La culpa no la tuvo Mike Stamford, ni Peter Rod, ni siquiera la tuvo Marut Harut. Y, evidentemente, tampoco la tuvo John Watson.

La culpa no fue de nadie en concreto, si no de la masa humana que colapsa las ciudades. La culpa fue, en definitiva, del tráfico.

Es cierto que Peter se despertó tarde, pero anticipando que no le iba a dar tiempo a llegar al trabajo por sus medios habituales, optó por la elección más lógica: tomar un taxi a The Paper Shop. En teoría esa solución debería haberle hecho llegar a tiempo. En teoría.

Cuando Marut bajó la bandera de su taxi, jamás se imaginó que en el cruce de King's Cross con Calthorpe se iba a encontrar una retención de ocho minutos. Pero aquello no debería haber sido un problema, puesto que Marut conocía Londres como la palma de su mano, y atajó por Grayss Inn y Theobalds hasta llegar al The Paper Shop, en el siempre concurrido paseo Southampton. Pero el caso es que sí que terminó siendo un problema.

Aquel viernes, como cada viernes, Mike salió del Barts a medio día, dispuesto a aprovechar al máximo la hora que tenía hasta que comenzaran sus clases de la tarde en el Instituto de Educación UCL. Casi perdió el metro en la estación de St. Paul, pero una buena samaritana le mantuvo la puerta abierta hasta que entró resoplando. Bien por Mike.

El problema no estuvo en el metro, no. Ni siquiera en su torpe tropiezo al salir en Holborn. El problema estuvo en su rutina espartana de comprar siempre el periódico a Peter. Y Peter llegó tres minutos tarde a su hora de entrada, pese a los esfuerzos de Marut. Y por mucha prisa que se dio, tardó dos minutos en atender a Mike, su cliente habitual.

Y esos dos minutos…

Esos dos minutos fueron los que tardó John Watson en pasar de largo por los jardines de Russell Square, donde cada viernes Mike se sentaba a aprovechar los últimos minutos de su descanso leyendo el periódico que le compraba a Peter.

Por tanto, aquel 29 de enero de 2010, John no se cruzó en el parque con Mike.

Mike borró de su memoria a medio plazo la conversación con Sherlock sobre un compañero de piso. Si no lo hubiera hecho, puede que tres días más tarde, al encontrarse con John en el Barts, se hubiera acordado de hablarle de Holmes. Y, aunque no hubiera cambiado demasiado los acontecimientos, al menos John habría sabido quién era Sherlock Holmes cuando escuchara su nombre meses más tarde. El buen doctor nunca olvidaba un nombre, y menos uno como aquel. Sin embargo, aquello nunca llegó a ocurrir, por lo que a nivel práctico es irrelevante.

Aquella tarde, en vez de con Mike, John se encontró con un viejo conocido del ejército: Daniel Blanch. Daniel partía al día siguiente a su nuevo trabajo y se estaba despidiendo de los bares de la zona. Watson comentó mientras tomaban una cerveza que, con el escaso sueldo de capitán retirado, no se podía seguir permitiendo vivir en Londres. Era irse fuera o buscar trabajo. O las dos cosas, preferiblemente.

Entre pinta y pinta, Daniel le ofreció irse con él. Tardaría muy pocos días en tomar la decisión de marcharse a Everthorpe. Allí consiguió un nuevo puesto, con buenos compañeros, muchos de ellos del ejército, y bastante adrenalina diaria para su adicción al riesgo. Según pasaban los días, descubrió que el dolor de su pierna se iba paliando poco a poco, pese a que ser celador en una cárcel privada no era su trabajo soñado.

Por su lado Sherlock, tras veinte minutos esperando a ver cómo se marcaban las contusiones de la fusta en un cadáver, resolvió el caso que tenía entre manos. Simple. Básico. Un Cuatro. Aburrido. Sin nada que hacer, ni un compañero nuevo de piso en que pensar, entró en una espiral autodestructiva de aburrimiento.

Muy autodestructiva.

Tal vez, si hubiera sabido que al día siguiente Lestrade le iba a llamar para consultarle sobre los casos de los suicidios en serie, nunca hubiera recurrido aquella misma madrugada al alijo secreto que guardaba en el mango de cuerno de la lupa que había sobre la mesa. Sin embargo, Sherlock era capaz de ver muchas cosas, pero no el futuro. Y mucho menos con una jeringuilla hipodérmica colgando del brazo.

La Señora Hudson fue quien le encontró en el suelo de la cocina, prácticamente ahogado en su propio vómito. Sin unas pautas claras de actuación, sólo se le ocurrió llamar a la policía. Eran las siete de la mañana, y Lestrade aún no había comenzado su turno. Si hubiera ocurrido una hora más tarde, Greg seguramente hubiera sido capaz de proteger a Sherlock. O más posiblemente, Sherlock ya hubiera estado muerto en el suelo de la cocina.

En cualquier caso, aquello no ocurrió, y el inspector que estaba de guardia aquella noche había sido agraciado por el detective consultor en varias ocasiones con alguno de sus amabilísimos y siempre oportunos comentarios. Así que se le abrió el cielo y vio brillar sobre su cabeza la posibilidad de emplumarlo por posesión y, debido a la cantidad incautada (el cuerno tenía más capacidad de la esperada), también por tráfico de estupefacientes.

Y Mycroft, el Gobierno Británico, el Hermano Listo, la Mano en la Sombra… decidió que aquellas manos en la sombra debían lavarse. Su hermano ya había recaído muchas veces, y no había sido capaz de salir de su adicción. Concluyó que, si unos meses entre rejas no le quitaban las ganas de seguir consumiendo, posiblemente nada lo haría.

Así que movió sus hilos para que la desintoxicación y el posterior arresto domiciliario a la espera del juicio se realizaran centros no penitenciarios. Pero más allá de eso, no ayudó legalmente a Sherlock, ni intentó evitar el justo castigo que la ley tenía que deparar. Cuando salió la sentencia unos meses más tarde, lo único que se dignó a hacer el Gran Hermano, fue a solicitar el cambio de asignación de la cárcel pública de Brixton a The Wolds, que era un penal privado, donde el trato a los internos, según decían, parecía ser más «humano».

Y la culpa de todo esto, evidentemente, fue del tráfico.


NOTAS DE LA AUTORA:

¡Feliz 2017! Este año, como habéis sido buenos, y la BBC nos ha honrado con una nueva temporada de Sherlock, os quiero regalar este nuevo fic en el que ando trabajando. Es un proyecto a largo plazo, que promete ser extenso, un tanto oscuro y un bastante angustioso.

Os contaré un secreto: soy de esas autoras que procuran por todos los medios ceñirse al canon de las series sobre las que shipea. Adoro la documentación y, dentro de lo posible, mi ideal son esos fics que podrían situarse entre capítulos y encajar perfectamente con la trama original.

Y dicho esto... en este caso me he pasado todas mis preferencias por el forro y aquí me tenéis, escribiendo un fic sobre una versión alternativa a todo lo que pasa en el Sherlock de la BBC, obviando cualquier hecho desde el minuto cero de la temporada uno. No obstante, me he propuesto el reto de que sea todo lo canon posible. Todo lo referencial y cronológica que me permita este mundo alternativo, de manera que sea creíble y que lleguéis a pensar que la historia pudiera haber ocurrido de esta manera.

¡Ah! ya lo dije en el resumen previo, pero esto va a ser un JOHNLOCK con todas las de la ley. Habrá lemon, y posiblemente sexo no consensuado (Leñes, que están en una cárcel. Ya sabéis lo que pasa en esos sitios). Eso sí, también va a ser largo y va a costar que la relación Sherlock/John despegue... ¡Pero es que el contexto no ayuda demasiado! ¿Verdad?

Por descontado, los personajes que aparecerán en esta historia, en su mayoría, no son míos. De hecho, son de la BBC, de Moffat, de Gatiss… y de sí mismos. Y generalmente suelen hacer lo que les da la gana sin tener en cuenta a quien escribe el fic. A mí me sorprenden muy a menudo mandando a tomar por saco mi idea inicial :)

Dicho esto, me encantaría tener vuestras opiniones: ¿Cómo pensáis que se va a desarrollar la historia? ¿Qué esperáis de los personajes? ¿Son creíbles sus actitudes? Me encantan las reviews, y sin ellas todos los fanfickers estaríamos tristes y deprimidos, ¿verdad? ¡Así que no os cortéis! Os responderé a todos los comentarios, porque sois lo mejor ;)