CAPÍTULO XV — Cohabitando con el enemigo.

Los siguientes días fueron para Harry una sucesión de entrenamiento físico con Rabastan Lestrange, que era su niñera titular; enseñanzas intensivas de magia negra, magia parsel y magia de sangre con Voldemort. Con la magia parsel y la magia de sangre no tenía problema, pero no era nada compatible con la magia negra.

Era miércoles y estaba en la sala de entrenamiento con Voldemort. Después de explicarle, otra vez, las bases de la magia negra, testeándole continuamente para que obedeciera y respondiera como era debido, acabó exasperado por la poca colaboración del chico en aquella rama y suprimió cualquier insubordinación bajo amenazas o algún hechizo doloroso. Harry, demasiado agotado, le dio la satisfacción de responder como quería para que le dejara en paz.

Luego le obligó a lanzar varias maldiciones de magia negra.

— No puedo — se negó Harry a lanzar una maldición para hervir la sangre sobre un pobre muggle que había traído a la sala para que practicara.

— Sí no lo haces, serás tú quien reciba la maldición.

— Me da igual — le plantó cara — No voy a dañar a ese hombre.

Cuando el chico era tan categórico sabía que no conseguiría nada yendo de frente y, como buen Slytherin, le acorralaba hasta que no tenía más opción que hacer lo que él le ordenaba.

— De acuerdo, haremos lo siguiente, si tú lanzas la maldición durante unos segundos, el muggle solo pasará un pequeño mal rato y lo liberaré después, sino lo haces…, cada minuto que tardes le voy a cortar una parte del cuerpo hasta que no le quede más que el tronco y la cabeza. Lo dejaré frente a ti y verás cómo sufre durante horas y horas, hasta que muera desangrado.

— No — murmuró Harry horrorizado.

— Entonces ya sabes que debes hacer. — Dejó unos segundos para que el chico asimilara que no tenía opciones —. Voy a contar el tiempo y empezaré a cortar los dedos de su mano derecha.

El muggle, al que habían sometido a un hechizo de silencio, abrió los ojos desmesuradamente y miró al chico.

— Y el minuto se acaba…

— Espera, espera, tengo que concentrarme.

— No hay tiempo, realiza la maldición o el muggle empezará a perder los dedos de su mano.

Voldemort devolvió la voz al muggle para oírle gritar y se empezaron a oír sus lamentos y sus suplicas. Harry, apenado por el estado del hombre, no podía concentrarse y lanzó varias veces la maldición sin conseguir los efectos que se esperaba.

— Sí el muggle no grita no vas a salvarle — amenazó.

Volvió a intentarlo con todas sus ganas, no quería hacerle daño, pero si no lo hacía aquel hombre iba a perder partes de su cuerpo y no sabía que era lo peor.

El muggle acabó gritando de dolor por la maldición de Harry, justo en el momento en que Voldemort levantaba su varita para cortar los dedos de su mano.

— Bien, ¿Ves cómo eres capaz? Solo necesitabas un pequeño incentivo — se rio del desesperado muchacho. Este se había acercado al muggle comprobando que no le había matado.

— Ahora debes liberarle, era el trato.

Voldemort se perdió en aquella desafiante mirada. Sabía que si no cumplía no volvería a tener un medio de presión y cabeceó, haciendo levitar el muggle fuera de la sala, llevándose la varita de Harry, como siempre hacía cuando le dejaba solo, no quería que su áspid tuviera tentaciones.

En cuanto se encontró solo se permitió dejar caer alguna que otra lágrima de desesperación, estaba seguro que matarían aquel muggle. No era muy liberador saber que lo único que había conseguido era que no fuera él quien tuviera que matarlo, pero no estaba preparado para ello y no creía que nunca lo estuviera.

Voldemort cambió de estrategia a la mañana siguiente, viendo lo inútil que era intentar que el chico abrazara voluntariamente la magia negra. Organizó duelos con diferentes miembros de los mortifagos, supervisados de cerca por él mismo. Los mortifagos dieron todo de sí para poder humillar al niño que vivió, pero solo Lucius consiguió herirle, aunque no ganarle. Harry había perfeccionado su escudo japonés, a tal punto, que nadie podía atravesarlo. También había mejorado en magia ofensiva e… imaginativa. Todos sus contrincantes salían con un recuerdo de su duelo. Lucius tuvo una semana entera su precioso pelo de color rojo y Rodolphos Lestrange aulló durante tres días cada vez que quería hablar.

Harry tenía libre acceso a la enorme biblioteca y había encontrado un libro titulado "Magia para molestar a tu adversario" donde se describían hechizos muy ingeniosos y, como buen descendiente de merodeador, usó muchos de aquellos hechizos en sus duelos contra los mortifagos. No podía herirlos de muerte, pero podía reírse de ellos y era mucho peor para los orgullosos sangre pura. Aquello mejoró mucho el pésimo humor que se cargaba por la mala experiencia con el muggle.

Ya era viernes y Harry había ocupado gran parte de la noche estudiando un libro de magia de parsel. Pasaba muchas horas junto a su némesis, no pudiendo negar que era un buen profesor, pero sin una gota de paciencia. Los crucius llovían cuando se equivocaba de respuesta, suerte que tenía acceso ilimitado al laboratorio de pociones y podía realizar todas las pociones de curación que necesitara.

Aquella mañana se reunieron en la biblioteca y Voldemort le preguntó sobre el libro leído, contestando a las dudas que le planteaba. Podía sentirse afortunado al haber recibido solo dos crucius por dos malas respuestas.

— Bien, esta noche leerás este otro libro. — comentó dándole otro libro de magia de parsel. — Ahora voy a enseñarte algunos rituales de magia de sangre para proteger lugares.

— No entiendo porque me enseñas estas cosas, si consigo realizar un ritual de protección en el lugar donde vivo nunca podrás acercarte de nuevo a mí.

— Siempre podré acercarme a ti mi estúpido muchacho. Tengo tu sangre en mis venas y ninguna barrera de sangre podrá evitar que se reconozcan.

— Entonces ¿Por qué me enseñas este tipo de magia?

— Para que puedas protegerte de los otros.

Harry no entendía, pero Voldemort sabía que si alguien descubría que el muchacho era su horcrux intentarían matarlo y solo le estaba enseñando a defenderse para protegerse el mismo.

Tras un ejercicio bien realizado para proteger la silla en la que estaba sentado, Voldemort, le dejó descansar.

— Buen trabajo. Has aprendido más rápido de lo que creía. En este libro hay un resumen de los principales rituales. — le dijo dándole un pequeño libro —. Consérvalo siempre cerca de ti.

Harry se sentía muy extraño cuando, el que era su enemigo, le elogiaba por un trabajo bien hecho.

Era pronto para la comida y los dos cogieron un libro mientras esperaban la hora de comer. Harry siguió leyendo su libro favorito, "magia para molestar a tu adversario" y una sonrisa maliciosa apareció en su cara cuando vio un hechizo que parecía creado para molestar a Bellatrix.

— Oye, ¿Cuándo podré tener mi duelo contra Bellatrix? — preguntó con cara inocente.

— Nunca. — contestó tajante.

— ¿Por qué? — Se quejó con un puchero — ¿Tienes miedo de que la venza y se vuelva más loca de lo que ya es?

Solo tuvo una mala mirada por respuesta, pero Harry no se acobardó.

— ¿Y con Snape?

— Harry — siseó ya enfadándose. — No habrá más duelos con mis mortifagos, no quiero más humillaciones.

— Oh, pobrecitos ¿Se han quejado de que el malo de Harry les pinta el cabello o les mejora su vestimenta?

Solo un gruñido vino de la parte de Voldemort y Harry no pudo evitar una carcajada, recordando a Yaxley huyendo de su duelo con un vestido muy sexy de mujer.

— Pero es que tengo un hechizo ideal para Bellatrix.

Voldemort atrajo el libro que Harry tenía en las manos y buscó el famoso hechizo.

— ¿Quieres convertir a mi más sanguinaria mortifaga en un conejito blanco?

— Siiiii

— Voy a confiscarte este libro — murmuró Voldemort irritado, guardándose el libro en el bolsillo.

— Da igual, me lo sé de memoria. — musitó enfurruñado al encontrarse sin su más preciado libro.

Voldemort observó al muchacho, aquel incordio iba a provocarle una revolución entre sus vasallos. Todos se habían quejado de que el muchacho tenía demasiadas libertades y que necesitaba una buena lección después de haberles disfrazado, pintado, transformado, humillado y reído a carcajadas de cada uno de ellos. Creyó que aquellos duelos ayudarían al chico a incentivarle para usar la magia negra, pero nunca se imaginó que pudiera llegar a vencer y desestabilizar a su élite con hechizos tan infantiles. No podía castigarle porque no había roto su promesa, no había intentado escapar, ni atacado a nadie fuera de los duelos oficiales, además de ser el alumno ideal. Se aplicaba en todo lo que le enseñaba, con la excepción de la magia negra, pero ya daba por inútil que nunca pudiera practicarla. Tenía una mente despierta y absorbía rápidamente los nuevos conocimientos.

La idea de borrarle parte de la memoria para hacerle su hijo volvía una y otra vez a su mente, podría educarle y moldearle para ser su mano derecha. Pero… ¡cómo le cansaba cuando sacaba su parte gryffindor! Se convertía en un incordio desafiante, sarcástico y, en aquellos momentos, le descuartizaría lentamente miembro por miembro.

Después de comer, Voldemort, llevó al muchacho con Rabastan, que no había apreciado nada que le dejara en calzoncillos cuando tuvieron su duelo y estaba "un poco" resentido.

— Cánsale — le ordenó Voldemort a su vasallo.

Harry le miró mal y abrió la boca para protestar.

— Si dices una sola palabra más te corto la lengua aquí mismo — Le amenazó con rabia.

Harry viendo que quizás había enfadado un poco al mago se calló, cerrando la boca con fuerza. Ya había descubierto que cuando estaba enfadado perdía todo raciocinio y era capaz de cumplir con aquella amenaza.

— Agótale. — reiteró a su mortifago —. No quiero que sea capaz de pensar en nada antes de que caiga dormido en su cama.

Voldemort se retiró y Rabastan miró al muchacho con una maliciosa sonrisa, que hizo que éste diera dos pasos atrás, imaginando la cruel venganza del hombre.

— Vamos jovencito. — Le cogió del brazo medio arrastrándole —. He esperado este momento con ansias, tengo un circuito preparado especialmente para ti.

Le llevó hasta un rincón alejado del jardín, donde había aparecido un camino amarillo, que parecía un laberinto.

— Las instrucciones son fáciles: Entra en el camino y deberás seguir hasta llegar al centro. Allí buscarás un trasladador que, una vez lo encuentres, te llevará a la salida.

Moviendo su varita le dejó solo en ropa interior, Harry pensó que tenía suerte que Habib siempre le preparaba unos ajustados y decentes bóxer negros. Sonrió recordando que en el duelo que tuvo con Rabastan, le dejó también en ropa interior, pero él llevaba unos calzoncillos de abuelo con varitas dibujadas que lanzaban chispas de colores. La prudencia le dictó que no se mofara abiertamente del hombre en ese momento y se mordió el labio para evitar reírse.

— Como ya imaginas debes hacer todo el recorrido corriendo y aparecerán simpáticos obstáculos para que no te aburras.

Rabastan empujó al muchacho para que entrara en lo que iba a ser una emocionante tortura.

Varita en mano, el moreno, empezó caminando, pero se encontró acribillado de maldiciones punzantes, que hasta que no comenzó a correr no se detuvieron. Pronto se dio cuenta que no podía salir del camino y, como sabía que los simpáticos obstáculos de Rabastan no eran para nada simpáticos, lo primero que hizo fue protegerse las plantas de sus pies desnudos. Después de su primera experiencia con aquel hombre buscó en la biblioteca un hechizo que pudiera proteger sus pies de pinchazos o quemaduras.

Se encontró con la primera sorpresa y la tierra se abrió en un agujero negro e infinito que tuvo que saltar, consiguiéndolo por los pelos. Un dementor fue el siguiente obstáculo y conjuró inmediatamente su patronos para seguir corriendo y encontrarse con multitud de rocas que le atacaban por todos los lados. Más de una de aquellas rocas, grandes como un puño, le golpeó antes de poder crear un escudo que le protegiera y seguir corriendo, pero las rocas continuaban atacándole y tuvo que destruirlas antes de reanudar la marcha. Una lluvia ácida cayó del cielo, su piel se quemaba al contacto con aquellas gotas y tuvo que correr, lo más rápido que pudo, para alejarse al no encontrar ningún escudo que le amparada, limpiándose con un chorro de agua para evitar que aquella gotas siguieran agujereando la piel dañada.

Todo el camino estuvo plagado de trampas, unas más viciosas que las otras, pero al final llegó al centro y empezó a buscar el trasladador que le sacaría de aquel calvario. Ya era de noche, estaba muerto de frio y con solo la luz que emitida su varita le era muy difícil encontrar el objeto que Rabastan había convertido en trasladador. No lo había encontrado aún que oyó un ruido que le alertó. Una figura recubierta de una brillante armadura le amenazaba con una filosa espada.

— ¿Y tú quién eres?

Le atacó como respuesta, pudiendo Harry esquivar el golpe y convirtiendo rápidamente una roca en una espada para parar la siguiente estocada. Aquella armadura, que dedujo que no era humana, atacaba sin descanso. Todo estaba muy oscuro y creó varios puntos de luz con su elemento fuego. Era muy difícil vencer a algo que no era humano y que, además, estaba todo recubierto de metal. Tenía el presentimiento que solo si conseguía cortarle la cabeza conseguiría que aquello parara de atacarle, pero era mucho más alta que él y no alcanzaba. Con la varita creó varios montículos de tierra a los que se fue subiendo, mientras seguía defendiéndose. Necesitaba estar más alto para poder alcanzar su cabeza. Lentamente fue dirigiendo aquel montón de chatarra hacia donde él quería y de una estocada rebanó su cabeza.

Todo fue silencio por unos instantes, Harry miraba alerta la mano inmóvil de la armadura y, de golpe, toda ella se desmontó y quedó esparcida por el suelo.

Solo un suspiro salió de los labios del joven y sin perder de vista los restos de la armadura, fue bajando del montículo y cogió la espada del vencido. Notó el tirón del trasladador y se encontró nuevamente en el jardín. La espada era el trasladador.

— Un buen combate — oyó la voz de Voldemort.

Levantó la vista y se encontró con que Voldemort y su círculo interno estaban en el jardín. Una gran pantalla mostraba la imagen de la armadura destrozada, le habían estado observando.

Harry, con la adrenalina todavía en su sangre, levantó la espada para defenderse de un posible ataque. Estaba herido en el brazo izquierdo, en su muslo y en el costado debido al duelo con la armadura, su piel tenía multitud de quemaduras de la lluvia acida e importantes hematomas por las rocas que le habían impactado, pero nada sentía en aquel momento y no iba a dejarse vencer si aquellos mortifagos intentaban atacarle. Solo la rabia le invadía, quería acabar con todos esos despiadados hombres, quería cortar la cabeza de Voldemort. Podía cortar su cabeza, estaba armado, podía cumplir con la profecía en ese momento, sería tan fácil…, tener una vida normal, sin psicópatas que le persiguieran…, sin dolor.

— Baja la espada Harry — ordenó Voldemort con voz autoritaria y segura, aunque estaba preocupado viendo el odio en aquellos ojos que le miraban fijamente.

Era la imagen de un guerrero pronto a atacar, aferrando la espada con las dos manos, su respiración controlada y la musculatura tensa, ignorando las heridas que sangraban sin mostrar signos de dolor o de flaqueza. No creía que el chico pudiera controlarse si alguien intentaba algo contra él y aquello podía convertirse en un baño de sangre, ya le había demostrado que era muy diestro con la espada.

— Nadie va atacarte, baja el arma— repitió acercándose lentamente.

— Milord no creo que el chico esté escuchando, sería prudente que no se acercara — se oyó la profunda voz de Severus Snape.

— Lo se Severus, no quiero que nadie se acerque, ni levante su varita contra él — ordenó sin dejar de mirar a los verdes ojos del muchacho. — Harry ¿recuerdas tu promesa? No puedes atacar a nadie.

Harry seguía tenso, en posición de ataque, centrado en su enemigo, con una única idea en la cabeza: acabar con él.

— No puedes ganar y lo sabes. Habré desaparecido esa espada de tus manos antes de que hagas el primer movimiento. — Seguía acercándose lentamente —. Por ahora no has hecho nada reprochable, no quieras que pierda la confianza que me has demostrado en estos días y te encierre en el agujero más frio y negro que encuentre.

Harry empezaba a dudar de su firme decisión. Le tenía cerca, muy cerca, pero había recuperado algo de cordura y sabía que Voldemort tenía razón, su movimiento no sería lo suficientemente rápido y, sin un resultado seguro al cien por cien, era preferible retirarse y esperar un mejor momento. Aflojó el agarre que tenía en la espada y relajó algo sus músculos.

— Eso es — habló Voldemort con voz calma al ver que el chico empezaba a relajarse —- Nadie va a atacarte, ahora dame esa espada.

Vio la imponente figura de su enemigo alargar la mano pidiéndole la espada. No se la había arrancado de las manos, ni siquiera se la había desaparecido, se la pedía, quería su rendición voluntaria.

Harry bajo la espada finalmente y se la entregó por la empuñadura. Ahora sabía que vendría el castigo por aquel intento de rebelión. Todos los mortigafos estaban mirando y no iba perdonarle aquel acto. Se preparó para el dolor y cerró los ojos.

— Crucio

El dolor inundó cada una de las células de su cuerpo. Cayó de rodillas, no pudiendo aguantar, pero no emitió sonido alguno. Con aquel dolor, las heridas y el cansancio de la prueba, pronto perdió el conocimiento y todo se obscureció.

Lo primero que notó, cuando recobró el conocimiento, fue el lacerante dolor que sentía en cada parte de su cuerpo. Estaba sobre una superficie fría y dura, todo estaba oscuro y el aire olía mal. Se sentó lentamente intentando adaptar sus ojos a la oscuridad del lugar. Sin ninguna duda aquello era una celda, no había ventanas, ni luz que iluminara la estancia, pero le daba la sensación de que era pequeña. Se levantó y palpó las paredes intentando localizar la puerta, pero no pudo encontrarla. Una intuición le hizo levantar la cabeza y allí estaba la entrada: una trampilla en el techo.

Intentó tranquilizarse, no sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero no debía ser mucho si todavía sentía el dolor del crucio en sus músculos. Tampoco sabía si era de día o de noche, ni si Voldemort iba a dejarle allí encerrado para siempre, no sabía…, la verdad es que no sabía nada. Intentó hacer magia y nada funcionó. Seguía solo con ropa interior y tenía mucho frio, se acurrucó en una esquina y esperó. No iba a darles el placer de verle derrumbarse, no iba a gritar, ni a suplicar, era más fuerte que ellos. Con aquella convicción y oyendo aquel ensordecedor silencio se fue quedando dormido.

Cuando volvió a despertar seguía acurrucado contra la fría pared, nada había cambiado. Se levantó y estiró sus músculos, las heridas que tenía estaban cerradas, pero seguían siendo dolorosas y sus músculos todavía se quejaban. El silencio seguía siendo abrumador, ni un solo ruido. Empezó a caminar alrededor de la celda, no quería quedarse entumecido e hizo también algunos ejercicios en el suelo. Pasaron los minutos, las horas, nada cambiaba. Se volvió a acurrucar en el rincón y acompañado del silencio volvió a quedar dormido.

Volvió a despertar, estaba helado y todo su cuerpo agarrotado. Volvió a hacer ejercicios para desentumecerse e intentar entrar en calor. Eligió la esquina más alejada para vaciar su vejiga, no podía aguantar más. Estuvo caminando durante mucho rato, con los ojos cerrados imaginándose que estaba en un prado verde. Cuando las piernas se le cansaron se sentó y entró en meditación, alejando su consciente de aquel desagradable lugar.

¿Cuánto tiempo había estado encerrado? ¿Cuánto tiempo le mantendría todavía en aquel infecto lugar sin noticias? Tenía hambre y sed. Volvió a acurrucarse en su rincón y se quedó nuevamente dormido.

Cuando despertó se quedó quieto, estaba muy hambriento y su estómago gruñía descontento. No sabía si le estaban vigilando o si se habían olvidado de él. ¿Cuántas horas llevaba encerrado? ¿o quizás eran días?

Algo rozó su pierna y se levantó de un saltó, preparado para cualquier contratiempo. Inquieto revisó a su alrededor, relajándose al ver que solo era un pequeño ratoncito. Su estómago volvió a gruñir y entrecerró los ojos, no iba a comerse al ratón, le daba asco, pero… entraba en la dieta de su animago. Se arriesgó a intentar convertirse en su halcón. Se concentró imaginando como su cuerpo iba cambiando sin que nada sucediera.

Aquella restricción en su magia también le afectaba con la transformación a su animago, pero no iba a darse por vencido. Entró en meditación, relajó todo su cuerpo solo pensando en el cambio. Se imaginó volando por un cielo azul, planeando en aquel infinito de libertad. Empezó a notar cosquilleos y siguió concentrándose. Cuando abrió los ojos se sintió pequeño ¡Lo había conseguido! Batió sus alas y se elevó con lentitud para no asustar a su presa, se preparó y, con sus instintos de animal, se abalanzó sobre el pequeño roedor que acabó llenando su estómago vacío. Una vez satisfecho se elevó para comprobar la trampilla en el techo, dándole pequeños picotazos para comprobar si estaba cerrada. La trampilla no cedió y, agotado por aquel esfuerzo debido a la privación de magia, bajo lentamente hasta el suelo y volvió a transformarse, quedando dormido casi de inmediato.

Esta vez despertó oyendo voces y ruido de pasos acercándose. Finalmente, la trampilla se abrió y la sonriente cara de Rabastan apareció por aquella pequeña obertura.

— Hola muchacho, ¿cómo han ido tus vacaciones?

Harry parpadeó varias veces intentando adaptarse a la luz que entraba en la reducida celda.

— ¿No dices nada? ¿Has perdido la voz? Yo que creí que me pedirías a gritos que te sacara de aquí.

Harry siguió sin contestar, no quería hablar.

— Bien, Ya veo que sigues con tu cabezonería. Tienes suerte de que el Señor Oscuro quiera verte, sino te dejaba unos días más aquí abajo.

El mortifago le hizo levitar hasta la trampilla y le sujetó para que no cayera.

— Primero una ducha, ¡uff que mal hueles!

— ¿Cuántos días? — preguntó. Su voz sonó ronca, de no haberla utilizado en varios días.

— ¿Cuánto estuviste allá abajo?

Vio como el chico cabeceaba.

— Veamos — Puso su mano bajo la barbilla emulando que pensaba — tres días, cinco horas y veintiséis segundos.

El mortifago le acompañó a la que era la habitación del chico y le dejó para que se aseara y vistiera.

— Tienes dos horas para asearte y descansar un poco. Luego vendré a buscarte. —. Como siempre cerró la puerta con un hechizo.

Harry se duchó con agua muy caliente, para sacarse el frio que se había adueñado de su cuerpo todos esos días, vistiéndose con la ropa más abrigada que tenía. Al salir del baño encontró una bandeja con comida sobre la mesa, una sopa caliente, una tortilla y un bol de fruta variada, pelada y cortada. Harry se abalanzó sobre la comida, saboreándola con satisfacción.

— Tres días — murmuró enfadado, sentándose sobre la cama —. Me ha tenido encerrado tres días.

Entonces Harry se dio cuenta de que ya llevaba seis días en aquel lugar, antes de que le encerraran, más tres eran nueve días y el solo había prometido no escapar durante una semana. Guardó todas sus pertenencias en la bolsa y la encogió, guardándola en su bolsillo. Escribió una nota para Voldemort y se convirtió en su animago para salir volando por la ventana. No tenía su varita, pero ya buscaría la manera de volverla a recuperar.

Cuando Rabastan entró en la habitación, buscó al chico por todas partes hasta que vio la nota sobre la cama y maldijo mil veces a aquel mocoso impertinente y a su mala suerte por tener que llevar aquella noticia a su señor.

— CRUCIO — fue la sola palabra que salió de la boca del innombrable cuando su vasallo le entregó la nota del chico.

Rabastan se retorcía de dolor y maldecía nuevamente los huesos del chaval por hacerle pasar por aquello.

Voldemort reunió a todos. — Buscadle, no puede estar muy lejos y, oídme todos, lo quiero vivo y en buen estado.

Todos los mortifagos desaparecieron rápidamente de la sala para buscar al fastidioso mocoso. Voldemort volvió a leer aquella nota.

"Me has tenido encerrado tres días en un agujero oscuro, aislado, sin comida, sin bebida, sin abrigo… sin magia.

No voy a perdonarte.

He temblado de frio y mi estómago ha clamado por comida, pero eso no es nuevo para mí, lo imperdonable es que hayas suprimido mi magia.

Me voy porque ya han pasado nueve días y nuestro acuerdo era para una semana, por lo que no rompo ninguna norma ni promesa.

Sé que me vas a buscar, aunque te diga que no lo hagas, pero te advierto que no voy a ir con mi tutor, ni a Hogwarts, ni a ningún lugar donde puedas torturar a gente inocente para hacerme chantaje.

Estoy muy cansado de coacciones, maldiciones y de siempre estar preocupado por la salud de un bando y por escapar del otro.

Te deseo paz y tranquilidad, la misma que deseo yo.

Harry Potter"

— ¡Maldito crio del demonio! Eres mío, eres mi horcrux, no puedes escapar de mí y ten por seguro que te voy a encontrar.