Disclaimer: Yuri! on Ice no no me pertenece.


Apartó la mirada de él.

JJ estaba en el pasillo junto a su estúpida novia. La tomaba de la cintura y acercaba su rostro al de ella con una sonrisa engreída.

Era tonto. ¿Qué estaba haciendo ahí? Espiándolos.

Espiándolos como si le importara una mierda lo que él hiciera. Como si le importara algo de su vida.

No lo hacía. JJ no era importante en su mundo. Yuri Plisetsky no necesitaba a ningún imbécil en su vida, ya tenía suficiente con el cerdo y el anciano.

Además, ahora él tenía un amigo. Un verdadero amigo, alguien con quien podía hablar de temas que le parecían interesantes sin aburrirse, la primera persona con la que había conocido el placer de mandarse mensajes sobre las cosas más estúpidas y emocionarse al recibir una respuesta. Alguien que no lo trataba como si fuera un niño, que lo veía como un igual. Alguien que lo entendía.

Él ahora tenía a Otabek.

Ese extraño y callado chico, que a primera vista no parecía tener ninguna clase de interés en ninguna persona, lo había ayudado y lo había enfrentado pidiéndole que fuesen amigos, como si no le importara la agria actitud del rubio.

Yuri Plisetsky no necesitaba a JJ.

Lo miró una última vez, sorprendiéndose al notar la mirada oscura del canadiense sobre él.

Por un segundo, sintió sus mejillas sonrojarse, no por verse descubierto espiándole, sino por las extrañas sensaciones que ese idiota le hacía sentir. Sus manos se apretaron en puños y sintió el veneno alojándose en su garganta, listo para soltarlo en palabras hirientes.

Pero no lo hizo. Las palabras no salieron y no tuvo ni tiempo de tomar un respiro. El sonido que su celular emitió se lo impidió, esa tonadita que el rubio había elegido especialmente para su amigo, esa suave melodía que lo envolvió y lo hizo despegar la mirada del canadiense.

Esa misma que lo hizo voltear y comenzar a caminar lejos de ahí. Lejos de JJ y su mierda.

La tomó como si fuera una brisa suave a su alrededor.

Sacó el celular de su bolsillo y leyó el mensaje. Una nueva sonrisa en su rostro se hizo presente, una que le impidió volver a voltear. Una que lo impulsó a seguir.

Una que solo podía ser provocada por alguien tan increíble y especial como Otabek. Su único y verdadero amigo.