Disclaimer: El universo de Hellsing, así como sus respectivos personajes son propiedad intelectual del gran mangaka Kōta Hirano y son empleados sin fines de lucro. Our Destiny es una canción del grupo de metal Epica y fue inspiración para este capítulo.


Nuestro Destino

"Hemos pasado tantos días juntos intentando seguir con nuestros sueños… hayamos camino a través de lazos rotos… Es tan difícil encarar lo que hemos hecho mal, compartimos una vida imposible y no podemos ocultarnos del destino. ¡No me rendiré! No renunciaré a esta lucha, me sacrifiqué, dimos todo nuestro esfuerzo y no nos rendiremos para morir en vano. Volveré a cantarte esta canción, tenemos la oportunidad de la vida y nunca cerraremos esta puerta."

Seras permaneció de pie, observándolo fijamente. Sus ojos reflejaban miedo, ¿pero de qué? ¿Acaso no había terminado con el hombre lobo por su cuenta? ¿No le había demostrado que era capaz de seguir de pie en el campo de batalla, junto a ella, mano a mano? Dijo su nombre, uno de sus tantos fetiches por fin se había realizado y aun así se sintió vacío, sin la pasión y el deseo que tanto añoraba por parte de la draculina. Dio un paso hacia ella, el mismo que retrocedió en el acto, lista para huir de él. ¿Qué demonios pasaba con ella? Un paso más, pero esta vez no huyó, solo se quedó de pie, sirviendo de escudo a Sir Hellsing. Tan oportuna como siempre, la dama de hierro solo observó sobre el hombro de Seras, escondiendo su mueca indiferente tras el rastro de sombras que emanaba del muñón.

— Buen trabajo, capitán.

— Le dije que no debía subestimarme, Integra.

— Era de esperarse, con su terquedad habitual, su mente de estratega y la fuerza de un neófito.

En ningún momento dejó de observarla, ni siquiera cuando la rubia se giró para hablar con Integra. Al menos aún le tenía la confianza suficiente para darle la espalda.

— ¿Se encuentra bien, sir Integra?

— Si, Seras. ¿Y tú misión?

— El maestro está bien, pero nos separamos.

Un suspiro de alivio que no pasó desapercibido para nadie, algo tan contrastante con su habitual falta de emociones. Solo Alucard podía causar esa clase de estragos en ella y lo odiaba por ello. Sé alejó un poco de la chica, lista para pronunciar su nombre, llamándolo como su fiel perro, pero antes siquiera de separar los labios la risa del nosferatu hizo eco en el lugar antes de mostrarse como el cazador de vampiros, con la roja gabardina ondeando a cada paso y el ala del sombrero ensombreciendo su rostro.

— No es necesario el llamado, mi ama.

— Tu reporte, Alucard.

— Todos los objetivos han sido silenciados, justo como ordenó.

Recalcando en cada silaba que fue por su mano que Walter estaba muerto. Integra tuvo que contenerse para no gritarle en ese momento, limitándose a apretar los puños a los costados y evitando a toda costa que le temblara la voz. Un silencio incomodo se formó entre los cuatro hasta que Alucard posó su atención en Pip y la sangre que manchaba sus labios.

— Así que lo ha comprendido, capitán.

— ¿Comprender qué?

— ¿Maestro? — Seras preguntó inquisitivamente. Alucard continuó como si no hubiese sido interrumpido.

— Un vampiro existe por y gracias a la sangre. Una lección fácil de aprender para cualquier neófito, excepto para la chica policía.

Seras y Pip guardaron silencio, limitándose a observar al nosferatu hasta que Integra habló.

— Explícate, Alucard, ¿cómo es posible que Bernadotte fuera convertido por Seras?

— Podría dar varios argumentos, cada uno igual de incoherentes, Integra. Dios creó al vampiro para castigar la blasfemia a su obra divina y solo tu dios sabe bajo que reglas se rige su creación. La castidad de la sangre facilita la transformación, es como vaciar colorante sobre agua cristalina; pero si esa agua ha sido ultrajada con otros tintes es más difícil que tome la coloración deseada, más no imposible. ¿Fue suerte o el destino? Por algo tuviste que contratar a los mercenarios, por algo tomé la pureza de la chica policía y por algo te convertiste en la heredera de la organización Hellsing.

— No creo en la suerte, Alucard.

— Entonces fue el destino el que cruzó nuestros caminos hasta este punto cúspide en el que tuvimos que destruir una ciudad para lograr la evolución de todas las partes. Tú no eres la misma, Seras no lo es, incluso el mercenario tuvo un cambio considerable en su…existencia.

— ¿Tú eres el mismo?

— Incluso el diablo puede aprender y trascender.

Silencio. Cada uno intentaba asimilar las palabras dichas por Alucard, interpretando a su manera las mismas. ¿Trascender? Integra estaba segura de que tenía que ver con las sospechas de que Millenium utilizara los restos de Mina Harker para crear los vampiros artificiales. Un nombre tabú en su familia porque representaba el mayor fracaso de su abuelo, la mujer que no pudo salvar de la marca del diablo.

— Así que al fin trascendiste, conde.

— Con una eternidad por delante sería inverosímil el que prefiera estancarme en el mito de Drácula, condesa.

Silencio una vez más. La forma en que Integra y Alucard se miraba no pasó desapercibida para Seras. Se sentía feliz, sabía que era lo que ambos necesitaban y era justo avanzar un poco dentro de ese enfermizo circulo vicioso, esa extraña relación de ama y sirviente. ¿Eso donde la dejaba a ella? Conocía la respuesta, pero no se atrevió siquiera a plantearla en su mente. Las miradas tampoco pasaron desapercibidas para Pip, pero en él caló más hondo el discurso del vampiro, ¿tomar la pureza de Seras? Quería creer que era en sentido figurativo, haciendo alusión al forma ruin y cobarde en que la despojó de su vida, más él no estuvo al inicio y no conocía toda la versión. Seras era muy dependiente a Alucard, para todo requería su aprobación como si fuera un perro domesticado. ¿Eso significaba ser un sirviente o había algo más oculto bajo esa farsa?

— Hemos terminado aquí. Seras, regresa a nuestro hogar. ¡Vuela!

— ¡Si, sir Integra!

La draculina sujetó a Integra por la cintura y se impulsó en el aire de un salto, surcando el mismo de una forma grácil, extraña, justo como ella misma. Pip observó a ambas mujeres hasta que su imagen se volvió una tenue estela de luz que rápidamente se perdió. Estaba por amanecer, una curiosa sensación recorrió todo su cuerpo, como si estuviera expuesto a una ligera pero molesta llama.

— Será mejor que se apresure, capitán. El sol solo es una molestia para mí, pero usted sigue siendo un simple neófito y no creo que cuente con tanta suerte.

— No tienes que decirlo de esa forma, cabrón.

Alucard soltó una carcajada antes de convertir su cuerpo en una sombra que rápidamente desapareció de la vista. Pip sabía que seguía con él, en algún lado y de alguna forma.

— Escucha, asqueroso vampiro. No sé que relación tengas con Seras, pero ella será libre de tu control así tenga que morir en el intento una vez más.

— Muy osado para un perro el querer morder la mano de quien lo alimenta. No lo olvide, capitán, puede que ella haya bebido de mi sangre y ahora sea libre para tener a su propio vástago, pero la sangre da una conexión eterna y así como ella estará ligada conmigo por siempre, usted está ligada a ella y mientras no beba de su sangre no es más que el sirviente de un sirviente.

Esa molesta presencia desapareció. Alucard lo dejó a su suerte y con la palabra en la boca, aunque no estaba seguro de que responderle. Toda esa ira irracional debía ser causa de la conversión, así como los enfermizos celos y la desesperación de no tener a Seras consigo.

— ¡Maldita sea!

Golpeó con el puño una de las pocas columnas que se mantenía en pie, demoliéndola en el acto. Suspiró hondo y comenzó a correr a una velocidad que solo los inmortales podrían alcanzar, en dirección al sitio donde comenzó todo.

— Trabajo terminado, capitán.

— Bien, Hale. ¿Las placas?

— Monroe está limpiando la sangre.

—Ese bastardo siempre ha sido tan considerado. Bien, en cuanto estén listas notifíquenme para empezar el envío a sus familias. Cada ganso tendrá un entierro de mercenario, pudriéndose en una fosa común, pero al menos sus familias estarán bien remuneradas.

Le dio la espalda, listo para cumplir la orden que le asignaron, pero dudó un segundo y Pip se percató de su cavilación. Podía sentir la penetrante mirada del antes ojiverde sobre él, exigiendo una justificación de forma silenciosa.

—Capitán, me alegra tenerlo de vuelta.

— Si, si, como sea. También me alegro de estar… vivo.

— Señor, debería hablar con el canario.

— Eso no es de tu incumbencia.

— Lo sé, pero la chica llora, ¿sabe? Monroe y yo la hemos escuchado mientras apilábamos los cadáveres.

No esperó contestación de su superior y emprendió su camino, perdiéndose rápidamente de la vista del vampiro. El castaño suspiró con desgana y frotó su nuca en un reflejo meramente humano.

— Llorando… ¿Será por mí, ma cher?

El solo pensar que lograba cualquier clase de emoción en Seras bastaba para subirse el ego, saciar su lado ególatra y terminar sintiéndose como una mierda. Ahí estaba ella, la chica más pura, torpe, machorra y maravillosa que había conocido llorando por su causa, por la forma distante y fría en que la trató después de regresar a la mansión. Fue él quien dio la orden estricta de que no tocara ni un solo cuerpo de los gansos para evitarle el dolor y la culpa que podría llegar a sentir, sin tomar en cuenta de que forma podría llegar a repercutirle.

— Así que, soy un idiota, ¿no?

Sonrió ligeramente, torciendo la comisura de los labios de forma que la punta de sus colmillos rosó la delgada membrana de su tersa y fría piel, recordándole en ese acto de mutismo todo lo que había hecho, cada acontecimiento ocurrido los últimos días, el motivo que lo orilló a estar ahí, parado en medio de una mansión en ruinas y con el tortuoso deseo de reclamar de buenas cuentas la libertad por la que tanto quiso pelear desde aquel sueño profético.

Salió de la habitación con paso firme, dejando que su larga trenza ondeara con cada paso. El peso de la frase que se repetía sin cesar en su mente, una y otra vez de forma cansina le dio el valor suficiente de encarar de una vez por todas a la chica que dio origen a todo su tormento; "alcánzame, se digno del título, un rey entre demonios".

El viento jugaba con su corto cabello de forma molesta para ella, sus manos cargaban varios kilos de escombros y le era imposible pasar los escurridizos mechones detrás de sus orejas. Los desgastados y ajustados pantalones de mezclilla estaban llenos de recientes agujeros, la sudadera deportiva perdió su tono azul celeste por tanto polvo y de no ser un vampiro estaría llena de raspones y moretones. Para cualquier chica sería insufrible trabajar en esas circunstancias, pero Seras jamás fue cualquier chica, ni siendo humana ni como inmortal. Era feliz ayudando, sintiéndose útil y de provecho, pero todos parecían estar de acuerdo en apartarla de las tareas importantes; Integra no había aparecido por el lugar en días, ya que negociaba con la realeza y los miembros restantes de la mesa redonda la forma más diplomática de manejar el incidente en Londres, Alucard desde luego estaba con ella, abogando un riesgo que parecía derivado de su propia paranoia. A los gansos sobrevivientes se les asignó la tarea de enterrar a sus compañeros y arreglar el papeleo para sus familias, ella estaba deseosa de ayudarlos, ¿qué acaso no era un ganso? Creía que sí hasta que escuchó de la boca de Pip un tajante "No", tan indiferente que parecía ajeno a su molesto humor. Odiaba admitirlo, pero prefería mil veces a viejo Pip, aquel que la acosaba con cumplidos dignos de un cabaret y la llevaba al borde su paciencia, aquel hombre que terminó ganándose un afecto que no se creía capaz de sentir y que ahora no hacía más que torturarla.

— El amor duele, ¿no?

Pensó en voz alta, deseosa de escuchar su propia voz para calmar esa sensación de soledad. ¿Qué hubiera pasado si el señor Bernadotte hubiese muerto aquella noche? Estaría devastada, estaba segura de ello, pero mantendría en su mente la imagen del hombre alegre y pervertido que la conquistó sin siquiera notarlo. Estaba feliz de que, de alguna forma, lograra confrontar toda lógica en cuanto a conversión de vampiros, ni siquiera su maestro pudo dar una explicación satisfactoria al respecto, pero ese hombre no era él. Una lágrima de sangre recorrió su mejilla mientras observaba a lo lejos la vista de la mansión destruida, no supo en que momento se detuvo y por inercia desvió la mirada en esa dirección, sabiendo que él estaba ahí, en alguna parte. Sacudió el resto de polvo que cubrían sus manos y talló sus ojos para evitar el llanto que comenzaba a acumularse en ellos.

— Estúpido Pip.

— ¿Tan mal me he portado para que me digas así, mignonette?

Escuchar esa voz le heló la sangre, más porque no pudo reconocer emoción alguna en ella. Tomó un poco de aire para relajar su postura y trató de sonar tan indiferente como le permitían sus nervios.

— Lo siento, no lo escuché aproximarse, capitán.

— Quería asegurarme de que no estuvieses flojeando durante jornadas laborales.

— ¡Yo no flojeo!

Se giró para encararlo, mostrando un gesto hostil y molesto al ver como una pequeña carcajada escapaba de los labios del capitán. ¿Ahora se burlaba de ella?

— Te arrugas toda cuando te enojas, pero sigues viéndote igual de hermosa.

— ¿Qué?

Antes de que pudiese reaccionar Pip se abalanzó sobre ella, tomando sus labios de forma posesiva y urgida mientras acercaba el menudo cuerpo de Seras al suyo. Por un momento pensó en empujarlo, pero el sentirlo tan cerca de ella, sujetándola protectoramente y besándola como nadie jamás lo había hecho la orilló a corresponder con la misma urgencia, mostrando su falta de experiencia al rozar los labios de Bernadotte con sus colmillos hasta que un hilillo de sangre escurrió por ellos. Ambos saborearon el ferroso sabor, pero fue Pip quien no pudo controlarse, necesitaba más de ese sabor y deseaba que fuese Seras quien lo alimentase con él. Fue deslizando sus labios lentamente por su barbilla, descendiendo hasta llegara al cuello, justo en donde su yugular debió palpitar en vida. Rosó su piel con la lengua y no desistió pese a los inútiles intentos de apartarlo por parte de la chica, quien solo pudo cerrar los ojos con fuerza. No hubo permiso ni una negación a su petición y eso fue suficiente para él.

— Por favor, Seras, hazme libre y esclavízame una vez más. Quiero alcanzarte, ser digno de ti.

La ligera presión sobre su piel hizo reaccionar a Seras y empujó a Pip antes de que pudiese morderla.

— ¡Es un maldito pervertido!

El castaño la observó fijamente, sin sonreír está vez. La rubia le sostuvo la mirada de forma desafiante, familiar para el mercenario.

— ¿Me odias, Seras?

— ¡Lo detesto!

— ¿Me odias? — Insistió enérgicamente.

— ¡Jamás conocí a alguien tan exasperante como usted, señor Bernadotte! Lleva mi paciencia al límite y aborrezco sus métodos machistas de tratarme, como si solo fuera una chica cualquiera de las muchas con las que habrá estado, pero no lo odio.

— Mientes, cherie.

— ¿Qué?

La incredulidad reflejada en el rostro de Seras lo hizo dudar de sus propias suposiciones por un segundo, pero la punzada de dolor al verla a los ojos le decía que no estaba equivocado.

— Tu mirada es de odio. He visto esa expresión cientos de veces, yo mismo la he tenido. Entiendo que no soy el mejor sujeto del mundo, antes de morir era simple escoria y ahora soy escoria vampírica.

— No diga eso, capitán.

— Tampoco necesito la lastima de una cara bonita. Yo no quería esto y es obvio que tú tampoco, así que solo encontremos la forma de coexistir con todo esto. ¿Qué es lo que quieres, Seras? Puedo irme de Inglaterra siempre que Integra no quiera darme caza por medio continente con su perro mascota, solo necesito que destruyas ese lazo que nos une.

Ella titubeó, buscando las palabras correctas, pero Pip la interrumpió sin darle oportunidad alguna de expresar su opinión.

— Prometo pasar desapercibido a donde vaya. Ustedes se alimentan de reservas médicas, ¿no? Puedo hacerlo, así tenga que robarlas, y si no lo logro me alimentaré de animales, al fin que siendo mercenario me acostumbré a todo tipo de carencias. Desde que bebiste de la sangre de Alucard te has vuelto más fuerte, incluso un novato como yo puede percatarse de eso. Ya no necesitas a un capitán que te cubra la espalda.

— ¡NO QUIERO ESO!

La dulce voz de Seras sonó ronca por la fuerza del grito, logrando que Pip se callara. Jamás la había escuchado alzar el tono de voz, estaba acostumbrado a su modo sumiso y servicial, pero esa chica enérgica logró captar su atención una vez más, como si la estuviese conociendo de nuevo. Ella continuó hablando, en tono suave y molesto.

— Todo este tiempo no ha hecho más que apartarme de su lado, ¿y ahora amenaza con desaparecer? No sé porque se sacrificó por mí, si no lo hubiera hecho estaría vivo y todo sería como antes, jamás fue mi intención hacerle eso y tal vez usted pueda odiarme, no lo culparía, pero eso no significa que yo lo haga. Quiero ayudarlo, capitán, evitar que se sienta tan desorientado y perdido como yo me sentía al principio. Estuve sola, sin nadie que me explicara adecuadamente que significaba ser un vampiro, no quiero que usted pase por lo mismo.

Su bella chica estaba de pie, apretando los puños y mordiendo sus labios como una niña que se reprime del llanto ante un regaño. Dejó de sostenerle la mirada y lo esquivó, como si se sintiese avergonzada de sus propias palabras. Esa imagen desarmó a Pip; desde que la conoció supo que traería un caos a su vida de una u otra forma y ahora lo confirmaba, bastó un poco de sinceridad y vulnerabilidad para hacerlo desistir de sus planes cobardes y recobró el deseo de luchar, no por la Seras que lo incitó en un sueño a ser un rey entre demonios, sino por la Seras que yacía frete a él, llorando por él como ninguna mujer lo había hecho antes. Caminó hacia ella despacio, como si temiese que fuera a escapar en cualquier momento y acarició su mejilla, obligándola a mirarlo a los ojos.

— Tú sabes porque me sacrifiqué, Seras, ¿y sabes algo? Lo haría cuantas veces fuera necesario. Eres una buena chica, la mejor que he conocido y tu existencia vale más que la mía, al menos para mí. Si quieres ser mi maestra, entonces muéstrame todo lo que tenga que aprender sobre esta mierda del vampirismo, empezando por como combatir mi terrible deseo de beberme toda tu sangre.

Por reflejo llevó sus manos al cuello, protegiéndolo. Pip sonrió ampliamente y soltó una burlona carcajada, justo como hacía antes de que todo pasara. Ese era el Pip Bernadotte que Seras amaba y al que se aferraría de ahora en adelante. Le tomó unos segundos armarse de valor y sujetar a Pip por los hombros, acercándolo a su rostro para robarle un torpe beso, mismo que el castaño correspondió de forma pasional al instante. Fue Seras quien tuvo que empujar a Pip para deshacer el contacto que ella misma inició y ocultó el rostro en su pecho, avergonzada de lo que acababa de hacer. Estaba muerta, pero él estaba seguro de sentir una calidez divina emanar de ese pequeño cuerpo.

— Fue mi destino morir una vez para tenerte entre mis brazos y que al fin me robaras un beso, mignonette.

Besó la rubia cabeza y aspiró el aroma que desprendía su cabello, una curiosa mezcla de rosas y sangre. Permanecieron de esa gorma varios minutos, sin decir nada, hasta que la dulce voz de Seras rompió esa tranquila atmosfera.

— Puedo darle mi sangre si eso quiere, capitán. Solo no huya, por favor… no quiero estar sola de nuevo.

— Te quiero a ti, la sangre puede esperar. Será interesante tenerte de maestra un tiempo.

— Es un pervertido.

— Y aun así no me has soltado.

Silencio. Ese hombre la desesperaba porque jamás podía ganarle, siempre iba un paso delante de ella y eso la enloquecía, pero con todo y eso quería permanecer a su lado, postergando el mayor tiempo posible el momento en que bebiera su sangre y no hubiese lazo que los uniese, sin saber que había algo con una fuerza mayor que los llevó a ese momento, un mutuo sentimiento que los ayudó a burlar la muerte y terminar conociéndose, amándose.

— Así que, al final todo resultó según lo esperado.

— Suenas molesta Integra. ¿Acaso no añorabas acabar con esto para salir de aquí?

— Sabes que si, Alucard. Solo espero no encontrar una masacre al regresar. No necesito más papeleo.

— ¿Tan poca fe tienes en la chica policía?

— Bernadotte es mi preocupación.

— Y responsabilidad de la draculina. Tiene que aprender a controlar a sus vástagos o jamás será digna del título de nosferatu.

— No pienso permitir que sigan reproduciéndose, vampiro.

La carcajada del pelinegro ayudó a que Integra relajara un poco su postura, ya que ese sonido la hizo sentir en casa y no en el cuarto más aislado del palacio de Buckingham.

— Y si no pudiese controlarlo, ¿qué harías, Integra?

— Sabes perfectamente lo que haría.

— ¿Ordenarme acabar con él? La chica policía se pondría muy triste.

— Puedo vivir con eso. ¿Aún no tienes respuesta al porque se volvió un vampiro, pese a que ya no era virgen?

— Tengo una, pero suena tan risible que prefiero pasar de ella.

— Alucard…

— Integra, ¿crees en el destino?

— ¿Qué?

— No. Alguien como tú no podría con la idea de que algo ha decidido el rumbo que llevaría su existencia.

— ¿A qué viene eso?

— Simple. Si el mercenario y la draculina se conocieron es porque ese hombre estaba destinado a ser un vampiro, si ella murió esa noche en Cheddar es porque estaba destinada a ser un vampiro y si tú te volviste la directora de la organización Hellsing…

— Es porque estaba destinada a ser tu ama, ¿no es así?

Alucard sonrió ampliamente, dejando a la vista de Integra las afiladas puntas de sus colmillos. Pasó de largo la obvia insinuación y siguió hablando, para no darle el gusto al vampiro de ver como sus palabras podían afectarla.

— Perdí a un padre, un tío, un mayordomo y a casi todos mis aliados por aquello que llamas destino, Alucard.

— En la guerra siempre hay perdidas, mi ama. Hay que dar algo a cambio para obtener la victoria.

— ¿Aunque estemos destinados a ganar? Estás contradiciéndote.

— Estamos destinados al éxito y la derrota, de una u otra forma. Hubo quienes se perdieron para que obtuvieras tu victoria y ese era su destino. Toda vida, cada acción, incluso las decisiones que tomas cotidianamente determinan el rumbo que debes seguir para llegar a tu destino. Si estamos aquí es por ti, por todas las ordenes que diste; te lo dije una vez y lo reitero, yo jalo del gatillo pero eres tú quien decide si vive o no.

— Entonces, ¿es mi destino ser una asesina?

— Tu destino es ser una líder, condesa.

Integra permaneció de pie, dándole la espalda al vampiro. No dijo más, no hubo necesidad. Alucard se acercó a ella y cruzó los brazos sobre su pecho, atrayendo ese pequeño cuerpo al suyo, abriéndose paso hacia su cuello a través de los largos cabellos rubios que caían grácilmente sobre sus hombros. Sintió su cuerpo estremecerse ante el contacto de sus colmillos con la cálida y delicada piel; dudó, esperaba ser apartado en cualquier momento, pero su condesa no hizo movimiento alguno de rechazo. Sonrió ampliamente, causando un ligero escalofrío en la morena piel por la frialdad de su aliento y aferró a su ama en un abrazo sobreprotector, como un niño que teme dejar escapar al cachorro que al fin atrapó.

— Tu destino es servirme por la eternidad, conde.


Nota de la autora:

Al fin vemos la parte final de este fic (un poco después de lo planeado, ¡ups!). La idea surgió cuando imaginé un enfrentamiento entre Pip y Hans, pero debía darle pie a la misma y este fue el resultado. Disfruté mucho dando este final alterno para todos los que quedamos insatisfechos con el que nos dio Hirano-san (sobre todo los que odiamos la muerte de Pip), espero que también lo disfruten :D

¡Mil gracias a todos los que siguieron el fic desde sus inicios, quienes se animaron a dejar un rw y todos los lectores anónimos!