Disclaimer: Lloro en mi habitación pensando que ninguno de los personajes son míos. ¿Por qué mundo cruel? ¿Por qué no me diste una mente maravillosa como la de Rumiko Takahashi? La trama, por otro lado, sí es sacada completamente de mi mente.


19 años

No sabía por qué, pero algo dentro de él le impulsaba a preguntárselo. La pregunta lo asfixiaba.

Mamá, ¿crees que algún día yo también seré tan grande y fuerte como lo fue papá?

Las dulces facciones de su madre se arrugaron por la enorme sonrisa que siempre le dedicaba a él. Solamente a él.

Claro que sí, mi pequeño— le respondió ella acariciándole la cabellera con ternura— Pronto crecerás mucho y serás muy fuerte.

¿Y así podré protegerte a ti?

Supo que la pregunta la había cogido desprevenida por la profunda mirada que le echó y como sus ojos se aguaban, aún pareciendo que ella no se daba cuenta. El dolor y la tristeza emanaba a su alrededor como una trágica aura.

¿Verdad o no, mamá?— insistió, de pronto, muy nervioso. Sentía como si el tiempo se le estuviera acabando— Mamá, no dejaré que te pase nada, lo sabes, ¿no? Me haré un hombre fuerte y poderoso y nadie te tocará. Lo prometo.

Y fue cuando ocurrió. Una lágrima descendió por su pálida mejilla, en el mismo momento en el que sus labios esbozaban una sonrisa. Fue la imagen más desgarradora y hermosa que él vio.

Ella se inclinó y entonces se encontró entre sus brazos. El olor a jazmín lo rodeó y se sintió como si hubiera llegado a su hogar. Y es que ella era lo único que tenía en su vida. Su pilar, su fuerza, pero también su debilidad.

Si ella desaparecía... él no sería nada.

Tú no tienes que preocuparte por mi, cariño— le habló ella en un murmullo— Lo único que necesito para ser feliz es que tu estés bien. Tienes que vivir tu vida, ser valiente y nunca rendirte, ¿me oyes? Siempre estaré orgullosa de ti, pase lo que pase. Que nunca se te olvide, mi niño. Mamá te quiere...

Su voz se extinguió y él apenas pudo hacer nada. De pronto, fue como si se quedara sin fuerzas y cuando se quiso dar cuenta se había desplomado en sus brazos. Asustado, percibió como su respiración se hacía más pesada y lenta y un terrorífico olor a sangre inundó el lugar. Su corazón aumentó de velocidad.

Mamá...— fue el balbuceo que tan solo pudo expulsar sus pulmones cuando vio el rostro demacrado de la mujer.

El color había desaparecido del rostro y el brillo de su mirada tan solo parecía una lejana estrella en una profunda negrura. Apenas podía tener los ojos abiertos y un hilillo de sangre manchaba una de las comisuras de sus labios.

Sintió como su corazón era atravesado por un millón de espadas.

No, ella no...

Mamá— la desesperación teñía su voz— ¡Mamá, no te vayas! ¡No me dejes!

Inu...Yasha...

Por favor...— su labio inferior temblaba y no sabía como podía estar sosteniéndola con el cuerpo entumecido como lo tenía.

Al final no ha podido ser cariño— vio las intenciones de su madre de acariciarle la mejilla pero ni fuerza tenía para eso— No me han dado más tiempo...

No te he protegido. Te he fallado, mamá. Te prometí que te protegería y ahora...

No, no, no... Cariño, no digas eso. Nada de esto es culpa tuya.

Y como si de un milagro (amor de madre) se tratase, la mujer pudo reunir los últimos vestigios de fuerza y levantando una de sus manos, la posó con delicadeza en la mejilla de su hija.

Te lo dije en su momento, InuYasha. Yo estaré bien mientras tú lo estés. Además, —de pronto, sus párpados cayeron un segundo y cuando se alzaron un nuevo brillo resplandecía en su mirada— estoy feliz porque pronto podré reunirme con tu padre. Lo he echado tanto de menos todos estos años... Y esto no es un adiós, cariño. Allá donde esté, cuidaré de ti junto a tu padre.

Mamá...

Jamás te rindas, mi niño. Y lucha siempre por tus sueños y deseos.

Hizo el amago de colocar un mechón de su cabello plateado por detrás de la oreja, pero su mano dejó de funcionar y cayó en picado hacia el suelo. Ya no la sentía y hacía tiempo que sus piernas habían dejado de responder.

Se acercaba el final...

Ve a ella— sus comisuras se alzaron levemente— Te mereces ser feliz, InuYa...

Aún con medio nombre en la garganta, sus mirada se desenfocó y ya no volvieron a mirarnunca más.

Durante unos primeros segundos el máximo silencio reinó en el lugar. Sin embargo, cuando la incredulidad, el dolor y la furia fue abriéndose paso en el pecho de él, rugiendo como un animal embravecido que esconde su dolor, sus dedos apretaron aún más el inerte cuerpo de la mujer.

Su dolor crecía inexorablemente, arrasando cualquier pensamiento común. Sentía su sangre hervir en sus venas. Escuchaba a su propio corazón bombear gran velocidad.

Ya no estaba. Su madre se había ido.

Para siempre.

Veo que por fin ha muerto. Honestamente, esperaba que tardaría menos. Ha sido una mujer muy fuerte.

InuYasha vio todo rojo cuando escuchó esa voz. Sabía quién era. Y, maldita sea, sabíalo que quería decir.

Un rugido retumbó desde lo más profundo mientras la ira lo inundaba.

Lo mataría. Mataría a ese hombre aunque fuera lo último que hiciera. Por su madre. Por él.

S-señor...

Con mucha delicadeza dejó el cuerpo de su madre en el suelo y sus manos se crisparon, enseñando sus garras. Una de sus comisuras se alzó, mostrando así una mueca macabra.

Oh, sí, disfrutaría mucho desmembrándolo uno a uno...

¡Ahora!

Y de pronto la oscuridad rodeó al medio demonio.

InuYasha apenas notó que había soltado una maldición cuando sus ojos se abrieron. Rápidamente se incorporó de la pared rocosa de donde estaba apoyada sintiendo como su corazón quería escapársele del pecho para huir de él.

Las imágenes aparecían una y otra vez por su mente, avasallándolo sin cuartel.

Era la décima vez que soñaba con ello en lo que llevaban de primavera.

Demasiado asiduo para su propia salud mental.

¿Por qué tenía que soñar con eso? ¿Por qué seguía doliendo igual que la primera vez?

Ya había pasado un año desde que ocurrió eso y él... escapó, huyó. No, en realidad él no lo veía así. Él más bien lo definía como "halló la libertad".

¿Es que nunca se iría el dolor? ¿La desesperación? ¿La impotencia? ¿La rabia?

Había conseguido acabar con el desgraciado que mató a su madre, a él y a toda su gente, se había vengado con creces, pero eso, aunque sí lo hizo sentir un poco aliviado y triunfante, no logró disminuir ni un ápice el dolor que desolaba su corazón.

Eso no hacía que su madre reviviera.

Aunque bien podía decirse que una parte de él se alegraba de que, como ella había dicho, al fin hubiera podido reencontrarse con su padre, el cual había muerto el día que él nació. Su madre siempre lo amó y esperó pacientemente, cuidándolo, a que su momento llegara. Nunca dudó de ello.

Ella se había ido, inevitablemente dolía... pero también con ello había conseguido romper las cadenas que la oprimían a ella y por consiguiente a su hijo en aquel horrible lugar al que nunca había llamado "hogar".

Ahora él era libre... para estar con la mujer que amaba.

Y hablando de ella...

Con las palpitaciones de su corazón disminuyendo ya de velocidad, el ceño de InuYasha se frunció cuando al olisquear el ambiente captó su aroma pero no con la intensidad que esperaba. Desaparecía en dirección a la abertura de la cueva donde se habían refugiado esa noche.

¿A dónde había ido esa chiquilla? ¿Por qué era siempre tan imprudente?

Expulsando el aire por sus fosas nasales, exasperado, InuYasha se incorporó mientras pensaba en la bronca que le echaría cuando la encontrara.

—¿InuYasha?— se oyó la voz somnolienta de Shippo al otro lado de la cueva, en la pared de enfrente.

—Vuelve a dormir, enano— gruñó sin mirarlo, encaminándose al exterior.

—¿Buscas a Kagome?

Fue nombrarla y las orejas del medio demonio inevitablemente se irguieron en dirección del pequeño. Se detuvo y se giró levemente para mirarlo con su entrecejo poblado de arrugas.

—¿Sabes dónde está?

Este se incorporó restregando una mano por sus ojos a la vez que bostezaba.

—Me desperté cuando estaba saliendo. Dijo que la esperáramos, que volvería pronto.

InuYasha resopló irritado con la forma de ser de la joven. ¿Cómo podía pensar que él la esperaría sentado? ¿Por qué tenía que marcharse sola? ¿No se daba cuenta del peligro que corría por ahí?

—¡Eh, espera!— exclamó el demonio cuando vio al joven dispuesto a marcharse— ¡No me dejes atrás!

De un salto llegó a su hombro y tuvo bastante suerte pues el joven apenas había reparado en sus palabras ya que escasos segundos después corría por el bosque siguiendo el inconfundible aroma de la muchacha.

Tampoco es que tuviera que recorrer mucho. Una irritable presión en su pecho apareció cuando se dio cuenta que su dulce olor se intensificaba conforme se acercaban a un poblado de humano, sin embargo, no tuvo que llegar allí.

La joven se encontraba entrando ya en el bosque que colindaba con la aldea. Una hermosa sonrisa surcaba sus labios y a su espalda llevaba una bolsa que parecía pesar más que la noche anterior.

De un salto aterrizó frente a ella y detuvo la sonrisa que quería expandirse en sus labios cuando vio el tierno sobresalto que pegó y la mirada fulminante que le echó cuando descubrió que era él.

—¡Kagome!— exclamó Shippo tirándose a los brazos de la joven.

Esta lo acogió en su regazo y le dio un beso en la frente.

—Buenos días, Shippo.

—Kagome, yo le dije a InaYasha lo que me dijiste— hizo una mueca— Pero no me ha hecho caso.

—Y una mierda— frunció el ceño el medio demonio mirando fijamente a la muchacha e intento no embobarse por culpa de su sonrisa o su cálida mirada— ¿Por qué te has ido sola, Kagome?

La joven se encogió de hombros en un gesto inocente y pausadamente se acercó al joven para posteriormente posar sus labios en la mejilla del muchacho, las cuales enrojecieron rápidamente.

—Buenos días a ti también, InuYasha. ¿Desayunamos? He comprado algunas cosas en el marcado.

Todavía le costaba acostumbrarse a esos gestos espontáneos de la chica y conseguía avergonzarlo, sobre todo cuando había más personas, como por ejemplo el pequeño Shippo el cual no hacía otra cosa que reírse de la cara de idiota que se le había quedado.

Gruñendo para sí, adaptó su paso al de Kagome y muy molesto, golpeó en la cabeza el mocoso.

—¡Cállate!

—¡Ah!— gritó Shippo— ¡Kagome, InuYasha me ha pegado!

Por el contrario, la muchacha puso los ojos en blanco siendo presente de las tan conocida riñas entre ambos. Sin embargo, la sonrisa no desaparecía de sus labios.

Sí, era un bonito día cualquiera junto a los hombres de su vida.

·

—Deberías quedártelo para ti, Kagome.

Sus palabras cayeron en saco roto. La joven, sacudiendo la cabeza, terminó por acomodar la única manta que tenían de modo que fuera amortiguador del duro suelo y además pudiera tapar al pequeño Shippo, el cual se había quedado dormido en las raíces de un árbol.

Esa noche, al contrario que días atrás, parecía que la temperatura había disminuido. Una suave brisa mecía las hojas de los árboles que emitían una dulce y arrulladora melodía.

—No tengo frío— se encogió de hombros y tras lanzarle una sonrisa, volvió junto al medio demonio y se sentaron en la hoguera.

Casi sin pensarlo, en un movimiento automático, el brazo del medio demonio serpenteó por el cuerpo de la joven hasta que rodeó los hombros de la muchacha para atraerlo hacia él. Kagome suspiró mientras se recostaba en su pecho. Que bien se estaba allí...

Hacía poco que habían apagado el fuego por temor a que consiguiera alertar a algún animal salvaje o demonio que se encontrara por la zona. Así que por eso la única fuente de calor que podía conseguir se trataba de su ropa (obviamente ya puesta), la manta (usada por Shippo) e... InuYasha.

Kagome sintió como la sangre viajaba a sus mejillas después del ritmo que estaba tomando sus pensamientos.

—Consientes demasiado a ese mocoso— se quejó suavemente InuYasha, sin embargo, Kagome llegó a captar el ligero tono de ternura en su voz.

A pesar de las peleas y confrontaciones entre ellos, en realidad se habían cogido cariño en el tiempo que llevaban juntos.

—Míralo. Es tan pequeño...— sonrió la joven echándole un vistazo al dormido y seguidamente trasladó sus orbes castaños al medio demonio— Me recuerda un poco a ti.

—¿A mi?— arqueó él las cejas.

—Claro, a esa primera vez que nos vimos. Muy sentí muy enfadada cuando vi como esos estúpidos niños te molestaban— arrugó, según la percepción de InuYasha, adorablemente el ceño.

A su memoria llegó esa primera vez, aquella niña toda sucia que salió en defensa. Recordó también su bonita y dulce sonrisa y un cosquilleo apareció en su estómago. Después de todo ese tiempo, seguía teniéndola a su lado, cuidándola, protegiéndola y no pensaba jamás dejar de hacerlo.

—Nunca te lo pregunté pero... ¿por qué me salvaste aquel día?

—¿Qué?

—Ya sabes… fuiste la única en salir en mi defensa…—murmuró apartando la mirada, un poco incómodo.

Pasaron unos segundos en silencio hasta que el medio demonio sintió que le cogían el rostro para posteriormente obligarlo a girarlo. Marrón y dorado se encontraron. Y ella le recompensó con la mayor de sus alegrías: ver su sonrisa.

—Podría alardear un poco y decir que mi padre me inculcó que debía ayudar a aquellos que necesitaban ayuda en cualquier ocasión— la mano que sostenía su rostro se movió hasta abarcar toda su mejilla en una tierna caricia y a continuación enroscó uno de sus mechones albinos— Pero la realidad es que me llamaste muchísimo la atención. Y tu pelo se parecía al de mi padre— concluyó encogiéndose de hombros y apenas pudo reaccionar cuando InuYasha se abalanzó hacia ella.

Sus bocas colisionaron y sus cuerpos se entremezclaron sobre el follaje del suelo, con el joven sobre ella. Ninguno de los dos supo el motivo, pero una desesperación, anhelo y deseo reinaban sobre ellos mismos. Se besaban con pasión y ternura, se besaban con fuerza y con delicadeza, se besaban con desesperación y confort.

Las manos de la muchacha reptaron por su espalda, entremetiéndose en las hebras plata de él e InuYasha la apretó contra sí con ambas manos en las caderas. El aire les parecía en esos momentos algo totalmente vulgar e innecesario, sin embargo, al ser humano (incluido los medio demonios) les resultaba vital por lo que conforme pasó el tiempo, tuvieron que separarse.

Un InuYasha jadeante se incorporó sobre ella y sin apartar la mirada colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja.

—Siempre me había parecido muy llamativo mi pelo— susurró sobre sus labios— Lo odiaba, porque marcaba mucho la diferencia con los demás humanos, junto con las garras, orejas y colmillos. Pero ahora… con eso que me ha dicho…

No terminó la frase, pero a Kagome no le hizo falta. Sabía lo que le iba a decir. Una parte de ella saltó de júbilo, porque eso le daba a entender que por un momento aceptaba aquellas cosas que lo hacían ver tan especial a sus ojos, pero desagradables a los de él.

¿Cuántas veces tenía que decirle que ella lo quería así, como medio demonio?

Le daba igual que no fuera un humano. Le daba igual que no pudieran vivir en su propia casa, en vez de tener que estar viajando, pues los aldeanos lo veían con malos ojos. Les daba igual los cuchicheos de ellos, las malas miradas e inclusos algunos que otros ataques porque ella estaba junto a él: ¡Una humana y un demonio! Todo eso dejaba de tener sentido si como recompensa obtenía una vida junto a su amado InuYasha.

En su recuerdo quedarán siempre todo el tiempo que estuvieron juntos, desde la primera vez que lo vio hasta el momento en el que se encontraba: abrazados, con la mirada de él diciéndole lo mucho que la quería, con un futuro juntos por delante.

—¿Sabes qué? — murmuró mirándolo fijamente— Realmente no necesitaba esa manta…

Y sus labios volvieron a juntarse, expresándose todo lo que sus corazones sentían.


Otro más que llega a su fin...

¡Qué rápido se hacen mayores mis niños! :(

En fin, espero que os haya gustado y lo hayáis disfrutado tanto como yo cuando lo escribía. Venga, un último comentario contándome vuestras impresiones.

Seguiremos leyéndonos, tenedlo por seguro, pues tengo otras ideas que me rondan en la cabeza.

¡Volveremos a vernos, jóvenes hanyous! (?