Notas preliminares: Las escribo ahora ya que no habrán notal finales para no arruinar nada. Escribí este capítulo escuchando alrededor de ocho millones de veces dos canciones de Ed Sheeran (les dije que AMO a ese pelirrojo de canciones cortavenas?. Bueno le amo xD)las canciones son: Perfect y Happier de su último disco que escucho hasta entrar en coma xD
Sin más que agregar, último capítulo.
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Stars in our own Sky
Lore-chan
Quinto: Perfecto
Mimi bajó del taxi frente a una casa de dos pisos, tenía un pequeño patio frontal que, según ella, le hacían falta color verde, color azul, colores… millones de colores, flores, plantas… era un antejardín triste, le recordaba el balcón de Yamato.
Y ¡qué decir del patio trasero!, quería hacer una fuente en una esquina y en la pequeña pérgola que estaba en medio, quería llenarlo de luces, y tener su propia copia de un cielo estrellado, como el que tenía cuando vivía con Joe.
Sonrió al recordar a su ex prometido, hace poco se había reunido con Meiko y ésta le dio la noticia que estaban esperando un hijo. Aquello la hizo inmensamente feliz porque supo que, en su momento, hizo sufrir tanto al peliazul – por motivos obvios no se lo merecía – y el saber que estaba en manos de su mejor amiga y que ella cuidaría de él, como Mimi no supo hacerlo, le entregó una tranquilidad increíble.
Meiko, cuando se lo contó, tartamudeó y antes de cualquier palabra, le pidió disculpas una y mil veces. Y cuando, al fin, le soltó la noticia de que estaba enamorada de Joe y que lo había besado, Mimi se sorprendió por completo, su amiga jamás le había dado ningún indicio de que sintiera algo por su novio. Ex – novio, en realidad.
Quizás cuando se lo presentó por primera vez, hubo una chispa en sus ojos, pero de llegar a sentir algo tan fuerte como amor. Nunca se lo esperó.
Pero, ¿Quién era ella para decirle no? ¿Para enojarse e indignarse?
—Joe jamás hubiera encontrado mejor persona que tú, Meimei – le sonrió antes de abrazarla y decirle que todo estaba bien.
Mimi y Joe volvieron a hablar, se juntaron en una cafetería cerca del hospital donde trabajaba el Kido. Pidieron más de cinco cafés, dos trozos de torta y galletas para compartir, se hizo de noche y ellos aún estaban allí, resolviendo los eslabones perdidos de su terminada relación, pidiéndose disculpas por los errores cometidos, diciéndose que no había rencor, menos odio.
Habían sido cuatro años maravillosos, pero llegaron a la conclusión de que ambos no eran el destino el uno del otro, solo fueron compañeros en el camino hacia un lugar definitivo.
Se despidieron con un abrazo apretado y entre lágrimas, él besó su frente por última vez.
Sabía que hombres como Joe quedaban pocos, así como hombres como Yamato. Hombres que abandonan lo que aman y se quedan con la persona que aman.
—¿Son estas horas de llegar?
Mimi alzó la mirada y desde el pequeño balcón del segundo piso, Yamato la miraba divertido, exhalando el fumo de su cigarro.
—Pues hazle esa pregunta a Taichi. No quería cerrar el bar. Estaba tan abarrotado que si por él fuese se habría amanecido trabajando.
Él se apoyó en la baranda, colocando una de sus manos en la barbilla, con aire pensativo.
—Es una casualidad que desde que estás trabajando allí, comenzara a llenarse de pronto.
—Que puedo decir… - sonrió – soy la estrella.
—Es esa minifalda que ocupas – indicó frunciendo el ceño, pero en realidad no estaba molesto. Era un hombre celoso, pero también sabía establecerse límites propios. Después de todo, su novia trabajaba en un bar y noche a noche hombres se le insinuaban. Si no se supiera controlar, golpearía a la mitad de los presentes – así me hipnotizaste a mí, debes de hacer lo mismo con los clientes.
—Y con mi voz, recuérdalo – le guiñó el ojo, coqueta.
—Con todo – susurró, pero ella no lo escuchó.
Mimi sacó las llaves de su chaqueta y abrió la puerta principal. Adentro estaba todo decorado en tonos celestes, verdeagua y blanco. Era una extraña combinación entre lo que alguna vez fue el departamento donde Mimi vivió con Joe – y que actualmente vivía ahora él con Meiko – y el departamento de Yamato, el cual ahora era el hogar de su hermano Takeru que se había comprometido con su novia.
Dejó las llaves colgadas, mirando de reojo el reloj empotrado. Ya daban las cinco con veinte. Sí, era cierto, ese día sábado había llegado muy tarde… o muy temprano, dependiendo del punto de vista.
Caminó y dejó caer su bolso en el mueble cercano a la escalera, donde descansaba una fotografía de ella y de su rubio. La tomó en sus manos con nostalgia, Taichi se las había tomado una noche en que ambos decidieron subirse al escenario y cantar. Si recordaba tan bien como creía, fue Tenerife Sea.
Su relación con Yamato cumplía un año y medio ya.
Había vuelto a estudiar como alguna vez le comentó, por ese entonces, a su vecino del piso nueve. Cocina Internacional fue su opción y el rubio junto con Taichi, Takeru y Miyako eran los más felices probando sus platillos.
Trabajaba de jueves a sábado en el bar del Yagami, hacía muchas cosas en el lugar, a veces era anfitriona, otras barwoman – los chicos le habían enseñado a hacer tragos y aprendió a mover las botellas y otros implementos con una destreza que hasta a ella misma le asombró – cantaba antes de animar el karaoke y cuando Taichi se ausentaba, ella quedaba a cargo.
—Voy a hablar seriamente con ese idiota… te está sobreexplotando – Yamato la abrazó por la espalda y besó su cuello – odio dormir solo, no puedo pegar una pestaña sabiendo que no estás a mi lado en la cama – reclamó – y sabiendo que ojos libidinosos te miran por la noche.
Ella rio.
—Sólo tres años más, termino mi carrera y estaré encerrada en una cocina preparando platos.
—¿Por qué no mejor te encierro ahora en la habitación y me preparas a mí? – murmuró con sensualidad en su oído.
Mimi se estremeció. Esa voz que ponía le erizaba la piel.
Dejó la fotografía en su lugar y volteó a verlo para así robarle un beso casto, que dejó al rubio bastante decepcionado. Así que la alzó en sus brazos y se la devoró en uno que clamaba deseo.
Ella ya estaba metiendo las manos bajo su camisa cuando Yamato la detuvo, la bajó y le sonrió de lado. Mimi ladeó su cabeza sin entender, ¡¿Por qué había se había detenido si todo iba tan bien?!
—Te tengo una sorpresa, pero antes… - le quitó el pañuelo que llevaba puesto y le vendó los ojos.
—Si la sorpresa es que recogiste las colillas que botas en el patio trasero, te mereces una cena de lujo – rio y él la secundó.
—Prometo hacerlo mañana –se excusó y Mimi hizo un puchero.
La guió tomada de ambas manos, ella supo que habían salido al jardín de atrás cuando sus pies tocaron el césped. Era un patio muy pequeño, como lo eran todos los patios de casas japonesas, pero lo que la había enamorado era la pérgola de la terraza.
Yamato la hizo sentarse, con cuidado, en algo que se sentía como su manta de lana, la que ocupaba en los inviernos para cubrirse y ver televisión sin sentir frío.
—Sin hacer trampa – le dijo al oído separándose de ella – recuéstate.
Ella obedeció, imaginándose qué sorpresa podría tenerle su novio a esas horas.
Y mientras esperaba, su mente traía al presente todos los momentos con él.
Desde las veces en que se lo topó en el ascensor y le intimidaba su presencia, las millones de veces que subió un piso para reclamarle por las colillas de sus cigarrillos, obligarlo de madrugada a barrerlas, la tensión que existía entre los dos y que por años trató de obviarla hasta que explotó esa noche en el departamento de él, sus besos, sus caricias, la tarde en el bar donde le pidió una oportunidad a través de una canción y que ella no pudo negársela, no después de descubrirse enamorada.
La primera cita, al día siguiente, cuando se suponía de él debía estar en Estados Unidos y donde él renunció por teléfono en su presencia, fue perfecta. La segunda cita, días después de que se supusiese que ella estaría casada y que los pasajes a Tailandia fueron ocupados por Meiko y Joe, ellos estaban abrazados y besándose en una de las tantas escaleras que mostraban la hermosa vista de su ciudad. Era de noche, nadie en las calles… y Yamato le pidió de la forma en la que solo él sabía hacerlo, que fueran novios, cantó en su oído.
Encontró trabajo administrativo en JAXA y viajaba diariamente a Tokyo. Mimi lo notaba, él extrañaba estar arriba, afuera… en el cielo, ella lo sabía y muchas veces se sintió culpable de que ella fuera el motivo de que no pudiera hacerlo.
Lo sintió acostarse a su lado.
—Puedes sacarte el pañuelo, pero no abras los ojos aún – pidió.
Así lo hizo. Esperó impaciente. Yamato rio al verla jugar con sus dedos, sabía que era señal de su nerviosismo y ansiedad.
Besó su mejilla.
—Ábrelos – susurró.
Y en cuanto lo hizo, sus ojos se aguaron. Fue instantáneo.
Sobre ella, millones de luces… quizás eran miles, pero para ella eran millones, colgando de la pérgola, iluminando la noche.
—Me encanta – exhaló en un suspiro y una lágrima rodó por su mejilla.
—Por eso trabajaste tarde hoy, le pedí a Taichi que te mantuviera entretenida… no lograba armar esto. Es un caos… pensar que lo hiciste tú sola años atrás.
—Esto es mucho más amplio que el antiguo balcón – alzó su mano, como si quisiese tocar las luces… las estrellas – Nuestras propias estrellas, nuestro propio cielo estrellado.
—Sólo nuestras.
Entrelazaron sus manos.
—¿Te arrepientes, Yamato? – preguntó Mimi con cierta angustia tras un rato.
—¿De qué? – giró a verla y ella lo observaba con sus ojos brillando.
—Haberme "elegido" a mi sobre… "aquello" – y ahora miró las luces sobre ellos. Yamato entendió a lo que se refería.
—Extraño, no te lo voy a negar – dijo – pero ya no me imagino durmiendo allá arriba solo. No podría estar flotando, sabiendo que estás acá abajo, sola… y que llegue algún idiota a lanzarte colillas al jardín frontal.
Mimi soltó una carcajada.
—Él único que hace eso, eres tú.
Yamato se subió sobre ella, tomando propiedad de esa boca que era suya desde hace tanto.
—Tengo el cielo y las estrellas aquí mismo. No necesito verlas desde allá. ¿Recuerdas que una vez te dije que hay cosas mucho más lindas acá en la tierra que allá afuera? – ella asintió – tú eres la más bella de todas y no me arrepiento de haberte elegido.
—Es que ese meteorito era muy feo… - recordó frunciendo el ceño divertida.
Por respuesta, la volvió a besar. Sus manos jugaron y recorrieron su piel, subiendo telas, bajando otras, sacando broches, haciendo a un lado todo lo que molestara e interrumpiera.
—Quédate siempre conmigo – suspiró mientras Yamato se movía lento sobre ella.
—Es en lo que estoy trabajando.
Mimi se arqueó sonriendo, miró las luces, sus estrellas… y todo era perfecto.