Quería aclarar una cosa antes de que sigas leyendo. Esta historia está escrita bajo cierta experiencia personal, por lo que trato el tema no solo por escribir sobre mis personajes favoritos, sino por hacer ver el calvario por el que pasan las personas con ese terror a ser tocadas, y dar esperanza para salir de esa situación. Me gustaría que si comentas (cosa que leeré y responderé con muchísimo gusto) sea bajo el respeto total por este tema, te lo agradecería demasiado.


CAPÍTULO 1

(Syaoran)

— No puedes haber dicho eso en serio…

Eriol me mostró una ladina sonrisa y se dedicó a buscar aparcamiento con la mirada sin apartar la atención del volante. Era sábado por la noche y el centro de la ciudad se había llenado de transeúntes deseosos de tomar algún zumo fresquito y olvidarse de sus problemas. Obviamente no todos bebían solo zumo, yo el primero, pero Eriol había implantado en casa una política de "cero alcohol" que no llegaba a entender del todo. Según él, los chicos de mi edad no deberían envenenarse tan pronto con esas mierdas. Y lo gracioso es que lo decía como si él no tuviese los mismos años que yo.

— ¿Por qué no? Somos jóvenes, no es algo tan loco —dijo, como si esperara una respuesta, aunque más bien parecía una pregunta retórica—. No puedes estar esperando a que Sakura se dé cuenta de algo que prácticamente le estás diciendo a gritos.

Miré a Tomoyo buscando algo de ayuda, pero ella solo se encogió de hombros y le dio la razón a su novio con las cejas. Eriol acababa de proponer acelerar las cosas con Sakura de un modo un tanto peligroso. No con navajas o algo por el estilo, pero sí con lo que a él le gustaba llamar "el juego de la seducción". El plan era nada más y nada menos que darle celos.

Desde luego, si algo caracterizaba a Eriol, era su originalidad.

Divisamos un Hard Rock Café de esquina a escasos metros y el motor de su coche hizo un ruido extraño. Estaba nervioso. Giró la palanca de marchas con violencia y nos agitamos en el sitio, quedando parados en mitad de la carretera. El ruido de unas ruedas contra el asfalto nos hizo mover la cabeza hacia la derecha: Sakura vestía un singular vestidito muy (en serio, MUY) corto parecido a nuestros uniformes, y una bandeja en la mano derecha, en perfecto equilibrio. Vi que en su pecho podía leerse "Hard Rock café" en una plaquita de reflejos dorados. Se había parado en la ventanilla del conductor.

— ¿Qué hacéis por aquí? —sonrió, inocente, mirando un momento a la parte de atrás. Quise que mi asiento me tragase, pero solo conseguí que ella me viese asustado y rojo como un tomate. Tomoyo desvió su atención—. Sería genial que entraran, modificaron un poco la parte baja del local.

— Eso teníamos pensado hacer, pero estábamos esperando a alguien —mintió, mirándome a través del espejo con una sonrisa cómplice— ¿verdad, Syaoran?

Me congelé. Ella había mirado instintivamente en mi dirección, y sus ojos brillaban suplicantes. Era un tanto irritante la capacidad que tenía aquella chica para tirar todas mis defensas abajo, como a un niño pequeño enamorado por primera vez. A veces tenía la sensación de que ella sentía por mí más de lo que decía, pero en seguida me daba cuenta de que solo era simple cariño de mejor amigo. Ella estaba enamorada de Yukito. Del "perfecto" Yukito.

— S-sí —temblé, y ella abrió los ojos —Akame. Nada serio.

De hecho, esa parte si era cierta. Con Akame nada podía ser serio. Estaba completamente loca.

— ¿Akame? —cayó demasiado pronto en la cuenta de quién era. Era la última chica con la que alguien como yo saldría. O al menos eso pensaba ella de mí— ¿La misma Akame que te pidió sexo dentro de un sobrecito rosa? ¿Esa Akame?

— Era salmón —discutí, absurdamente. Aunque conseguí que pusiese los ojos en blanco y se relajase—. Pero sí. Esa Akame.

— Imagino que ese color salmón (que no es rosa) hizo efecto en ti.

Me sonrojé furiosamente, y ella rió dándole pequeños toquecitos al brazo de Eriol, por fuera de la ventanilla. Definitivamente aquel peliazul y yo tendríamos una entretenida y pacífica charla sobre por qué los amigos no deberían intervenir en las relaciones de sus mejores amigos si no querían salir, digamos… con algo roto. No tenía suficiente con haber respondido afirmativamente a aquella nota en mi nombre, sino que además añadió un "si quieres podemos vernos en el Hard Rock Café para una cita doble. Pago yo" ¡Pago yo!

Estaba claro que no me conocía demasiado. Yo NUNCA diría algo como eso en condiciones normales. Que últimamente era mi condición normal, ya sabes, por eso del "no alcohol".

— Tengo que irme, chicos —dijo de repente, dedicando una mirada al chico de pelo gris y sonrisa siniestra que esperaba contra la puerta del restaurante—. Espero veros dentro más tarde.

Vimos cómo se alejaba a toda velocidad, y sobre todo (y lo más asqueroso), cómo aquel sujeto se quedaba mirándola como un maniático sexual mientras entraba. Su jefe era un hijo de puta con corbata. Pero no un hijo de puta con corbata cualquiera, porque esos eran más bien predecibles. Era un hijo de puta con corbata escondido bajo la máscara de un chico amable y comprensivo, al que podías contarle cualquier cosa. Tsukishiro. Mi grano en el culo particular.

— No sé cómo puedes ver eso y no querer sacarla de ese lugar — gruñó Eriol, volviendo a arrancar su coche—. Realmente corre peligro en un sitio como ese.

— Ella no es de las que se amilana con facilidad, no tienes de qué preocuparte —respondí, con asco, aunque realmente no me estuviese creyendo ni una sola palabra de lo que decía—. Además. Aunque su padre insistió en que era perfectamente capaz de pagar su matrícula de universidad y correr con todos los gastos de su piso de estudiantes se negó en rotundo. ¿Ella dejando que su padre gaste el dinero de su esfuerzo en ella? Parece que no la conoces.

— Me da que ya te han dicho esto antes.

— Oh, créeme. Touya no es idiota.

Eriol miró de nuevo por el espejito, con sorna: — ¿estás seguro de eso?

Bueno, a ver. No la clase de idiota que no se entera de nada, al menos. Tsukishiro había sido su amigo desde hacía mucho tiempo, y aunque confiara demasiado en él, sabía que su actitud había cambiado hacía no mucho tiempo respecto a Sakura. Si hace un par de años solo quería protegerla ahora eso era casi impensable. Se la comía con los ojos, solo había que fijarse un poco en él. Era repugnante.

— No es la clase de hermanos que dejan a su hermana trabajar de noche en minifalda —me limité a responder, encogiéndome de hombros. Él detuvo el motor y apagó todas las luces a la vez, sacando la llave—. Así que todas las noches toma un refresco en la barra de ese restaurante. Todas.

Remarqué, para dejarlo todavía más claro. Touya podía pecar de muchas cosas, pero jamás de no saber proteger a su hermana. Era consciente de que el trabajo nocturno no era algo poco habitual, pero yo mismo estaba allí el día que llegó con su uniforme de trabajo colgado del brazo (bueno, "uniforme". Yo prefiero llamarlo camiseta larga). La cara del hombre era todo un poema. Y mira que le detesto, pero estuve de acuerdo con él en que no debería dejar que la obligasen a llevar eso ni no se sentía del todo cómoda con él. Ella ya era preciosa de por sí, no necesitaba provocar a nadie (de hecho, ya lo hacía sin necesidad de ningún vestido. Y puedo dar fe de eso).

Cuando quise darme cuenta, Eriol ya estaba fuera del coche con sus gafas de sol hípsters enterradas en el pelo, y la solapa de la camisa ligeramente levantada. Nos iluminaba de cara (y muy incómodamente) el foco blanco de la fachada de un restaurante de degustación de platos típicos japoneses. Juro que por un momento lo vi todo a cámara lenta. "Worth it" sonaba de fondo mientras ambos caminaban como Deadpool antes de liarse a espadazos con un montón de soldados de Fancis. Tenía la ligera sensación de que aquella no iba a ser una noche normal.

Y definitivamente no me equivocaba.

— Seguramente Akame se encuentre ya dentro, la cité a las once —miró su reloj—. Y son las once y cuarto.

— Oh, qué poco caballeroso —puse los ojos en blanco—. Haciendo esperara una mujer. No podré vivir con la culpa.

— He oído que esa renovación de la que hablaba Sakura era una discoteca en la parte baja del restaurante— sonrió él, pasándole el brazo por encima a su novia—. Lo mismo te acaba gustando la idea del sexo. El sobrecito salmón estaba muy currado.

Lo miré unos segundos, pensándome bien una respuesta. Dijera lo que dijera iba a sentarle como una patada en los huevos. Me lo había puesto prácticamente en bandeja.

— Que pena que Tomoyo no cayera en ese detalle, ¿no crees? — Él se tensó, tragando saliva con nerviosismo— Con las ganas que tenías de… ya sabes.

— ¡Eriol! — chilló ella, mientras yo pasaba entre ellos con aires de superestrella. De alguna forma tenía que vengarme—. No pensé que buscases solo eso de mí…

— ¿Qué? ¡No! Yo solo… — ni siquiera le salían las palabras; yo me giré sobre mis pies para mirarle como el triunfador que era—… Oh… ¡Voy a matarte, Li!

— ¡Tranquilo, tigre! — respondí, y guiñé el ojo a la chica que lo agarraba de los pliegues de la camisa—, que no eras el único que buscaba algo así…

¿Sabes esa sensación de satisfacción que te acaricia el estómago cuando sabes que nadie puede responderte porque está demasiado sorprendido como para soltar palabra alguna? Pues no era algo habitual en mí, pero no todos los días escuchabas a tus dos amigos (que además son pareja) contarte el mismo deseo oculto y tenías la oportunidad de revelarlo. Los vi de lejos, en silencio, mientras ambos se encendían como árboles de navidad de un color rojo manzana, y decidí adelantarme yo solo en dirección al Hard Rock Café para darles intimidad. Posiblemente después se pusieran de acuerdo para matarme, pero ahora se deseaban demasiado. Ojalá yo tuviera eso con cierta castaña de ojos verdes que se toma mi corazón a broma. Aunque ella no era de las que pedía sexo con sobrecitos con color salmón que no eran rosas.


(Sakura)

— ¿Todo bien? —Murmuró Touya, girándose en su silla móvil y sosteniendo con tres dedos su vaso largo de té helado—. Te ves exhausta.

— Solo estoy un poco cansada, sabes que ayer no dormí demasiado.

— Piensas demasiado en ese Li—soltó sin vergüenza alguna, haciendo que me enrojeciera furiosamente—. A ese mocoso distraído puede que le engañes, pero no a mí. Tú no estás así por sueño.

Sonreí, sin ganas, y me senté a su lado para soltar un enorme suspiro de enamorada frustrada. Había visto a Akame (su cita) en una de las mesas del restaurante leyendo y releyendo la carta, y algo en mí se había retorcido como una esponja de baño llena de espuma. Mis oportunidades con él se estaban acabando, y ya no sabía de qué forma podía deshacerme de la presión que Yukito ejercía sobre mí un día tras otro. Tanto así que Syaoran había intuido por sí solo que estaba perdidamente enamorada de aquel hombre. Me preocupaba lo mucho que él había cambiado en solo un par de años, pero nada más. No estaba lista para la clase de cosas que imaginaba cuando me veía repartir platos por el local. Y mucho menos con él.

Si no era con Syaoran, no sería con nadie.

— ¿Sakura? — Habló mi hermano, pasando una mano frente a mis ojos—. Te quedaste pálida de golpe…

— No es nada, solo necesito refrescarme un poco —sonreí, o lo intenté, porque a él no conseguí convencerle—. Si Yuki pregunta por mí, dile que solo fui un momento al baño.

— Está bien —bebió de su té en pajita, despreocupadamente—. Ten cuidado y lleva a mano el spray de pimienta. No le quitaré el ojo a la puerta.

— Gracias —volví a sonreír, esta vez de verdad, y dejé un suave beso en su mejilla. Él puso los ojos en blanco y se acomodó su chaqueta en los hombros.

Era demasiado orgulloso como para admitir que me quería como a nadie en el mundo. Aunque yo ya lo sabía. No todos se sentaban en una barra todas las noches (teniendo que trabajar al día siguiente) solo para cuidar de alguien.

Desabroché las ruedas de mis zapatos y se las dejé a él en el asiento de al lado, debajo del pañuelo que tenía enganchado a la cintura. Los baños no tenían demasiada iluminación, así que entré auto-convenciéndome de que Touya estaría ahí observando detenidamente. Pero el hecho de que hubiese una única puerta para ambos baños no era algo que tranquilizara.

Busqué un sitio libre, y antes de girar el pomo de la puerta alguien me pegó contra los azulejos ocre de las paredes, de cara, sintiendo la frialdad de unas tachuelas en el escote de mi espalda. Respiraba con nerviosismo, contra mi oído, y agarraba con fuerza mis hombros. Ni siquiera sabía qué era lo que debía hacer en estos casos.

Oh, espera, sí.

No. No funcionó. De un solo golpe tiró mi spray de pimienta a metros de nosotros, y me giró tapándome la boca para que no dijera una sola palabra. Sus ojos eran increíblemente azules. Mucho más alto que yo, fornido, y con cara de querer matarme allí mismo.

O peor aún…

— Te aconsejo que no grites, porque si me encuentro con el gilipollas de tu hermano, juro que lo mato –sus palabras me hicieron temblar, tan fuerte que él lo notó—. Me han dicho que eres increíblemente preciosa debajo de ese uniforme.

Cerré los ojos, esperando que no lo dijera en serio, o que fuese una broma de mal gusto y en cualquier momento me soltara. Pero él no estaba jugando. Y sabía perfectamente donde estaba el cierre de seguridad para abrir mi pequeño vestido. Debía haberme estado observando demasiado tiempo.

— Solo quería saber si… era verdad —jadeó asquerosamente en mi oído. Y descubrí con terror que había cerrado la puerta de entrada con ayuda de una escoba.

Cerré los ojos y pensé en Syaoran, y en todas las veces que me había advertido de lo que suponía trabajar de noche en un bar, y deseé con todas mis fuerzas que abriese la puerta de una sola patada y me dijera "te lo dije" mientras le daba una paliza a aquel sujeto y lo dejaba inconsciente en el suelo. Pero eso no pasó. Y fui consciente de ello cuando me ataron las manos a la espalda, muñeca contra muñeca, y separaba mis pies metiendo a presión su enorme zapato militar entre ellos. Mi cara estaba pegada al lavabo, y nadie iba a salir en mucho tiempo, por la forma en la que los pestillos de los baños contiguos se cerraron. Estaba sola, con el vestido por los tobillos, y un armario de dos puertas pegado a mi culo. Definitivamente no era la mejor noche que había pasado allí.

— No te preocupes, solo dolerá demasiado — se rió, tirando de mi ropa interior. Ésta se cayó al suelo, con un golpe seco, justo sobre mi uniforme. Temblé—. Así cuando tu hermanito venga otra vez a tocarme los huevos, se lo pensará mejor.

No era japonés nativo. Su acento era áspero, frío. Tal vez alemán, o español, no lo sé. Lo único que tenía claro es que no podía gritar. Este era uno de los pocos locales en la ciudad donde la música sonaba por encima de las voces de quienes estaban dentro. Sería como intentar respirar en el vacío.

Una.

Dos.

Tres veces.

Las conté. Dolían. Era mucho peor de lo que las típicas películas (o algún que otro libro) te hacían ver. Mis huesos chocaban contra el mármol del lavabo, frío, afilado. Me sentía como si se divirtiera intentando partirme en dos. Como si no pudiera volver a sentarme. Ni siquiera Touya me miraría de la misma forma si supiese lo que estaba pasando allí dentro.

— ¡¿Sakura?! — Su voz se escuchó tras la puerta, e intentó abrirla sin éxito— Llevas demasiado tiempo ahí dentro, ¿estás bien?

Aquel hombre agarró mi pelo y tiró de él hasta que mi cuello crujió. Me mordí la lengua, recordando la primera amenaza que había soltado mientras me observaba. Seguramente llevase algún arma blanca a mano para que Touya no volviera a hablar nunca más. Paró un segundo sus dolorosos movimientos.

— Háblale — ordenó—. Dile que no pasa nada, vamos.

Tragué saliva. Mi voz era un hilito apenas apreciable desde lejos. Pero me dije a mi misma que todo estaría bien si él estaba lejos de aquel loco de la chupa de cuero.

— ¡S-sí! — Temblé, entre lágrimas. Touya empujó la puerta una vez más—. Solo es un simple… mareo. Saldré en… seguida…hermanito.

Pero él dudó. No había ido a clases de defensa personal para quedarse en la puerta con la incertidumbre. Contó tres con cuidado y la escoba salió volando, partida en dos. Quise morirme ahí mismo, sin saber si lo que sentía era alivio o miedo.

Tal vez un poco de ambos.

Touya no se lo pensó. Lo tiró al suelo de una patada en el pómulo y recogió mis cosas con nerviosismo, en lo que el hombre volvía a levantarse. O a intentarlo. Se había dado un buen golpe en la cabeza.

Pero reaccionó. A tiempo para ver a mi hermano lanzándose sobre él como un león en plena caza. Nunca le había visto pelearse con nadie con tanta violencia y rabia a la vez.

Supongo que siempre había una primera vez para todo. Aunque unas fuesen más desastrosas que otras.