Disclamer: Los personajes de Frozen pertenecen a Disney.

Perdón por teneros tres meses sin capítulo, realmente no tenía pensado terminar la historia pero una pequeña vocecilla me lo iba pidiendo y no he tenido más remedio que hacerle caso. En fin, disfrutad, es un tanto... intenso.


[Las máscaras de Elsa]

Mi decepción.


~Anna~

[Perdón por la intromisión. Cambié las últimas lineas del capítulo anterior, así que revísalas antes de empezar]

Permanecí en su cama sin creer lo que acababa de pasar. ¿Perdóname? Eso no se arreglaba con una disculpa, Elsa ya no quería jugar conmigo. Me rallé al saber que realmente eso no era lo que quería, ni ella ni yo.

Esperé a que volviera casi con lágrimas en los ojos, me devastaban las ganas de hacer el amor con ella, no podía quitarme un placer tan grande e intenso de esa forma, no cuando ella sentía lo mismo por mí.

Me hice una bola cuando escuché sus pasos, ¿cómo podría convencerla? ¿cómo mantener sus preciados besos?

— ¿Quieres ir a dar una vuelta o algo? —se apoyó en la cama para acariciarme el pelo. Quería hacer mucho más que ir a dar un paseo.

— Vete.

— Es mi habitación… —resoplé y me levanté rápidamente, dando un portazo tras de mí, sin dirigirle la mirada, exagerando mi enfado.

Me tiré en la cama y esperé. Terminé llorando al cabo de unos minutos al ver que después de todo, Elsa iba a pasar de mí sin tenerme en cuenta. ¿Acaso no sabía lo importante que era eso para mí? Recordé apretando los dientes todos aquellos momentos que disfrutamos de nosotras, no podía ser solo un juego para ella.

Harta de mis cuatro paredes solitarias, salí de casa con un enrabietado adiós con la cruel intención de preocuparla. Apagué el móvil y con mis cinco euros en la cartera, me propuse pasar el resto del día fuera y cenar en cualquier sitio. Fui hacia el parque que solía ir con mis amigos por si casualmente estaban por ahí, pero la suerte no estaba de mi parte.

Pasé un buen rato dándole vueltas a todo mientras anochecía, viendo apagarse la luz que iluminaba mi vida. Por si fuera poco, mañana era lunes y no tenía nada de ganas de ir al colegio. Esta noche era la nuestra, ¿cómo pudo destrozarla de esa forma?

Terminé cenando cualquier cosa para llevar en un paquistaní y seguí pensando en mis cosas. Me pregunté mil veces qué debía de estar haciendo Elsa, cuán preocupada estaría y si habría llamado a mamá. Me reí porque no parábamos de darle disgustos, la mayoría de ellos por mi culpa. No supe cómo Elsa llegó a la conclusión de que aburrir nuestras vidas y comportarnos como robots era una buena idea, no soportaría vivir sin sentimientos.

Seguí andando, ya con mis piernas destrozadas y decidí volver a casa, mordiéndome las uñas por si me había pasado de la raya. Encendí el móvil en el portal y sonreí al ver más de treinta llamadas perdidas de Elsa. Cuando entré en casa me la encontré en el recibidor con unos ojos llorosos.

Me abrazó bruscamente, sollozando, enfadada como nunca.

— No vuelvas a irte así ¡nunca más! —se me hizo imposible no arrepentirme por lo que acababa de hacer.

— Venga Els, sólo he salido a cenar con mis amigos…

— ¡Y una mierda! Los he llamado y no sabían nada de ti, ¿sabes lo preocupada que me tenías? He estado a punto de llamar a la policía. —pensé que exageraba, pero sus torturados ojos no mentían— Creí que… no volverías.

Una cascada resbaló por sus mejillas al recordar la herida que tenía Elsa en la muñeca. Me imaginé por un segundo cómo habría sido mi vida si se hubiera ido.

— Perdona…

— No vuelvas a hacer algo así, por favor… —me sujetó con más fuerza, dejándome casi sin respiración.

Clavé mis dientes en su cuello sin fuerza, probando de nuevo su piel, dándole a entender que no me habría ido si se hubiera dejado querer. Seguí marcándola con la saliva subiendo poco a poco hacia sus labios, pero cuando pensé que llegaría hasta ellos me tapó la boca con una mano. Miró hacia mis ojos, viendo sus enrojecidas pupilas azuladas, y apoyó su frente contra la mía.

— Prométeme que pase lo que pase, seguiremos juntas. —pude ver mi propio reflejo en sus cristales. Asentí por tener mi boca cerrada y entonces, se hizo con mi mandíbula. Me ofreció un beso increíblemente maravilloso que me hizo viajar, repasó mis labios con una dulzura que no era de este mundo, proclamando su infinito amor por mí.

Perdí fuerzas cuando nos separamos, apoyé mis manos en sus hombros y mi cabeza en su clavícula.

— Perdona. —me acarició entre sus brazos unos eternos segundos.

Luego nos pusimos el pijama y fuimos a dormir cada una en su habitación, con una sensación muy extraña en nuestros corazones. Temí que esa fuera la última vez que nos besáramos.

Después de aquél día, reprimimos nuestro amor y cada una siguió por su camino, Elsa con su piano, sus clases de música y su novia, y yo, con mi blog y mi entrecortada voz, subiendo canciones llenas de dolor a internet.

Con el micrófono que me compró Elsa, fui capaz de transmitir mejor mis sentimientos en letras de amores imposibles que me hacían sentir tan identificada.

Antes de que fuera demasiado tarde, decidí escribir todo lo que hicimos juntas con un detalle enfermizo, para asegurarme de no olvidar ningún detalle, para poder recordarlo con precisión algún día.

Ese fin de semana fuimos todos a ver a nuestra pianista tocar en aquel concurso de talentos musicales, y cómo no, lo hizo mejor que nadie. Ganó su primer premio, no sé por qué se sorprendió. Quise celebrarlo con ella, incluso le pedí permiso para besarla, pero se negó, otra vez.

La había perdido.

Punzi empezó a pasarse más por casa con toda la confianza del mundo. Seguí pensando en si lo que dijo Elsa iba en serio, ¿dejaría que me enrollara con ella para quitarme las ganas de Elsa? No me atreví a preguntar.

Entre una cosa y la otra, terminé exámenes finales. Sentí que los hice desastrosamente mal, y es que sin la ayuda de mi profesora favorita todo se hacía más pesado y difícil, más aburrido.

Mi último día de clase terminó, comimos todos juntos, incluido Mauri, y empezamos a planificar el inminente fin de semana que teníamos vacaciones. Fingimos ilusión, nos comportamos como hermanas y fingimos llevarnos bien, pero en el fondo sabíamos que nuestras ganas de poseernos seguían chillando, encerradas con un candado que terminaría rompiéndose algún día.

Empezamos nuestras vacaciones familiares, los cuatro, con Elsa más callada que nunca, absorta en su nube de preocupaciones. No tenía ganas de seguir fingiendo, íbamos a dormir las dos en la misma habitación después de varias semanas y recé para que se desatara.

No hicimos mucho el primer día, llegó el momento de descansar y llegamos a nuestras cuatro paredes. Subí a la litera de arriba, nerviosa, pensando en qué hacer para tentarla. Me moría por bajar y acurrucarme con ella, pero no quería enfadarla como la última vez que le pedí dormir juntas. Al final lo único que hice fue llorar en silencio. El corazón de Elsa se había congelado.

Traté de secarme las lágrimas cuando la escuché subir, pero me pilló de lleno.

— Anna… —sus enternecidos ojos compartían mi dolor. Le dejé espacio para que se metiera, necesitaba tenerla cerca, sentirla como hacíamos antes.

Nos abrazamos bajo las gruesas sábanas, entrelazando nuestras piernas y nuestros corazones, recordándonos con caricias que en el fondo seguíamos queriéndonos con locura.

— Lo echo de menos, mucho, muchísimo… —dije acercándome a cada palabra.

— Lo sé, yo también. —quise creer que haría una excepción, que al menos tendríamos una última noche de locura, pero me apartó, otra vez.

— ¿Te puedo dar un beso al menos? Uno pequeñito… —me acarició los labios con la yema de los dedos, haciéndome estremecer, dejándome a un hilo de romperme.

— Lo siento… —plantó su boca en mi frente durante unos segundos y luego nos quedamos mirando, hablándonos con la mirada, odiando todo lo que nos mantenía separaba, todo lo que nos privaba de nuestro amor. Vi su sufrimiento, y no lo estaba pasando mucho mejor que yo. Nos quedamos dormidas sin decir más.

Eso fue todo, no íbamos a enrollarnos nunca más. Se acabó. Nuestras vidas se volverían de un gris apagado a partir de entonces, adiós felicidad.

El día siguiente lo pasamos entre la nieve, jugando un poco con sus poderes y saboreando nuestro tan esperado chocolate caliente, pero esa noche dormimos separadas, quitándonos las máscaras, siendo nosotras mismas. ¿No volvería a ver su sincera y encantadora sonrisa nunca más?

Me levanté a media noche al escuchar un fuerte crujido, como si fuera un terremoto o una avalancha. Me extrañó no ver a Elsa en la habitación y salí con mis zapatillas para ver qué pasaba.

Hacía un frío terrible, había mucha gente fuera, expectante, y cuando a lo lejos vi un estallido de hielo y nieve, inmediatamente supe que era ella. Fui hacia allí ignorando a todo el mundo, podía escuchar sus chillidos de rabia, podía sentir su sufrimiento en cada rayo que hacía temblar el suelo y su brutal desahogo destruyendo todo lo que estaba en pie.

— ¡Anna quieta! —la voz de mamá no me detuvo, seguí acercándome a esa ventisca que crecía por momentos, sintiendo cada vez más frío, perdiendo mis zapatillas por el camino, helándome por dentro y por fuera.

— ¡Elsa! —se me hizo difícil distinguirla entre aquél caos, pero parecía tener el pelo negro.— ¡Elsa para!

Seguí corriendo hacia ella por esa farragosa nieve, usando todas mis fuerzas para alcanzarla lo más rápido posible. Escuché sirenas pero seguí centrada en ella, seguía chillando, desatando su locura, destrozando las instalaciones de la pista sin miramientos.

El aire congelado me azotaba cada vez con más fuerza, ya ni sentía los pies pero seguí imparable, directa hacia ella, aun a riesgo de ser golpeada por uno de sus rayos.

— ¡ELSA! —grité con todas mis cuerdas vocales y de golpe el viento se calmó. La visión se aclaró un poco y pude verla confusa, mirando a su alrededor. A penas me quedaban unos veinte metros para alcanzarla.

— ¡Ann- —y en ese instante, ese justo en el que nuestras miradas se cruzaron, escuché un fuerte disparo que resonó por todas las montañas. Su cuerpo cayó inerte hacia un lado, y mi corazón se tropezó. Se derrumbó en la nieve a la vez que mi mente enloqueció.

¡NO! —repasé en una milésima de segundo todo lo que significaba ella para mí, todo por lo que pasamos y todo por lo que teníamos por delante.

No pude aceptarlo, caí torpe en la nieve varias veces, tenía que ser una broma, mi cuerpo y mi cabeza no se coordinaban, no podían haberle disparado, mi visión tampoco me ayudaba, no podía irse aún, todo se volvió más oscuro, sentí que me iban a arrancar el pecho.

— Elsa Elsa Elsa Elsa… —me agaché a su lado para poder verla de cerca. En aquél momento no sentí ni una pizca de frío, tampoco fui consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Me costó ver entre mis lágrimas, pero cuando pude enfocar, a un palmo de su cara, pude verla sufrir.

— A-anna…

— N-no, no te vayas. —busqué por su cuerpo su herida, rezando porque no fuera grave y de repente tenía a un par de hombres a mi lado— ¿¡Qué habéis hecho!? —no sabía ni si habían sido ellos, pero grité como si hubieran sido los culpables.

— Tranquila, sólo le han disparado una bala de goma.

— ¿Qué? —lo miré un momento incrédula, y luego seguí buscando la herida. No había rastro de sangre y Elsa empezó a moverse poco a poco con dificultad.

Me eché a llorar por lo mal que lo pasé, por estúpida, por el frío que me vino de golpe y porque no soportaría vivir en un mundo sin ella. La abracé con las pocas fuerzas que me quedaban. Mamá fue la que me ayudó a levantarme, la que me separó de ella, la que trató de calmarme sin muchos resultados.

Se llevaron a Elsa en camilla, desapareciendo en la oscuridad. Tardé en volver a respirar con tranquilidad, nunca lo había pasado tan mal, preferí morir congelada a vivir con el sufrimiento de perder a la persona que más quiero en el mundo.

Quise ir al centro médico para estar con ella, pero no nos dejaron.

Después de aquello nos quedamos en el bar de las instalaciones, al lado de la chimenea, con mamá y Mauri. No quería que dijeran nada, ya tenía suficiente con recuperar mi consciencia del shock que acababa de sufrir.

Cerca de media hora después, me dijeron que se estaba recuperando del golpe, sólo le quedaría un moratón en el pecho.

— Quiero verla… —por desgracia, no dejaron que nadie entrara en su habitación por precaución, decían que era peligrosa. Sentí mucha rabia cuando escuché algo así, con lo dulce que es.

Pasé el resto de la noche esperando a poder verla, a poder hablar con ella, sin comer, sin hablar, sin ser. La necesitaba, se me hacía raro no tenerla cerca.

Escuché de fondo que aquél incidente salió por la televisión con el titular de el regreso de Yeti. Odié que llamaran así a mi hermana, ella no era ningún monstruo.

A media mañana, dijeron que llevarían a Elsa a un hospital más grande para hacerle unas pruebas, y siguieron sin dejarme verla.

Pasaron las horas y esas vacaciones familiares se convirtieron en las peores de la historia. Me mataba no poder hablar con ella, mamá terminó a gritos con los responsables del hospital para que nos dejaran entrar pero no hubo manera.

Terminamos de pasar el domingo en el hospital, con una tristeza que ennegrecía el ambiente. Necesitaba verla más que nunca, necesitaba su voz, su cariño, su sonrisa, y cada segunda que pasaba sin ella me ponía más tensa.

Dijeron que pronto la dejarían marchar.

Un médico se llevó a mamá para hablar de las pruebas. Minutos después, la escuchamos chillar aún estando a varias puertas de distancia. Inmediatamente fuimos hacia allí, algo iba mal y sin duda, ver a mamá llorando no era tranquilizador.

Se rindió al suelo, desolada, a los brazos de Mauri. Vi a ese médico apartando la vista, y mi preocupación creció exponencialmente.

— ¿Qué… qué ha pasado mamá? Elsa está bien ¿no? La dejarán marchar pronto ¿no? —mis lágrimas no aguantaron más, mamá se rompió en pedazos al igual que lo hacía mi alma.

Miré a ese doctor una vez más, y dijo las peores palabras que podía decir.

— Lo siento mucho, no sabemos cómo ha ocurrido. —no fui capaz de asimilarlo de buenas a primeras.

Me senté en el suelo sin fuerzas, mirando a la nada sin pestañear. No podía ser verdad, me habría dado cuenta, habría sentido algo. Necesitaba aclararlo por si se trataba de un absurdo mal entendido.

— ¿Ha muerto? —asintió con pesadez, y por unos segundos me quedé inmóvil, sin respirar, casi sin latidos.

Tenía que verla. Costara lo que costara, necesitaba verla con mis propios ojos.

— ¿Dónde está? Quiero verla… —dije con un hilo de voz, con mi boca seca— Quiero verla. —repetí, exigiendo que me la trajeran de inmediato. Me levanté decidida —¿¡Dónde está!?

— N-no lo sé, i-iré a preguntar… —lo seguí descuartizándolo con la mirada. Pasamos por tres personas antes de que nos dijeron que no era posible, que dada su naturalidad iban a investigar su cuerpo y no teníamos acceso, aún siendo sus familiares.

— ¡Me importa una mierda! ¡Quiero! ¡Verla! ¡Ahora mismo! —todos nuestros esfuerzos fueron en vano, sólo conseguimos gritos, frustración y tristeza.

Me negué rotundamente a creer que había muerto. No podía irse de mi vida sin despedirse de mí.

Por desgracia, el mundo siguió girando, y tres días después, organizaron su funeral. Hice lo imposible por no asistir, pero mamá terminó llevándome a la fuerza. No iba a despedirme de ella allí, no sin saber con certeza que había muerto.

Escuché que podrían haberlo hecho a propósito para investigarla y demás, que más que un accidente fue un asesinato, y eso me dio aún más rabia.

Me pasé varias semanas sin hablar, esperando a que me dijeran que todo había sido una injusta broma, una mentira, una ilusión, pero no. Se habían llevado a mi hermana y no la volvería a ver nunca más, y esa era mi realidad. Juré que si algún día encontraba al responsable de eso, acabaría con todos sus seres queridos para que sufriera al menos un diez por ciento de lo que estaba sufriendo yo.

No fui capaz de escuchar ninguna de sus piezas de piano, tampoco canté más, ni vi a Rapunzel. Todo se congeló, y lo único que cambió fue que Mauri se vino a vivir con nosotras.

Me negué en rotundo a ir a uno de esos asquerosos grupos de apoyo y de ir al psicólogo, nada de eso me devolvería a mi hermana. Tampoco hice mucho caso a mis amigos, ellos ni siquiera podían entender por lo que estaba pasando.

Me encontré con la libreta donde escribí todo el amor que hicimos juntas y la guardé en el fondo más profundo del armario, como si lo escondiera en mi corazón.

Un mes después, me puse a buscar por internet toda la información que había sobre el caso. Desde lo que ocurrió en la pista de esquí hasta la estúpida forma que tuvieron de negar que fue ella, dando a entender que ese caos de nieve fue causado por un inusual clima.

No logré encontrar nada.

Busqué intensamente y hasta contacté con varias organizaciones para saber qué hicieron con el cuerpo de mi hermana, pero ninguna supo decirme el qué.

Kristoff empezó a visitarnos más a menudo, tratando de poner su granito de arena. Decía que en parte era su culpa, que nada de esto habría pasado si no la hubiera llevado a su terreno. Mamá también se echaba las culpas por privarnos de nuestro placer, pero en el fondo sabía que la principal culpable era yo, y por consecuente, era yo la que debía sufrir más.

Dejé de tener ganas de seguir adelante, me rendí ante la vida, no tenía sentido si nunca más volvería a ser feliz. Por desgracia no tenía ni el valor ni la fuerza para abandonar, lo único que podía hacer era ver pasar los días ante mis ojos, sin una sonrisa, sin una alegría. Vacía. Muerta.

No fue hasta agosto, cerca de su cumpleaños, cuando me animé a escuchar la canción que tenía como título Anna.

Ese video ya iba por las cinco millones de visitas, y me parecieron pocas. Le di a reproducir, e inmediatamente rompí a llorar. Me partí en mil trocitos, me quedé sin voz, pasé media hora sintiendo que ella estaba ahí, recordándome lo mucho que me quería, diciéndome que pasara lo que pasara, seguiría amándome.

Después de eso, le pedí a mamá que me llevara al cementerio, tenía que despedirme de ella.

Maldiciendo aquel injusto mundo, pidiendo un estúpido milagro que no iba a recibir o poder regresar atrás en el tiempo aunque sólo fuera por cinco minutos para estar con ella. No tuve la oportunidad de demostrarle lo mucho que la amaba, ni siquiera le dije que quería casarme con ella cuando fuera mayor de edad.

Días después, mientras daba un paseo con los pocos amigos que querían estar conmigo, me llamó mamá.

— Deja lo que estés haciendo y ven a casa ahora mismo. —lo dijo tan contundentemente que no pude negárselo. Me temí lo peor, no sé qué había hecho, pero seguro que era malo. Otra puñalada más para la colección.

Llegué, casi sin alma, sin ganas de recibir una bronca, y me hizo sentar en el comedor sin parar quieta. Parecía exaltada por algo.

— Vale… necesito que te tomes esto con calma ¿de acuerdo? Así que respira hondo. —me señaló como si tuviera la culpa.

— ¿Nos ha tocado la lotería? —mi intento por bromear en una situación así le hizo reír.

— Ha pasado algo mucho mejor. —se secó las lágrimas y enmudecí. En mi interior tuve un revoltijo de emociones al ver su mirada. —Recuerda muy poco, así que tendrás que ir despacio con ella ¿de acuerdo?

Descubrí a Mauri grabándome medio escondido y mis ojos se abrieron como platos.

— M-mamá, ¿quién está en la ducha? —se limitó a asentir sin responder, y tiré la silla al suelo de lo rápido que me levanté.

Entré en el baño con todas mis prisas y corrí la mampara para volver a ver su cuerpo desnudo. Tenía que ser un sueño, el más maravilloso de todos, era imposible que pudiera abrazarla de nuevo.

— Elsa… —la envolví entre mis brazos con toda mi fuerza, llorando de felicidad, sin entender cómo ni por qué.

Cuando la miré a los ojos me extrañó, estaba ruborizada, más que nunca, casi asustada. No era la misma.

— ¿A eso le llamas tú ir despacio? Ha perdido la memoria y no recuerda muy bien, necesita un tiempo. —sus palabras me apuñalaron, era imposible que se hubiera olvidado de mí.

No dudé un momento en darle un largo y deseado beso, si existía una forma de que me recordara era esa, sin duda. Tras unos segundos, me correspondió. Cerré la mampara y nos enrollamos sin importarnos nada más, con mi alma emanando felicidad. Elsa había vuelto, mi Elsa, mi favorita.

— ¿Por qué has tardado tanto en volver? —siguió besándome antes de responder.

— Lo siento, no recordaba nada, no sé cómo pude olvidarte. —volvimos a abrazarnos como diosas capaces de detener el tiempo.

— Te quiero, muchísimo, no pienso separarme de ti nunca más. —sus manos se plantaron en mi falda.

— Casémonos. —reí recordando el día que se lo pedí.

— Vale. —encendió el agua caliente entonces, empapándome entera.— E-el móvil… —lo lancé por ahí y empecé a desnudarme rápidamente.

— ¿Sabes? Ahora ya no tengo poderes, y puedo sentir el frío.

— ¿Eso significa que tendremos que comprar cubitos de hielo? —me echó jabón por encima cuando terminé de quitarme mi empapada ropa, riendo.

— Sí. —y nuestra piel se alegró de volver a resbalarse entre sí, nuestros besos obligaron a dormir nuestros párpados, sintiendo cada tacto como una delicia, cada caricia, cada estrujón.

La amaba con locura y no dejaría que nadie me la volviera a quitar jamás.

— Venga Anna, no la acapares. —escuché a mamá desde la puerta.

— Te esperas. —seguimos besándonos sin importar qué, compartiendo nuestras lenguas, visitando nuestros placeres con nuestros dedos, acelerando nuestros contentos corazones con todo el derecho del mundo.

Le di la vuelta para atraparla entre mis brazos, con una mano en su pecho derecho y la otra haciéndole disfrutar de su sexualidad, mordiéndole el cuello como a ella le gustaba. No me apetecía parar ni bajar el ritmo, llevaba demasiado tiempo sin hacer algo así como para no llegar hasta el final.

— O-oye, que no estamos solas… —dijo entre fuertes respiraciones.

— Me da igual, quiero que te escuchen. —le susurré al oído. Luego me arrodillé para saborearla, metiéndole dos de mis dedos con rapidez, haciéndola perder el norte con mi lengua. Sus gritos de placer ya debían de poder oírse desde fuera, aún con el ruido del agua punteando el suelo y nuestros cuerpos.

Terminó sentada, incapaz de mantenerse en pie, pero aún así no cesé el movimiento de mi mano, quería llegar al final y me hice con el control de la alcachofa para enfocársela directamente a su placer mientras me encargaba de mordisquearle los pechos.

Me hice con el pleno control de su cuerpo, y entre un calor que debía superar los cuarenta grados, se vino haciendo rebotar su encantadora voz entre las paredes del baño.

Terminé felizmente cansada, respirando amor con rapidez, inmensamente contenta de haber recuperado aquello que me daba la vida, aquello que tanto echaba de menos, aquello que tanto necesitaba. Mi amor verdadero.

Salimos enrolladas con toallas como si fuéramos delincuentes, de cabeza a mi habitación. Nos vestimos entre risas, sin preocuparnos por lo que nos podría decir mamá, y acabamos tumbadas en mi cama, besándonos sin poder ni querer parar.

— He dicho que no la acapares. —mamá entro para echarse encima también y atacarnos a cosquillas.

— Es mía, yo la vi primero.

— De eso nada, ¿quién te crees que la parió?

— Pues yo la quiero más.

— Yo no estaría tan segura.

— Vale vale, parad. —la estábamos asfixiando, haciéndole reír en un ambiente festivo que echábamos muchísimo de menos.— Dejémoslo en empate. —mamá le dio tropecientos mil besos.

— Porque no hay sitio, porque si no me echaba encima yo también. —dijo Mauri, grabándolo todo. Me preocupó un poco que hubiera estado grabando todo ese rato.

— Apaga eso y ven.— le dije haciéndole un mini espacio.

Ya todos más tranquilos, me contaron lo ocurrido. Me hizo gracia que nos hubiera encontrado a través de su propio canal de YouTube, dijo que empezó a recordar al verme cantar. Después de eso hizo lo imposible para volver a casa, aún sin saber dónde estaba yendo.

Recibimos una gran indemnización por lo ocurrido, nada salió como nadie esperaba, pero al final todo salió bien, y eso era lo único que importaba.

Mamá dejó que hiciéramos lo que quisiéramos con tal de que fuéramos felices, dijo que éramos incorregibles. A Mauri no le pareció mal así que al final, conseguimos nuestro ansiado permiso y nuestra tan deseada cama doble para dormir juntas.

Cuando se enteró Punzi casi le da un patatús, después de todo se volvió una buena amiga de las dos, al fin y al cabo compartíamos la misma obsesión por Elsa.

En cuanto a Elsa, se tomó un año de vacaciones para no empezar la universidad a medias, y pasamos todo el tiempo que pudimos juntas. Siguió tocando el piano, plasmando toda su felicidad en sus canciones, haciéndose famosa por YouTube. Empezó a ganar dinero con ello y siguió animándome para que cantara.

Mis notas también subieron contentas, todo parecía haber mejorado, todo gracias a ella.

Cuando cumplí dieciocho años, le dijimos a mamá que queríamos casarnos. Pensó que era una broma, pero al vernos tan decididas, aceptó.

Aunque parezca mentira, lo conseguimos, aunque para ello tuvimos que viajar un poco, auto-regalándonos una luna de miel anticipada.


[Fin?]


Todos sabemos que la historia no va a acabar aquí. ¿O sí?