Shaman King es propiedad de Hiroyuki Takei


Rewrite

Capítulo 1: Cero

La familia se hallaba en la sala principal. Sentados en silencio, cada uno de los tres miembros ocupaba un lado de la pequeña mesa ubicada en el centro de la inmensa habitación. El viejo reloj de pared marcaba cada segundo que pasaba con un fuerte chasquido, intensificando la tensión que se respiraba.

Solo Yohmei parecía distante. Cada tanto pasaba las hojas del periódico parsimoniosamente, como si se tratara de una apacible tarde más en la que podía leer las noticias. Su hija Keiko estaba a su lado. Tenía la mirada rígida clavada en la superficie de madera, frustrada por no poder romper la muralla de orgullo en la que el anciano se había aislado. Mikihisa no lo había intentado siquiera, y aguardaba en silencio, su rostro ilegible tras la máscara.

El tiempo avanzaba con crueldad. Una docena de chasquidos más y llegaba hasta ellos el inconfundible aroma a tierra húmeda a través de la ventana. La mujer se asomó para comprobar cómo una fina llovizna comenzaba a caer y rápidamente cubría el paisaje montañoso con una cortina invisible. Las hojas cedían bajo las persistentes gotitas, la tierra se ablandaba alrededor de los improvisados charcos, y las últimas bandadas desprevenidas volaban a su refugio bajo el cielo oscuro.

Fue un momento fugaz en el que el pecho le tembló, pero por encima del miedo y del enfado con su padre, decidió tomar las riendas de la situación.

-Esto es ridículo –dijo apretando los dientes, y caminó golpeando los talones de vuelta a la mesa, donde su padre continuaba fingiendo que leía. El movimiento que hizo para apoderarse del periódico fue tan rápido que ni Mikihisa ni Yohmei llegaron a advertirlo. De pronto solo hubo un montón de papel arrugado sobre la mesa.

-Si lo que quieres es matarlo, lo estas logrando. Él está allí afuera, en algún lado, y pretendes que no te importa. Puedes ser su maestro, pero es nuestro hijo y no podemos seguir esperando a que cedas en este estúpido asunto –explotó finalmente después de horas. La expresión del anciano no cambió, y eso la enfureció más.

Entonces se dirigió a Mikihisa, y solo bastó una mirada implorante en sus ojos oscuros para que el hombre desapareciera al segundo, junto a sus espíritus acompañantes.

Reapareció casi una hora después, cubierto de barro, al igual que el niño que cargaba en brazos. Desfalleciente, Yoh Asakura de diez años aún repetía;

-…no lo haré.

Permanecer varios días hospitalizado al borde de la muerte cambió el curso de las cosas. O tal vez su destino se selló antes de eso, cuando su abuelo le informó esa tarde que su vida hasta los dieciséis años estaba prácticamente arreglada, y cuando Yoh pensó "quiero hacer algo que yo quiera", negándose a toda obligación.

Las consecuencias de su huida a la montaña ese día de tormenta fueron nefastas. Una enfermedad en sus pulmones se desarrolló rápidamente y su tiempo en el hospital se alargó más de lo previsto. La ruidosa máquina que le impulsaba oxígeno a su cuerpo inquietó a sus padres, e hizo quebrantar la voluntad familiar. Yohmei se obligó a confiar en la flexibilidad de su hija y su cuñado, y le transmitió el mensaje final a Kino, en Aomori, cuando entendió que tendría un nieto al que cuidaría, o no lo tendría para nada.

-¿Pero, y Hao? –Kino aún desconfiaba ahora que los planes había cambiado y no había una solución a la vista con el problema que dependía de los Asakura.

-Tendremos que hablar con él –replicó Yohmei –Y rogar porque nos escuche.

Todo sería diferente a partir de ahora. Los hilos se habían movido en otra dirección para Yoh. Participar en el torneo estuvo fuera de discusión, después de todo creció siendo demasiado débil debido a su enfermedad. Su compromiso fue anulado antes de ser siquiera concretado. Así, el heredero de los Asakura tenía todos los años de su vida para ser lo que quería hacer.

Solo que no tanto.

Las píldoras ocupaban toda la palma de su mano. Ni siquiera las había contado pero, ¿quién lo haría en una situación así?

-¿Recuerdas si fue todo el frasco, entonces? –persistió el médico.

Asintió a falta de poder usar su boca, ocupada en su mayor parte por un tubo.

A su alrededor había mucho movimiento, cada tanto alguien con bata blanca pasaba a su lado y lo inyectaba en el brazo.

-¿Alguien a quien podamos notificar? –preguntó el doctor, tomándole el pulso mientras llenaba una forma rápidamente. Era obvio que la pregunta no iba dirigida a él, que no podría dar una respuesta demasiado compleja. En algún lado de la habitación alguien contestó;

-Vive solo en Tokio. Nativo de Izumo.

-Contacten a los Asakura de Izumo –dijo entonces.

Tuvo el impulso de remover toda la longitud del tubo de su interior para contradecir la inesperada orden, pero alguien le sujetó de las manos, impidiéndole que se mueva.

-Entiendo cómo se siente, pero es parte del procedimiento –le dijo un enfermero con aire aburrido, como si hubiera hecho eso miles de veces -¿O acaso pagará usted los gastos?

Yoh asintió fervorosamente, suplicante.

El monto de dinero que poseía en ese momento no era la más jugosa de las sumas, pero alcanzó para cubrir su atención médica y evitar que su familia se enterara. Afortunadamente para él, si podría decirse así, estuvo recluido en el hospital sólo un día. Luego de veinticuatro horas una enfermera le tendió sus ropas lavadas, sin una pizca de vómito, y además una tarjeta con el nombre y número de un terapeuta; recomendación que iba por la casa.

Llegó a su departamento y se arrojó en el sofá, tan exhausto como si hubiera regresado de un día de trabajo. Todo seguía como antes en su pequeño encierro, pero ahora además de sentirse increíblemente desganado, tenía sólo 800 yenes en el bolsillo -tal vez solo para una comida-, acidez en el estómago y un dolor de garganta extra.

-Haa…–suspiró largamente. No esperaba tener que volver a ese lugar de nueva cuenta y el panorama de la sala de estar que tenía desde su posición en el sillón le incomodaba bastante.

Tapó su rostro con un almohadón, cerrando los ojos con fuerza para que ni una pizca de luz se filtrara a través de sus párpados. Quería dormir. Un par de años siquiera. O muchos más. Que el mundo siguiera sin él.

Solo que el mundo seguía. Aun escuchaba el ruido en la calle, autos apresurados y niños gritando. Su vecino de arriba estaba muy activo, al igual que el de su mismo piso, que acababa de llegar y se encontraba en el pasillo hablando por el celular mientras buscaba sus llaves.

Así era, solo podía imaginarse muy sutilmente lo que se sentiría dejar este mundo, solo si cerraba los ojos y si imaginaba el completo silencio, porque al parecer había algo o alguien que aún lo quería allí.

Quitó el almohadón de su rostro, después de todo se sentía un poco sofocante. Y casi en el mismo momento en que daba una irremediable bocanada de aire, algo explotó en la ventana, o más bien, algo cerca de la ventana parecía haberse roto. El estrépito lo sobresaltó y aturdido, se sentó de golpe para averiguar qué había sucedido.

Un gato lo miró directamente a los ojos, sentado en el alfeizar, quieto como una pieza de utilería y de un amarillo escandaloso. Nunca lo había visto por allí, sobretodo porque los gatos no se metían entre edificios que estaban tan contiguos con otros, como era su caso. Se quedó tan inmóvil como el animal, dudando de que fuera real.

Hasta que miró en el suelo los restos de lo que era un vaso de vidrio. Un adorno que tenía su lugar justo donde el animal estaba sentado tranquilamente en ese momento. Para haberlo roto debía ser bastante físico.

-¡Uah!…¡Largo!

Se acercó levantando los brazos espantándolo, pero con un parpadeo, desapareció.

-Ah…debe haber…saltado a otra ventana –murmuró para sí cuando no logró verlo después de asomarse a la estrecha callejuela.

Tanto ajetreo le había dado dolor de estómago. Apenas manteniéndose de pie, se dobló en dos, con ambas manos sujetándose el vientre.

Aún tenía ganas descansar del ruidoso ambiente del hospital, pero la molestia de su estómago exigía atención, y si bien recordaba, el doctor le había indicado que debía comer algo, luego de que había rechazado la comida que estaba incluida en el monto de su estadía.

Decidió obedecerle mansamente sólo porque de verdad le dolía el estómago. Caminó con pesadez la corta distancia a la cocina, pero antes de abrir la nevera recordó con amargura que estaba vacía. Antes de su sabroso coctel de medicamentos -que según sus planes sería su última cena- Yoh había arrasado con todo lo que tenía en su despensa. Había leído que mejoraba el efecto.

Tal vez un poco de jugo ayudaría de igual forma, pensó, cuando recordó que debía haber una jarra aún. Y tiró de la pequeña puerta blanca.

Lo primero que vio fue la susodicha jarra. Pero además, sobre el estante principal de la fría superficie, había dos enormes manzanas. Las miró con atención un momento.

Cerró la nevera, deteniéndose un instante para poner su mente en orden por el solo hecho de que no había forma de que hubiera comida en su nevera. No había manera alguna de que esas manzanas existieran en su cocina, o en su departamento. Debía ser una alucinación pasajera, producto de su reciente incidente.

Abrió la nevera.

El rojo brilló sobre el blanco nuevamente, y cuando tomó una en sus manos y dio un valiente mordisco no pudo negarlo nuevamente. Eran auténticas. El sabor y la textura que no sentía hace tiempo llenaron su boca, y salivó profusamente ante la extraña pero agradable sensación.

Miró a su alrededor masticando y pensando qué debía hacer a continuación. Tal vez debería comenzar por comprar comida, pensó mientras daba un último vistazo a la desolación de su heladera.

La depresión había evolucionado a un nivel que lo obligaba a tratar con ironía su regreso a casa. Recorrió en silencio el ambiente como si fuera la primera vez en mucho tiempo, el pequeño baño, la pequeña sala y la pequeña habitación. Necesitó un poco de valor para entrar en ésta última y miró con aprehensión su futon aún tendido en el suelo. Lo observó por unos segundos, el tiempo suficiente, y lo guardó sin más, doblándolo con cuidado. Su ropa y calzado, sus humildes muebles, hasta las cortinas y las paredes, le daban la bienvenida y estaban allí como si nunca hubiera tenido lugar una despedida. Recordó haber pensado con consuelo el día anterior, que nunca más vería todos esos objetos y sin embargo estaba allí y no podía evitar sentir una incómoda nostalgia.

Se acordó de pronto los vidrios rotos de la ventana y fue en busca de los elementos de limpieza. Ya acostumbrado nuevamente a moverse por su modesto departamento, tiró el corazón de la primera manzana a la basura, y barrió el desastre que había hecho el felino con el pequeño adorno. Tuvo que lavarse las manos para quitarse el polvo que se le había pegado por el jugo de la fruta.

Todo estaba como antes y al mismo tiempo no, y era él quien estaba fuera de lugar allí. Se palmeó el pecho, dudando un segundo de estar vivo. El sonido de su propio golpe le pareció un poco hueco, pero era sólido. Al menos no era un fantasma.

Tomó la segunda manzana y nuevamente intentó recordar si él mismo había comprado la fruta y lo habría olvidado por culpa de las píldoras. Una vez había visto un programa de televisión donde se revelaban las consecuencias de sufrir emociones fuertes, y una de ellas era la amnesia. Se decidió por esa opción, como último recurso para explicar el misterio de las manzanas.

Y al parecer aún estaba aturdido, porque cuando miró sus pies notó que había caminado por todo el departamento con los zapatos puestos. Se los quitó, y se dirigió a la entrada para dejarlos donde lo hacía usualmente.

Algo allí llamó su atención. Frente de la puerta y sobre el suelo, había un rectángulo de papel; una carta que no había visto al entrar. Pensó que el encargado la habría arrojado hacía unos pocos minutos mientras estaba en el baño o en la habitación, pero se dio cuenta de su error cuando levantó el sobre y vio la pisada de su propio calzado justo encima de su nombre. No se extrañó de haber pasado por alto el correo, si ni siquiera se había quitado los zapatos al llegar. Al igual que las manzanas, las manifestaciones de su caos mental se iban sumando. Al menos el gato había sido real.

Cuando la giró entre sus manos, en el envés, descubrió el remitente. Desde que vivía solo en Tokio sus padres nunca le habían escrito, solo se limitaban a comunicarse por teléfono al menos una vez al mes, y por eso se extrañó cuando leyó el solitario nombre de su madre. Sin moverse del lugar rompió el papel para develar el contenido: un párrafo informal y conciso.

-"…tu abuela está…" –leyó y se detuvo. Verificando nuevamente el sobre se dio cuenta por primera vez de dónde provenía la carta. Desconocía el momento en que su madre había viajado al norte para ver a su abuela.

-"…te necesito aquí" –decía, y el alma cayó pesada a sus pies. Era irónico que la persona que trataba de evitar le escribiera diciendo que quería verlo. No estaba seguro si podría enfrentarla, no estaba en su mejor estado y ni siquiera podría ponerse una máscara para resguardarse.

De lo único que estaba seguro en ese momento era que estaba condenado a vivir. No tenía fuerzas para ello, pero había perdido una batalla que daba por ganada y ahora solo estaba resignado. ¿Debería obedecer esa orden y viajar hasta la punta del país?

Su abuelo le había dicho hace mucho tiempo que tendría que obedecer a la voluntad familiar. Nunca supo por qué debía entrenar tan duro, competir en ese pasado torneo, ni ganarlo. Le pareció escuchar alguna vez que las consecuencias serían catastróficas, pero apenas tuvo tiempo de imaginar cuáles serían porque de pronto estuvo en una cama extraña, en una habitación blanca y llena de máquinas.

-¿Por qué era tan importante que me convirtiera en el Shaman King? –le preguntó tímidamente a su abuelo el día que regresó a su casa después de un largo tiempo en el hospital.

-Nada. No era nada –el anciano le concedió una tierna mirada y una mano que se apoyó en su cabeza. –Ahora estás aquí.

Cuando fue mayor admitió que fue su obstinación de niño lo llevó a rehusarse. Un capricho que casi le cuesta la vida de la forma más estúpida. Había tenido total libertad durante muchos años, pero ese libre albedrío lo mantuvo sin rumbo desde el primer momento. A los catorce había elegido Tokio como su lugar, pero sin saber muy bien que hacer allí. Terminó la secundaria y consiguió un empleo tranquilo. Pero de verdad algo se le escapaba de las manos, él debía estar haciendo algo pero no lograba dar con qué. Los años pasaban y el vacío se hacía más profundo. Hasta que un día se hizo insoportable.

No haber aceptado su destino era la razón de su miseria.

-Ahora estoy aquí –musitó, sin dejar de mirar el papel.

No respondería, tomaría el próximo tren a Aomori y llegaría por la noche. Después de todo necesitaba un poco de aire nuevo.

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Heyyy! Año nuevo, fic nuevo. En otras noticias, amo demasiado a Yoh jaja, fue dificil escribir este capitulo.

As always, hazme saber como anduvo con un review! gracias!