Disclaimer: Ningún personaje de Saint Seiya me pertenece.
Nota: Gracias, gracias desde el fondo de mi corazón por el aprecio que le dieron a mi pequeña idea DEUDAS QUE PAGAR, al ver que ha sido aceptado pues me animé hacer una historia completa, solo advierto que aquí abriré temas de pasado tanto para Agasha y Minos, así mismo considerando secretos de Albafica.
Un saludo y abrazo a todos.
Destino Casual
— Prologo —
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Los besos fueron dolorosos como las espinas de una rosa. Sus manos delgadas y pequeñas podían remarcar la dureza en que esa armadura estaba hecha hasta que deseó que su portador se deshiciera de eso. Sus ojos contemplaron la magnificencia de su torso desnudo, muy cuidado y varonil que la dejó en un punto en que tal vez la mejor opción de culminar todo eso se viera deseada. Pero ella no tuvo la fuerza de negarse cuando él por fin deseó que se acercara y lo tocara, aunque al principio fue terrible soportar el aura venenosa que emanaba el caballero, pero con unos desagradables preparados de Pefko terminó surtiendo efectos positivos.
Y allí estaba la prueba. Agasha explorando la desnudez de un hombre. Tocando inocentemente cada músculo del hombre, fue más que nada por recordar claramente su primera experiencia, donde un cambio abrupto iba acontecer en su vida.
Sonrió.
—Tenemos toda la noche. Puedes tomarte tu tiempo—él le susurró al oído provocando en ella una ola de calor—. Después de esta noche, las cosas cambiarán ¿entendido?
—Señor Albafica—musitó tiernamente, aquel tono de voz puso a mil al atractivo hombre que solo se atrevió acostarla sobre su cama—. Tengo miedo, aunque este mareo me está provocando sentirme mal.
—Es la evidencia de que ha hecho efecto—dijo sin soltar el cabello de la chica, y decir que antes fue un poco brusco y tosco para hablarle, alejándola de su ser. Cuando en realidad la deseaba tanto o más de lo que ella sentía—. Te voy a preparar ¿sí? Necesitas sentirte cómoda y voy a darte lo que mereces.
Agasha asintió torpemente. Esos besos quemaban como las llamas del fuego. Las manos grandes eran perfectas cuando recorrió su cuerpo frágil, ella se sintió como en el paraíso. Albafica fue bastante amable y lleno de experiencia como para darle el mejor placer que nunca antes sintió. Algo que de verdad la volvió una mujer, su mujer.
Pero todo fue esplendido cuando él se unió a ella, oírlo gruñir y murmurar lo perfecta que se sentía su interior. Deliberadamente ya era su mujer y nadie podía cambiar eso.
Nadie podía destruir ese momento.
Un recuerdo, doloroso, sí, porque eso se trataba, la florista debía de asimilarlo de esa manera.
Su piel había quedado de un color tan pálido, demasiado.
Pálido como si estuviera enferma, pero lo que intentó solucionar no se vio fácil más cuando la fatídica realidad estaba a su puerta.
Otra noche más donde sus ojos se le hacían pesados conciliar el sueño. Dio vueltas en la cama, la incomodidad lo era todo así como la creciente necesidad salir huyendo de allí para afirmar que nada iba mal…, que todo fue una pesadilla.
Había hecho algo muy calamitoso, pensó en su interior que los dioses no estaban tan enojados por su comportamiento, de hecho, fantaseó inocentemente que tendría la piedad que estaba buscando. Pero todo fue mentira.
Tan falso como el hecho de seguir respirando, porque no sintió la justicia de merecer esa desgracia.
Agasha soltó un gemido. Todo estaba saliendo de control y aunque la guerra santa culminó en favor a Athena, nadie en Rodorio estaba feliz especialmente porque se cobraron demasiadas vidas, y entre ellas, la de su querido padre y del hombre que más amaba.
Maldijo. Con un golpecito sobre su cama. Ella maldijo en silencio sin contener las ganas de llorar.
—¿Por qué? —musitó sin poder volver a dar la vuelta. Aún le dolía la espalda, casi todo el cuerpo. No sabía cuánto tiempo estaba allí, pero a la verdad no podía ni siquiera salir de cama—; confiar en ti era lo que me mantuvo tranquila.
Crispó los puños sobre las sábanas. No supo cómo describir la rabia que nació en su corazón. Era una mujer adolorida, especialmente cuando perdió lo que más amaba en la vida, luego ser perseguida por un tema muy delicado y por último…, claro, nadie iba a creerle por tal noticia., ni su querido amigo Shion de Aries. Ni siquiera ella podía asimilar lo que estaba pasando.
Tal vez su mayor error fue precisamente en confiarse.
Vaya ingenuidad la suya. Pero ahogó el llanto cuando oyó la puerta de la habitación abrirse, sabía de quien se trataba, lo había oído reiteradas veces solo que no se atrevió a delatarse de que estaba consciente.
Agasha engulló la saliva y cerró los ojos. Después de lo que le pasó, prefirió mantenerse en silencio y dejar que los demás creyeran que estaba fuera de la realidad.
—No hagas ruido, solo debemos limpiarla y cambiarle la ropa—oyó la voz de una mujer, la misma que llegaba a la habitación todas las noches—. Si mi señor se entera de que estamos tratando descortésmente a su invitada es seguro que nos lanzará hacia el eterno dolor del Yomotsu.
—Sigo sin entender porque mi señor la trajo aquí—musitó, Agasha supo de que era la más joven de las féminas pero no la vio, ni siquiera conocía quienes eran pues había optado por hacer creer que seguía inconsciente—. La envidio ¿sabes? Ella emite calor. Sus mejillas son rosadas.
—No debemos interferir en las órdenes, si él se entera que no hicimos lo que nos ordenó, nos irá mal.
Entonces las dos mujeres se acercaron hacia la joven castaña para comenzar con el ritual de limpieza. Agasha sintió las manos de cada una inspeccionando su cuerpo para quitarle el pijama y vestirla nuevamente con ropa limpia. Lo poco que descubrió de ellas era que siempre traían vestidos negros y un velo que prácticamente les cubría toda la cara. Por ello no sabía cómo eran físicamente.
—¿Tú crees que coma algo? —cuestionó una de ellas—. Está muy enferma, tal vez muera.
—Está muriendo como una rosa por falta de cuidado—la de voz más adulta pasó la mano sobre la frente de la ojiverde, tal vez la sensación de sentir lo que era estar viva le carcomió el alma—; no sería novedad si ella termina encerrada aquí. Desde luego, el fin de todo humano es ser enjuiciado por sus delitos.
—Pero ¿qué cosa pudo cometer esta señorita como para que mi señor la traiga aquí?
—No lo sé, pero…—de pronto notó algo que le hizo darse cuenta de que la invitada estaba recobrando el conocimiento, bueno, Agasha no pudo controlar su curiosidad—. Oh, por Hades, está despertando.
No, la verdad era que ella ya estaba despierta pero solo quería mantenerse alejada. Rápidamente Agasha se levantó y, por instinto, se apegó hacia el respaldo de la cama, sintió su frialdad y el miedo la llevó a huir.
—Discúlpenos señorita—habló la de menor estatura, ahora ya podía diferenciarlas. Ella prendió la lámpara para iluminar la habitación que, dicho sea de paso, estaba decorado fúnebremente que a cualquiera deprimiría. Poseía bonitos detalles y glamour, pero se emitía la soledad de una prisión—, solo estamos haciendo nuestro trabajo.
—¿Quiénes son? ¿Dónde estoy? —cuestionó Agasha, esas dos preguntas la habían martirizado desde que abrió por primera vez los ojos después del incidente que tuvo. Donde supo lo que era ser apartada de todos, traicionada por sus amigos y perder a la única persona que le apoyó después de esa noticia que puso su mundo de cabeza.
—Con cuidado, por favor, no haga nuestro trabajo más difícil ¿de acuerdo?
—Las respuestas vendrán después señorita.
Le era imposible en confiar pero tampoco estaba lo suficientemente saludable para poner resistencia. El cuerpo le dolía, le era imposible contener esa molestia que le hacía llorar y a la vez otorgarle la sensación de que estaba muriendo.
Y tosió. Llevó sus manos hacia su boca, se asustó cuando gotas de sangre mancharon su piel. Algo andaba muy mal en ella, y lo supo bien cuando las dos siniestras mujeres se acercaron para limpiarle el rostro y ofrecerle algo de beber.
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No se podía ver nada más que sombras provocadas por la luz de las lámparas. La molestia en su estómago era rotunda así como el dolor que poco a poco estaba calmándose, no supo qué cosa hicieron esas mujeres pero la obligaron a ingerir algo amargo y asqueroso.
Caminó sola por los pasillos, ellas le dijeron que debía ir al comedor para que sus respuestas sean aclaradas. Tenía miedo. Tal vez se había metido en un problema mayúsculo, de esos asuntos en que hombres raptaban jovencitas para prostituirlas, o por lo menos fue lo que Alhena le comentó cuando huyeron a un pueblo más alejado de Rodorio.
Oh, cómo la extrañaba, no sabía nada de ella, ni el cómo terminó después de lo que les ocurrió. Un golpe. Agasha se apoyó sobre la pared, llevó una mano a su cabeza. Los recuerdos eran borrosos pero apenas podía memorar el pueblo incendiándose, Alhena defendiéndola junto a unos niños del orfanato.
¿Qué había pasado en aquel lugar cuando decidió huir de Rodorio? Agasha no podía recordarlo, y lo último que supo es que había terminado en un lugar desconocido donde claramente el olor a muerte bañaba cada rincón.
De pronto, terminó frente a unas enormes puertas, tuvo miedo. El frio le erizó los vellos de los brazos y sintió mucha incomodidad al llevar ese vestido, era sencillo pero le ajustaba el pecho y eso no era bueno, especialmente cuando sentía que le hacía falta un poco de aire. No empujó el portón, eso le causo temor, alguien más lo había hecho por ella.
—Se cena está servida.
Una mujer, tan igual vestida como las dos que la ayudaron asearse, la invitó pasar donde la luz de las velas iluminaron el lugar. Una larga mesa estaba en el medio junto a una pila de sillas muy bien ordenadas. La chimenea, las paredes y las columnas parecían decoraciones de una castillo, Agasha se sintió minúscula pues nunca antes había visto tanta gala y finura en un solo lugar. Prácticamente, ese sitio era del tamaño de cuatro casitas de Rodorio.
—No sabemos lo que le encantaría así que puede servirse lo que desee—dijo la misma mujer. Agasha dio traspié con esos zapatos, aun no se acomodaba a ver mujeres cubiertas de trajes oscuros—; mi señor se presentará luego.
La aldeana intentó marcharse pero…, su estómago, ya no recordó cuando fue la última vez que probó verdadera comida y no sobras de pan y frutas. Fue difícil cuando se marchó de Rodorio, odió eso porque esos días fueron un tormento. Gracias Alhena pudo sobrevivir, robando, pero al fin de cuentas era un medio para vivir.
Torpemente, Agasha se sentó y no esperó que la mujer le dijera algo. En cuanto logró notar que ella se marchó, no dudó en meter la mano y tomar todo lo que podía para llevárselo a la boca. Panecillos, frutas frescas, embutidos, y comidas que no había probado nunca, todo lo que pudo lo ingirió además de que su apetito creció mucho más lo cual seguramente era producto de los días sin comer.
—Nos alegra que disfrute del banquete, señorita—Agasha casi se atoró. La presencia de la mujer de negro la asustó—; disculpe la osadía, solo estuve cerciorándome de que el banquete sea de su gusto, señorita.
—Está muy delicioso—admitió a la vez que se limpiaba la comisura de sus labios con una servilleta—, muchas gracias.
—Parece como si no ha comido durante un largo tiempo.
—Puede que sí—se avergonzó, no iba a sacar a flote sus asuntos personales.
—Pues nos alegra que esté complacida, es bueno que se alimente—la mujer se inclinó a ella, lo que hizo que la menor se avergonzara—. Por favor, permítanos serle de utilidad señorita, estaremos a su disposición en cuanto lo desee ya que después de todo es por el bien de ustedes.
—¿Ustedes?
Agasha frunció el ceño y rápidamente se puso de pie. Por instinto, por miedo, por precaución se apartó de la mujer de traje oscuro. No era estúpida, ese tonito que usó en ella puso en alerta sus cinco sentidos, e indudablemente llevó la mano hacia su vientre.
—Me disculpo señorita—se inclinó la mujer—, nadie en este lugar sabe lo que pasa salvo yo y dos monjas oscuras que mi señor puso a su disposición.
—¿Monjas oscuras? ¿Tu señor?
—Por favor, él la está esperando en su despacho—ella se puso de pie y observó el menudo y maltrecho cuerpo de la chica. No podía escudriñar porque el dueño de aquel castillo accedió acogerla—. Sígame.
La florista no quiso moverse, todo le estaba resultando aterrador y por instinto natural quiso huir, pero no sabía exactamente hacia donde, con quien o cómo salir. Sin embargo, también necesitaba saber lo que estaba pasando más algo en su interior le pidió que huyera de aquel lugar tan lejos como podía.
Caminó detrás de la mujer de traje oscuro, en silencio, únicamente el taconeo de los zapatos hacían eco por el pasillo. Agasha quedó minimizada por los corredores que su pobreza arruinaba hasta que se detuvieron frente a un portón que poseía grabados…, la chica se llevó las manos a la boca, los decorados reflejaban rostros humanos, emanando su sufrimiento.
—Mi señor la está esperando.
La mujer abrió la puerta, y cuando Agasha entró, la cerró al momento. La muchacha tembló, hacía mucho frio además de que todo estaba oscuro y eso le provocó mucho más miedo. No se movió bajo ningún motivo, ni cuando se dio cuenta que las grandes ventanas golpeaban con el marco de madera.
—Será mejor que te sientes.
De pronto, la voz de un hombre turbó a la chica. Lo sabía, estaba metida en problemas.
—¿Quién es usted y que hago aquí?
—¿Así es como te expresas ante un hombre que te dio de comer?
—No puedo hacerlo si ni siquiera lo conozco—crispó los puños, no supo por qué pero algo allí le hacía familiar. Sus ojos vieron un escritorio y con ello una silla, que al parecer su ocupante le estaba dando la espalda.
—De acuerdo, solo porque estoy de buen humor nos presentaremos.
Y tan pronto, el hombre se puso de pie para darle la cara a la joven castaña. Chasqueó los dedos y la habitación se iluminó completamente.
Agasha retrocedió, pegando su cuerpo contra la puerta.
Sus ojos se dilataron y llevó sus manos hacia su boca.
—T-tú…
—Vaya, me recuerdas, niña de la rosa—sonrió, el hombre de larga melena albina se cruzó de brazos—. Ya veo porque ese maldito caballero estaba empecinado en proteger esa pacifica villa—se jactó sin molestarle ver la cara de terror que la muchacha expresó.
Agasha cayó de rodillas, se tocó el estomagó sin poder evitar las náuseas que llegó hasta su garganta. Se estaba asfixiando, pudo ver con miedo aquel hombre que le arrebató a quienes más amaba. Al único ser que en toda su vida odiaba en gran manera.
—Y respondiendo tu pregunta—se quitó la túnica oscura dejando expuesto una camisa blanca y pantalones negros—. Este es mi templo, bienvenida niña de la rosa al Inframundo. Específicamente a la Ptolomeia, mi gran dominio.
—Im-imposible…, El señor Albafica…
—Ah, la debilidad de los caballeros de Athena, me asombra demasiado—su risa siniestra llenó de espanto a la chiquilla—. Por cierto, no tuvimos la dicha de presentarnos. Soy el Juez del Inframundo, Minos de Grifo. Tu nuevo señor.
Y ella no aguantó la sorpresa, definitivamente debía de estar muerta para caer en un lugar tan espantoso como el Inframundo.
Agasha no puso soportarlo y terminó por desmayarse.