DISCLAIMER: Ni CdM ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de ChiNoMiko.
Blanco. Todo en aquel lugar era blanco; las paredes, el suelo, hasta los muebles. Quizás por eso a ella no le gustaba para nada aquel color, le traía recuerdos de las horas que debía pasar entre esas paredes de un color que de tan puro llegaba a ser insultantemente artificial. Hasta el doctor de mediana edad que la miraba con expresión interrogante también parecía una figura blanca, envuelto en su bata de dicho color.
─Lynn, ¿me estás escuchando?─ la profunda voz del hombre la hizo salir de sus pensamientos, para mirarlo luego fijamente, casi con cierto sopor. Estaba tan habituada a ese tipo de consultas que ya las sobrellevaba como una especie de desagradable rutina que tenía lugar una vez al mes. Llegaba, hablaba de cómo le había ido en el lapso transcurrido desde una visita y la siguiente, luego el doctor le preguntaba por cómo le había ido con las pastillas que le había recetado y la mandaba de vuelta a casa con una nueva receta para que siguiera tomando ansiolíticos o antidepresivos. La vida de una persona con problemas de ansiedad y depresión.
─¡¿Lynn?!─ el tono del hombre no dejaba lugar a dudas de su impaciencia. La interpelada se retiró de la cara el largo cabello castaño y lo miró con cierta desgana.
─Le escucho, doctor Dupont─ repuso la joven de forma monocorde, removiéndose un poco en la silla donde se encontraba instalada. Precisamente aquella tarde unas compañeras de clase le habían propuesto salir a patinar, pero ella era consciente de la importancia de acudir a aquellas citas con su psiquiatra. Llevaba siendo una cara habitual de aquella clínica desde que era pequeña y fue diagnosticada con aquellos trastornos que la hacían entrar en estados depresivos cuando les parecía conveniente.
─Te estaba preguntando si te han ido mejor los nuevos ansiolíticos que te receté.─ el citado doctor tampoco parecía del todo animoso, viendo cómo se encontraba al borde de la exasperación ─Según lo que me han comentado, son mucho más suaves que los que habías estado tomando hasta la fecha y quizás no te hayan hecho el mismo efecto, aunque considero que ya podríamos ir probando a reducir la dosis de clonazepam e ir viendo cómo te vas encontrando. ¿No decías que querías intentar dejar de medicarte?
Lynn asintió, algo más atenta. Aunque era consciente de que aquellas pastillas que se veía casi obligada a tomar eran adecuadas para ella y la ayudaban a estar mucho más tranquila, lo cierto era que se sentía casi como un bicho raro, cargando con aquellos botes llenos de cápsulas en su mochila, siempre escondidos para que nadie supiera lo mal que realmente se encontraba. No quería que la tacharan de loca, en su antiguo instituto un compañero encontró el bote disimulado en el fondo de su bolsa y tuvo que soportar diversos motes hirientes hasta que el curso acabó y pudo cambiar de centro.
─Ya le dije en mi anterior visita que estoy harta de tener que tomar pastillas día sí y día también.─ repuso la muchacha, con un tono de voz que delataba su disgusto ─Y sobre las nuevas, pues no me puedo quejar. Ni mejor ni peor, simplemente me siento igual que con las anteriores, pero si en teoría tienen menos cantidad de barbitúricos, pues bienvenidas sean.
Dupont sonrió levemente, como si se debatiera entre mandar a la calle a aquella testaruda o seguir hablando con ella. Teniendo en cuenta que era un profesional con más de veinte años a sus espaldas ejerciendo, no iba a dejarse vencer por el mutismo de una adolescente un tanto peculiar,
─Pues entonces proseguiremos como hasta ahora, pero vamos a intentar reducir la ingesta un poco más…
Un par de horas más tarde, Lynn se dejó caer sobre su cama, lanzando con cierta amargura una pequeña bolsa blanca a la otra punta de su habitación. Aquella bolsita contenía su dosis de ansiolíticos para todo el mes, pero ella cada vez sentía más desapego por esas pastillas que antaño habían sido casi como sus amigas. Aunque el psiquiatra le había recomendado que fuera bajando la dosis de forma gradual, ella estaba haciendo algo que se podía considerar una irresponsabilidad: estaba tomando la mitad de las pastillas requeridas.
Y es que había encontrado un remedio mucho mejor que aquellos fármacos a su ansiedad. Una persona que la mantenía libre de fantasmas mucho mejor que el más potente medicamento que hubiera en el mercado, mucho mejor que cualquier tipo de terapia a la que se hubiera enfrentado.
Nathaniel.
Lo había conocido nada más llegar al instituto, y el encaprichamiento fue casi momentáneo. Era tan amable con todo el mundo que a Lynn le cayó bien casi al momento de hablar con él por primera vez. Además, su color de pelo, tan rubio, le llamaba la atención a una chica. Era como si una de esas pinturas antiguas de ángeles que había visto en los museos con su familia se hubiera salido del marco y tomara vida propia delante suya.
Sonrió, sintiéndose un poco estúpida por actuar como una niña enamorada. Tenía ya dieciocho años, no doce; mejor comportarse como tal, como una joven madura y capaz, y no como la niña insegura que en el fondo se sentía.
Y aquí empieza todo. Actualizaré una vez por semana, publicando los viernes (salvo retrasos por motivos académicos/laborales)
¡Nos leemos!