Esta historia es una adaptación
Historia Original Un Asunto de Familia de Diana Palmer
Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer
Capítulo Final
—Buenos días —dijo Alice. Había llegado el momento de estar cara a cara con Jasper después de la extraordinaria conversación que habían tenido la noche anterior, y la invadió la timidez.
—Buenos días —dijo Jasper fijándose en ella.
Alice llevaba vaqueros y chaqueta y tenía el pelo revuelto. Jasper se preguntaba si sería un espejismo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Estaba poniendo el aire acondicionado —dijo Alice.
—Dale al otro botón.
Alice se sonrojó al comprobar la exultante masculinidad de Jasper. No sólo estaba desnudo, estaba excitado, y, aparentemente, ya no sentía ningún rubor porque ella le mirara.
—Estamos casados —dijo Jasper con una sonrisa burlona—. Si no quieres mirarme, nadie te obliga a hacerlo.
Alice lo miró. Por la expresión de sus ojos, se dio cuenta de que volvía a haber una barrera entre ellos. Había ido al hotel llena de esperanzas, de felicidad, porque él, finalmente, había admitido lo que sentía por ella, pero en aquellos momentos se daba cuenta de que había vuelto a esperar demasiado. Estaba claro que Jasper se negaría a admitir nada, que estaba dispuesto a mantener las distancias a toda costa. Ni siquiera el niño significaba nada para él. Vivirían juntos, pero como dos extraños, con el niño como único lazo entre ellos. Podía ver con claridad los largos y solitarios años en que lo amaría sin ver su amor recompensado, sin esperanza.
—He venido a decirte que regreso a Tucson —dijo con frialdad—. Eso es lo que quieres, ¿verdad? —añadió al verlo tan sorprendido—. Te casaste conmigo porque creías que era lo que debías hacer, pero te has arrepentido y no quieres verme. Te hago perder el control y eso es algo que no puedes soportar. Bueno, pues ya no tendrás que preocuparte. He hecho las maletas y mañana ya no estaré en tu casa.
Jasper se levantó. Desnudo era intimidador. Se acercó a ella y la tomó en brazos inesperadamente y la llevó hacia la cama.
—¡Bájame! ¿Qué te crees que estás haciendo?
—¿Quieres que te dé una pista?
La puso sobre la cama y se echó encima. La agarró por las muñecas y las puso por encima de la cabeza, sobre el colchón.
—¡Te odio! —dijo Alice con furia y con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Te odio, Jasper!
—Claro que sí —dijo él.
A Alice, perdida en un torbellino de emociones, su voz le sonó muy dulce. Pero debía estar equivocada, pensó. Jasper entrelazó los dedos con los suyos y se inclinó para besarla suave, tiernamente. Apretó el pecho contra el de Alice y deslizó las piernas entre las suyas. El silencio magnificaba la respiración agitada de Alice y el ruido de sus cuerpos.
Alice le echó los brazos al cuello, él deslizó las manos bajo el cuerpo de Alice y luego la desabrochó los botones de la camisa y bajó la cremallera del pantalón. Alice, se daba cuenta de cada uno de los movimientos de Jasper, que la desvestía sin dejar de besarla. Le acarició los pechos y le besó los pezones mientras le quitaba la ropa, hasta que quedó completamente desnuda. Alice notó el vello de su pecho y sintió cosquillas, luego su cuerpo se estremeció de deseo.
Jasper no decía nada. La besó de la cabeza a los pies, como nunca había hecho. La acarició con un misterio que la habría vuelto loca de celos al pensar en las mujeres que le habían enseñado aquellas caricias, si hubiera sido capaz de pensar. La besó con intensidad, con frenesí, sin dejar de acariciarla, como si el placer de Alice fuera para él lo más importante del mundo. Era como si encendiera hogueras y las apagara una y otra vez hasta llevarla hasta el límite de la locura. Alice gemía con alivio cuando él abandonaba sus expertas caricias.
Pero fue mucho, mucho tiempo después cuando, finalmente, él se abrió paso entre sus piernas para hendir el oscuro y dulce misterio de su cuerpo, cubriendo la boca de Alice con la suya mientras empujaba suavemente.
Alice se puso ligeramente tensa, pero no opuso resistencia, al contrario, suspiró y se apretó contra él, y él empujó un poco más. Jasper nunca había sido más dulce, más lento, más tierno. Notaba su cariño, su amor. Alice no abrió los ojos, no trató de mirarlo. Yacía sumergida en el placer de cada uno de sus suaves movimientos, gimiendo rítmicamente bajo la exquisita oleada de placer que cada vez era más y más profunda.
Con enloquecedora precisión, Jasper llevó el placer hasta un crescendo que la dejó susurrándole palabras que la hubieran sorprendido unos minutos después. Pero en aquellos momentos no existía el futuro, ni la vergüenza. Todo su cuerpo era un ruego, un temblor. De repente, Jasper la penetró aún más y comenzó a moverse con un ritmo lento, profundo e interminable que la llevó dando vueltas hacia una luz cegadora. Le clavó las uñas en la espalda y tembló y gritó entre sus labios con angustia y deleite. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y vivió el mayor éxtasis de placer que había sentido nunca, tan profundo y conmovedor que casi se confundía con el dolor.
Sólo entonces, al ver los espasmos de placer de Alice, Jasper buscó su propia plenitud. Y fue como la vez anterior, espasmos de ardiente placer que crecían y crecían y de repente estallaban en una explosión de luz y calor que le convertían en un ser sin forma, ni pensamiento. Él era parte de ella y ella parte de él. No había nada más en el mundo, sólo ellos dos. Sólo... aquel placer...
*~AT~*
Jasper se apoyó sobre un costado y la miró. Alice apartó la vista, pero él la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Bueno, ¿todavía quieres dejarme después de eso? —le preguntó—. ¿O quieres convencerme de que todas esas cosas que me has susurrado al oído son el resultado de un momento de locura?
Alice se levantó y se dirigió al baño para vomitar. Llegó justo a tiempo. El corazón le latía con tal fuerza que parecía que iba a partirle el pecho y tenía los ojos llenos de lágrimas. Qué monstruo era Jasper, pensaba, burlándose, aprovechándose de lo que le había dicho en los momentos más íntimos. ¿Y dónde había aprendido a acariciar de aquella manera? ¿Acaso era un seductor, un mujeriego?
Jasper se anudó una toalla en la cintura y, con un suspiro de resignación, empapó una toallita en agua y se agachó junto a Alice. Cuando se le pasó el mareo, le limpió la cara, la llevó a la cama y la tapó con la sábana.
—Dame la ropa —dijo Alice—. ¡No puedo irme así!
—No hay ningún problema porque no vas a ninguna parte —dijo Jasper, recogió la ropa de Alice, abrió la ventana y la tiró.
Alice se quedó de piedra, observando cómo llevaba a cabo el acto más irracional que le había visto hacer.
—No he traído más ropa que ésa —dijo alarmada—. Y ahora incluso mi ropa interior, ¡mi ropa interior, por Dios! ¿Cómo voy a salir de la habitación? ¿Cómo voy a salir del hotel?
—No vas a salir —replicó Jasper, observando la tersa y morena piel de los hombros de Alice—. Dios, qué guapa eres. Me cortas en aliento cuando estás desnuda.
Alice guardó silencio. No sabía cómo salir de aquella situación.
Jasper se sentó a su lado y sonrió.
—Supongo que no puedo esperar que lo entiendas todo de una vez —dijo Jasper con ternura y acariciándole el pelo—. Mientras tratas de comprender la situación, voy a llamar para que suban algo de comida. ¿Te apetece helado de fresa y melón?
Era el postre favorito de Alice, aunque no sabía que Jasper lo supiera. Asintió lentamente.
—¿Y té?
—La cafeína...
—Leche fría entonces —dijo Jasper sonriendo.
Alice asintió de nuevo.
Jasper descolgó el teléfono y habló con el servicio de habitaciones. Luego abrió su maleta, tomó una camisa limpia y la dejó sobre la cama.
—No uso pijama —dijo—, pero puedes ponerte eso cuando entre el camarero.
—¿Y tú? —preguntó Alice algo incómoda.
Jasper la miró con humor.
—¿No te gusta que te vean con un hombre desnudo, aunque sea tu marido?
Alice se sonrojó.
—¿Y eras tú la que me llamabas mojigato? —dijo Jasper levantándose y tirando la toalla para ponerse los pantalones—. ¿Mejor? —le preguntó abrochándose el cinturón.
Alice lo miró con puro placer, observando su amplio pecho, cubierto de vello, su estrecha cintura, sus largas y poderosas piernas. Le encantaba mirarlo, pero sabía que si lo hacía tendría problemas otra vez, así que apartó la vista.
Jasper se dio cuenta. Volvió a sentarse sobre la cama y con un largo suspiro apoyó la mano en el hombro desnudo de Alice. Estaba fresco y húmedo. Alice estaba pálida.
—Adelante —dijo Jasper—, mírame. Ya no me importa. Supongo que anoche te conté todo lo que había que contar. No recuerdo muy bien lo que dije, pero seguro que fui elocuente.
Alice lo miró con cautela. No dijo nada, pero tenía un gesto de resignación y tristeza.
Jasper hizo una mueca.
—Alice...
Alice enterró la cara en la almohada y apretó los puños.
—Déjame sola —susurró tristemente—. Ya has tenido lo que querías y ahora me odias otra vez. Siempre es lo mismo, siempre...
Jasper la tomó y la estrechó entre sus brazos. Frotó la cara contra su pelo y su cuello.
—Te quiero —dijo con voz grave—. ¡Te quiero más que a mi vida! Maldita sea, ¿es que no es suficiente?
Era lo que había dicho la noche anterior, pero en aquellos momentos estaba sobrio. Quería creerlo desesperadamente, pero no confiaba en él.
—Tú no quieres quererme —dijo sollozando y apretándose contra él.
Jasper suspiró pesadamente, como si dejara escapar una carga intolerable.
—Sí quiero —dijo después de una larga pausa. Parecía derrotado—. Te quiero a ti y quiero a tu hijo. Quiero abrazarte en la oscuridad y hacerte el amor a la luz del día. Quiero consolar tus lágrimas con besos y compartir contigo las alegrías. Pero tengo miedo.
—No, tú no —susurró Alice acariciando el pelo de la nuca de Jasper—. Tú eres fuerte y no tienes miedo.
—Sólo tengo miedo contigo —confesó Jasper—. Sólo por ti. Nunca lo tuve hasta que apareciste tú. Alice, si te perdiera, no podría vivir.
A Alice le dio un vuelco el corazón.
—Pero no vas a perderme —dijo—. No voy a salir corriendo. No quería irme, pero pensaba qué tú querías que me fuera.
—¡No! —exclamó Jasper con voz grave, y levantó la cabeza. Tenía un gesto sombrío, de preocupación—. No quería decir eso. Lo que quería decir es que podría perderte cuando tengas al niño.
—¡Por Dios santo!
—Algunas mujeres todavía se mueren al dar a luz —murmuró incómodamente—. Mi madre murió.
Alice estaba conociendo cosas sobre él que nunca se habría atrevido a preguntar.
—¿Tu madre murió al dar a luz? —le preguntó con delicadeza.
Jasper asintió.
—Estaba embarazada. No quería tener al niño y trató de abortar, pero mi padre se enteró y la amenazó con quitarle su asignación. Ella olvidó el asunto, pero algo salió mal. Estaban de viaje aunque el embarazo estaba muy avanzado. Sólo había una pequeña clínica, y un solo médico —dijo Jasper suspirando—. Y murió. Mi padre la quería mucho, tanto como quiso a tu madre. Tuvieron que pasar años para que se recobrara. Se sentía responsable. Y yo me sentiría responsable si algo te ocurriera.
Alice entrelazó sus dedos. Era abrumador que la quisiera tanto. No quería librarse de ella, al contrario, estaba aterrorizado ante la posibilidad de perderla.
—Soy fuerte y tengo buena salud y quiero tener a nuestro hijo. Quiero vivir —dijo suavemente—, yo no podría dejarte, Jasper.
Jasper la miró. Alice tenía una expresión contenida, firme. Le acarició los labios con un dedo tembloroso.
—Algún día confiarás en mí —dijo Alice con dulzura—. Te darás cuenta de que nunca te haría daño deliberadamente, ni trataría de hacerte sentir menos hombre porque me quieras.
Jasper apoyó la mano en su mejilla.
—Y no me dejarás —añadió con una sonrisa penetrante.
—No. Sin ti no puedo vivir —dijo sonriendo con ternura, y tomó la mano de Jasper y la puso sobre su regazo—. Estoy embarazada. Tenemos un futuro en el que pensar.
—Un futuro —dijo Jasper, y le tembló la mano—. Supongo que voy a tener que dejar de vivir apegado a mis malos recuerdos. Va a ser duro.
—El primer paso es mirar hacia delante.
Jasper se encogió de hombros y sonrió.
—Supongo que sí —dijo—. ¿Hasta dónde hay que mirar?
—Hasta los primeros grandes almacenes —dijo Alice con humor—. No puedo pasarme el día desnuda.
Jasper apretó los labios y, por primera vez desde que Alice llegó, parecía muy tranquilo.
—¿Por qué no? —preguntó—. ¿Es que ya estás satisfecha?
Alice lo miró.
—¿Lo estás? —insistió Jasper—. Porque quiero hacer el amor otra vez.
—¿A la luz del día?
Jasper se encogió de hombros.
—Igual que antes —dijo muy serio—. Has cerrado los ojos. No lo vuelvas a hacer, no volveré a quejarme. Siento haberte avergonzado porque querías ver algo tan hermoso.
Alice no sabía cómo tomarse aquel repentino cambio de actitud. Lo miró a los ojos, pero no vio más secretos. Ya no le escondía nada.
—Lo sé —murmuró Jasper tristemente—. Todavía no puedes confiar plenamente en mí, pero ya lo conseguiremos.
—¿Lo haremos?
Los golpes en la puerta interrumpieron la respuesta de Jasper. Alice se puso la camisa rápidamente y se la abrochó, mientras Jasper fue a abrir al camarero, firmó la cuenta y le dio una propina.
—Quítate eso —murmuró al cerrar la puerta otra vez.
—No.
—Sí. Pero primero, vamos a ver qué le damos a tu estómago —dijo Jasper.
Tomó un plato con helado de fresa y se sentó en la cama. Tomó una cucharada y se la ofreció a Alice.
Alice se quedó un poco sorprendida.
—Tú me diste de comer cuando estaba en el hospital —dijo Jasper—. Ahora me toca a mí.
—Yo no estoy herida —replicó Alice.
—Sí que lo estás —dijo Jasper—. Aquí.
Jasper puso la cuchara en la mano que sostenía el plato y con la mano libre tocó el pecho de Alice a través de la camisa. Notó la inmediata respuesta, pero no continuó, sino que volvió a ofrecerle el helado.
—Vamos —dijo—, te sentará bien.
Alice se imaginó a Jasper con un bebé en brazos, sonriendo, exactamente como estaba, tratando de meterle la cuchara en la boca, y sonrió mientras tomaba el helado.
—¿En qué estás pensando? —dijo Jasper.
—En un bebé, que no querrá ni jarabe ni espinacas.
La mirada de Jasper se ensombreció, pero no con irritación. Respiró profundamente y le dio a Alice otra cucharada.
—Creo que también tendré que cambiar pañales y preparar biberones —murmuró Jasper.
—Nada de biberones —dijo Alice—. Quiero darle el pecho.
Jasper se quedó quieto y miró a Alice, aturdido al comprobar que aquella afirmación le había excitado.
Al ver la quietud de su cuerpo, su mirada sombría y el ligero color de sus mejillas, Alice se dio cuenta de lo que pasaba y se le hizo un nudo en la garganta. Lo imaginó mirándola mientras le daba el pecho al niño.
—Estas temblando —dijo Jasper con la voz trémula.
Alice se movió inquieta y se rió nerviosamente.
—Estaba pensando en ti, mirándome dar de comer al niño —dijo.
—Yo también.
Alice se fijó en su boca. Tuvo que contener el aliento al sentir una oleada de deseo.
—Santo Dios —dijo Jasper, dejó el plato en la mesilla, porque estaba temblando, y al volver a mirarla, Alice se había desabrochado la camisa. La abrió y observó a Jasper, que miraba sus pechos erguidos.
Le agarró la cabeza con manos temblorosas y se tumbó, haciendo que Jasper la besara los senos. Jasper la besó con ardor, apasionadamente, apretándola contra la cama.
—Estoy demasiado excitado, voy a hacerte daño.
—No, no me vas a hacer daño —dijo Alice apretándolo contra sí, arqueándose bajo su boca ardiente—. Oh, Jasper, Jasper, es la sensación más dulce que...
—Sabes a pétalos de rosa. Dios, nena, no creo que pueda esperar.
—No importa —dijo Alice sin aliento.
Le ayudó a quitarse la camisa y apartar las sábanas y a ponerse sobre ella. Luego lo guió dentro de sí. Esperaba que fuera desagradable, pero no lo fue.
Jasper sintió la facilidad de la posesión y levantó la cabeza para mirar a Alice a los ojos besándola con dulzura.
—Te dejo... que mires —susurró, estremeciéndose al notar la creciente tensión—. No me importa. Te quiero, te quiero, Alice, te quiero.
Alice observó a Jasper, su rostro tenso, el rubor que se extendía por sus mejillas y los ojos que se dilataban a medida que aumentaba el ritmo frenético de sus cuerpos, la pasión desenfrenada. Jasper separó el pecho del de Alice y apretó la mandíbula.
—Mira... —pudo decir antes de perder por completo el control.
Alice anduvo con él cada paso del camino. Se apretó contra él, que empujaba con violencia y frenesí, para darle la mayor satisfacción posible. Se abrió a él y lo vio gritar en oleadas de éxtasis. Entonces también ella gritó y su cuerpo estalló en fragmentos de color, ardiendo mientras el mundo entero giraba a su alrededor.
Oyó muy lejana la voz de Jasper, con un tono de preocupación.
—¿Qué ocurre? —decía.
—Nada, estoy bien —dijo y sus ojos, grandes y verdes, brillaron de satisfacción—. He dicho cosas increíbles —dijo sintiéndose incómoda.
—Cosas malvadas y eróticas —dijo Jasper asintiendo—. Me encanta.
Se inclinó y la besó.
—No puede haber límites en lo que nos digamos en la cama ni en lo que hagamos. No pienso burlarme de lo que digas o hagas, jamás.
—Yo tampoco —dijo Alice—. Te he mirado.
Jasper se sonrojó.
—Ya lo sé. Yo también te miré a ti.
Alice sonrió tímidamente.
—Pero no he podido ver mucho. Había estrellas explotando en mi cabeza.
—Y en la mía, así que tampoco te he podido ver bien. Supongo que empiezo a perder mis inhibiciones, poco a poco.
—Puede que yo también —dijo Alice apartando el cabello húmedo de Jasper de su frente—. Me gusta estar así contigo. Me gusta que llegues lo más cerca posible.
Jasper la abrazó y exhaló un largo suspiro.
—Tanta intimidad es nueva para mí —dijo.
—¡Ja! ¿Dónde aprendiste a hacer las caricias que me hiciste esta mañana? ¡No! —exclamó tapándole la boca—. No me lo digas. No quiero saberlo.
Jasper la miró. Tenía un gesto de enfado.
—Sí que quieres, y yo te lo voy a decir. Las aprendí en una sucesión de noches cuidadosamente elegidas pero emocionalmente insatisfactorias. Las aprendí sin participar realmente en ellas. No, no mires a otro lado. Tienes que oír esto —dijo y Alice lo miró—. Me he acostado con otras mujeres, pero hasta que toqué tu cuerpo nunca había hecho el amor. Aquel día, en el suelo de mi estudio, fue la primera vez en mi vida que me di completa y deliberadamente a una mujer.
Alice se excitó.
—Pero no te gustó —dijo.
—Me encantó —dijo Jasper—. No me gustó que me miraras porque no confiaba en ti. Cuánto lo siento. Concebimos un niño en el calor de aquella mañana. Siento que por mi culpa no sea para ti un recuerdo más feliz... para los dos.
—Yo no lo siento —dijo Alice y sonrió con malicia—. Mirarte fue la experiencia más excitante que nunca me había ocurrido.
—Me lo imagino —dijo Jasper con ternura—. Porque esta mañana yo he podido mirarte a ti, todo el tiempo. Y ahora entiendo por qué lo hiciste.
Alice se apoyó sobre su pecho y besó a Jasper en la boca, mordisqueando el labio superior.
—Porque querías ver el amor en mis ojos —susurró.
—Sí. Y eso fue lo que tú viste en los míos, por encima del deseo que me hacía tan vulnerable.
Al cabo de un largo instante, Alice respondió.
—Entonces no me di cuenta, pero es cierto, era el amor lo que no querías que yo viera.
—Sí —dijo Jasper recorriendo la nariz de Alice con un dedo, disfrutando de la perezosa intimidad de sus relajados cuerpos—. Podría haberme ahorrado problemas. No has sabido lo que siento por ti hasta que no te lo dije anoche, medio borracho, ¿o sí lo sabías?
—No, no lo sabía —confesó Alice chascando la lengua—. Y me sorprendió tanto que tomé el primer avión para ver si lo decías en serio —dijo y lo miró a los ojos—. Al llegar pensé que no querías que estuviera aquí.
—Estaba sorprendido y contento porque me has evitado el problema de volar a Sheridan para demostrarte que he decidido dejarme llevar por mis sentimientos hacia ti.
Alice estaba tumbada ante él y Jasper la miró maravillado y complacido.
—¿Te das cuenta? Antes ni siquiera podía mirarte —le dijo—. Me sentía incómodo al verte desnuda.
—Entonces estamos haciendo progresos.
—Aparentemente —dijo Jasper y acarició un pezón. Frunció el ceño al ver las venas azules. El pezón estaba más oscuro y más grande. Deslizó la mano hacia su vientre y sonrió—. Dios mío, cómo has cambiado.
Alice sonrió complacida.
—En Navidad estaré como un globo —dijo.
Jasper la acarició.
—Y tanto —dijo y le besó el vientre—. No le hemos hecho daño, ¿verdad?
—Los niños son muy fuertes —dijo Alice. Sabía que Jasper estaba pensando en el niño que habían perdido—. Éste quiere nacer, lo sé.
Jasper levantó la cabeza y la miró a los ojos. Permaneció en silencio largo tiempo. Sus ojos lo decían todo.
—No vas a perderme —dijo Alice—. Te lo prometo.
Jasper suspiró profundamente.
—Está bien.
Alice se sentó y se apretó contra él.
—Tengo sueño —dijo.
—Yo también. Podríamos dormir un poco. ¿Estás mejor?
—Oh, sí. En realidad no me sentía mal —murmuró Alice chascando la lengua—. Al contrario, me he sentido demasiado bien.
Jasper la abrazó con fuerza.
—Después de todo, la vida puede ser maravillosa.
—Hummm —murmuró Alice. Estaba soñolienta. Cerró los ojos y se durmió oyendo el latido del corazón de Jasper.
Fin
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