Draco había desarrollado una extraña obsesión con Potter desde que lo había conocido en la tienda de túnicas de Madame Malkin antes de entrar al primer año del colegio; obsesión que se había intensificado luego de que Harry declinara su oferta de amistad en aquel vagón de tren rumbo a Hogwarts.

Lo había observado por años y —como si se tratara de una forma de llamar su atención— se había encargado de hacerle la vida complicada, delatándolo más de una vez cuando notaba que se escapaba de su sala común o molestándolo frente a todos los estudiantes en el gran comedor con cualquier cosa tonta e infantil como aquellos ridículos botones con la frase «Potter apesta».

Pero jamás en su vida había deseado tanto correr junto a Harry y sujetarlo entre sus brazos como en el momento en que Lord Voldemort llegó frente al castillo con una enorme sonrisa en su rostro y con Rubeus Hagrid siguiéndolo por detrás, con el rosto desencajado y sollozando mientras sujetaba a un pálido Harry Potter.

—Harry Potter ha muerto —anunció Lord Voldemort—. Lo atraparon mientras huía, intentando salvarse mientras ustedes entregaban su vida por él.

Draco se quedó estático junto a la puerta, ya ni siquiera sentía el dolor en boca por el puñetazo que Ronald Weasley le había dado horas atrás; se sentía devastado y demasiado culpable. Él había ayudado a que aquello fuese posible, él había ayudado a Voldemort.

El Lord continuaba dando su discurso pero Draco Malfoy no podía escuchar nada más que el sonido de su propio corazón, ni siquiera vio cuando su madre intentó hacerle señas desde las filas de los mortífagos para que se uniera a ella. Su mente estaba inundada de la culpabilidad y del dolor, él nunca había sido el chico bueno, pero en aquel momento lamentó no haberlo sido, no haber aceptado la ayuda de Dumbledore quien le había prometido una vida completamente diferente. Lamentó haber sido tan desagradable con Harry y lamentó no haberle dado las gracias ni una sola de las veces que le había salvado la vida.

¿Cuándo se había dado cuenta que estaba enamorado de él?

Desde el principio, aunque había sido lo suficientemente arrogante para no admitirlo hasta el año anterior cuando el profesor Slughorn les había mostrado la poción de Amortenia. Recordaba perfectamente haber entrado al salón y pensar que Potter había abusado de la loción esa mañana, sólo para inmediatamente después entrar en crisis al enterarse de que se trataba de aquel filtro de amor cuyo aroma imita las cosas que más te gustan.

Colocando su mano derecha sobre su pecho sintió el pequeño bulto, su pequeño secreto, aquel objeto que no había revelado a nadie.

El giratiempo descansaba dentro de su túnica, lo había robado de la oficina de McGonagall en el tercer año después de que casualmente viera como Granger se lo entregaba, no había sido fácil obtenerlo y en cuanto se hizo con él pensó en mil y una cosas que podía lograr, pero dejó de lado aquellos deseos banales porque podía ser bastante engreído, pero jamás tan estúpido como para pensar que jugar con el tiempo era sensato.

El grito desgarrador de Hermione lo trajo de vuelta a la realidad, Potter estaba muerto y él tenía parte de la culpa, todos los mortífagos la tenían.

Cerró los ojos como si aquello fuese a disipar el dolor que sentía en el pecho y se preguntó si acaso hubiese podido hacer algo para evitar aquel momento, y la respuesta había sido sí. Desde que había conocido a Harry Potter no había hecho más que comportarse como un niño mimado y presumido frente a él, había tenido ante sí la oportunidad de advertirles a todos pero en su lugar había decidido jugar a ser el chico malo, complacer a su padre y al Lord; había decidido ser esclavo de aquellos contra los que Potter tan noblemente peleaba.

Retrocedió lentamente mientras el Lord seguía hablando, él sabía que Harry no era capaz de huir, era demasiado bueno para siquiera pensarlo e incluso imaginó que el mismo Potter había cedido a la petición de Voldemort y se había escabullido al bosque prohibido para enfrentarlo y así evitar que más de los suyos murieran.

Se alegró de haber guardado aquel objeto hasta aquel momento y realizó el cálculo mental del número de vueltas que necesitaría darle al giratiempo antes de salir despedido hacia el baño de hombres del sexto piso de la manera más discreta que encontró.

Al llegar se miró en el espejo, estaba totalmente sucio y desaliñado, su rubio cabello se veía opaco por la suciedad y su mirada lucía desencajada, opacando totalmente el color gris en ellos.

Tomó aire mientras que con manos temblorosas sujetaba aquel pequeño artefacto. Cobarde lo miró, sabía lo peligroso que era jugar con el tiempo, sabía que incluso podía hacer que las cosas terminaran peor, pero luchando contra aquellos sentimientos comenzó a girarlo lentamente. Tenía claro que arreglar las cosas no sería fácil, que tendría que regresar muchísimo tiempo atrás, poco más de siete años para arreglar lo que había echado a perder, para poder ganarse (como mínimo) la confianza de Potter y así evitar su muerte.

Mientras seguía dando vueltas al giratiempo escuchó el ruido de la nueva batalla que se libraba fuera, batalla que ignoró completamente para no perder la cuenta del número de rotaciones que llevaba.

Necesitaba un plan, lo sabía, no podía simplemente aparecerse frente a Harry, o frente a nadie y contar todo lo que pasaría en el futuro, sabía que esa era una de las primeras reglas. Primero que nada, nadie podía verlo, segundo no debía intervenir demasiado, debía dejar que todo fluyera como hasta ese momento, pero se encargaría de que Harry tuviera un aliado más, él mismo.

Cuando terminó de dar las vueltas suficientes, el pequeño giratiempo comenzó a dar vueltas por sí sólo y a una gran velocidad. Pronto comenzó a ver pequeñas escenas del pasado pasar a su lado, un tanto borrosas pero bastante visibles, gente entrando y saliendo de aquel baño, e incluso se vio a sí mismo el año pasado, tendido en el suelo lleno de sangre por el maleficio que Harry le había lanzado cuando él, completamente nervioso y sin pensarlo, estuvo a punto de lanzarle una maldición imperdonable.

No tardó tanto como él creía en llegar al tiempo que había calculado y respiró convenciéndose nuevamente de que aquello no era una locura, que darle una nueva oportunidad a Potter lo valía.

El castillo se encontraba en silencio, sabía que aún quedaban un par de meses para que iniciaran las clases y que seguramente no habría nadie por los alrededores más que los profesores que estarían en sus aposentos y el siempre molesto señor Filch.

Debía pensar rápido, debía encontrarse a sí mismo y convencerse de dejar de ser un cretino para poder hacerse amigo de Potter, cosa que sería terriblemente difícil, pues se conocía y en ese tiempo era un mocoso insufrible y no le apetecía aplicarle a su yo más joven la maldición imperio.

Salió del castillo a pasos apresurados no sin antes haber irrumpido en el aula de maestros y tomar una de las capas que seguramente pertenecía a Snape y una vez estando en los jardines salió del límite que le impedía aparecerse.

Llegó hasta el Callejón Diagon justo a tiempo para ver a Harry salir de ahí con su nueva túnica para las clases. Draco sonrió al ver lo pequeño que era y lo adorable que parecía cargando todas esas cosas, pero sobre todo sonrió al verlo tan tranquilo, totalmente ajeno a lo que le depararía el futuro.

Miró a ambos lados y se cubrió la cabeza con la capa, sabía que él mismo saldría pronto de ahí y que se dirigiría directamente a Ollivander's pues su madre estaría esperándolo para conseguir su varita, aquella que Potter le arrebataría años más tarde.

Vio pasar a la gente, sintiéndose un tanto inquieto; esperaba que su yo de ese momento fuese lo suficientemente ingenuo para entretenerlo un par de minutos. No le preocupaba encontrarse con sí mismo, pues sabía que el pequeño Draco no pensaría ni por poco que se trataba de él mismo viniendo del futuro; pero esperaba que el parecido que tenía con Lucius sirviera para que creyera que se trataba de algún familiar.

El pequeño Draco de tan sólo once años caminó hasta el local de Ollivander hasta que una voz muy parecida a la de su padre interrumpió su caminar.

—¡Eh, Draco! —le llamaron desde fuera del local donde vendían las escobas de carrera—. ¡Aquí chiquillo!

El pequeño rubio un tanto desconcertado decidió acercarse hasta el joven que lo había llamado de aquella manera tan desagradable, dispuesto a discutir y a amenazar con hacérselo saber a su padre.

—¿Cómo me has llamado? —replicó el más joven de los Draco mientras un gesto prepotente se instalaba en su rostro. El Draco de diecisiete años soltó una carcajada, le parecía graciosa la manera en que se pavoneaba en el pasado y lo directo que era.

—Supongo que no me recuerdas —contestando con mayor seguridad se recargó en uno de los muros afuera del local y sonrió.

—¿Debería tener una razón para hacerlo?

—Soy un Malfoy igual que tú, es tu responsabilidad como siguiente cabeza de la familia. —El pequeño Draco se sonrojó del coraje pero no dijo nada más—. ¿Narcissa y Lucius se encuentran por aquí?

—Mamá está una calle más arriba y papá se encuentra en la librería.

—Vamos entonces —dijo sonriendo y caminando detrás de su pequeño yo, pero en cuanto se encontraron lo suficientemente alejados de la gente lo tomó por el hombro y se desaparecieron del lugar.

Draco no había dejado siquiera que su yo se percatara de lo que sucedía, le lanzó un encantamiento para dormir y lo sujetó para evitar que cayera directamente sobre el suelo.

Lo miró por un instante y suspiró, había una sola cosa que se le había ocurrido hacer, la única cosa lo suficientemente sensata para no alterar el tiempo demasiado, sólo lo suficiente para ayudar a Harry, a los buenos.

Colocó la punta de su varita en su corazón y de él extrajo lo que parecía una esfera de luz rojiza bastante cautivadora y la colocó dentro de su yo de once años, seguido de un único recuerdo dentro de su cabeza, una frase que lo seguiría los siguientes días y si todo salía bien eso habría sido suficiente.

«Mi nombre es Draco, Draco Malfoy, nos conocimos en la tienda de túnicas. ¿Recuerdas? Tu amigo debe ser Ronald Weasley, lo sé porque todos los Weasley tienen gran parecido entre ellos. ¿Puedo sentarme con ustedes?»