Disclaimer: THG no me pertenece. Esta historia participa en el reto de San Valentín del foro "El diente de león".

Aquí está, Lizeth. La prueba de que sí puedo hacer historias largas, solo que no lo hago porque después me desespero (como lo habrás notado ya).

Este es el primer capítulo de dos que tengo planeados (capítulo que se subirá mañana). Lamento si algunas cosas no tienen mucho sentido y por los errores ortográficos que encuentren que no eran con intensión.

Pareja: Katniss Everdeen & Peeta Mellark.


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La razón de estar a tu lado

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Nunca le gustaron los hospitales, especialmente por el olor que desprendían. La forma en la que todo parecía más desesperante y cada segundo de tu vida se convertía en una reflexión de lo que no has sabido hacer bien.

No le gustaba que todo el lugar llenara su sentido del olfato de sangre, medicamento y muerte. Porque sí, no estaba siendo exagerado. Podía oler la muerte y era algo muy recurrente en ese sitio. Las personas lucían perdidas y pálidas, sin emociones. Cuando era más chico llegó a pensar que venían a recuperar algo de alegría.

Llevaba en el mismo asiento mucho tiempo, demasiado para su gusto. Tal vez media hora en realidad no era tanto. Tal vez había esperado más por otras cosas, como el pan en el horno o una riña de su madre, pero el reloj pegado en la pared que no movía las manecillas no ayudaba.

"Si no fueras tan sensible", pensó en las palabras que alguna vez le dijeron, siquiera recordaba de quien era la voz aunque las palabras seguían ahí a pesar de los años. "Si no pensaras tanto en otros, si no te pusieras en segundo lugar, cosas como estas no te pasarían".

Claro que no se le puede culpar a un niño de seis años al que le enseñaron a compartir sus juguetes, a un niño que fácilmente podría renunciar a una comida por alguien que más lo necesitara. No podían culparlo por haber sido tan ingenuo aquella ocasión.

Cuando el verano había llegado al distrito doce solo contaba las horas para que el sol se escondiera lo suficiente y sus rayos no le molestaran tanto. Y cuando finalmente dieron las siete en punto, nada ni nadie pudo detenerlo de correr tan rápido hacia los juegos ya abarrotados de más niños. Solía cargar una pequeña mochila siempre que salía. No llevaba realmente nada útil: un lápiz, una goma para el cabello y un par guantes. Ya sabes, cosas importantes.

—Me gusta tu mochila — le había dicho una niña mientras jugaban en el arenero.

—Gracias.

—¿Crees que podría usarla por un rato? — en ese momento a Peeta le pareció una buena idea, de todas formas no era como si él creyera en ese cuento de que las niñas tienen piojos.

La niña, de quien luego inventó su nombre por alguna extraña razón de niños que ya no recuerda, Aleena corrió hacia su madre, entusiasmada. De todas formas, más tarde cuando la oscuridad se había adueñado del parque y su madre les pidió de una forma pacifica que fueran tranquilos el resto del día, se dio cuenta de el gran error que había cometido.

—Espera — jaló del brazo de su padre—. Falta mi mochila.

Su padre volteó a varios lados, esperando verla en el suelo cerca de un juego—. ¿Dónde la dejaste?

—Se la presté a Aleena.

—¿Quién es Aleena?

—Mi amiga.

—¿Y dónde está ahora?

Peeta la buscó alrededor, viendo detalladamente cada rostro. Su cara palidecía mientras el número de personas iba disminuyendo.

—No lo sé, no la veo — dijo con un puchero, aguantándose las lagrimas de que había perdido sus tesoros.

—Chico, idiota. Esa niña se robó tu mochila — bufó su madre, molesta.

—Ella no lo haría.

—Pues ya lo hizo. Vámonos, no puedo estar cerca de este lugar sin querer agarrarte a palos por idiota.

—¿No vamos a buscarla?

—No, y es mejor que te vayas olvidando de ese juguetito tuyo, que jamás lo recuperarás.

Esa noche se lo habían llevado arrastrando y lloroso hasta su casa.

Según su madre, ese fue el inicio de su estupidez. Siempre buscando el bienestar de segundos cuando el debería ser su prioridad. Porque si no se ponía el primer lugar, nadie lo haría.

Era claro que el incidente mochila (como le gustaba llamarlo a él) no le había enseñado mucho, pues seguía en esa misma sala de emergencia, esperando su turno por algo que siquiera era de su incumbencia.

—Disculpe — dijo Peeta, tratando de llamar la atención de una de las enfermeras—. Disculpe, ¿podría atenderme?

La chica en cuestión no mostraba el mínimo interés siquiera de conocer su rostro, solo por educación. Su vista estaba completamente en la pantalla del viejo ordenador que Peeta dudaba que siguieran fabricando.

—Llene este formulario y espere su turno — respondió la joven vestida de blanco, sin voltear a verlo. Le acercó, solamente le acercó, un par de hojas y una pluma que posiblemente no tuviera la suficiente tinta como para apuntar su nombre.

Peeta pensó seriamente en tirar el café que estaba en el mostrador, para que este mojara la computadora y así pudiera recibir el trato que se supone debería tener. Otra ventaja sería que el hospital se vería obligado a conseguir otro ordenador, tal vez uno menos antiguo sería mejor. Pero no, él era mejor que eso.

—Vine porque recibí una llamada en la que me notificaban de un posible familiar herido — explicó—. Alguien llamado Katniss Everdeen.

—Llene este formulario y espere su turno.

—No sé si estoy siendo claro — trató de guardar la calma—. Me llamaron porque una tal Katniss Everdeen estuvo a la mitad de un accidente automovilistico y aparentemente solo me tenía a mí como su número de emergencia.

—¿Y cuál es el problema con eso? ¿Era tu ex novia o algo así? Porque si bien esto es un hospital, aquí no reparamos ese tipo de corazones que no están preparados para ver de nuevo a la chica que los trató como basura.

—Katniss Everdeen no es, ni fue mi novia.

—¿Entonces?

—Yo no conozco a ninguna Katniss Everdeen.


Por supuesto que debió haber visto venir que era una mala idea. Después de una fuerte discusión con la enfermera que lo estaba atendiendo, era obvio que no podía encontrar una solución en ese lugar. Puede que la persona que lo registró como su número de emergencia se equivocara en un dígito y estuviera esperando a familiares que nunca fueron notificados, haciéndose una mala idea de como su familia era. Puede que en realidad si conociera a Katniss Everdeen. Sus apellidos no coincidan pero muchos de sus primos tampoco tenían algo que ver con su nombre y aun así los conocía.

—Señor, si sigue con esa actitud tan grosera se le prohibirá ver al paciente — había amenazado la enfermera, luego que viera que no podía deshacerse tan rápido de él como le hubiera gustado.

—Ya le he dicho miles de veces que no conozco a quien sea que haya tenido el accidente, por eso estoy aquí.

Y luego tuvo que intervenir otra enfermera, mucho más amable y comprensiva.

—Eso no es un caso que pase todos los días pero sin duda posible. Tendrías que hablar con Katniss Everdeen para solucionar este mal entendido.

Muy a regaña dientes la joven le dio la información de la habitación en la que se encontraba, no sin ganarse una última advertencia de su parte:

—Pensé que no la conocías — comentó con una mueca.

—¿Así que ahora sí entiendes lo que te estoy diciendo? — no le gustaba ser grosero con las personas, aunque esta chica se había llevado la poca paciencia que tenía. Seguramente se arrepentiría más tarde.

—Solo espero que no seas uno de esos pervertidos.

Y con eso se había alejado de la sala de emergencias. No porque le tuviera miedo a la chica, sino porque se conocía y soltaría un comentario hiriente.

Así que ahí estaba, de nuevo sentado, en una silla de plástico esperando a que Katniss Everdeen despertara. Porque por si no fuera poco lo que tuvo que pasar en el día, tuvo que ser sedada ya que sus fracturas fueron graves.

La observó por unos minutos. No era un familiar suyo ni de cerca, evidentemente. No la recuerda de ningún lugar (probablemente porque jamás la ha visto en su vida. Está seguro que la olvidaría) y no se ve como del tipo de persona que su madre o su padre conocerían. Su cabello era oscuro y levemente ondulado. Su piel olivacea y de complexión pequeña, demasiado delgada. Le habría gustado haberla encontrado despierta (no solo para resolver el embrollo rápidamente, dudaba que eso le importara ya), quería ver desesperadamente sus ojos.

Le gustaba pensar que una de sus características era leer a las personas incluso antes de conocerlas. Algunos detalles eran fácilmente de adivinar, por su forma de erguirse hasta de comunicarse con otros. Los más difíciles, como sus temores y secretos más profundos eran los que le costaban tiempo. Aunque no se lo contaran, él podría haberlo adivinado ya.

Katniss Everdeen era una chica linda, probablemente de su edad o menor. La podía visualizar a través de los pasillos, caminando apresurada porque su clase anterior había tomado unos minutos extra de lo usual y ahora iba tarde a la siguiente. Bien podría ser una de las chicas populares, animadora. Caminando por la escuela como si de su reino se tratara. Con un novio deportista, se atrevería a decir que capitán del equipo de fútbol americano de la escuela, de ese tipo de chicos que normalmente son idiotas. Seguramente tendría un par de admiradores secretos en la escuela, fuese el tipo de chica que fuese.

—La hora de visitas terminó — le anunciaron desde la puerta una mujer mayor.

—Oh, claro. Lo siento.

Se levantó de su asiento algo incomodo. Lamentándose de su mala suerte pero tampoco con tanta necesidad como para levantarla, si es que eso era posible. No tenía muy claro como funcionaban los medicamentos de los hospitales. Afortunadamente nunca había estado en uno, no como paciente al menos.

—¿No sabe cuanto tiempo tardará en despertar?

—Depende de la situación, cariño — le dijo amablemente—. Un día, tal vez dos. No me gustaría decirte algo que no fuera cierto.

—No se preocupe por eso. Es solo que tengo que hablar con ella.

—Si tienes problemas para venir a diario el hospital podría avisarte sobre las mejorías. Sus padres también podrían ponerte al tanto.

Peeta lo meditó por un segundo. La verdad es que si bien no tenía una agenda apretada los siguientes días tampoco es que le hiciera ilusión pasarla en el hospital, velando a una chica que ni siquiera conocía y a la cual no le debía nada. Lo mejor era no regresar y dejar el asunto así. No es como si Katniss Everdeen fuese a tener que ir al hospital cada semana.

No podía reconocer la sensación, pero por alguna razón extraña se veía incapaz de dejarla a su suerte. Si era el único a quien podrían llamar en una emergencia lo más probable es que nadie más supiera donde estaba. Hizo una nota mental para estar al tanto por si había reportes de una chica de sus características a la que dieran por perdida en los últimos días.

Tal vez fue mera curiosidad de saber como era realmente, no solo el drama que creo en su cabeza. O tal vez (como fiel creyente del destino) las leyes del universo se habían movido para que él estuviera en ese lugar, ese día y así poder conocerla. Cualquiera que fuese el motivo, solo sabía una cosa: no podría dejarla ir, no ahora ni aunque quisiera.

—Gracias por las recomendaciones, pero creo que seguiré viniendo después de todo.


Fiel a su palabra, Peeta regresó al día siguiente y al siguiente. La poca información nueva que sabía de Katniss (a la que había decidido llamar por su nombre de pila, al fin y al cabo no veía lo malo de tomarse ciertas libertades) fueron dados por el médico.

—Está estable por el momento — dijo, revisando sus notas—. Unas costillas fracturadas y leves lesiones en los brazos y piernas. Nada que la presencia de un ser querido no ayude.

—Medicamento también, ¿verdad? — preguntó Peeta, no muy seguro del método de curación del hombre.

—Creo que la medicación quedaba implícita. Como sea, no debe de tardar en despertar. Hemos bajado sus sedantes considerablemente.

—Gracias.

—Estará un poco de mal humor por lo que recomiendo que le traiga algo que le ponga de buenas.

Peeta agradeció nuevamente al médico cuando este se despidió de él, con la promesa de que vendría en un par de horas para ver el progreso.

Se quedó congelado en la misma posición por unos minutos. "Algo que la ponga de buenas", se repitió hasta entrar en cuenta lo que eso asumía. Nunca fue bueno para los obsequios y no ayudaba en nada que siquiera conocía el sonido de su voz. Quiso ir por algo seguro como chocolate, peluches o flores. A todo el mundo le gustaban los chocolates, no podía decir lo mismo de los peluches o flores. Katniss definitivamente no se veía del tipo de chica a la que le gustaran los osos afelpados o los ramos de rosas. No, ella habría preferido un detalle pequeño o significativo.

Salió del hospital una hora antes del fin de turno de visitas, yendo a la tienda más cercana que pudo encontrar. Había varias cajas de dulces, distintas presentaciones, distintos colores, sabores, olores. Ninguno que lo convenciera. Todos lucían para dar a una persona especial, muy personales. Decidió cambiar de opción. No era fanático de la repostería de los centros comerciales aunque bien muchas opciones no tenía. Era un paquete de donas o pollo rostizado.

De nuevo, se preguntó el porque de tantas molestias hacia ella. Tan fácil que sería dejarla ir. No le debía nada, al contrario ella era quien tendría que disculparse con él por el tiempo que ha perdido en esa sala de hospital. Salió de la fila para pagar, dispuesta a dirigirse a casa y tal vez comer un poco de verdaderas donas que hacía su padre para la panadería.

Cinco minutos después ya se encontraba en camino al hospital con unas donas bajo el brazo. Se prometió que si para mañana en la mañana Katniss no despertaba sería lo último que sabría de ella.

Mintió descaradamente.


—¿Quién demonios eres? — preguntó una voz que claramente no era parte de su sueño, pues había decidido dormir un poco mientras continuaba en su espera.

—¿Eh? — fue la respuesta más desarrollada que pudo darle a la chica que lo observaba desde la cama. Su cerebro parecía no poder procesar lo que había estado sucediendo. Ella había despertado. Katniss finalmente recuperó la consciencia.

De pronto entró en pánico. Pasó tanto tiempo esperando por esto que nunca se dio tiempo en pensar que excusa o explicación daría cuando ocurriera. Ya tenía armada su cuartada por si algún amigo o familiar suyo lo descubría; sería un nuevo compañero de clases al que ella aun no considerara un amigo cercano como para hablar sobre él o mencionarlo.

—Ya sabe como es ella — y esa persona lo sabría, porque conocía como era y tal vez con un poco de suerte habría acertado en su forma de actuar.

No ayudaba para nada en absoluto que la enfermera gruñona del primer día había esparcido el rumor de que era un loco acosador que no la dejaba descansar aunque estuviera en una cama de hospital. Al principio recibía constantes miradas de simpatía y una que otra sonrisa por los pasillos. Podía sobrevivir a eso. Pero ahora, cuando casi todos los empleados de este lo trataran con cautela y revisaran su comportamiento cada cierto tiempo pasándose por el lugar, hacía las cosas complicadas.

—¿Me vas a decir quién eres o voy a tener que llamar a seguridad? — amenazó la chica. Su voz era delicada, podría atreverse a decir que incluso algo chillona pero imponente y sin titubear ante la presencia de un completo extraño.

—Yo... yo... — acomodó su cabello—. Mi nombre es Peeta Mellark, un gusto.

Que se negara a aceptar el apretón de manos que le ofreció no fue ninguna sorpresa para él. Lo que le tenía en shock es que no hubiese gritado o algo parecido. Tal vez seguía un poco aturdida por el sedante que no lo ve como una amenaza. Bueno, no todavía.

—Vaya, eso me da el contexto para comprender todo.

—Estás en un hospital.

—¿De verdad? Y yo que pensaba que el catéter en mi brazo era solo una moda estúpida más.

—Estuviste a la mitad de un accidente de coche — explicó—. Estoy aquí porque el hospital me contactó después de eso. Al parecer soy tu número de emergencia.

—Oh — fue todo lo que dijo.

Peeta notó rápidamente como su semblante cambio. Ya no era esa chica impulsiva y capaz de hacer que lo encerraran solo por estar a menos de cinco metros de ella. Se veía avergonzada (y no solo lo decía por sus mejillas sonrosadas), la forma en la que se mordía el labio y no podía sostener su mirada la delataba completamente.

—¿El accidente fue hace unas horas?

Fue su turno de sonrojarse. Era un idiota completamente por no haber pensando en todos los escenarios. Claro que, básicamente no había pensado siquiera en los más posibles. La idea de salir corriendo del lugar iba ganando en su mente.

—No — susurró—. Estás aquí desde hace tres días.

—Oh — su boca se abrió en una gran "o", una "o" mayúscula sería más apropiada para describirla—. Creo que sí necesito hablar con seguridad.

—¡Espera, por favor! — le rogó, casi de rodillas—. Puedo explicarlo.

—Puedes intentarlo.

—Vine aquí con la sola intensión de arreglar el problema con el número de emergencia. Yo no te conozco, tú no me conoces, evidentemente. Imagina mi reacción cuando me llamaron por teléfono.

—¿Y por qué te quedaste tanto tiempo?

—Te diré la verdad — esperaba que Katniss fuese lo suficiente comprensiva y abierta de mente como para aceptar la preocupación de parte de un desconocido. Algo dentro de él le decía que no había manera de salir bien librado de esto—. Me sentí obligado, bueno, no obligado exactamente es la palabra que usaría. Pero sentí, muy dentro de mí, que alguna fuerza me habría atraído hacia ti. Me veo incapaz de explicar que fue. Dime loco si quieres, pero por lo que más quieras, te pido que no llames a la policía.

Katniss se limitó a observarlo con el seño fruncido. Su pequeño discurso pudo haberla convencido solo un poco de que no era peligroso.

—Tienes razón, eres un loco.

No era la respuesta que esperaba, ni muchos menos. Sin embargo, era lo mejor que podría obtener.

—Me alegro que hayas podido comprender — suspiró—. Eh, yo te traje donas.

Le mostró la bolsa de papel.

—Supongo que gracias — dijo, tímida de tomar la bolsa—. No estoy muy segura de recibir obsequios de tu parte.

—Tranquila, no les he puesto nada malo. Y si eso no te da la confianza suficiente, me he ganado una reputación así que revisan tu habitación con regularidad.

—¿Por qué?

—No les he dado razones para poder echarme — se encogió de hombros.

—¿Seguro que no tienen nada?

—Muy seguro. Además, si te llegara a pasar algo, que no digo que vaya a suceder, ya estás en el hospital.

—Y no sería necesario llamar a mi número de emergencia porque ya estás aquí.

—Exactamente.

—En ese caso, no llamaré a seguridad. No hoy, por lo menos.