después de remover toda la ropa y tener que soportar los codazos de las señoras que también querían echar un vistazo a las ofertas, Draco sacó otra prenda del montón.

Su primera impresión fue que aquella cosa era demasiado pequeña como para ser considerada "ropa". La tela era tan escasa que dudaba que alguien pudiera llevarlo puesto… hasta que entendió lo que era. Charles miró el tanga de encaje rojo durante unos segundos, luego lo miró a él con los ojos como platos. Parpadeó un par de veces y volvió a mirar lo que sujetaba con los dedos. Ambos se pusieron tan colorados como la misma prenda. Draco la soltó como si de repente hubiera empezado a quemarle la piel y los dos se dispusieron a salir de allí de inmediato sin decir una palabra.

Como no habían encontrado nada en la primera tienda de ropa, probaron suerte en una segunda, y después en otra hasta aceptar que tal vez era buena idea buscar en otros sitios. Las tiendas de zapatos también fracasaron. Además de no saber con exactitud qué pie calzaba, ninguno encontró ningún calzado que pudiera ser de su gusto. Draco había mirado de reojo la pareja de unos zapatos negros de charol que había conseguido robarle el aliento durante una milésima de segundo, y maldijo internamente el hecho de no disponer de su propio dinero para comprarlos en ese mismo instante. Estuvo tentado a pedirle el dinero prestado a su suegro, pero finalmente su orgullo ganó a sus ganas de adquirirlos.

Ambos pasaron de largo de las tiendas de maquillaje y entraron en alguna más que vendía artículos diversos a precios muy reducidos. Charles le propuso llevarle un diario con la cubierta acolchada de un feo y cursi color rosa. Por supuesto que no aceptó.

Estaban a punto de darse por vencidos cuando pasaron por delante de un último escaparate. El brillo que desprendía llamó su atención de inmediato, lo supo al instante.

—Quiero comprarle eso —dijo mientras señalaba una fina cadena de oro blanco que hacía juego con un hermoso y pequeño colgante redondeado con un diamante en el medio.

Charles abrió mucho los ojos cuando vio el precio de lo que señalaba.

—¿400 libras?

El chico se encogió de hombros.

—No sé cuánto es eso en dinero mágico, pero te aseguro que el precio no es problema.

—Pero Drogo…

—Draco.

—¿Estás seguro? Es mucho dinero.

El rubio no respondió, en lugar de eso caminó hasta la puerta del establecimiento y entró dentro con los aires propios del que tiene varias cámaras hasta arriba de oro en Gringotts. Charles lo siguió, y Draco le indicó a la mujer del mostrador lo que quería llevarse. Cuando ésta se encontraba retirando la joya del escaparate, el señor Granger hizo el amago de volver a preguntárselo, pero esta vez fue Draco el que no lo dejó hablar.

—Te lo devolveré con intereses, suegro.

Charles parecía un poco reacio a pasar la tarjeta que había sacado de su cartera por la ranura del aparato que la mujer le ofrecía sonriente. Miró a Draco un par de veces, indeciso, antes de deslizarla por ella rápidamente.


Draco sujetaba con satisfacción la pequeña bolsa cerrada que contenía el regalo más lujoso y brillante que nadie nunca le hubiera hecho a su novia. Estaba orgulloso de haberlo encontrado después de… ¿cuánto tiempo habían pasado en ese sitio? ¡Le había parecido una eternidad! La tarde ya estaba cayendo y el cielo se teñía poco a poco de un color anaranjado que pronto traería la noche.

—Agarra eso como si de tu vida se tratara —le ordenó Charles.

Draco miró a ambos lados en ese momento. No tenía ni idea de cuánta delincuencia habría en las calles muggles, pero teniendo su varita a mano no habría inconveniente alguno en ese aspecto.

—No hay de qué preocuparse. Lo que va a ser un problema es el lugar donde ocultarlo hasta mañana. En cuanto lleguemos me encargaré de buscar un buen sitio para mantenerlo fuera de su vista.

—Sí, pero antes tenemos que pasarnos por el auto lavado de coches de la gasolinera —habló el hombre.

Draco se puso rígido ante sus palabras.

—¿Por qué tendríamos que ir allí?

—Dije que iríamos a lavar el coche, ¿recuerdas? ¿Qué pensaría Hermione si volvemos con el coche igual de sucio que cuando nos fuimos?

—Puedo limpiarlo con magia —ofreció el rubio con más intensidad de la debida. Un hombre se giró para mirarlo con extrañeza.

Charles negó con la cabeza.

—Como se nota que no has limpiado un coche en tu vida —señaló su túnica impecable—. Eso tiene que volver sucio. No se puede lavar un coche sin ensuciarse las manos. Hermione definitivamente sospechará algo si no te ve entrar con ese repeinado pelo alborotado y las manos y la ropa llenas de porquería. No es una opción, tenemos que limpiar el coche a mi manera.

—Pe… pe…

Draco parecía haber colapsado. El simple pensamiento de tener que tocar el polvo del salpicadero, la pisada y repisada arena seca del suelo, y en definitiva toda la porquería que parecía albergar vida en cada rincón de ese coche le hizo estremecer. Por descontado, también lo dejó sin habla.

—No hay peros que valgan Drogo, ¡sé un hombre y ensúciate las manos!

Draco creyó desfallecer. Si finalmente no lo hizo fue porque tenía que sujetar el lujoso y caro regalo de Hermione, no fue por falta de ganas.


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Cristy :D