Ranting: R.


| KAIROSCLEROSIS |

Capítulo 8

La mañana del miércoles, Otabek se levantó a primera hora, no sin que le supusiera un esfuerzo sobrehumano abandonar la comodidad de su cama. Cogió la ropa sucia que había estado guardando en una bolsa de plástico y la metió en la lavadora, para hacer después lo mismo con la de Yuri. La suya la almacenaba en una gran cesta en el baño, por lo que no tuvo que molestarlo para cogerla. Había acumulado tanta que no era posible lavarla de una sola vez, pero al menos metió la ropa interior y las prendas de entrenamiento en la primera tanda. Se suponía que iban a poner la lavadora en cuanto regresaran a casa, pero ninguno de los dos se había acordado.

Había sido imposible pensar en otra cosa que no fuera los labios del otro.

Nunca en su vida había besado a alguien durante el tiempo suficiente como para acabar con los labios hinchados y enrojecidos, porque aunque había notado a Yuri muy inexperto al principio, no había tardado mucho en aprender a utilizar su lengua y sus dientes para causarle estragos. Otabek había reunido toda su fuerza de voluntad para mantener el control y no desviarse de su boca, porque una vez lo hiciera, no sería capaz de detenerse. Yuri tampoco había hecho ningún intento por conducirlos a algo más que besos, pero esos besos habían sido de todo menos inocentes. La carga excesiva de pasión había vencido al cansancio físico: Otabek había sido incapaz de dormirse sin masturbarse en la privacidad de su habitación, poniendo especial cuidado en que sus gemidos no fueran escuchados.

Ahora que la fogosidad de la noche anterior se había apagado y que la luz del día lo había devuelto a la realidad, Otabek no sabía cómo sentirse y mucho menos cómo comportarse. Lo mejor que podía hacer en ese momento era prepararse un café bien cargado que le ayudara a disipar la neblina del sueño y de la confusión de su mente. Yuri prefería beber té en el desayuno, pero cuando Otabek se sentía tan cansado como ese día necesitaba cafeína.

Estaba deleitándose con el sabor fuerte del café cuando escuchó la puerta de la habitación de Yuri abrirse. Desde su posición apoyada en la encimera de la cocina no tenía vista al pasillo, pero su anfitrión no tardó mucho en aparecer. Venía despeinado, más despierto que dormido y con la camiseta del pijama dejándole ver parte de un hombro y de la cadera por no haberse molestado en arreglar su ropa al salir de la cama.

La atracción que sentía por él era innegable.

Yuri no le dio ni los buenos días: se acercó a él, tiró ligeramente de su camiseta y lo besó con parsimonia. Introdujo su lengua con lentitud, pero al saborearle, se apartó de golpe.

―Argh, café ―murmuró con voz ronca y se marchó hacia el baño.

Otabek lo siguió con la mirada en lo que ahogaba su sonrisa bobalicona y sus ganas de más en el café. Desconocía si Yuri era consciente de su poder de seducción, pero prefería que no lo fuera para no usarlo como arma contra él.

Se terminó el café y fregó la taza; Yuri regresó a la cocina tras usar el baño.

―¿Cuál es tu plan para hoy? ―preguntó algo más despejado. Traía las puntas del flequillo mojadas y la camiseta bien colocada.

―Ir a entrenar ―respondió, un poco extrañado por su duda.

―Genial. Pues dile a Yakov que le diga a Lilia que estoy enfermo.

―¿Quieres que mienta?

―¿Quieres explicarle por qué anoche me acosté tan tarde para estar tan cansado hoy? ―No, lo cierto era que no quería tener que darle explicaciones a nadie.― Eso me parecía ―añadió Yuri con una pequeña sonrisa ante su silencio―. ¿Tú no estás cansado?

―Sí que lo estoy ―reconoció.

―Pues pasa de ir, al menos por la mañana. Volvamos a la cama.

La tentación era inmensa, especialmente cuando vio que Yuri entraba en el dormitorio principal en lugar del suyo. Lo siguió como si fuera una polilla y Yuri la luz que lo atraía. Una vez dentro se percató del motivo por el que Yuri se había desviado de su camino.

―Tu móvil estaba vibrando ―dijo en lo que se lo tendía.

Otabek lo tomó, marcó el patrón de desbloqueo y comprobó que la llamada perdida era de Celestino. No dudó en devolvérsela y su entrenador te atendió de inmediato. Era extraño que lo llamara a esas horas; generalmente hablaban cuando en San Petersburgo era mediodía.

―Hola, entrenador. ¿Cómo se encuentra?

Celestino llevaba años repitiéndole que le tuteara, pero Otabek era incapaz, del mismo modo que tampoco podía hablarle a Yakov ni a nadie a quien respetara de manera informal. Incluso hablaba con formalidad a los patinadores con los que no tenía relación, aunque esa costumbre había cambiado desde que estaba en Rusia; en su pista provisional le habían llegado incluso a sermonear por ser tan educado.

―¡Buenos días, Otabek! Estoy perfectamente y espero que tú también lo estés.

―Desde luego.

El entusiasmo intrínseco en la voz de su entrenador le hizo sonreír ligeramente; había sonado mucho más débil durante los días posteriores a la operación, pero ahora parecía estar mucho mejor.

―Bien, me alegro de oírlo. Te llamo para anunciarte que finalmente asistiré al Campeonato de los Cuatro Continentes. Mi médico me dio el visto bueno para viajar ayer, pero no quería llamarte hasta tener hechas las reservas de los vuelos y el hotel.

Eso era una noticia formidable, porque significaba que tendría entrenador durante la siguiente competición. Había una enorme diferencia entre asistir con y sin compañía, no solamente por el apoyo moral, sino por todo el trabajo que el entrenador le quitaba de encima. Con él a su lado no tendría que preocuparse de las reservas, el transporte, la comida, los horarios, el vestuario, ni la entrega correcta de la música. Celestino se ocuparía de todo eso para que él tuviera que preocuparse únicamente de realizar sus programas con la máxima perfección posible.

―¿Seguro que se encuentra en condiciones para viajar? ―quiso asegurarse; lo último que deseaba era que su entrenador se forzara y su salud empeorase en consecuencia.

―Por supuesto, descuida. Necesito que me envíes los datos de tu vuelo. No hace falta que canceles la reserva del hotel porque Phichit, las chicas y yo nos vamos a alojar en el mismo.

Phichit Chulanont era el otro chico que había conseguido la puntuación suficiente para participar en el Campeonato de los Cuatro Continentes. No era la primera vez que ambos compartían entrenador, ya habían coincidido en Estados Unidos años atrás. Por aquel entonces, su compañero no destacaba en absoluto y no consiguió clasificarse en ninguna de sus competiciones; aun así, Celestino no cesó en su empeño y dedicación con él, del mismo modo que no lo hacía con ninguno de los alumnos que tomaba, a excepción de cierto canadiense al que había dejado como caso perdido.

―Lo sé, Yuuri me lo comentó.

Yuri lo miró alzando las cejas el escaso momento que tardó en darse cuenta de que estaba hablando de su tocayo japonés. En lugar de hacer algún comentario, tomó asiento en el borde de la cama y bostezó en silencio, haciéndole bostezar por contagio.

―Habrá hablado con Phichit, imagino. Bien, todo solucionado entonces. Ahora cuéntame, ¿cómo sigues? ¿Qué vas a hacer con el programa libre al final?

―He decidido seguir los consejos del entrenador Yakov en cuanto a las modificaciones ―relató en lo que tomaba asiento en la cama al lado de Yuri, sin que le incomodara su presencia mientras hablaba por teléfono―. También estoy realizando ejercicios de resistencia para aumentar mi aguante.

―Sabia decisión. Ya te dije que pensaba como Yakov.

Otabek gruñó de manera afirmativa; sabía que ambos entrenadores tenían razón pero seguía sin gustarle la idea de prescindir de ese salto, aunque precisamente por hacerlo, no podía realizar adecuadamente la secuencia de pasos que le seguían y los puntos que perdía quitando esos pasos eran más que si omitía ese salto. No obstante, ser consciente de eso no lo hacía más sencillo.

―No te entretengo más. Lo único que te pido, además de que me mandes el itinerario de tu vuelo, es que me grabes la versión final de ambos programas.

―Sí, ayer mismo lo hice. Se la coloqué en Dropbox.

―¿En serio? ¡Qué chico tan eficiente! ―exclamó con entusiasmo―. Ojalá todos mis alumnos fueran como tú, Otabek. En cuanto encienda el ordenador lo miro y te mando un mensaje.

―De acuerdo, gracias.

―Saluda a Yakov y a los demás de mi parte.

―Lo haré. Cuídese. Nos vemos.

Otabek colgó. Entró en la aplicación de su correo electrónico para buscar el itinerario de su vuelo y enviárselo al correo de su entrenador antes de que se le olvidara.

―Da igual cuánto lo escuche: tu acento americano al hablar inglés me sigue impresionando ―confesó Yuri.

―Gracias.

No era el primero que se lo decía, pero a Otabek le parecía normal teniendo en cuenta que allí había aprendido a hablar inglés. Antes de pisar Estados Unidos, su inglés era muy, muy básico, de ahí la dificultad añadida a la hora de adaptarse tanto a la cultura del país como a su nueva rutina. Celestino le había ayudado mucho, especialmente consiguiéndole un profesor que le pudiera enseñar el idioma hablando en ruso, al menos hasta que consiguió suficiente nivel para poder dar las clases en inglés.

―¿Qué te ha dicho Celestino?

―Que estará presente en el Campeonato de los Cuatro Continentes ―respondió en lo que terminaba de mandar el correo. Luego bloqueó el móvil y lo dejó sobre la mesita de noche.

La competición comenzaba la semana siguiente y duraba cinco días. En ella competían los patinadores clasificados en los nacionales de sus respectivos países, aunque aquellos que se habían clasificado para el Grand Prix no necesitaban pasar por el nacional de nuevo. La Competición Europea había sido a finales de enero y ahora era el turno de los patinadores que pertenecían a los continentes restantes. Una vez terminase, sólo quedaría el Campeonato Mundial para acabar con la temporada.

―¿Pero no acaba de operarse? ―cuestionó Yuri―. ¿Seguro que es buena idea que viaje?

―Dice que tiene el visto bueno del médico ―contestó en lo que se quitaba las gafas y las dejaba junto al teléfono en la mesita de noche―. Yuuri me comentó que Phichit había reservado en el mismo hotel que Viktor y él, así que acabé haciéndolo también. Ya que vamos a viajar en el mismo vuelo, el taxi desde Incheon hasta el hotel me saldrá más barato si lo comparto con ellos.

Otabek se dejó caer hacia atrás en la cama y cerró los ojos. Al hacerlo no sólo sintió el alivio de su columna vertebral al estirarse apropiadamente, sino todo el cansancio del que todavía no se había liberado. El café había conseguido disipar la neblina de somnolencia de su mente, pero la falta de descanso continuaba presente.

―Me he dado cuenta de que siempre le prestas mucha atención al dinero… ―comentó Yuri, no muy seguro de si debía hacerlo.

―Yo no tengo una paga mensual como vosotros ―dijo, abriendo los ojos y girando el rostro hacia él―. En Kazajistán, y en muchos otros países, los deportistas profesionales sólo recibimos dinero si ganamos competiciones. Es verdad que ahora estoy bastante bien en comparación a otras veces, de ahí que me pueda permitir alquilar un coche, pero como nunca sé cuándo me va a faltar el dinero, normalmente procuro no malgastarlo.

Era evidente que Yuri no era consciente de la situación de los deportistas profesionales de otros países y que había dado por sentado que todos gozaban de los mismos privilegios que los rusos, pero no era así desgraciadamente. Yuri, a sus quince años, cobraba mensualmente una cantidad desbordada para lo que necesitaba realmente, por no hablar de que compaginaba sus estudios con su vida profesional perfectamente gracias al instituto especializado para jóvenes profesionales al que asistía. En Rusia, como en Canadá, se tomaban el deporte muy en serio, especialmente los relacionados con el hielo, y colmaban de facilidades a sus deportistas para apoyarlos en su trayectoria. Otabek había descubierto a una temprana edad las injusticias y diferencias de las que estaba poblado el mundo.

―Creía que en tu país te consideraban algo así como un héroe nacional…

―Estoy ayudando a dar visibilidad a mi país y la gente lo sabe. De hecho, podría tener más dinero del que tengo si realizara las propuestas de anuncios publicitarios que recibo, pero soy incapaz de actuar con normalidad frente a las cámaras.

Otabek lo pasaba muy mal en las ruedas de prensa. Se sentía terriblemente incómodo cuando le grababan y nunca sabía qué responder, de ahí que lo hiciera con monosílabos. Jamás leía o veía sus entrevistas porque se daba mucha vergüenza ajena.

―¡Dímelo a mí! Todavía no puedo creerme que hiciera aquel estúpido anuncio…

―¿El de la leche? ―dijo con una pequeña sonrisa―. Lo he visto.

―¡Es ridículo! Me tuvieron una tarde entera dando saltos en la pista como si fuera un mono porque no lograban grabar la toma como querían. Panda de inútiles…

No dudaba de que hubiera resultado agotador realizarlo, pero el resultado había sido formidable. Yuri, con esa expresión de determinación y esa seguridad en su voz al hablar, había conseguido sonar convincente: nadie dudaría de que beber la leche que promocionaba les otorgaría el calcio necesario a sus huesos para realizar saltos tan complejos como los que efectuaba él.

―Voy a avisar de que nos tomamos la mañana libre, tú no te muevas de aquí.

―Espera, Yuri…

Le hizo caso omiso. Yuri se marchó a su dormitorio en busca de su propio teléfono. Para cuando regresó, estaba terminando de teclear el mensaje de advertencia y Otabek se había tumbado con la cabeza sobre la almohada y las piernas a los pies de la cama.

―Listo. Yakov estará contento de que le avise por una vez ―dijo con una pequeña sonrisa traviesa.

Se acercó a la toma de corriente y enchufó el cargador de su móvil para después conectarlo al propio teléfono y dejarlo en el suelo a falta de un mueble cercano. Se metió en la cama con él sin pedir permiso y volvió a bostezar, contagiándole de nuevo.

―Así que no es la primera vez que te saltas el entrenamiento ―dedujo―. Ayer dijiste que no podías hacer lo que quisieras con tus horarios todavía.

―Bueno, en teoría no puedo… ―respondió sin perder la malicia anterior.

―Hace una semana, yo era un hombre responsable y disciplinado que seguía una rutina saludable y no se emborrachaba los fines de semana. Mira lo que me has hecho: me estás conduciendo a la mala vida…

―¿Yo te estoy conduciendo a la mala vida? ―se alteró Yuri, incorporándose de sopetón―. ¡Fuiste tú quien quiso ir al teatro con esos dos! ¡Luego te emborrachaste porque te salió de los cojones y anoche te acostaste tarde porque quisiste también! Si no querías romper tu rutina saludable haber vuelto a casa directamente después del entrenamiento.

Cada vez que se alteraba, su voz, sus gestos faciales y sus movimientos se volvían agresivos. Sin embargo, lejos de perturbarse como él, Otabek mantuvo la calma y respondió con su seriedad habitual, esa que últimamente no hacía mucho acto de presencia, en especial cuando se encontraba a solas con Yuri.

―No podía, tenía una cita ―respondió en lo que entrelazaba los dedos de sus manos sobre su pecho y cruzaba los pies.

La adopción de esa postura relajada pareció molestarlo más.

―¡Pues haber dicho que no, pero a mí no me culpes!

―Yuri ―pronunció su nombre e hizo una pausa para darle tiempo a que se percatara por sí mismo. No resultó.― Era broma.

―Ah… ―La agresividad de Yuri se escapó como el aire de un globo.― ¡Es que lo has dicho tan serio…! ¡Eres un dramático, Otabek!

Volvió a tumbarse a su lado ahora que ya no se sentía atacado. Otabek giró el rostro hacia él.

―¿Yo soy un dramático? ―dijo alzando una ceja inquisitiva―. Mira cómo te has puesto en un momento.

―Sí ―reconoció, mas le señaló de inmediato―, pero no fui yo quien apareció de la nada en una moto para salvar el día, especialmente después de haberme ignorado en el rellano del hotel un rato antes.

Otabek se quedó tan pasmado que no supo qué decir; no esperaba que le saliera por ahí.

―Ni fui yo quien se presentó ayer en el estudio de Lilia por sorpresa, esperando apoyado en la puerta del coche para parecer más guay pese al frío, cuando perfectamente podrías haber esperado dentro y en otro lugar que no fuera la puerta del estudio ―continuó diciendo, ceñudo y sin miramientos.

―¿Te molestó que lo hiciera?

Yuri pareció sorprenderse por su repentina pregunta.

―… ¡Ese no es el punto! ―exclamó, desviando un momento la mirada―. ¡Te estoy enumerando las ocasiones en las que has demostrado ser mucho más dramático que yo!

―Continúa, pues ―lo incitó con expresión estoica.

―¿Crees que no tengo más? ―dijo alzando las cejas; era evidente que se sentía retado―. Hiciste las maletas para irte la primera vez que discutimos, ¡y ni siquiera habíamos discutido realmente! ―Comenzó a enumerar con los dedos según iba hablando.― Me llevaste a un mirador, ¡al atardecer!, para pedirme ser tu amigo. Me diste tu bufanda cuando nos despedimos en Barcelona, ¡no, no me la diste, me la pasaste por el cuello directamente! Casi te ofendes cuando te regalé la bolsa deportiva porque creíste que yo pensaba que me la habías dado esperando que te diera algo a cambio. ¡Y me llevaste a un puente que se llama Puente de los Besos por San Valentín! San Petersburgo está lleno de puentes pero tú me llevaste a ése para «no romper con la temática del día». ―Yuri hizo las comillas con los dedos. ― Y todavía no me has callado con un beso porque entonces me darías la razón sobre lo dramático que eres ―añadió con una sonrisa triunfante por haberle leído el pensamiento.

Otabek lo maldijo en kazajo y Yuri no necesitó entenderlo para que su sonrisa triunfante se convirtiera en una pequeña risa de victoria. Pese a molestarle que le llamara dramático, tenía que reconocer que algo de razón llevaba, al menos ahora que se paraba a pensar en sus acciones. En realidad no le importaba, porque sin todos esos actos «dramáticos», no estarían donde estaban ahora.

―Te equivocas en una cosa.

―¿En qué? ―inquirió desafiante.

―No te he besado todavía porque sé que no te gustan los besos robados.

Yuri frunció el ceño.

―¿Significa eso que nunca vas a tomar la iniciativa para besarme?

Otabek se sintió ligeramente intimidado ante la forma en la que formuló su pregunta.

―Como dijiste que un beso robado es una violación en menor grado…

―Y lo es ―dijo rotundo―. Pero creía que después de anoche te había quedado claro que los tuyos son más que consentidos…

Yuri tiró de él con la fuerza suficiente para hacerle despegar la espalda del colchón. Le dio un beso cargado de deseo y necesidad. Otabek tuvo que apoyar los antebrazos a ambos lados de su cabeza para no aplastarlo, además de aplacar su fogosidad ralentizando el ritmo del beso. Todavía le sorprendía lo dócil que podía llegar a ser Yuri cuando se trataba de llevar las riendas en ese contexto. Se amoldaba a él sin quejas ni reservas, como si su fe en él fuera absoluta. Nadie le había mostrado tal confianza, ni siquiera en situaciones menos íntimas.

Yuri Plisetsky le besaba como si fuera a seguirle hasta el fin del mundo sin hacer preguntas.

Era tan hermoso contemplarlo justo después del beso, cuando abría lentamente los ojos sin haber juntado los labios. Y no sólo era hermoso, sino que le hacía sentir especial e importante al dirigirle esa mirada de anhelo, al tenerlo rodeado con sus brazos para impedirle alejarse y al buscarlo para un nuevo beso.

Algo había cambiado la noche anterior mientras patinaban juntos sobre el hielo. Su relación había pasado al siguiente nivel, fuera cual fuese ése. No quería malgastar su tiempo pensando en ello cuando podía invertirlo en besarlo y acariciarlo con afecto y adoración. Todos sus temores, todas sus inseguridades, desaparecían en cuanto presionaba los labios de Yuri y su lengua salía a su encuentro para darle la bienvenida a su boca.

De ser otra persona, alguien que le importara menos, ya estarían desnudos y suficientemente excitados como para dejar los preliminares a un lado. Con Yuri, en cambio, los preliminares adquirían un nuevo significado. No se trataba de simples preámbulos para no ir directamente a la penetración, le bastaba con besarlo para sentirse satisfecho. Se trataba de una satisfacción que no había experimentado nunca, que trascendía cualquier necesidad física, que llenaba un vacío dentro de sí desconocido hasta el momento.

Entre esos besos calmados y caricias pausadas, Yuri se quedó dormido primero, sin romper el abrazo en el que lo había tenido envuelto todo el tiempo. Otabek se acomodó en el hueco entre su hombro y su cuello, y aspirando su aroma, acabó conciliando el sueño también.

Esa tarde, cuando llegaron a la pista de hielo tras tomar el desayuno y el almuerzo en la misma comida, Yakov los llamó de inmediato. Otabek temió que fuera a reprenderlos por la falta de disciplina que habían demostrado, pero no hizo ningún comentario al respecto. A juzgar por lo que llevaba viendo desde que estaba con ellos, parecía muy acostumbrado a que sus patinadores siguieran sus propios horarios e incluso les dejaba libre albedrío, si bien no dudaba en intervenir cuando tenía que hacerlo para corregir sus errores, fueran técnicos o de conducta.

Ambos quedaron muy sorprendidos cuando los colocó delante de los monitores y pulsó el botón de la reproducción; no dudaba de que había tenido la grabación preparada desde esa mañana. Compartió una mirada con Yuri para cerciorarse de que estaba tan nervioso e incluso asustado como él. Era imposible saber qué pasaba por la mente de Yakov, quien impávido, se mantenía de pie con los brazos cruzados.

Las imágenes que las cámaras habían captado eran su incursión nocturna y su práctica, o diversión más bien, sobre el hielo. Por un lado no pudo evitar maravillarse con la improvisación tan formidable que ambos habían realizado; se sentía muy inspirado para sus futuros programas. Por otro lado, en cambio, no entendía cuál era el propósito de Yakov al mostrarle esas imágenes y lo temía. Lo temía porque sabía qué era lo que venía tras ello y lo hacían sentirse expuesto.

―¿Qué pasa, viejo? ¿Vas a regañarnos por haber usado la pista anoche? ―inquirió Yuri con su característica agresividad.

―Cállate, y observa.

―¿Qué se supone que tengo que observar?

―Lo mismo que está viendo Otabek.

Pese a sentir la mirada interrogante de Yuri posada sobre él, Otabek no podía despegar la mirada de la pantalla. Estaba viéndose y no se reconocía. Ese patinador parecía ser otra persona disfrazada de él: no tenía nada que ver con su estilo de patinaje habitual. Yuri le transmitía la misma sensación: nunca, en ninguna competición, habían patinado como lo habían hecho la noche anterior. La libertad de movimientos y la falta de presión los habían hecho moverse mejor que nunca, pero no sólo era eso, jamás había disfrutado tanto como la noche anterior y eso era justo lo que transmitía al verse.

―Esto es lo que quiero ver en vuestros programas ―dijo Yakov, parando la grabación en su último baile antes del inicio de su cadena de besos―. Tenías once años la última vez que te vi disfrutar de esta manera sobre el hielo, Yuri. Nos hemos centrado tanto en la técnica que nos hemos olvidado de lo esencial.

―¡Alto! ¡Para! Ya sé por dónde vas a salirme y no ―lo interrumpió con brusquedad―. Yo no soy como Viktor o como Georgi, ¿vale? No tengo creatividad para montar coreografías. Ya has probado a darme libertad para encontrar «mi propia danza», y ha sido una pérdida de tiempo. Lo que tienes que hacer es montar ya las coreografías de los próximos programas para que me los pueda aprender de una vez.

―Ya te lo dije: trabajaremos en la propuesta que me presentes. Tú eres el que está perdiendo el tiempo al no ponerte a ello.

Yuri le gritó algunos improperios antes de salir hecho una furia de la habitación. Yakov, para su sorpresa, soltó una pequeña risita.

―Todavía no es consciente de su auténtico potencial; por algún motivo piensa que no es más que un soldado acatando órdenes ―comentó, negando con la cabeza; Otabek frunció el ceño en lo que contemplaba la puerta por la que había salido Yuri―. Hablemos de ti, Otabek. Dime qué has visto.

―He visto… lo que podría ser mi nueva arma.

―Eso ha sonado un poco dramático, pero no es mala metáfora. ―Otabek frunció más el ceño; otro que lo denominaba de esa manera.― ¿Recuerdas lo que hablamos en la cena, después de tu primer entrenamiento?

Asintió.

―Aquí no estabas intentando controlar nada ―dijo, señalando a la pantalla―. No estabas reprimiéndote. No había nada en tu cabeza que impidiese sacar todo tu potencial. Este es el Otabek que quiero ver de ahora en adelante. Este es el Otabek Altin que puede ganar el Campeonato de los Cuatro Continentes e incluso el Mundial.

Volvió a asentir.

―Una cosa más. He hablado con Celestino, parece que está mucho mejor. Sin embargo, si quieres prepararte para el Mundial aquí, eres bien recibido. Piénsatelo y dame una respuesta cuando vuelvas de Corea.

La oferta le sorprendió tanto que Otabek no supo qué decir, y por eso mismo no dijo nada. Regresó a la pista y al hacerlo, contempló las tres gigantescas banderas rusas que pendían de la pared del fondo. Nunca había visto una pista tan patriótica como esa; era un recordatorio perenne de quiénes pertenecían a ese hielo y quiénes no.

Rusia competía con Canadá y Estados Unidos en número de pistas de patinaje sobre hielo, pero en la que estaban sólo entrenaban los mejores, los seleccionados por Yakov en persona. Otabek acababa de recibir una propuesta formal para quedarse en el hielo donde entrenaban algunos de los mejores patinadores del mundo, y aunque por un lado se sentía muy honrado, no podía ignorar la incomodidad que le provocaba la idea. Pero no era el momento de pensar en ello. No era el momento de pensar en nada que no fuera la siguiente competición.

El Campeonato de los Cuatro Continentes empezaba la semana siguiente. Era primordial que comiera y descansase apropiadamente porque iba a competir contra profesionales de la talla de Jean Jacques Leroy y Katsuki Yuuri, por no mencionar que Phichit Chulanont estaba progresando a una velocidad peligrosa. Yuuri hacía días que había dejado de venir a la pista a las horas que era utilizada por los patinadores rusos. Otabek no tenía que preguntar a qué se debía el motivo porque no era la primera vez que patinaba con él; Yuuri siempre había preferido entrenar a deshoras, cuando podía hacerlo a solas. Viktor parecía respetar su voluntad, porque había ajustado sus propios horarios a los suyos. Hacían una pareja formidable, tanto dentro como fuera del hielo.

Últimamente los observaba mucho porque continuaba asombrado con la enorme mejoría que había tenido Yuuri como patinador desde que estaba con Viktor. Al principio había creído que la leyenda viva era también un entrenador formidable, pero después había comprobado por sí mismo la falta de experiencia tan notoria que tenía. Quizás llegara a serlo algún día, pero no sería en un futuro cercano.

Yuuri parecía haber encontrado un nuevo propósito por el que patinar, un propósito que estaba ligado a la figura de Viktor, y eso le hacía pensar en su propio propósito. Pese a cosechar alguna que otra medalla de oro, Otabek todavía no había ganado la final de ninguna de las grandes competiciones. Ni siquiera había subido al pódium en el último Grand Prix, sino que se había quedado a las puertas y no porque realizara mal sus programas. Lo había dado todo en sus presentaciones y aun así no había sido suficiente. Eso era muy desalentador.

Desde que volviera de Barcelona había entrenado intensamente, casi recluido, hasta que habían comenzado las obras. Cada vez que practicaba sus programas para la temporada actual los sentía más suyos y los ejecutaba con más precisión. Estaba más cómodo, especialmente con el libre, pero continuaba sin sentirse plenamente satisfecho con la secuencia de pasos y la distribución de los saltos.

En uno de sus descansos volvió a anotar en su libreta todos los pasos para analizarlo y tratar de estructurarlos de manera que le incrementasen la puntuación base sin que le repercutiera en la realización por falta de aire. Había escrito todas las combinaciones que se le habían ocurrido hasta el momento y sabía que la que tenía ahora era la mejor de todas, pero no se quedaría tranquilo si no volvía a comprobar que no se le había pasado nada.

―¿Otra vez estás cambiando tu programa? ―cuestionó Yuri en algún momento, deslizándose por el hielo hasta llegar a su altura.

Otabek le observó un segundo, el tiempo justo para asentir y volver a sus anotaciones.

―Todos tus saltos y movimientos son de máxima dificultad. Y la secuencia de pasos es muy original. Deja de cambiarlo de una vez.

―Pero…

―Y yo debería dejar que te sigas liando y la pifies, así tendría menos de qué preocuparme en el mundial.

―¡Yuri! ―lo llamó Yakov, como de costumbre a voz de grito.

Yuri gruñó antes de alejarse de él para regresar a sus prácticas; pese a que el Campeonato Europeo había terminado ya, Yakov no dejaría que sus chicos se relajasen hasta que la temporada acabase.

A Otabek se le fueron los ojos tras Yuri, agradeciéndole en silencio sus palabras.

―¿Cómo no me he dado cuenta antes?

La voz de Mila lo sorprendió. Se había acercado a él justo cuando Yuri se alejó. Había acabado con los calentamientos previos y se había puesto los patines para salir al hielo.

Otabek no dijo nada, simplemente se limitó a mirarla.

―Tú y Yuri… ―comenzó a decir, con una sonrisa de entendimiento.

Otabek observó a Yuri una vez más, parecía estar discutiendo algo con su entrenador a juzgar por las expresiones de ambos. Lo cierto era que no sabía qué estaba pasando entre ellos, qué había entre ellos porque no habían hablado del tema. Simplemente se besaban cuando les apetecía y nada más.

―Es un buen amigo ―respondió con una sonrisa amable y se alejó de ella, llevándose su libreta consigo.

No quiso mirar atrás. No quiso ver qué expresión había en el rostro de Mila. No quería tener esa conversación, ni siquiera quería pensar en el tema. En Yuri. Necesitaba estar concentrado para su próxima competición y si pensaba en él, en ellos, no lo estaría. Así que hizo lo que siempre hacía cuando necesitaba concentrarse: se aisló.

Durante los días siguientes, Otabek se relacionó con los demás lo justo y preciso. Sólo mantenía conversaciones si le hablaban primero y siempre concisas, a menos que fuera su entrenador. Su cambio de actitud no fue pasado desapercibido, desde luego, pero apenas se enteró de lo que comentaban sobre él porque no les prestaba atención. A Otabek le resultaba terriblemente sencillo evadirse del mundo incluso cuando estaba rodeado de gente, de ahí que nunca hubiera necesitado entrenar a solas como Yuuri. Era como si tuviera un botón de apagado en la nuca: cuando lo accionaba, todo lo que no fuera su entrenamiento dejaba de existir.

El viernes tampoco fue al ballet con Yuri, Lilia y Yakov. Iba a excusarse, pero Yuri no se lo permitió. Generalmente, la gente no era tan comprensiva cuando les ignoraba deliberadamente, pero Yuri no había soltado ninguna queja al respecto, ni siquiera se había molestado. Incluso en casa, los silencios fueron más prolongados que de costumbre, pero ambos parecían sentirse cómodos en ellos, así que Otabek lo dejó estar.

El sábado, en lugar de ir al museo como se había prometido, fue a la pista a primera hora de la mañana, sin despertar a Yuri, que había llegado tarde la noche anterior. Fue la primera vez desde que estaba en San Petersburgo que tenía el hielo completamente para sí mismo, por lo que practicó sus programas una y otra vez como solía hacer siempre antes de una competición. Por la tarde entrenó en el gimnasio y después visitó al fisioterapéutico para asegurarse de que su condición física era excelente y se sintió mucho más tranquilo cuando se lo confirmó.

A la noche, cuando regresó a casa, pensó que estaba solo debido a la ausencia de ruido, por lo que se preparó un baño caliente para aprovechar la bañera de Yuri. En la casa de sus padres también tenía bañera y se daba baños relajantes siempre que tenía la oportunidad; esa noche, después del duro entrenamiento, le sentó de maravilla.

La armonía del ambiente se rompió cuando Yuri entró bruscamente un rato más tarde. Otabek, que se había adormecido, se sobresaltó por la repentina interrupción.

―Oh, lo siento. No sabía que estabas aquí.

Yuri se disculpó de inmediato al descubrirlo en la bañera. Traía consigo una muda, por lo que sus intenciones estaban claras.

―Culpa mía. Debí haberte avisado.

―Veo que has encontrado las sales, me las regaló Viktor junto a un montón de chorradas más cuando me mudé.

Las sales habían estado sobre una de las repisas del baño, a simple vista, así que no había tenido que indagar demasiado para hallarlas. Debía reconocer que no se lo había pensado dos veces antes de utilizarlas.

―Son útiles cuando quieres relajarte.

―Te dejo que sigas entonces ―dijo, haciendo ademán de marcharse.

―No. Ya llevo rato. Y tú has entrado para ducharte, ¿no? ―dijo, incorporándose lo justo para quedar sentado.

―Sí, pero puedo esperar.

―O puedes meterte…

Lo dijo sin pensarlo y no tuvo muy claro si se arrepintió o no al momento de decirlo. Pero estaba dicho y ahora le tocaba a Yuri decidir qué hacer. Por su parte, la proposición le había pillado totalmente por sorpresa y era evidente su inseguridad.

―¿Y qué pasa con tu baño relajante? ―cuestionó frunciendo el ceño.

―A menos que te comportes como un niño de cinco años bañándose, creo que puede continuar siendo relajante.

Yuri lo insultó, logrando que su pequeña sonrisa se ensanchase. Los últimos días apenas le había dedicado tiempo, ni siquiera cuando estaban en casa. No le había faltado el beso de buenas noches, porque de algún modo, Otabek no había podido acostarse sin esa pequeña muestra de afecto, pero en esos días se habían distanciado, todo por su culpa.

Su falta de pudor a la hora de desnudarse y meterse en la bañera no lo sorprendió; las duchas en los vestuarios eran abiertas, sin que hubiera intimidad alguna. La bañera era lo suficientemente grande para que los dos cupieran sin problemas, quedando sentados cada uno en un extremo. Otabek quitó el tapón para vaciar un poco de agua de la misma y rellenarla con renovada agua caliente, porque con el tiempo que llevaba en remojo esta se había enfriado.

―¿Qué tal el ballet? ―le preguntó una vez terminó con el agua.

―No te perdiste gran cosa ―dijo en lo que echaba el resto de las sales para generar nuevas burbujas.

―Me siento mal por Edik. Lo llamé para disculparme pero no me lo cogió.

―Me dijo que te dijera que le debías una cerveza por haber faltado.

―Lo tendré en cuenta.

Lo invitaría a la vuelta de la competición, cuando pudiera relajarse un poco antes del mundial.

―Ven, date la vuelta.

Yuri lo miró con desconfianza, como si le estuviera tendiendo algún tipo de trampa. Otabek ya se había dado cuenta de que era así como miraba a la mayor parte de la gente, al menos a aquellos a los que prestaba atención.

―Ven aquí ―insistió―. ¿Confías en mí o no?

Pese a continuar con el ceño fruncido, Yuri se giró sin demasiadas dificultades gracias a esa flexibilidad y agilidad que tenía. Otabek estiró las piernas a ambos lados de él para quedar más cómodo, pero respetó su espacio personal. Comenzó a mojarle el cabello, retirándoselo por completo hacia atrás. Yuri se abrazó sus propias rodillas y se dejó hacer.

Le lavó la cabeza con suavidad, masajeando el cuero cabelludo y procurando que el jabón no se derramase por sus ojos.

―¿Dónde has aprendido a lavar cabezas ajenas?

―Mi hermana pequeña me lo pide cada vez que estoy en casa.

―Puedo entender porqué.

Le aclaró el jabón con el agua de la bañera y cuando terminó, se fijó en la palidez de la piel que estaba visible sobre el agua. No pudo evitar pasar sus manos por su cuello y sus hombros, haciendo presión en los puntos donde se le acumulaba la tensión de los músculos.

―¿Hay alguien que cuide de ti, Beka? ―cuestionó Yuri en apenas un murmullo por lo relajado que se sentía.

Su pregunta repentina lo sorprendió hasta el punto de detener sus manos un instante.

―Cuando estoy en casa, mis padres no me dejan hacer nada. Mi hermana es pequeña todavía, pero aun así es muy servicial conmigo. Quieren que me sienta a gusto en casa, pero a veces son demasiado atentos.

Quizás porque llevaba muchos años sin recibir esa clase de atenciones, Otabek no se sentía muy cómodo cuando las recibía. Se había acostumbrado a cuidar de sí mismo, a hacerlo todo por su cuenta y a vivir requiriendo de la mínima ayuda posible. No podía privar a su familia de mimarlo porque les había quitado el derecho a hacerlo al marcharse siendo tan joven, pero tampoco podía aguantar mucho tiempo sus mimos sin sentirse abrumado. Eso derivaba en su pesar al sentirse un desagradecido y comenzaba el malestar que lo obligaba a volver a marcharse siempre que pisaba Almaty.

―I can take care of you… ―murmuró Yuri.

Que cambiara del ruso al inglés para decir eso era la prueba definitiva de lo mucho que le avergonzaba decir esa clase de cosas, por eso Otabek lo valoró más. No tuvo ocasión de recomponerse de la ternura que acababa de inspirarle y responderle porque Yuri volvió a girarse, haciendo gala una vez más de su agilidad, para quedar sentado en perpendicular a él, con las piernas todavía recogidas.

―Sé que no lo necesitas, pero puedo hacerlo ―dijo, con más seguridad y esa mirada cargada de determinación que siempre lo embelesaba―. Sé lo que es estar solo, lejos de casa y echar de menos a la familia. Por eso, mientras estés aquí, yo puedo cuidar de ti.

A Otabek le dio un vuelco el corazón. No entendía cómo podía ser tan afortunado de tener a alguien como él en su vida. Le acarició las mejillas con dulzura y lo miró con adoración. Quería expresarle lo que significaba para él que le dijera algo así, pero parecía haber perdido su capacidad para hablar, por lo que en lugar de usar palabras, le transmitió sus emociones con un beso.

Y todos los que vinieron después, porque uno solo era como beber una gota de agua en mitad de un desierto.

Ahora que no tenía ropa a la que aferrarse, Yuri se agarró a sus brazos, luego a sus hombros y finalmente le rodeó el cuello con sus brazos, cambiando de postura para poder estar más cerca. Le pasó las piernas por sus costados y le rodeó la cintura con ellas, quedando tan cerca que sus penes no pudieron evitar el roce bajo el agua. Otabek lo abrazó por la espalda y lo acomodó sobre él, teniendo que alzar el rostro para continuar besándolo. Sabía que era la primera vez que Yuri estaba en semejante posición, pero si se sentía inseguro, no lo estaba demostrando. Se estaba entregando a él con tanta pasión que Otabek sólo podía corresponderle de vuelta.

Por primera vez abandonó sus labios para iniciar una exploración por su cuello. Se deleitó cuando lo escuchó gemir al hacer presión en el punto bajo su nuez, el punto sensible de los hombres que tan bien conocía. De ahí subió hasta su oreja, arrastrando los labios por la piel de su cuello, y la humedeció con la lengua antes de hacerle estremecer al notar su aliento.

Fue Yuri quien bajó sus manos hasta ambas erecciones y las acarició juntas. Otabek podría haber esperado más, podría haberse entretenido jugando con él mucho más rato, pero no se quejó cuando Yuri, desentrenado para aguantar la necesidad, acudió raudo a satisfacerla. Le gustó su determinación, su falta de pudor y, por supuesto, sentirse en sus manos y junto a él. No dejó de besarlo en ningún momento: por la cara, el cuello, los hombros y las clavículas. También repartió mordiscos al notar el efecto intensificador que ejercía sobre su excitación y, por consecuencia, sobre la suya propia. Y recorrió con sus manos esa espalda y esos muslos a su alrededor.
Yuri terminó antes que él, regalándole una expresión de gozo que jamás le había visto. Fue tan hermoso contemplarlo que no podría esperar por la próxima vez que tuviera la oportunidad de volver a verlo.

Mucho más sereno ahora que había alcanzado el orgasmo, el cuerpo de Yuri se relajó. Apoyó el mentón sobre su hombro para recomponerse pero no abandonó las manos de su erección. Otabek repartió besos por su mejilla, su cuello y su hombro y le retiró las manos gentilmente. Yuri le miró a punto de formular una pregunta, pero Otabek le silenció con otro beso en lo que se ocupaba de sí mismo; Yuri ya había trabajado bastante.

Yuri no se apartó de él sin embargo, continuó besándole y ahora fue su turno para explorar su cuello. Había prestado atención al recorrido de su lengua y había memorizado los puntos clave porque esos fueron los que buscó. Otabek seguía maravillándose con la rapidez con la que aprendía; quizás algún día quisiera hacerle lamentar lo que le había enseñado, pero si llegaba ese día, los planes de Yuri se verían frustrados porque Otabek disfrutaría mucho de semejante tortura.

Mientras terminaba, Yuri se apartó para observarlo y cuando Otabek pudo volver a abrir los ojos, se quedó prendado de la mirada que le dirigía. Volvieron a besarse: lento, suave, con cariño infinito.

―Quiero momentos como este todos los días ―demandó Yuri en un murmullo íntimo.

―No tengo ninguna objeción.

Se dieron un último beso para sellar su acuerdo antes de recostarse sobre el borde de la bañera y Yuri acomodar su espalda contra el pecho de Otabek. Ahora sí que se sentía relajado por completo.

―¿Estás nervioso por la competición? ―preguntó Yuri en lo que Otabek le acariciaba uno de sus brazos con parsimonia.

―Si te soy sincero, se me ha borrado de la mente en cuanto te he visto entrar por la puerta.

―Es el efecto Yurio ―bromeó.

―No te haces una idea ―dijo y depositó un beso en su cabellera―. Creía que no te gustaba ese apodo.

―Y no me gusta. No me llames así.

―No lo haré ―respondió con una pequeña sonrisa.

―Puedes llamarme Yura… ―murmuró poco después―. Pero no Yurochka, que así es como me llama mi abuelo y sería raro.

―De acuerdo, Yura ―le susurró al oído intencionadamente.

Al tener una de sus manos sobre el brazo de Yuri, sintió el efecto que provocó en su piel al estremecerse. Yuri se frotó el brazo de inmediato.

―No me susurres que me pones la piel de gallina ―se quejó.

A Otabek le encantaba tener ese poder sobre él, aunque era un poder compartido en realidad, porque Yuri podía conseguir el mismo efecto si se lo proponía.

Rió ligeramente.

―¿Te das cuenta de que nuestro semen está esparcido por el agua? ―dijo de repente, rompiendo el momento.

Otabek soltó una carcajada genuina y Yuri lo miró sin entender qué era tan gracioso.

Esa noche, después de vaciar la bañera y ducharse apropiadamente, Yuri se metió en la cama con él para dormir. Era la última noche antes de que se marchara a Corea del Sur para competir contra los patinadores asiáticos y americanos.

Y por primera vez antes de una competición, estaba totalmente tranquilo.


Continuará...

Muchísimas gracias por vuestro ánimos y vuestro apoyo, me hace muy feliz.

Lamentablemente, mi tiempo para escribir se ha reducido considerablemente, así que no tengo ni idea de cuándo voy a subir el próximo capítulo, que además es el último, porque no tiene sentido alargar la historia si no puedo escribir. Prefiero darle un final digno a dejarla sin terminar o cerrarla malamente.

De todo corazón, muchísimas gracias por cada comentario y por leerme.