NOTA: Dije que sería un epílogo pero como me ha salido largo, será el capítulo 40. El último. Chan channn...


El alcalde Bourgeois organizó para el día siguiente una serie de actos para celebrar la caída de Lepidóptero. Adrián y Marinette dijeron a los padres de ella que preferían quedarse en casa hasta que las cosas se calmasen un poco, pero Ladybug y Cat Noir no podían faltar. De modo que allí estaban ambos superhéroes, aclamados por una multitud de parisinos y rodeados de periodistas. Como de costumbre, fue Ladybug quien se adelantó para dirigirse al público.

–Queridos amigos –empezó–. Hoy comienza una nueva etapa para París. Porque Lepidóptero ha sido derrotado y el prodigio que le otorgaba sus poderes está de nuevo a buen recaudo y no volverá a caer en malas manos. Así que se acabaron las mariposas que nos acechaban para alimentarse de nuestros malos sentimientos. Los ciudadanos de París volverán a ser ciudadanos, y no potenciales villanos a merced de los planes de Lepidóptero. El mundo seguirá siendo un lugar peligroso en algunos aspectos, sin duda; pero Cat Noir y yo no dejaremos de proteger París y a todos sus habitantes. Probablemente a partir de ahora no nos veáis tan a menudo como antes, pero eso es bueno, porque querrá decir que la ciudad continúa a salvo. Nosotros, sin embargo, seguiremos aquí, en alguna parte, listos para entrar en acción cada vez que sea sea necesario.

La multitud estalló en aplausos y ovaciones. Ladybug esperó a que volviera a reinar el silencio para continuar:

–Querría terminar dándoos las gracias a todos vosotros, parisinos. Porque sin vuestra ayuda y vuestro apoyo, nuestra victoria de hoy no habría sido posible. Y también quiero dar las gracias a Cat Noir –añadió, volviéndose hacia él con una sonrisa; el chico, que había estado en pie junto a ella, en silencio, la miró con sorpresa–. Por ser el mejor compañero que una superheroína podría tener. Porque eres un auténtico héroe por dentro y por fuera –concluyó con suavidad–. Porque sin ti tampoco habría sido posible, Cat.

Cat Noir respiró hondo, claramente emocionado ante las palabras de su compañera. Avanzó hasta tomar el micrófono que ella le tendía y se aclaró la garganta:

–Yo..., bien, eso ha sido muy amiauble por tu parte, Ladybug –empezó, arrancando algunas risas entre el público mientras ella sonreía divertida–. En primer lugar me gustaría decir... –Se detuvo un momento como si se hubiese quedado en blanco y entonces sacudió la cabeza y soltó–: Qué diablos.

Y tomando a Ladybug entre sus brazos, la besó apasionadamente ante la sorpresa de todos los presentes. Cuando ella, en lugar de apartarlo, le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso con entusiasmo, la multitud se volvió loca de júbilo y los flashes de las cámaras de los fotógrafos los envolvieron en un halo de luz.

Los dos héroes se separaron por fin; Ladybug tenía las mejillas arreboladas, pero sonreía. Al volverse hacia el público localizó algunas caras conocidas. Sus padres, sus amigos, algunos profesores... También estaba allí estaba Coralie, con un brillo de decepción en la mirada. Pero aplaudía con los demás y sonreía con resignación, asumiendo ya que el corazón de Cat Noir siempre había pertenecido a su compañera enmascarada, y que eso no iba a cambiar.

Ladybug descubrió entonces a Alya en primera fila. Su amiga estaba grabando toda la escena con su teléfono móvil, pero los observaba con los ojos entornados, muy seria.


–Te dije que lo del beso no había sido una buena idea, gatito –suspiró Marinette.

Estaban los dos de vuelta en la habitación de ella. Después del evento se las habían arreglado para desembarazarse de los periodistas, regresar a casa y volver a transformarse antes de que volvieran sus padres. Ahora Adrián, tumbado sobre el diván, leía tranquilamente un cómic mientras Marinette revisaba sus mensajes.

–¿Hum? No te pareció tan mala idea cuando me lo devolviste, princesa.

Ella se sonrojó un poco. Se había sentido muy mal por él a lo largo de todo el día, porque se había visto obligado a celebrar que su padre estaba en la cárcel y a fingir que se alegraba por ello. Por eso, cuando él la había besado en público, la primera reacción de Ladybug había sido besarlo a su vez, porque sin duda lo merecía.

–Bueno, contempla por ti mismo las consecuencias de tus actos –se limitó a responder, tendiéndole su móvil.

Adrián dejó el cómic a un lado para examinar la pantalla del teléfono.

–Oh –murmuró, palideciendo.

Había una larga retahíla de mensajes de Alya.

Alya: Voy a matar a ese gato.

Alya: Castrarlo no era una mala opción después de todo.

Alya: Lo haré picadillo, en serio.

Alya: Boloñesa felina. Puré de minino. Papilla gatuna.

Alya: ¿Cómo se ha atrevido? ¿Y delante de todo el mundo? De verdad, me aseguraré de que no vuelva a ver la luz de un nuevo día.

Alya: Marinette, cariño, ¿cómo estás tú?

Alya: Voy para allá. ¿Necesitas helado de chocolate? ¿Una tarrina de helado tamaño familiar, o mejor dos?

Alya: Que sean dos.

–Te lo dije –le recordó Marinette–. Ahora prepárate para sufrir la ira de Alya.

Adrián iba a responder cuando les llegó desde abajo la voz de Sabine.

–¡Marineeeette, Alya está aquí!

Los dos cruzaron una mirada.

–Bueno, pues..., supongo que habrá que explicárselo –acertó a decir Adrián.

–Supongo –convino Marinette.

Alya entró entonces en la habitación. Buscó con la mirada a su amiga, pero en lugar de encontrarla deshecha en lágrimas la vio sentada ante su escritorio con cierta expresión culpable.

–¡Marinette! –exclamó–. ¿Estás bien?

Fue entonces cuando localizó a Adrián sentado sobre el diván.

–¡Adrián! ¿Qué haces aquí? ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Cómo te encuentras? ¡Nino y yo hemos estado preocupadísimos por ti!

Él esbozó una sonrisa de disculpa.

–Sí, yo..., ¡ejem!, le dije a Nino que no tenía que preocuparse, que estaba en casa de unos amigos.

–¿Y cómo estás? Imagino que con todo esto de tu padre...

–Ahora mejor, gracias. Pero fue complicado al principio porque, por supuesto, yo no tenía ni idea de quién era él en realidad.

–Eso no lo hemos dudado ni un segundo –le aseguró ella–. Pero espera un momento: ¿has estado aquí todo el tiempo? –preguntó; el chico asintió–. ¿Con Marinette? –quiso asegurarse ella; se volvió entonces hacia su amiga–. Y tú, ¿no deberías estar... ya me entiendes...?

–¿Llorando porque Cat Noir ha vuelto a besar en público a Ladybug? –completó ella–. No lo creo –concluyó sacudiendo la cabeza.

Alya lanzó una rápida mirada a Adrián y se cruzó de brazos.

–Muy bien, aquí hay algo que se me escapa y quiero saber qué es.

Marinette suspiró. Se levantó y fue a sentarse junto a Adrián, que rodeó su cintura con el brazo. Marinette le cogió la mano y se volvió hacia Alya.

–Bueno, empecemos por lo fácil: Adrián y yo estamos saliendo juntos.

Alya los observó, desconcertada.

–Pero... pero... ¿cómo...? ¿Tú no estabas saliendo con...?

–¿Con Cat Noir? Sí. Y sigo haciéndolo.

Alya parpadeó.

–¿Estás saliendo con dos chicos a la vez?

–Nooo. Solo con uno.

Marinette y Adrián se quedaron mirándola, esperando a que sumara dos y dos.

–Entonces... –empezó ella.

–Entonces... –la ayudó Marinette, animándola a que diera el siguiente paso.

Alya lanzó un gritito de emoción y se cubrió la boca con las manos.

–Ay, Dios mío. Ay, Dios mío –fue lo único que pudo decir.

Adrián sonrió. Iba a decir algo, pero entonces la expresión de Alya volvió a ensombrecerse, y la chica avanzó en dos zancadas hasta él para agarrarlo por el cuello de la camisa.

–Tú, maldito gato embustero, no te atrevas a volver a acercarte a Marinette o de lo contrario...

–¡Para, Alya, déjalo en paz! –intervino Marinette, separando a su mejor amiga de su novio–. No es lo que parece. Puedo asegurarte que Adrián no ha besado a ninguna otra chica que no fuera yo. Ni con máscara ni sin ella –añadió en voz baja, mirándola a los ojos.

–Pero... pero...

–Aunque estuviste a punto de besar a Fangirl, por cierto –recordó entonces Marinette, volviéndose hacia Adrián.

–Fue una emergencia –se defendió él–. Tenía que distraerla de alguna manera. Te había secuestrado, por si no lo recuerdas.

–Oye, no me toméis por tonta –intervino Alya–. Esta mañana he visto perfectamente a Cat Noir besando a Ladybug. Yo y todo París.

–Y yo te repito –insistió Marinette despacio– que ni Adrián ni Cat Noir han besado a ninguna otra chica que no sea yo.

Alya frunció el ceño.

–Entonces...

–Entonces...

Alya se quedó mirándola un instante y después parpadeó desconcertada.

–Ay, Dios mío –murmuró por fin–. Ay. Dios. Mío. ¡Marinette!

Dio un paso atrás y la señaló con un dedo tembloroso.

–¡Tú eres L...!

No pudo terminar la frase, porque Adrián se arrojó sobre ella de un salto para taparle la boca.

–¡Baja la voz! –exclamó Marinette alarmada–. ¿Quieres que te oiga mi madre? ¡Se supone que es supersecreto!

Justo entonces llamaron a la trampilla y Sabine entró en la habitación portando una bandeja con tres boles repletos de helado de chocolate.

–¡Os he traído la merienda! –anunció–. Alya ha venido con helado para alimentar a un batallón.

Se detuvo y los miró, muy desconcertada.

–¿Qué se supone que estáis haciendo?

Adrián soltó a Alya, azorado. Ella inspiró hondo y soltó:

–¡Marinette y Adrián están saliendo juntos! ¡Y no me lo habían dicho!

La pareja respiró, aliviada, mientras Sabine estallaba en carcajadas.

–¿No se lo habías dicho, Marinette? Muy mal. Es tu mejor amiga, deberíais compartir ese tipo de cosas.

–Sí, es que es todo muy reciente, y estos últimos días han sido una locura... –se justificó ella–. Gracias por el helado, mamá. Aunque me parece que Alya ya está demasiado emocionada y no le conviene tomar más azúcar, o terminará rebotando contra las paredes –añadió con intención.

–Jaja, muy graciosa. No puedes soltar una bomba como esa y esperar que me quede tan tranquila. Mi instinto de reportera se ha disparado hasta niveles estratosféricos.

–A lo mejor es precisamente de tu instinto de reportera de lo que no me fío.

–¿Cómo? ¿Es que no me crees capaz de ser discreta si me lo propongo? Qué fuerte me parece.

–No discutáis –intervino Sabine–, y tomaos pronto el helado o se derretirá. Os dejo para que os pongáis al día.

Cuando su madre se marchó, Marinette repartió los boles de helado y le dio uno a Alya de todas modos. Pero ella lo apartó a un lado para mirarlos a ambos fijamente por encima de sus gafas.

–Entonces, ¿es verdad? –preguntó en voz baja–. ¿Sois... Ladybug y Cat Noir? –Ellos asintieron–. Pero Cat Noir me dijo que ninguno de los dos conocíais la verdadera identidad del otro –recordó.

–Lo hemos descubierto hace muy poco –respondió Adrián–. Justo antes de la pelea contra mi pa... contra Lepidóptero –se corrigió–. De hecho –añadió con una sonrisa–, yo empecé a salir con Marinette sin saber que era Ladybug.

–Y yo estaba con Cat Noir y pensaba que por fin había conseguido había conseguido superar lo de Adrián gracias a él –explicó Marinette.

Alya se quedó mirándolos sin dar crédito a lo que oía.

–Me estáis tomando el pelo –dijo por fin.

Pero ellos negaron con la cabeza. Alya pestañeó perpleja un par de veces y después estalló en carcajadas.

–No puede ser –logró decir entre risas–. Decidme que no es verdad, es demasiado absurdo para que sea cierto.

–Bueno, pues así fue como pasó –respondió Marinette un poco ofendida–. Si dejas de reírte, a lo mejor puedo contarte los detalles y todo.

Alya todavía se retorcía de la risa, pero logró calmarse por fin lo suficiente como para secarse las lágrimas y murmurar:

–Perdona, Marinette, es que es demasiado bueno. ¿Puedo escribirlo? –planteó de pronto–. ¡Por favor, decid que sí! Sería una historia genial.

–¿Qué? ¡Ni hablar! Ya te he dicho que no se lo puedes contar a nadie.

–¡Pero lo escribiría como una historia de ficción, sin desvelar vuestros verdaderos nombres! Bueno, saldrían Ladybug y Cat Noir, claro, pero da igual porque nadie sabe quiénes sois. Para vuestras identidades reales utilizaría pseudónimos, claro. ¡Vamos, Marinette, no pongas esa cara! ¡Si de todas formas es una historia tan loca que nadie se iba a creer que ha pasado de verdad!

Marinette iba a responder, muy ofendida, cuando Adrián se echó a reír también.

–¡En eso tienes razón! –concedió.

Marinette se volvió hacia él.

–¿Tú también? ¡Pues yo no lo encuentro tan gracioso! –protestó.

Pero Adrián y Alya redoblaron sus carcajadas, y Marinette sonrió por fin. Después de todo, pensó, hacía varios días que no veía a Adrián de tan buen humor.

–La historia es mucho mejor cuando la conoces con detalle –dijo por fin–. Te la contaré si quieres, pero tienes que prometerme que no la escribirás.

–No la escribiré –le aseguró Alya–, al menos hasta que consiga hacerte cambiar de opinión al respecto.

–¡Alya!

–Sabes que puedes confiar en ella, milady –intervino Adrián–. De no ser por Alya no habría descubierto quién era Fangirl ni cómo enfrentarme a ella.

Ella se ruborizó, complacida.

–Vaaale –suspiró Marinette por fin–. Pero aparta esas manos del teléfono y del bloc de notas, que te conozco.

–Soy toda oídos –declaró Alya.

–Ha llegado el momento de contar la historia de Ladybug punto por punto –anunció Adrián.

–Adrián, no –le advirtió Marinette, intuyendo sus intenciones.

–¿Qué? Solo estaba poniendo los puntos sobre las íes.

–Por favor, no empieces ahora con eso.

–¿Te parece mejor que empiece a las cinco en punto?

–Esto ha dejado de tener gracia, minino.

–¿Qué dices? ¡Pero si esta última ha valido tres puntos por lo menos!

–Adrián, ya: punto y final.

En cuanto se dio cuenta de lo que había dicho, Marinette se tapó la boca mientras su compañero le dedicaba una larga sonrisa triunfal.

–¿Es siempre así? –preguntó Alya perpleja.

–Con los juegos de palabras gatunos es mucho peor –le aseguró Marinette poniendo los ojos en blanco–. Y puede llegar a ser contagioso.

Felinfeccioso –corrigió él, arrancándole a Marinette un gruñido muy propio de Ladybug.


Aún pasaron varios días antes de que Adrián y Marinette regresaran al colegio. Al final se habían decretado varias jornadas de fiesta, con diversos actos y eventos por todo París. Ladybug y Cat Noir no asistieron a todos ellos, pero sí salieron por las noches a patrullar para que los transeúntes los vieran corriendo juntos por los tejados. No había akumas a los que enfrentarse, pero colaboraban a veces con la policía para detener a delincuentes comunes. También se sentaba a menudo en las azoteas para charlar bajo la luz de la luna. Los parisinos los vieron alguna vez abrazados o incluso compartiendo algún que otro beso más. Las revistas y los programas del corazón se volvieron locos con la noticia de que la relación entre Ladybug y Cat Noir era ya un hecho evidente, mucho más que un rumor o una suposición.

Esto, por fortuna, desvió la atención lejos de Gabriel Agreste y de su hijo, por lo que la prensa pronto dejó de hablar de él.

Mientras tanto, Adrián seguía viviendo en casa de los Dupain-Cheng. Lo habían instalado en el cuarto de invitados y se acostaba allí todas las noches pero, por alguna razón, todas las mañanas amanecía abrazado a Marinette.

La primera vez, los padres de ella los habían sorprendido dormidos en el sofá del salón. Habían dado por supuesto que se habían quedado hasta tarde viendo películas o jugando a videojuegos y no le habían concedido mayor importancia. Pero las dos noches siguientes Adrián volvió a amanecer en la cama de su hija, y a la cuarta fue ella la que despertó en el cuarto de invitados junto a él.

–Es que no puedo dormir si no lo tengo cerca, mamá –se justificó ella cuando Sabine le preguntó al respecto–. Y te juro que lo intento, de verdad.

A Adrián le sucedía algo similar. Se metía en su cama por las noches con el firme propósito de quedarse allí, pero tendía a levantarse de madrugada, medio dormido, para ir en busca de Marinette, si ella no se había presentado en su cuarto todavía. Era algo que hacía casi sin darse cuenta.

Naturalmente, y a pesar de que Marinette les había jurado a sus padres que en ningún momento habían pasado de los besos y los abrazos, Tom terminó por llevarse a Adrián aparte para mantener una conversación seria con él. Cuando salió de la habitación, el chico estaba rojo como una cereza. Jamás se había propasado con Marinette, pero a partir de aquel momento ella notó que, pese a todo, Adrián tenía muchísimo más cuidado con dónde colocaba las manos cuando la abrazaba, solo por si acaso.

Los padres de Marinette terminaron por rendirse ante la doble evidencia de que lo único que hacían era dormir en la misma cama y nada más, y de que no conseguirían separarlos a los dos por las noches por mucho que lo intentasen.

A raíz de aquel incidente, Marinette empezó a plantearse en serio las razones de que aquello fuera tan importante para ellos. Al principio, Cat Noir había acudido a ella por las noches en busca de afecto, como si no contara con un verdadero hogar al que regresar. Ahora que sabía que se trataba de Adrián y conocía a su padre y la casa en la que había vivido, lo entendía un poco mejor. En todo caso, siempre había pensado que era él quien necesitaba aquel aporte extra de calor humano; pero en los últimos tiempos había comprendido que tampoco ella podía ya dormir sin sentir la presencia del muchacho a su lado, el sonido de su respiración y los latidos de su corazón.

Echaba de menos sus ronroneos, eso sí; de modo que algunas veces Ladybug acariciaba el cabello de Cat Noir bajo la luz de la luna y le rascaba detrás de las orejas con la única intención de oírlo ronronear.

Marinette tuvo otra revelación una noche que se levantó para ir al servicio y sorprendió a los dos kwamis durmiendo también juntos y abrazados en la cama de Tikki. Se quedó mirándolos con una sonrisa en los labios y pensó que tendría que contárselo a Adrián por la mañana.

Por descontado, Plagg lo negó categóricamente, pero Marinette sabía muy bien lo que había visto.


Por fin llegó el día de regresar al colegio, y Adrián no lo hizo solo. Acudió de la mano de Marinette y acompañado por sus amigos. Hubo un breve silencio cuando entró por la puerta y algunas personas se quedaron mirándolo, recordando sin duda que él era el hijo de Lepidóptero. Pero entonces la voz de Chloé se oyó por todo el patio.

–¿Se puede saber qué estáis mirando, atontados? Si no vais a pedirle un autógrafo no le hagáis perder el tiempo; Adrián tiene cosas más importantes que hacer que preocuparse por lo que gentecilla patética como vosotros pueda pensar de él.

Adrián se ruborizó.

–Vale ya, Chloé... –protestó.

Pero ella se volvió hacia él y le dedicó un guiño, ignorando al parecer el hecho de que Marinette estaba colgada del brazo del chico. Ella sonrió.

–Por esta vez estoy de acuerdo con ella –dijo, y Adrián le devolvió la sonrisa.

Y todo pareció volver a la normalidad durante un tiempo. Adrián era feliz junto a Marinette en el colegio y recorriendo los tejados de París con Ladybug las noches de patrulla. Tenía algo parecido a una familia y contaba con un grupo de amigos que lo apreciaban de verdad, entre ellos Alya, que conocía su secreto y no pensaba contarlo a nadie; y Nino, que aún no lo conocía, pero con quien probablemente lo compartirían algún día.

Entonces una tarde, al salir del colegio, la vida de Adrián volvió a dar un vuelco.

Llovía, como el día en que Marinette se había enamorado de él. Los cuatro amigos salieron del colegio charlando y bromeando como de costumbre. Pero Adrián se detuvo de pronto en lo alto de la escalera al ver un coche de alta gama aparcado en la puerta. Un vehículo que no era el de Chloé.

El corazón le latió un poco más deprisa. Hacía tiempo que ya nadie iba a recogerlo en coche porque ahora iba siempre caminando con Marinette hasta la panadería. Por un momento temió que su padre hubiese regresado y hubiese enviado al Gorila a buscarlo. No es que tuviese nada contra el taciturno guardaespaldas (de hecho había mantenido el contacto con él y con Nathalie desde que vivía con los Dupain-Cheng), sino que no deseaba regresar a la vida que había dejado atrás.

Entonces la puerta del coche se abrió, y de él descendió una mujer que desplegó enseguida un paraguas azul para protegerse de la lluvia.

Adrián bajó unos escalones, aún de la mano de Marinette.

Y entonces el paraguas se alzó un poco para revelar el rostro de una dama rubia de brillantes ojos verdes que le sonrió con calidez.

Adrián dejó caer la cartera al suelo y murmuró, sin poder creerlo:

–Mamá...


NOTA: ¡Y se acabó! Siento que no vaya a continuar, pero me temo que no puedo seguir desde aquí. Lo que pasará con la madre de Adrián y las razones por las que se fue no las conozco, eso solo Thomas lo sabe por ahora :).

Por lo demás espero haberlo dejado todo bien cerrado. Cuando empecé con este fan fic no esperaba que fuera tan largo, y al final, ya veis: 320 páginas de word, casi 140000 palabras y 40 capítulos. Muchísimas gracias por haberme acompañado hasta aquí. Me alegro un montón de que os haya gustado. ¿Creéis que los personajes se ajustan al canon? ¿Cuál ha sido vuestro capítulo favorito? ¡Comentad, por favor! :D

Yo tengo ideas para otras historias (más cortas, espero), pero no las voy a empezar enseguida. Me gustaría tomarme un descanso por un tiempo, aunque espero poder volver antes de la segunda temporada.

¡Gracias a todos!