Disclaimer: Digimon ni sus personajes no me pertenecen.

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Blanco

¡Hikari, vamos de compras!

Mi vida siempre había sido aparentar.

Desde que nací fui una niña enfermiza, pasé mucho tiempo en casa al cuidado de mi hermano mayor y mis padres. No pude ir a la escuela hasta tener unos 10 años, cuando mis defensas se habían afirmado y las enfermedades no entraban por la puerta ancha.

¿A qué no sabes quién está saliendo con quién?

Desde que llegué decidí mantener un perfil bajo. Eso y sumado a la popularidad de mi propio hermano mayor, un deportista que solía tener a casi todas las chicas tras él y muy malas calificaciones, quizás nunca hubiera hablado con nadie.

Hikari, ¡tu hermano es tan guapo!

Con el tiempo decidí hacer cosas por mi misma. Corté mi cabello y busqué algo que me llenara.

La fotografía llegó a mí.

Esa forma de poder mostrarle al mundo el como yo podía verlo, las perspectivas y las propias apariencias que podía traer un paisaje común. La sensación de tranquilidad que me embargaba cada vez que llenaba un nuevo rollo fotográfico o una memoria digital.

Había algo de egoísmo en encerrarme en mi misma.

Hikari, ¿te vienes con nosotras? Nos fugaremos.

Pero nunca dejé de aparentar.

Seguí formando parte del grupo de chicas a las cuales llamaba "amigas". Seguí sacando sobresalientes en casi todas las materias. Seguí sintiendo ese amor profundo por mi familia, y más aún por mi hermano, mi persona favorita en el mundo. Seguí acarreando una sonrisa a pesar que sintiera un vacío en el interior.

¡Que no se te acerque más, es un nerd!

Existían días donde el vacío parecía ahogarme.

Pero era más fácil aparentar.

Un día me convencí que nada en mi vida iba a cambiar, que tendría que vivir de esta manera hasta tener la posibilidad de buscar mi propio destino. Que viviría hundida en la rutina.

Y ese mismo día, él apareció.

Fugaz, inestable, etéreo.

Parecía traer consigo un peso demasiado grande para sus hombros. Parecía apagado y asustado. Parecía estar ahogándose.

Soy Hikari Yagami. Es un placer conocerte.

No pude frenar a mi lengua en aquel momento. Vi como su cabeza se inclinaba buscando el tono de mi voz, y antes de que pudiera decirle algo más, le vi huir.

Había algo que me atraía, como la gravedad atrae a los planetas. Que me hacia buscarle con la mirada y sonreír cuando oía sus dedos contra las teclas de su computadora.

Había algo diferente a lo que siempre conocí en él.

Pero y como siempre, no fui lo suficientemente consciente cuando las mismas apariencias colisionaron contra nosotros.

Podía oír las risas y ver como le apuntaban, sentía sobre mi misma las palabras de burla y el dolor en su rostro. Podía tocar con los dedos la tensión que se creaba, y el odio contra mi misma por no hacer nada.

Un día exploté. Y guardé las apariencias en un bolsillo.

¡Dejen de hablar así de él!

¿Vas a defenderlo? ¿Al cieguito?

No seas ingenua Hikari, hay algo extraño en él. No es normal, lo sabes. Deja de preocuparte.

Después de aquel día, le busqué. Como cada mañana con la mirada, y ahí estaba.

Con las marcas de heridas, con los dedos crispados, con los dientes apretados.

Apreté mis propios puños y mordí mi lengua. Quería gritarles, a todos.

Pero había vuelto a ponerme la mascara de las apariencias.

Para el almuerzo ya me dolían mis propios huesos, el temblor de mi propio corazón ya no era problema. Era él.

Busqué los rayos de sol como cada día, y entre ir y venir, le vi.

Su rostro estaba de lleno hacia el sol, y pude notar como su cuello ya no se veía tan tenso. Había vuelto a ser él. Y solo me llamó a acercarme.

Te has herido…

Su rostro giró, y pude admirar las cicatrices en sus parpados.

Me caí.

¿Te duele?

Yo sabía que no era por la caída, yo sabía que mi curiosidad iba más allá. Un pecado preguntar.

No lo sé.

Quise decirle algo más, quise decirle que todo iba a ir bien.

¿Todo iba a ir bien?

Sus risas llegaron a mis oídos y cerré mis ojos.

No deberías estar hablándome…

Abrí mis ojos asustada, ¿no debería?

¿debería?

Las apariencias Hikari.

Apreté los puños.

¡Hikari, ven! Vamos a almorzar cerca de la cancha de fútbol.

Me giré a verlas, y pude ver como la máscara se quebraba.

Vayan ustedes.

¡Pero… Hika!

Hoy quiero almorzar con Takeru. ¡Nos vemos luego!

Y cuando las palabras volaron fuera de mi boca fui consciente de lo que había dicho, de lo que había pasado y de lo que vendría.

Las vi fruncir el ceño, murmurar algo e irse.

Volví a girarme hacia él. Había algo en sus facciones que no podía reconocer, pero solo me hizo sonreír.

Y bien, ¿dónde podríamos almorzar?

No lo sé. Nunca he comido afuera.

¿Cuánta soledad podía traer Takeru? ¿cuánto dolor había bajo sus alas?

¿Cuántas apariencias había guardado? ¿Qué tan fuerte intentaba parecer?

Y quizás, fue ese mismo día cuando lo comprendí.

Hay un lugar donde me gusta ir cuando quiero estar sola. Es un espacio especial, donde los rayos del sol te abrazan y donde el aire huele distinto.

Suena a un lugar mágico.

había un eco en sus palabras que no dejaba de repetirse en mi cabeza.

¿Era un lugar mágico? Para mí lo era.

Lo es, y quiero compartirlo contigo.

Y en un arranque tomé su mano. Una sensación cálida me envolvió, como si el fuego me abrazara, como si la brisa cálida del verano se levantara sobre nosotros.

Ese día todo pareció comenzar de nuevo.

Salí a tomar fotografías el sábado siguiente, y nunca me parecieron más bellas y sinceras. Los colores y las texturas, los enfoques y las historias que se podían contar.

Todo parecía fluir de otra forma, como si antes no tuviera razones y ahora sí.

Takeru era una persona especial, alguien de la que todos deberían aprender. La fuerza y el coraje, la valentía que había en él por cada paso que cada. Lo que significaba levantarse y seguir adelante, lo que significaba seguir viviendo sin poder ver que había en frente. El valor de inventarse cada día un nuevo paisaje.

Cada día volvíamos a mi lugar especial, a aquel que ahora había cedido para darle algo nuevo.

¿Quieres saberlo?

Apreté mis manos, nerviosa, quería hacerlo, quería poder hacerlo.

Asintió, después de unos segundos.

Hoy el cielo está algo nublado, los rayos de sol se filtran entre esponjosas y blancas nubes, y traen este calor que puedes sentir, el mismo que nos abraza a ambos. El cielo azul asoma a pedazos, dando una vista variada sobre nuestras cabezas e iluminando el paisaje.

Mi mirada al cielo, mi alma en la tierra.

Bajo nuestros cuerpos hay césped, verde y brillante césped. En él, yacen brotes tiernos y pequeñas flores blancas que tiñen el suelo. La primavera ha llegado con fuerza este año, ¿la sientes? Todo huele a ella, ha dejado su marca tímida y cálida en cada rincón al irse el frío invierno — tomé aire y le miré —. Tras de mí, hay un enorme y viejo árbol. Su tronco se encuentra algo corroído por el tiempo, por los juegos y por las vidas que han parado a su rededor. Lleva marcas en la madera, corazones y flechas, promesas de amor y desamor, lleva historias. Sus enormes ramas nos traen consigo variedad de hojas, las que nos dan sombra y protegen en la lluvia, como un abrazo en la adversidad.

Las palabras salían abarrotadas desde mi garganta, intentaba recitar cada cosa que veía y sentía. Quería ser explicita, pero no aburrida, quería intentar transmitirle todo lo que me traía a mi cada imagen.

Si miramos a la izquierda, se puede ver al fondo un enorme mural. Un trozo de muralla que el club de arte hizo suyo el año pasado. Lo pintaron con restos de pinturas donadas, con trozos de cd's viejos para darle luminosidad, con pedazos de cerámicas para el relieve, con plásticos cortados para los detalles más finos. El mural en sí no es más que un paisaje, un enorme lago brillante que se esconde tras árboles, a los cuales los rayos de luz les dan un brillo especial. Es un paisaje que da paz, de esos donde deseas estar y cerrar los ojos para sentir todo aquello que no puedes ver, aquello que debes percibir.

Cerré mis ojos unos segundos, intenté ver lo que él podría ver. Pero yo no podía, no tenía esa capacidad.

Tenía la suerte de poder ver con mis ojos, pero ansiaba poder ver con el corazón.

Si miramos a la derecha, está la escuela. Un edificio grande, blanco, imponente. Un lugar que no parece un buen sitio para estar, un lugar que no parece traer calidez a quienes caminan cada mañana hacia su territorio.

Le miré una vez más, sus manos estaban tensas y las venas se notaban en su cuello. Tenía la mandíbula apretada.

De repente mi cuerpo tembló. Siempre había pensado que no había nada que valiera la pena en este lugar.

Pero como siempre, cuando las esperanzas se están apagando llega alguien y le pone leña al fuego.

Un lugar donde se puede conocer gente que vale la pena encontrar.

Fue un soplo de aire.

—Que vale la pena encontrar…

Su voz me abrazó.

Y en la mitad de todo, estamos nosotros.

Dos desconocidos.

Una sensación apretó mi garganta, había algo de dolor en ello.

Y por más que intentaba mantener las apariencias, la máscara se seguía quebrando frente a mí.

¿Lo somos?

Volví a temblar. Cerré los ojos y dejé mis manos tocar el césped bajo mis piernas.

Hay momentos, lugares y recuerdos que no puedo describir. Están ahí, los veo, recuerdo cada color y figura que vi. Desde que perdí la vista he vivido a base de recuerdos, porque ya nada toma forma en mi cabeza, a pesar que puedo saberlo.

Atraída por su voz, volví a mirarle.

Algo en él había cambiado, como si ya no existiera tanta agua en su cuerpo y se hubiera vuelto más ligero. Ya no parecía ahogarse con solo estar ahí.

Algo resplandecía desde su interior.

Ahora… ahora todo es oscuro, ahora no hay colores ni figuras en mi mente. Ahora solo hay sonidos y texturas, ahora hay otros recuerdos.

Sentí su dolor fluir en mis propias venas, sentí la desesperación y el miedo.

El agua avanzó hacia mis ojos y seguí temblando.

Pero, justo ahora, me has regalado y sin darte cuenta eso que perdí. Me regalaste un paisaje, me diste figuras y colores. Me diste nuevas imágenes para mis recuerdos.

Su mano, suave, cálida y asustada, llegó hasta la mía. Las apretó, conjuntas.

—Me devolviste la vista unos segundos y sentí como si pudiera comerme al mundo con los ojos, otra vez.

las sensaciones fluyeron, las lágrimas cayeron y una sonrisa se formó.

Takeru… yo…

Ahora este ya no es un lugar vacío, ahora este lugar tiene una imagen, una razón y un por qué. Ahora puedo recordarlo en la oscuridad de mi mente y saber qué hace ahí. Gracias por darme esto, gracias por devolverme esto.

Ese día cuando volví a mi casa, me encerré.

Taichi golpeó la puerta 10 veces y no quise salir. Apreté mis rodillas contra mi pecho y lloré.

El silencio me llenó y me dejó fluir. Había una sensación diferente, extraña, que apretaba y dolía, que me maravillaba y me hacía sentir culpable.

Una explosión de colores que no podía explicar.

Estaba ahí, justo sobre mi corazón y bajo mis costillas.

Era todo y era nada.

¿Quién era yo antes?

Apariencias, mentiras, resignación, falsedad, egoísmo.

Y ahora no quería volver a ser eso, ahora quería ser otra persona. Ahora quería ser otra persona para otra persona. Ahora quería saber lo que era la conexión, la fuerza y la valentía.

Dejé la máscara en casa desde aquel día, y me di la oportunidad de mostrarle al mundo el verdadero brillo de mis ojos.

Al día siguiente lo busqué como cada mañana, sintiendo una necesidad imperante de encontrarle. Pero él no estaba ahí, y su lugar se teñía de negro.

Grabé cada clase de aquel día, cada segundo. Apunté cada detalle y cada comentario.

Lo necesitaba.

¿Él? ¿yo?

Lo necesitaba.

Pedí la dirección en secretaría y cuando el timbre sonó, corrí.

Mis piernas me llevaron hasta donde quería ir, y solo me detuve cuando la fachada de una casa blanca se mostró frente a mí.

Las apariencias Hikari.

Y no me importó más. Toqué la puerta y esperé.

Takeru…

Cuando estuve frente a él, volví a sentir ese calor que me había transmitido desde el primer día.

¿Hi-Hikari?

Sonreí sin querer.

No fuiste a la escuela y me preocupé. Te traje la grabación de las clases, sé que los apuntes de cuaderno no te servirían.

Yo… No tenías que… de verdad…

Lo vi titubear.

Desde que le conocí noté algo que no podía pasar desapercibido, era un chico solitario. Quizás en su antigua vida – algo de lo que nunca habíamos hablado – no era así. Me gustaba imaginarlo rodeado de amigos y personas que le hicieran feliz, había algo de magia en Takeru que nadie más podía regalar.

Pero desde que le conocí no había eso, y se podía sentir la soledad con una simple mirada.

Y en mí había crecido una necesidad.

Si tenía. Nadie más lo iba a hacer y te ibas a perder la clase.

¿Y venir hasta aquí?

Podía sentir su miedo, y eso solo traía dolor.

Eso fue cosa mía nada más.

No sé de qué otra forma darte las gracias… No tengo nada que tú puedas querer como recompensa.

Una aguja se clavó.

Reí, con el dolor en la piel.

No quiero nada. ¿Tú crees que todo se hace para obtener una respuesta? — negó —. A veces hacemos las cosas porque las personas nos importan, porque nos importa verlas bien, porque queremos que sean felices. Porque, si alguna vez alguien llegó y te brindó algún sentimiento bueno, uno se lo quiere devolver, sobre todo cuando más lo necesita.

Había tantas cosas que quería decirle, pero al mismo tiempo tantas otras que no lograba entender por completo.

Takeru era una mezcla de colores que no podía detener.

Un arcoíris que aparecía luego de la lluvia.

Gracias por ser mi amiga…

Gracias a ti por ser el mío, por enseñarme más cosas de las que jamás aprendí. Por dejarme estar contigo y hacerme reír.

Por darme la oportunidad de creer que no todo es como pensaba, que hay luz en el mundo, que de apariencias no se vive y que uno puede ser feliz.

Y de hecho… creo que si quiero algo a cambio de la grabación.

¿Q-qué?

Un helado, quiero que vayamos a comer helado.

Fue un impulso, pero uno de esos de los que uno no se puede arrepentir horas después. Tomé su mano con suavidad y me volví a llenar de su calidez, de la gravedad y la explosión de sensaciones que me aturdía cuando estábamos cerca.

Vamos — se levantó y tiró de mí, y esta vez, como pocas veces, no titubeó —. Quiero llevarte esta vez, a un lugar mío.

Me dejé guiar, sentir y llevar.

Algo había cambiado el día que le conocí, algo había traído hacía mí.

Muchas sensaciones, muchos colores, muchas formas, mucha luz.

¿Sabría lo que es que una persona te traiga luz?

¿Le traería luz yo a alguien?

Un día, algo cambió.

El latido sobrepasó la cordura.

Saco fotografías. Me encantaría ser fotógrafa más adelante.

Me preguntó sobre mis hobbies y no pude evitar vomitar las palabras, sin medirlas, sin pensarlas. Quise contarle y demostrarle algo que me había encantado desde que lo intenté la primera vez, quise transmitirle la hermosura de tener algo que te llene y te deje ser tú mismo.

Quise, de alguna manera, a alentarlo a que busque eso que para él sea una fotografía.

Me encantaría ver esas fotografías, de verdad.

Su voz sonó diferente a otras veces, no parecía ir cargada de ese dolor de no poder hacer las cosas que antes sí. Era otra sensación.

Como si de verdad buscara. Y yo solo quería que lo encontrara.

Vamos a encontrar una forma en que puedas apreciarlas, a tú manera.

Y fui sincera. Más que nunca. Más que siempre.

¿Será suficiente?

Vamos a hacer que sea suficiente.

Y luego de decir aquello me pregunté si notó el egoísmo en mi frase. Si notó que de alguna manera nos uní en una oración, sin su consentimiento, sin el de mi propio cerebro.

Necesito… necesito hacer algo.

Claro.

Pensé que quería irse, pensé que lo había notado, pensé que había visto la debilidad que arrojaba cada poro de mi piel.

Su mano rozó la mía y un escalofrío bajó por mi columna. Sus dedos tocaron mi brazo y suspiré.

De repente, sus manos sobre mi rostro, primero frías y luego cálidas. Un toque suave, mis mejillas ardiendo y prendiendo el resto de mi cuerpo.

El torrente de mi sangre subió hasta mis oídos y nubló cada ruido que se mezcló en el ambiente.

Y por unos minutos solo soy consciente de sus manos, suaves y llenas de dudas, viajando por mi piel. Por mis pómulos y nariz, y como caen hasta mi boca para mantenerse unos segundos.

Algo extraño crece en mí, como un dragón que despierta después de tanto tiempo. Una sensación desconocida y que causa miedo, algo que sube por mi espina dorsal y mancha mis pensamientos.

Acaricia mis ojos, con parsimonia y por un momento, me imagino haciendo lo mismo, y dudo. Sus dedos cálidos sobre mi frente y luego por mi cabello, como si quisiera quedarse ahí.

Y mi cuerpo clama que así sea.

El palpitar me deja sorda, la sensación de desconcierto y miedo golpea con fuerza todas mis puertas al mismo tiempo. Y vuelvo a dudar.

Tomo sus manos y las aprieto con fuerza. Buscando respuestas a preguntas que dan miedo formular, una luz que ilumine el camino que se ve nebuloso ante mis ojos. Y una risa nerviosa sale por cada poro.

Eres hermosa.

Sus palabras solo logran que todo se acentué, se vuelva peor.

¿Cómo se pueden guardar las apariencias así?

Y lo entiendo todo.

No había nada antes. Vacío, inestabilidad, miedo. Todo era opaco.

Takeru trajo colores y luces, trajo alas a mi cuerpo hundido y resquebrajado.

Eres como un ángel, que vino a llenarme de esperanza cuando no había.

Y lo pude ver. Tras él había una luz, un brillo que lo llenaba todo. Que nacía en su cabello dorado y se acentuaba en su sonrisa infinita.

Eres como un ángel, trajiste luz a un mundo oscuro.

Y cuando lo pronuncia solo me hace pensar que aquello era al revés, mi mundo era oscuro y él era luz.

Cuando su frente toca la mía el mundo vuelve a dejar de girar, los latidos zumban en mis oídos y la sangre se vuelve pesada en mis brazos.

El silencio nos envuelve, y en mucho tiempo, no siento necesidad de decir algo.

Como si las cosas tomaran su lugar correcto en el mundo, y al fin existiera un balance entre todas las sensaciones.

Y como si las cosas no pudieran estar en paz, él habla y abre una puerta a un lugar donde no esperé entrar.

—Aquel día desperté y nada era como antes. No había colores, no había luces, no había nada.

Su voz cambia de tono, y lo siento alejarse. Nuestras manos siguen juntas, pero el tacto se vuelve más ligero.

Le miro atenta, y cuando nuestras manos se separan puedo sentir el frío.

Solo quedaba el dolor, el ardor de la piel que aún quedaba viva y el halo fantasma de lo que alguna vez hubo en aquellas cuencas ahora muertas.

No pude hablar, no pude estirar mi mano y volver a encontrarlas. No pude moverme.

Fueron meses de oscuridad. Días de reaprender todo lo que había olvidado, de volver a encontrar las ganas de caminar con la frente en alto como lo hice alguna vez. Me hundí, me hundí como el ancla de un enorme barco. Me encerré y dije cosas que no creía realmente. Le hice mucho daño a mi familia.

El dolor afloraba por sus poros, su aura se volvía oscura y pesada.

Y me encontré preguntándome si era necesario, si era necesario volver a abrir esas puertas y desatar tanto dolor y desesperación. Preguntándome si después de lo que había pasado era necesario decir tanto.

Y si yo podría curar esas heridas.

Mis padres volvieron a vivir juntos, después de años de estar separados. Yamato cambió también, se echó la culpa de todo lo que había pasado. Y nunca fue así, todo fue culpa mía y de nadie más. Jamás culparía a alguien más por mis propios actos — titubeó —. Empecé a ir obligado con especialistas, con el paso del tiempo cedí y comencé a querer aprender. Me enseñaron a hacer todo de nuevo, a calcular mis pasos, a trazar mapas en mi cabeza, a usar mi bastón, a oír mejor mi alrededor, a sentir el olor de las cosas. Me enseñaron a poder ser independiente y libre, de alguna manera.

Intenté imaginarlo, intenté entenderlo.

Quise ponerme en su lugar y llenarme de todo ese dolor. Una desesperación se apoderó de mi cuerpo y deseé poder estar en su lugar. Absorber esas sensaciones y liberarle.

Poder quitarle peso a sus gruesas alas.

Desde aquel día mi vida ha sido una montaña rusa. Había días buenos y días malos. Más malos que buenos. La oscuridad reinaba mi cerebro y el miedo siempre esperaba latente en mis entrañas. Fueron muchos días donde no quise volver a despertar, ¿qué sentido tenía? Si me habían arrebatado lo más hermoso que podía darme el mundo.

Le vi temblar y llevar sus manos hasta sus parpados.

Quise tocarle, abrazarle, darle a entender que estaba ahí.

—Perdí todos los colores. Y de verdad, pensé que nunca más los recobraría.

Y sentí miedo, como nunca antes.

Miedo a que siguiera pensando así, que el dolor volviera a sobreponerse, a que olvidara que no estaba solo, a que siguiera hundiéndose.

Sabía que no podía ser su grúa, sabía que no era sus alas, sabía que no podría ser ni la punta del gancho que lo trajera a la realidad.

Pero deseaba serlo, y me aferrada a la idea de poder lograrlo.

¿Y ahora?

Mi propia voz tembló.

Y ahora… ahora los vuelvo a tener.

¿Ahora?

Volvieron, cada uno de ellos. Es cierto, no puedo verlos con mis ojos, tampoco saber dónde están o qué es de cada color. Pero en la oscuridad incierta, donde antes sólo había miedo, ahora hay algo más. Los veo brillar y sé que están ahí.

Fue todo lo que necesité para poder alejar ese peso que se posicionaba sobre mis pulmones.

Me acerqué sin notarlo y me hundí en su aroma. La tranquilidad y la necesidad de ayudarle.

Sus manos buscaron las mías y un pequeño roce en mi pierna me hizo temblar, tomé sus manos cuando retrocedió y las apreté.

Ya no estábamos solos. Ya no éramos dos extraños.

Y contra viento y marea, contra todo los pros y contras, contra todos los peros, algo había crecido, desde el interior y ya no tenía miedo en salir.

Cuando era pequeño, siempre me preguntaban con qué color me identificada. Siempre decía el azul, porque era el color favorito de Yamato, o el celeste, porque era el color de mis ojos. O quizás el verde, porque era el color de mi sombrero favorito.

Y no pude evitarlo, y no quise hacerlo.

Quería decirlo.

Quería que lo supiera.

A mí no me parece que ninguno de tus colores sea ese. A mi parecer, tu color es el amarillo. Como el brillo de una estrella, como la luna que viene cada noche. Porque iluminas a quién te mira fijamente, a quién te busca. Porque, aunque no tengas luz propia, tienes la capacidad de resplandecer igual.

Fue ahí cuando mi interior habló, cuando pude darle palabras a todo lo que venía pensando desde que le conocí.

Porque era todo eso y más. Porque había destruido las apariencias que tanto me costaron construir, porque me había dado todo lo que daba por perdido.

Porque había construido en mí; ventanas para que entrara la luz.

Porque había iluminado un mundo donde no veía esperanzas.

¿De qué color crees que soy yo? De niña pensaba que mi color era el morado, también creí que era el rojo. Nunca me encontré en esos tonos.

Eres color rosa. Lleno de luminosidad. Como el tono que toman las nubes cada tarde que el sol decide ocultarse para darle paso a la luna. Como ese rosa que todos buscamos ver para poder sonreír.

Y me ahogué.

Me hundí.

Me dejé llevar.

La risa afloró por mi garganta y cada poro de mi piel.

Destruí todas las apariencias, si es que aún quedaban.

Y lo supe.

El impulso me empujó y en un movimiento rápido, me rendí a mis sensaciones y lo besé.

Sus labios cálidos junto a los míos, sus músculos tensándose y el temblor bajo mi piel.

Los miedos que veía de cada uno.

La necesidad de seguir ahí.

Los colores que se arremolinaban más allá.

Las luces que flotaban sobre nuestras cabezas.

Los murmullos y risas, los miedos y desesperaciones.

La oscuridad que él creía que traía, la luz que yo no pretendía tener.

Takeru nunca fue un solo color, nunca perdió nada. Siempre lo fue todo, lo traía todo.

—Quizás somos blanco.

Sus palabras conectaron con mis pensamientos y sonreí.

—Un conjunto de colores y luz.


Fin.


¡Y terminé!

La verdad, no pensé en hacer tan extenso este capítulo, pero necesitaba de alguna manera comunicar todo desde el punto de vista de Hikari. Solo espero haber logrado darme a entender.

¿Lo notaron?

Fue un viaje por el arcoíris.

Por los colores y las luces. Por todo.

Cora, espero que pueda haber logrado darte al menos una sonrisa. Te quiero mucho, y aunque haya terminado mil meses después de tu cumpleaños, sigue siendo con todo mi amor.

Y gracias a los que leyeron, estoy muy agradecida y feliz.

¡Un beso!