Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aviso: Este fic participa en la Actividad: Amigo Secreto del Foro La Aldea Oculta entre las Hojas y está dedicado a Sakamoto Kirumi.

Pedido: Triángulo entre Hatake Kakashi x Haruno Sakura x Uchiha Obito [KakaSakuObi] (...) Ambientada en el mundo shinobi. La historia cuenta de una Sakura siendo miembro del equipo de Minato y su desenvolvimiento en todo el desarrollo de eventos que les acontecieron (formación como equipo, la guerra, los ascensos de rango, el puente Kannabi o misión de Iwa, etc).

Advertencia: What if...?/ Leve OoC en los personajes/ Desvarios de la autora.

Importante: Leer notas de autor al final del capítulo.

Sin más preámbulos, espero que lo disfruten.


La Huésped

Capítulo 1: Convergencia

Vagando por los laberínticos túneles de su mente, Sakura trató de poner sus desaforadas ideas en orden. No estaba, sin embargo, por la labor de conseguirlo. Era demasiado lo que había sucedido en los últimos meses y ella, todavía presa de los detritos del aturdimiento, seguía mostrándose reacia al cambio. Más que al cambio, a las circunstancias.

A lo desconocido.

Ella sabía que se llamaba Sakura Haruno, que tenía 17 años y que había muerto durante la Cuarta Guerra Mundial Shinobi a manos de Sasuke Uchiha; para ese entonces, su gran y único amor. Sí, ella sabía todo eso. El resto del mundo, no obstante, parecía ignorarlo. ¿Y cómo culparlos?

Si ella misma no viera su reflejo en el espejo cada mañana a través de unos oscuros ojos cafés en lugar del familiar verde esmeralda, no habría creído que tal cosa fuera posible. Si ella no hubiese constatado personalmente la sustitución de su extravagante guedeja rosada por una menos singular cabellera castaña, habría tachado a todos aquellos desconocidos de locos. De irracionales.

En realidad, no eran del todo desconocidos. Lo realmente desconocido era el entorno. Eran el tiempo, el espacio y las circunstancias lo que le resultaba extraño. Era hallarse en la perenne compañía de un Kakashi de 17 años lo que la perturbaba más que cualquier otra cosa. Era convivir con un Obito inocente, sin rastro alguno de la vileza que lo indujo a propiciar la destrucción del Mundo Shinobi, lo que la hacía preguntarse cuál sería el propósito de encontrarse en semejante situación. ¿Acaso estaba allí para cambiar el futuro? ¿Era su misión evitar la sucesión de ciertos eventos y con ello revertir su muerte? ¿Estaba allí para salvar a quién? ¿Al mundo? ¿Su mundo?

Sakura sacudió la cabeza con vehemencia como siempre que no hallaba respuestas lógicas a sus inquisiciones, pero se repuso enseguida y, separándose de la ventana desde donde hacía un rato que admirada el esplendor de la Villa de la Hoja, le echó una última mirada a su reflejo sobre el cristal: el rostro grácil de Rin no le disgustaba para nada; de hecho, ella se encontraba en la capacidad de admitir la encantadora belleza que su anfitriona poseía. Puede que su actual estatura proporcionalmente más menuda que la suya, fuera algo que había terminado aceptando un poco a regañadientes, pero eran, sin margen de error, las emociones que le causaban ciertas remembranzas de la vida de Rin, con lo que la kunoichi todavía no se sentía del todo preparada para lidiar. Y allí, en el acogedor espacio de la biblioteca del Hokage, se encontraba uno de los detonadores de esas emociones.

Estaba desde tempranas horas en la Torre Hokage, esculcando los archivos confidenciales del líder de la aldea que, dicho sea de paso, estaba a punto de convertirse en padre de un niño al que, Sakura sabía, llamarían Naruto, cuando tan de súbito como el golpeteo de su corazón al verlo, Kakashi se materializó en el alfeizar. No había dicho mucho al entrar con su típico aire desenfadado a la reducida estancia y ocupar un puesto en el amplio escritorio atiborrado de libros y pergaminos. A su parquedad, Sakura había correspondido del mismo modo; máxime porque la novedad de un Kakashi en los rigores de su adolescencia conseguía conmocionarla en demasía.

Dejándose caer a plomo en la poltrona, empezó a repasar la pila de documentos que contenían gran parte de los hallazgos que había hecho hasta ahora, sin atreverse siquiera a mirarlo. Kakashi, a su lado, la observó con la fingida indiferencia de siempre al tiempo que una fina ceja gris se arqueaba ante la expresión dubitativa de la joven. Al notar el escrutinio que pesaba sobre ella, Sakura sonrió de forma compelida. Por la fuerza del hábito, se había acostumbrado a las facciones imberbes de su antiguo profesor; rejuvenecidas por la época en la que ahora vivían. Un poco más de tiempo, sin embargo, le había llevado habituarse al hecho de que él la llamara por un nombre distinto al suyo.

―Rin. ―Dio un respingo asustado al escuchar la voz de Kakashi muy cerca; su expresión sobria escudriñándola con atención―. ¿Por cuánto tiempo seguirás con eso?

Sakura separó los labios con intención de hablar, pero aunque quería darle una explicación amplia de lo que le sucedía, temía que regresaran los tiempos en los que todos creían que había perdido la razón, así que encogiéndose de hombros se limitó a sonreírle; una extraña sensación de desasosiego anidándose en su pecho ante la intensidad de la oscura mirada de Kakashi sobre ella.

A eso, en definitiva, seguía sin acostumbrarse.

―Volviste a hacerlo ―musitó Kakashi más para sí mismo. Su rostro, medio oculto por la máscara, reflejaba la contrariedad de la incomprensión―. Antes no solías…

Y entonces cayó el silencio.

Sakura entendió en el acto las razones por las que Kakashi se había interrumpido. Sabía que él, al igual que Obito, tenía muy presente los eventos que, según sus pesquisas, habían suscitado la convergencia cósmica que la trajo espiritualmente a este tiempo. Por sus largas indagaciones en la biblioteca de su actual sensei, Sakura había logrado determinar la existencia de un agujero temporal que dada la compatibilidad de los chakras y las similitudes circunstanciales en las condiciones de su muerte y la de Rin Nohara, había generado un pliegue del tiempo y el espacio sobre sí mismos, trayendo como consecuencia que, al separarse de sus respectivos cuerpos, su energía vital y la de Rin convergieran en algún punto de esa confluencia astral.

A pesar de sus esfuerzos por desenmarañar tal anomalía, ella no sabía si en su tiempo, Rin Nohara había logrado sobrevivir al ataque mortal de Sasuke; tal cual ella había hecho con el de Kakashi, y estaba ocupando su cuerpo y su lugar como Sakura Haruno. La kunoichi, no obstante, manejaba una teoría al respecto. Una teoría secundada por un hecho más desconcertante aún que todos a los que se había visto expuesta hasta el momento: Rin Nohara no había logrado cruzar la barrera cósmica que separaba un plano astral del otro, porque una parte de su alma todavía residía, aunque de forma inactiva, en su cuerpo; el cuerpo que ahora ocupaba Sakura.

Un cuerpo habitado por ambas almas.

Cuando Sakura despertó del COMA al que fue inducida por los ninjas médicos de Konoha en aras de restaurar el daño neurológico sobre su sistema nervioso, no sabía lo que había ocurrido, pero en su galvánico estado de atolondramiento llegó a rozar el límite de la locura al confrontar la existencia de recuerdos y sentimientos que nunca antes habían habitado ni en su cerebro ni en su corazón. A medida que los sucesos iban componiéndose y sus recuerdos tomando una forma más tangible, ella no evocó solo su asesinato; el de Rin también se reprodujo con una exactitud dolorosamente desconcertante en su mente. Ese fue el primer indicio de que algo extraño había sucedido en ese episodio hueco en el que creyó haber muerto a manos de Sasuke Uchiha. Todo fue a peor cuando se topó con el primer espejo que reveló el canje en su aspecto físico. Recurriendo a su lado lógico, Sakura trató de explicarse tales cambios con el uso de algún tipo de fuerte Genjutsu, pero fue después de constatar la información de su entorno que comprendió que ni siquiera estaba en su época y que ella, efectivamente, había fallecido y que a raíz de una curvatura temporal, su alma había ido a parar al cuerpo de Rin Nohara.

Trató de explicárselo a todos, pero solo consiguió que la tacharan, aunque discretamente, de desequilibrada. Kakashi, sintiéndose directamente responsable de su histérico estado, se solidarizó tanto con ella que se tomó la tarea de convertirse en su sombra. Preocupado más por su salud mental que por su recuperación física, la escoltaba a todas partes; lo que había aumentado en gran medida la rivalidad, hasta ese momento unilateral, que existía entre él y Obito. No pasaron muchos días, sin embargo, para que él percibiera que la mujer que tenía frente a sí, solo conservaba de su compañera los visos obvios de la apariencia. Cada día más consternado, el joven jounin comprobaba que la dulzura infantil de Rin había sido reemplazada por una fiereza indómita que, debía admitir en el fondo, le parecía más interesante que lo que había conocido de ella hasta el momento.

A sus ojos, Rin siempre había sido una chica reservada, cuyos modales solían rayar en una patológica y, por lo menos para él, irritante timidez. Pero esta nueva versión de su personalidad, era explosiva y, en algunos aspectos, hasta temeraria; además, lo trataba con un grado de arisca familiaridad que, a pesar de los años de conocerse, Rin jamás había manifestado en su presencia. Podía decirse entonces que, pese a lo absurdo de la situación, Kakashi estaba satisfecho con el cambio operado en ella y se sentía más a gusto con esta Rin de lo que jamás había llegado a sentirse con la anterior.

Era ilógico, se repetía él, que las marcadas diferencias en su nueva actitud lo cautivaran del mismo modo en el que una polilla se ve atraída por la luz. Pero a las pruebas se remetía: allí estaba él en su primer día libre en semanas, sentado a su lado, devanándose los sesos mientras la ayudaba a establecer extrañas teorías sobre viajes en el tiempo y reencarnaciones. Pero para su sorpresa, lo hacía con total beneplácito, porque además de ser una buena forma de poder estar con ella sin tener que rendirse más explicaciones que las necesarias, podía conocer a profundidad lo que pasaba por su cabeza. También estaba, por supuesto, el hecho de que esa cercanía le permitía intentar, casi siempre sin mucho éxito, esclarecer las razones por las que se sentía así con ella.

―Antes del ataque… ―retomó él, mirándola con velada persistencia y manejando, en la medida de lo posible, la incomodidad que le causaba tocar el tema del intento de suicidio de Rin―; te comportabas de un modo completamente distinto. Tú eras, en realidad, otra persona.

Sakura lo oteó de soslayo, indispuesta a renunciar a la protección que le brindaba el pergamino que sostenía en sus manos al ocultar el rubor de sus mejillas del insistente escrutinio de Kakashi. Sabía que él la observaba de una forma que jamás había advertido dirigida a ella mientras fuera su alumna y, sin duda, tras inspeccionar los recuerdos de su anfitriona -a los que pasmosamente tenía absoluto acceso- tampoco a Rin él le había dedicado alguna vez ese tipo de miradas.

Fue esa habilidad casi psíquica lo que, seguramente, desencadenó la falta de credulidad en su argumento del viaje astral. Era inadmisible para todo el que conocía a Rin, que se tratara de alguien distinto cuando comprobaron que ella recordaba, sin ningún esfuerzo aparente, cada suceso, por intranscendental que este fuera, de su vida antes de aquel conato de suicidio.

―¿Te molesta? ―Quiso saber Sakura―. ¿Me refiero a que ya no actúe como antes?

―No ―admitió él―. Me agradas más ahora.

Y Sakura reconoció en sus facciones la sonrisa fácil, pero menos experimentada, de su antiguo profesor al tiempo que se sorprendía del efecto que ese simple gesto tenía sobre ella. Era cierto que siempre había pensado en él como un hombre enigmáticamente apuesto; sin embargo, ya fuera por la diferencia de edad o por la superioridad de su rango, nunca se había permitido recrearse en fantasías tan absurdas en las que la palabra lujuria cobraba un alto grado de literalidad. Lo peor, se reprendía Sakura cuando su lado racional se hacía de sus dominios mentales, era que Kakashi no era el único que protagonizaba esas fantasías. Obito, por alguna razón, también estaba presente. Siempre estaba presente.

Un tanto cohibida por la osadía de sus flexibles escrúpulos, ella se sacudió el rubor con un brusco movimiento de cabeza y, aclarándose la garganta, declaró:

―Es bueno oír eso.

―¿Pero eres Rin? ―Kakashi le preguntó, seriamente.

―Creí que había quedado establecido que lo era y que aquel trastorno de personalidad no era más que un daño colateral de mi irreflexiva decisión de interponerme entre tu técnica y el receptor original.

―Debería ser así. Es solo que a veces no estoy muy seguro.

Había una nota cortante en su voz; medio frustración, medio algo más y Sakura se preguntó, no por vez primera, que tan conveniente era insistir en hacerlo partícipe de su verdad. A Kakashi, su profesor, ella habría sabido cómo abordarlo hasta conducirlo hacia la verdad, pero el jovenzuelo con el que interactuaba ahora, se le hacía sumamente difícil entablar una conversación honesta. De cualquier modo, decidió arriesgarse y le preguntó:

―¿De que no estás seguro?

―De que seas realmente tú, Rin ―respondió él después de una premeditada y un tanto exhaustiva pausa.

Ella se quedó en silencio mientras barajaba sus posibles respuestas. Antes de que alcanzara componer una contestación coherente, Kakashi dijo:

―No me molestaría que fueras otra persona. En realidad, a veces creo que lo eres. No sé cómo explicártelo. Simplemente, soy capaz de notar la diferencia. Y me gusta que así sea. Me gusta quién eres ahora. Solo siento curiosidad por saber que fue de Rin.

Sakura nunca había sentido –ni siquiera tras la certeza de que Sasuke la asesinaría en el campo de batalla- que su corazón bombeara la sangre con tanta celeridad por su sistema circulatorio como lo hacía ahora. Sabía que sus mejillas ardían, porque podía notar el calor subirle por el cuello y arremolinarse en sus mofletes. El cuerpo, laxo, pareció estremecerse cuando se percató de que Kakashi extinguía la escasa distancia entre ellos y su respiración se quedó atrapada entre los pulmones y su esternón cuando él utilizó una de sus manos para esconderle detrás de la oreja un mechón rebelde de cabello castaño. Sus ojos negros parecían más oscuros que de costumbre y Sakura rescató de entre sus trastornadas reacciones un añorante anhelo que, se convenció, solo podía pertenecer a Rin Nohara.

―Rin sigue aquí adentro ―le confesó ella, creyéndose completamente sincera―. Ella no se ha ido. Creo que no tiene intención de hacerlo.

―Tal vez solo seas distinta ―reflexionó―. Y, sin embargo, a veces tengo la sensación de que me conoces de más tiempo.

Hacía ya un tiempo que ella había aprendido a llamarlo por su nombre a secas, sin ningún tipo de honoríficos que remarcara la distancia que antes, por lo menos en su caso particular, los había separado. Ya no había barreras y el conocimiento de dos vidas a su lado, le permitía a Sakura escoger las palabras correctas para tentarlo.

―Kakashi. ―carraspeó ella en un intento porque su voz recuperara la estabilidad. ―. Te conozco de toda la vida.

Él se encogió de hombros, alejándose. Acongojando a ambos por la restauración de la distancia.

―No lo estás entendiendo, Rin. Es como si tú supieras de mí cosas que aún ni yo mismo sé, pero que son ciertas. Como si pudieras predecir mis acciones. Es como si…

―¿Como si viniera del futuro? ―completó ella, ansiosa por darle respuestas; por obtener su confianza ciega.

―Exacto. Y eso me hace pensar en lo que dijiste, pero…

Sakura le sonrió, emocionada, aunque su alegría se esfumó con la misma alacridad con la que había aparecido en su semblante cuando lo escuchó añadir:

―Sé que eso es imposible.

Mohína, ella trató de sobreponerse al golpe mientras se movía hacía él al tiempo que un silencioso enfado parpadeaba en la profundidad de sus ojos castaños.

―¿Estás seguro?

La inquisición de la muchacha no fue lo que más perturbó a Kakashi. Fue ese arrebato suyo de tomarle el rostro en las manos para que la mirara, lo que terminó de conmocionarlo; fue el calor de su huella dactilar, quemándole la piel de la mejilla por sobre la tela de su máscara, lo que lo hizo plenamente consciente de su anhelo por sentirla. Él no sabía a ciencia cierta lo que sentía, porque ahora lidiaba con emociones lejanas a las que nunca se había visto obligado a hacer frente, pero sabía que era fuerte, arrollador e inconsciente. Podía dar fe de la aceleración de su pulso cuando tenía a Rin tan cerca de él como ahora; de la ansiedad que lo atacaba cuando la sabía lejos; de lo agudo de sus sentidos cuando de discernir los pensamientos de ella se trataba y de la fiereza de sus celos cuando era Obito y no él, el receptor de sus atenciones.

―No lo sé ―soltó en tono resentido―. Hace mucho que no estoy seguro de nada.

Y esta vez sí se alejó de forma irreparable.

Continuará...


¡Tachán!

Ok, no, seré más seria.

Querida Sakamoto Kirumi, este ha sido la primera (de tres) partes de tu regalo y aunque sé que la cosa parece un tanto loca y estridente, yo espero de todo corazón que te haya gustado. Y si no lo ha hecho, recuerda que todavía me faltan dos capítulos para compensarte y lograr que te guste o, en su defecto, esta historia no te parezca tan putamente descabellada. Quiero que sepas que, obviando las dudas que me asaltaron al principio -las cuales te hice saber con la bella Deih- crear esta historia no me resultó difícil. Y la razón es porque es una locura de principio a fin... Solo me gustaría saber que fue de tu agrado y decirte que estás en todo tu derecho de acribillarme a insultos o preguntas, que estaré gustosa de esclarecer en los próximos capítulos... A manera de aclaratoria, me gustaría informarte que el siguiente episodio se centrará en la relación ObiSaku y que el último abordará -entre otros temas de relevancia- el KakaSakuObi para dar cumplimiento a tu pedido. Nos estaremos leyendo, preciosa.

¡Feliz navidad para ti y tu hermana!