Disclaimer: Ni los personajes ni el mundo de InuYasha me pertenecen (lamentablemente). La trama, por otro lado, sí es enteramente sacada de mi imaginación. Concretamente en una clase excursión al campo.

Kagome estornudó y sintió los brazo de InuYasha tensarse.

Intentó inspirar profundamente, pues notaba como se ahogaba, pero sus atascadas fosas nasales se lo impidieron. Tuvo que abrir la boca para que el aire viajara a sus pulmones.

Apretó el agarre en el cuello del medio demonio y escondió la cara en el hueco de este. Gimoteó, deseando que en ese momento se abriera el suelo y la succionara. Seguro que sería menos doloroso.

—¿Estás bien, Kagome? — oyó la lejana voz de Shippo.

Balbuceó alguna contestación, sin embargo, no salió nada entendible de allí. Un agudo pinchazo en su sien derecha le taladraba la cabeza y sentía la garganta como si fuera un papel de lija.

De pronto, el viento de su alrededor desapareció y supo que InuYasha se había detenido en medio de la carrera por el bosque.

—¿Kagome? — la llamó inquieto, girando la cabeza para verla apoyada en su espalda como si de un cuerpo inerte se tratase. Si no fuera por su lenta respiración casi parecería que estuviera… bueno, no quería pensarlo si quiera. Su piel estaba alarmantemente pálida, salvo por el rojo chillón de sus mejillas.

¿Qué le estaba pasando?

Kirara aterrizó en el suelo y con ello se oyeron las pisas de Miroku y Sango, acercándose.

—No tiene buena cara, señorita.

Como respuesta, Kagome tosió repetidas veces y eso se sintió como si su pecho se le fuera a partir en millones de pedazos. Su cabeza retumbó dolorosamente y como acto reflejo se acurrucó contra la espalda de InuYasha.

—No estoy bien, la verdad…— susurró con la voz rota, como si el simple hecho de hablar fuera un gran esfuerzo.

Ágilmente, InuYasha la movió en sus brazos para que quedara acunada en su pecho, sosteniéndola por sus hombros y la parte de atrás de sus rodillas. La visión de la sacerdotisa frágil y ausente entre sus brazos causó que el corazón del medio demonio saltara alarmado. A pesar de tener los ojos cerrados por el desfallecimiento de su cuerpo, Kagome sentía la penetrante mirada de InuYasha en ella. Alejada ahora como estaba de la calidez de su espalda, el frío la rodeó. Respingó justo antes de que su cuerpo empezara a temblar.

—Tú temperatura ha aumentado— señaló InuYasha con la voz grave, teñida de preocupación. No necesitaba hacer lo que hacía Kagome de poner la mano en la frente, con el simple hecho de sostenerla junto a él, podía darse cuenta de que su calor corporal había aumentado considerablemente.

La apretó aún más contra su pecho para arroparla del frío de forma que la cabeza de ella volvió a quedar en el hueco de su cuello. Por un momento Kagome tuvo la bastante lucidez en la mente como para maldecir su nariz atascada ya que así no podía oler la maravillosa fragancia del medio demonio que tanto le gustaba. Sin embargo, en ese momento fue como si todos sus males hubieran empequeñecido. Se sentía muy segura y tranquila entre sus brazos.

—Pero… ¿qué ha pasado? Esta mañana parecía estar bien— dijo Sango mientras, ella sí, colocaba una mano sobre la frente de la muchacha. Efectivamente— Tiene mucha fiebre— concordó con lo dicho anteriormente. La exterminadora de demonio se mordió el labio inferior mientras miraba a su alrededor. Se encontraban en las profundidades de un bosque y la aldea más cercana estaba a casi dos días de camino, habiendo tenido que pasar ellos la última noche al raso.

—Deberíamos resguardarnos— habló Shippo en voz alta lo que todo el mundo estaba pensando.

Se escuchó el murmullo de aceptación de Miroku.

—Hoy hace frío… y, además, noto el ambiente cargado. Lloverá— añadió el demonio, mirando hacia el cielo que en esos momentos estaba cubiertos de nubes blancas— Ahora mismo no, pero dentro de unas horas vendrán la nubes cargadas— explicó ante la mirada de sus amigos— ¿No lo sientes tú también, InuYasha?

Si el medio demonio escuchó la pregunta, no dio muestra de ello. Se encontraba observando a la sacerdotisa fijamente con sus ojos ámbar brillando de preocupación. Sango y Miroku cruzaron la mirada.

—Nos pareció ver a lo lejos un templo antes, ¿verdad, exelencia?

—Sí— cabeceó el monje pensativo— Podríamos pedir hospedaje, sin embargo, en la antigua aldea que estuvimos nos alertaron de la gran aversión hacia los demonios en especial en este territorio.

Otro ataque de tos asaltó a la sacerdotisa y su cuerpo se convulsionó tanto por el movimiento como por el dolor. Sintió su pecho arder.

—¡Kagome! — exclamó InuYasha observándola impotente— Tranquila, ¿vale? Pronto estaremos en un lugar más cálido…

—Debemos apresurarnos— decidió Sango por ellos al ver el estado de su amiga, casi hermana— Por lo menos debemos intentarlo. Y sino, viajaremos a la región montañosa. Allí por lo menos podremos guarnecernos en una cueva.

Ninguno objetó nada y rápidamente el grupo volvió a ponerse en marcha, aunque ahora con la tensión en los hombros de los cuatro. Debían apresurarse por Kagome.

Mientras Kirara, con Sango y Miroku sobre su lomo, alzaban el vuelo para desde las alturas poder divisar el templo, InuYasha corría y saltaba por los árboles, protegiendo parcialmente el cuerpo de Kagome con el suyo de la acción del viento. La chica podía llegar a oír el sonido de la muelas del medio demonio chirriar por encima de su trabajosa respiración. Desde el hombro del joven, también llegaba a escuchar la voz del pequeño Shippo alentándola para que permaneciera despierta.

No estuvo segura de cuanto duró el camino, pero cuando sintió como su mente se iba escapando a la deriva, llegaron y la sacerdotisa obtuvo la suficiente fuerza para no dejar que su mente se perdiera. InuYasha aterrizó sobre sus piernas y segundo después, Kirara también lo hizo.

El templo era muy grande. Altas murallas lo bordeaban y según habían podido observar desde lejos, este estaba formado por dos o tres edificios en su interior.

El sonido del acero cortó el aire.

—¡¿Quiénes sois?!

Custodiando la puerta se encontraba un grupo de cuatro hombres, ataviado con la vestimenta de los monjes y armados con espadas, lanzas y amuletos.

InuYasha juró por lo bajo y acomodó a la chica en sus brazos. Oía como sus latidos eran cada vez más débiles y un profundo terror ante la incertidumbre y la impotencia se iba adueñando de él.

—Tranquilo, señores— dijo Miroku con voz tranquila y firme— Tan solo venimos por un poco de ayuda. Nuestra amiga se encuentra muy mal y querríamos pedir un techo donde pasar la noche.

Con un movimiento de mano, Miroku señaló a Kagome y cuando los cuatro pares de ojos se posaron en ella escaneándola, InuYasha sintió el deseo de marcharse lejos de allí. Eso o arrancarle los ojos a esos humanos. Seguidamente, lo miraron a él y el medio demonio advirtió el momento exacto en el que los monjes se dieron cuenta de su condición. Si no fuera por la grave situación en la que estaban, hubiera sonreído socarronamente.

—Tres demonios os acompañan— exclamó uno de ellos dándose cuenta entonces de la presencia de Shippo y Kirara, la cual todavía no se había transformado a gatita. Se pusieron en posición de ataque—¡Demonios! ¡Estáis aliados con los demonios!

Con su finísimo oído de medio demonio, InuYasha logró captar el sonido de varias cuerdas tensándose. Alarmado, levantó la mirada y sobre el muro se encontró con una hilera de hombres apuntándolos con arcos ya cargados. Su corazón saltó y si hubiera sido físicamente posible hubiera acercado a Kagoma a él hasta que sus cuerpos hubieran sido uno solo para que así no le ocurriera nada.

Malditos humanos.

Estaban rodeados. Él no podía moverse, ni quería, pues estaba seguro que ante el menor movimiento esos estúpidos dispararían y en un descuido suyo, Kagome podría salir herida. Y con aquella extraña enfermedad ya era más de lo que su corazón pudiera aguantar. Una herida de flecha ahora…

—¡Esperad! ¡Tranquilos! ¡Son inofensivos! — saltó Sango poniéndose delante de él con los brazos extendidos— Como dijo mi compañero, tan solo queremos ayudarla.

El grupo aguardó con la respiración contenida, con el único sonido de los jadeos de la sacerdotisa, hasta que uno de los guardias de la puerta habló:

—No nos fiamos de los demonios.

—Ellos no harán nada. Están con nosotros— insistió Miroku, tenso.

De nuevo, Kagome tosió y su pecho se partió en dos. Gimió y se estremeció, deseando desesperadamente que el dolor desapareciera.

InuYasha la observó, sintiendo la furia crecer en su interior. Joder, Kagome estaba sufriendo. Muchísimo. Y él no podía verla así. Su corazón se partía en mil pedazos. InuYasha sabía que su cometido en el mundo era el de proteger y cuidar a esa sacerdotisa, y en aquellos momento estaba fallando terriblemente en la razón de su existencia. Ella debía descansar, y aunque la prefería mil veces tener segura entre sus brazos, sabía que tenía resguardarse del frío y descansar.

—Maldita sea…— masculló entre dientes—Kagome, aguanta, por favor— le susurró angustiado sobre su frente, y su cálido aliento le envió placenteras sensaciones a la chica.

—InuYasha…—musitó ella sin apenas voz.

InuYasha la apretó contra él y cuando clavó su mirada en los monjes de la puerta, un brillo contenido relucía en su mirada. Los guardias se tensaron y se colocaron en posición de ataque, pero InuYasha no se movió durante unos segundos.

—Dejadla pasar— exclamó con la voz tranquila, aunque con una pincelada de peligro— ¿No veis lo mal que está? Tan solo será una noche, al amanecer desaparecernos.

Ellos no contestaron de mi inmediato, sino que se miraron entre ellos buscando la credibilidad en las palabras escuchadas. Por otra parte, Kagome sintió como su corazón de hinchaba de emoción y orgullo, por encima del dolor que sentía. InuYasha no se estaba comportaba como el ogro y bestia que podía llegar a ser.

—Pronto lloverá— insistió ahora Shippo con su dulce voz.

—¿Cómo lo sabes? — habló otro de ellos con la sospecha grabada en su rostro.

—¡Mirad el cielo! — respondió el pequeño zorro— Dentro de poco llegarán las nubes grises y el viento traerá una fuerte tormenta.

—Se lo pagaremos con lo que haga falta— se metió Miroku a la desesperada.

Esta vez tardaron más tiempo en contestar, mirándose entre ellos, y cuando los chicos creyeron que sería caso perdido, uno de ellos terminó por asentir haciendo una mueca disconforme.

—Muy bien— contestaron y el suspiro y la relajación de los cuerpos fue general para los amigos— Sentimos un poder emanando de ella. Es una fuerte sacerdotisa. Es por eso que le dejaremos quedarse una noche.

—Gracias— sonrió Sango, cruzando una mirada aliviada con Miroku.

InuYasha casi sonrió, casi. Él se limitó a bajar la mirada hacia la joven y mientras veía su dulce rostro, agradeció a quién fuera que los hubiera ayudado.

Pronto te pondrás bien, Kagome, pensó para él, te prometo que no te dejaré te que pase nada.

—Tan solo pondremos una condición— afirmó su compañero mirando con odio a InuYasha, Shippo y Kirara.

El medio demonio supo cuál sería esa condición.

—Los demonios se quedarán fuera. Nosotros la cuidaremos, e incluso también vosotros podréis pasar aquí la noche, pero ellos no podrán entrar en nuestro territorio.

InuYasha sintió como toda la sangre que circulaba por su organismo se congeló. Un profundo deseo en su interior chilló por oponerse a idea. Ordenó a sus pies moverse para escapar de allí lo más rápido que podía. Su instinto no concebía la idea de dejar a Kagome allí sola. Sin él cuidándola. Pero por otra parte… esa opción era muchísimo mejor a la de esconderse en una cueva fría y húmeda.

¿Qué debía hacer? ¿Permanecer a su lado? ¿Darle un techo en el descansar?

Jamás había llegado a odiar como lo hacía en ese momento su parte demoníaca.

—InuYasha…— escuchó la voz de Miroku llamándolo.

Saliendo de sus pensamientos, InuYasha levantó la cabeza y se encontró con la mirada cautelosa del monje. Le estaba preguntando. Estaba dejándolo a su elección.

Aunque en realidad no había ninguna elección que hacer.

La salud y seguridad de Kagome estaría en un sitio especial en la lista de prioridades.

—Bien— gruñó furioso, con cada palabra ardiéndole en la garganta— Pero como le ocurra a Kagome la más mínima cosa, traspasaré esos estúpidos muros y os mataré a todos, ¿me habéis entendido?

—Tranquilo, InuY…

—¡Ni tranquilo, ni mierda, Miroku! — gritó el medio demonio. Con sus ardientes ojos ambarinos fulminó a cada uno de los presentes y sintió satisfacción cuando lo vio estremecerse— No penséis que esto podrá detenerme, ¿me entendéis? Y oídlo ya, no pienso separarme de estos muros hasta volverla a tener entre mis brazos.

—¿Inu… Yasha?

El trémulo murmullo de la chica hizo que la mirada del medio demonio se clavara en ella. Tuvo que hacer dos intentos antes de que sus párpados se abrieran y mostrar así unos perdidos ojos achocolatados. InuYasha sintió un tirón en su pecho.

—¿Qué… pasa?

—Tranquila, Kagome— susurró él sobre su pelo, ignorando el nudo que se había formado en su garganta— Te pondrás bien, ya lo verás.

—Pero… ¿qué es eso…— cogió aire— de que… te irás?

—No me iré a ningún lado.

—No te… vayas.

—Cuando menos te des cuenta, volveré a estar a tu lado, te lo prometo.

InuYasha olió las lágrimas saladas descendiendo por sus pómulos y la sintió sacudir leventemente la cabeza.

—Me duele. Me duele mucho, InuYasha… Te necesito… No te vayas… de mi lado.

Con cada palabra que salía de sus labios era como una puñalada al corazón del medio demonio. Él era el primero que lucharía con uñas y dientes por permanecer a su lado, pero sabía que esta vez debía ceder por el bien de la chica. Esta mal, muy mal. Lo veía en la palidez mortal de su piel, en su mirada confusa y perdida, en su trabajosa respiración, en la temperatura de su cuerpo… Y un medio demonio como él no podía ofrecerle nada. Tan solo la intemperie bajo la lluvia, o como había dicho, una fría y húmeda cueva que tal solo haría empeorar su condición.

—No te preocupes, pequeña. Te vigilaré. Siempre estaré contigo.

Lo que pasó a continuación fue la cosa más dura que pudo haber hecho InuYasha en toda su vida. El oír los sollozos de Kagome (su Kagome, rugía una voz en su interior) mientras Miroku se la quitaba de sus brazos siempre se le clavarían en el corazón. Sus desesperados intentos casi sin fuerzas por permanecer a su lado, su frágil voz llamándolo, su mirada febril buscándolo…

Cuando las puertas del templo se cerraron, se encontró junto a un lloroso Shippo y Kirara. Sí, por ser medio demonio se encontraba fuera, lejos de Kagome.

Pero InuYasha sabía que una parte de él se había ido con la sacerdotisa, velándola, cuidándola…

Todo iría bien. Todo tendría que ir bien.

A ella no le pasaría nada…

¿Verdad?


¡Hey! ¿Qué tal os ha parecido?

Sep, como dije anteriormente, ese relato corresponde a una idea que se fue formando en mi cabecita mientras me encontraba haciendo junto a mi familia (para los que seáis de España) el "Caminito del Rey". Rápidamente, nada más que llegué a mi casa plasmé por encima la idea y esta mañana, mientras estaba en clase me salió esto.

Ni loca lo dejaré así. Estoy absolutamente segura de que esto tendrá una continuación, pero no sé de cuantos capítulos sería, aunque sí se que será corta.

¿Qué creéis que le ocurre a Kagome? ¿Podrá salvarse? ¿Y que pasará con nuestro querido Inuyasha?

¡Volveremos a vernos, jóvenes hanyous! (?

PD: ¿Merece algún reviews?