Esta historia es una adaptación

Historia Original: La otra de Emma Darcy

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer


Capítulo Final

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Reina de mi vida.

Esa frase encantadora reverberó en la mente de Bella mientras estaba tumbada lánguidamente sobre unas suntuosas almohadas, mirando las cortinas de la fabulosa cama con dosel. Encontraba increíblemente erótico estar tumbada completamente desnuda entre los muebles más impresionantes que había visto en su vida en la Suite Real del hotel Lanesborough.

—Este no es mi hotel, Edward.

—Lo es esta noche —replicó él lleno de deseo— Quiero que te sientas todo lo que eres para mí... la reina de mi vida.

Había reservado esa suite con la esperanza de que ella volviera a su lado, para celebrar y hacer memorable al inicio de su segunda luna de miel, para demostrarle lo mucho que la quería, lo mucho que significaba para él, un acto de fe en su futuro juntos.

A Bella se le escapó una risita mientras trataba de apartarse de las exquisitas pero insoportables sensaciones que Edward le estaba produciendo al acariciarle las plantas de los pies.

— ¿Cosquillas? —le preguntó él desde donde estaba, tumbado a los pies de la cama mientras seguía jugueteando vagamente después de haber satisfecho su primera y urgente necesidad.

—Ya basta, basta —se rió ella.

—No, no es suficiente, para empezar bien, podría besarte los pies. Pero luego iría subiendo poco a poco.

Bella tomó aire. Él podía hacer cosas increíbles con la boca y las manos. Increíblemente maravillosas. Esa noche parecía concentrado en darle todo el placer que fuera posible.

Le recorrió los muslos con los labios igual de lentamente, hasta que, por fin,

le concedió el más exquisito homenaje a su femineidad y ella se sintió como si se fundiera de excitación. Poco después, Edward se introdujo en ella y Bella le rodeó la cintura con sus piernas

—Ven ahora —gritó—Te quiero, te quiero, te quiero.

—Sí —gimió él exultante.

En ese momento los dos fueron uno por encima de todas las barreras, diferencias, problemas y tribulaciones. Era la pasión de la posesión.

El rey de su vida, pensó ella mientras lo abrazaba ferozmente, saboreando la fuerza y el esplendor del hombre que era él, amándolo.

Pensó entonces que no debían dejar nunca que eso, lo que sentían esa noche, lo que tenían, se transformara en algo menos. Era tan bueno, precioso, que había que cuidarlo y conservarlo.

Su reino era el matrimonio y bien podían haberlo perdido. Era mejor no olvidarse nunca de eso. Podían haberlo perdido. Tenían que ser más conscientes en el dar y el tomar, en querer lo que fuera mejor para los dos, tocándose, estando ahí, escuchándose y, sobre todo, amándose.

Edward la besó larga y voluptuosamente, la abrazó y la arrastró consigo cuando se tumbó de espaldas. El pecho le subía y bajaba con la respiración y murmuró:

—Reina de mi vida.

Bella se sentía tan feliz. Edward no sólo la hacía sentirse hermosa. La hacía sentirse amada.

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~USO~

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Era bueno estar de vuelta en casa. Edward miró el caos que había en el salón con una benevolencia felicidad. Todos los mapas, guías, fotos, recuerdos y demás que Bella se había traído del viaje estaban desparramados por el suelo junto con los juguetes que les había traído a sus hijos. Los niños estaban felices y Edward sintió un tremendo placer al verlos.

Anthony estaba absorto con el libro de fotos de Versalles y no paraba de hacerle preguntas a su madre al respecto. Riley estaba haciendo como si fuera un Beefeater de Bloody Tower, marcando el paso por todo el salón, observando como las zapatillas que le habían traído de Londres encendían sus luces. Y Nessie estaba sentada en el regazo de Edward con el impermeable que le habían traído de París, señalando los peces, pájaros y flores que decoraban la prenda multicolor.

— ¡Mira, papá! ¡Mira, papá!

Siempre era agradable estar en casa, pensó Edward, pero esa vez era muy especial. Era muy consciente de que todo eso se podía haber perdido, esa maravillosa sensación de una familia en armonía, segura de sus lazos naturales de amor. Todo podía haber sido destruido.

Decidió tener más cuidado. Había enemigos tanto interiores como exteriores con los que había que luchar y tenía que andarse con ojo de que ninguno de ellos consiguiera el poder suficiente como para alterar lo que habían construido. Cuando algo se perdía ya era demasiado tarde como para empezar a darse cuenta de su valor. Era mejor ser siempre consciente de ello y apreciarlo.

—Me voy a poner mis zapatillas nuevas cuando vayamos al gimnasio mañana, abuela —dijo Riley poniéndose a hacer gimnasia de repente.

— ¿Al gimnasio? —le preguntó Edward a su madre, que estaba sentada en el sofá con Bella—. ¿Estáis yendo al gimnasio?

No pudo contener una sonrisa al imaginarse a su regordeta y muy digna madre haciendo aerobic.

— No te rías, Edward —dijo ella —. Benjamín dice que si puedo seguir con mi nueva dieta, que no es muy difícil de seguir.

—Eso es, señor Cullen —dijo Makenna desde la cocina—. Todas estamos siguiendo una nueva dieta. Es rica en proteínas y baja en grasas; nada de hidratos de carbono después de las cuatro de la tarde. No estaría nada mal para usted.

—Y se duerme mejor por la noche —intervino Tia con entusiasmo—Incluso Riley. Está durmiendo como un tronco.

—Benjamín dice que es porque estamos haciendo que el metabolismo trabaje por la mañana y descanse por la tarde, por eso estamos descansando mejor. Perece como si se tuviera mucha más energía y es muy divertido hacer los ejercicios y las pesas.

— ¿Pesas?

Edward no se lo podía creer.

—Sí. La abuela está levantando pesas, papá —dijo Riley. —Son para proporcionarme tono muscular.

— ¿Quieres tener músculos?

—Quiero dejar de estar fláccida y perder barriga. Ya la he tenido durante demasiado tiempo y estoy harta de ella. Sólo tengo sesenta años, Edward. Me gustaría ser una sesentona esbelta. ¿Por qué no?

—Eso, ¿por qué no? —dijo él sonriendo, contento porque su madre hiciera algo que la hiciera feliz—. ¡Adelante, mamá! También puedes ser una setentona esbelta.

— ¡Oh! —exclamó su madre llena de placer — Me alegra tanto que digas eso, Edward. Tus hermanas piensan que soy tonta por ir a un gimnasio a mi edad.

—Probablemente te tengan envidia por tener el valor de hacerlo.

Ella se rió.

—Se podría decir que todo esto es por haber conocido a Benjamín. Es un gran motivador.

—Bueno, ¿puedo preguntar quién es Benjamín?

—Benjamín es pre…precioso —exclamó Makenna tartamudeando en broma desde la cocina, haciendo girar los ojos expresivamente.

Tia se ruborizó y le dijo a Bella: —Me va a llevar a bailar el viernes por la noche. Dice que me muevo muy bien.

—Ahí lo tienes, Tia. El que no se arriesga, no gana —respondió Bella calurosamente y mirando a Edward—. Benjamín es el que viene a limpiarnos la piscina una vez a la semana. Si lo descubriera una agencia de modelos, sería una mina de oro.

— ¡Nos encanta a todas! —dijo Makenna.

Bella sonrió a Edward como diciéndole que a ella no, que sólo había un hombre en el mundo que la encantara a ella y era él.

Edward respiró profundamente y deseó llevársela a la cama en ese mismo momento para hacer el amor salvaje y maravillosamente, pero bien podía esperar a esa noche. El deseo que podía sentir no estaba sujeto a un cambio de humor o de actitud. La semana en París le había asegurado más allá de cualquier duda posible que ese deseo era mutuo. Era magnífico saberlo. Era como tener el arcoíris allí todo el tiempo, la promesa no era una ilusión, era real.

— ¿Cómo puedo conseguir unos músculos como los de Benjamín? —le preguntó Riley a Tia.

—Bueno, tal vez debieras preguntárselo a tu padre, Riley —dijo ella—Él lo sabe todo.

Pero no era así. Incluso mientras charlaba con su hijo pensó en las cosas que no había sabido y los problemas que eso había causado. Las cosas equivocadas que había pensado de Bella y su fallo en juzgar a Lauren Mallory al confiar en ella, incluso en que le gustara. Durante las últimas semanas se había sorprendido al encontrarse cara a cara con diferentes realidades a las que se había formado en la mente.

No lo sabía todo. No había sabido que su madre no estaba cómoda siendo regordeta, que estaba harta de la barriga y quería tener una figura más esbelta. Edward decidió que saberlo todo cerraba las puertas a demasiadas cosas que merecía la pena saber. Una mente abierta daba muchas más recompensas.

Miró a su madre y pensó que debería pasar más tiempo tratando de conocerla mejor, a Esme Cullen, la persona, no la madre que siempre había estado allí.

Miró a sus hijos y esperó poder ayudarlas a abrir las puertas que la vida les ofreciera.

Miró a su esposa, su hermosa Bella, reina de su vida.

Ella levantó entonces los ojos y sus miradas se cruzaron, así que sonrió brillantemente.

Edward pensó entonces que sabía una cosa perfectamente. Es el amor lo que le da sentido a la vida, y nunca iba a dejado ir.

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Fin


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