Capítulo 8:

Pequeño lirio

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Sentir aquella helada lluvia golpear su cuerpo fue desagradable, pero a la vez le otorgaba cierta satisfacción y una sensación de fresco, sobretodo teniendo en cuenta el caluroso clima que los había recibido en la mañana.

Era ya pasado medio día, probablemente las tres de la tarde o las cuatro, pero ella sentía un cansancio digno de un desvelo. ¿Fastidio, hastío, molestia? Quizás todas las anteriores.

—Sarada... —no quería responder, sabía que él estaba ahí—... Sarada... Maldición, Uchiha.

Fue girada por completo mediante un agarre de muñeca. Shikadai era fuerte, eso no se lo esperaba, no cuando ella poseía la fuerza de un toro y más cuando estaba furiosa.

—Déjame en paz, Shikadai —gruñó, soltándose del agarre con un movimiento brusco.

—¿Qué te sucede? —resopló el Nara, frunciendo su ceño con un leve arrugar de labios—. ¿Fue por dejarte sola en el baño? Sabes que era necesari...

—¡No seas idiota! O mejor dicho, no juegues a serlo. Eres inteligente —masculló—, actúa como tal y vete.

Trató de alejarse, pero él no se lo permitiría, no tan fácilmente. Tomó un jutsu de posesión de sombras para tenerla paralizada, de espaldas a él y con su rostro contraído en una mueca de impotencia.

Agotada.

Estaba agotada y harta.

—Vamos a hablar, Sarada, y no aquí, ¿De acuerdo?

Tras unos cortos segundos pudo moverse en su totalidad. No se alejó, simplemente miró sus pies húmedos y embarrados, como si esto fuera un enigma por resolver.

Se veía tan patética allí, pensó el Nara, de pie con una pose malcriada y protestante. Pero de alguna forma se notaba cansada en aspectos que no comprendía.

—Vamos.

Shikadai avanzó hacia ella, tomándola como si se tratara de una muñeca y posicionándola sobre su espalda con la mayor delicadeza que podía, la cual no era mucha a decir verdad, para luego empezar a caminar. Y ella no protestó; no tenía ganas de hacerlo.

—Te odio... vago de mierda.

El susodicho torció una sonrisa, apretando las piernas de la kunoichi para otorgarle estabilidad, y luego se dispuso a correr rápidamente hasta su hogar.

Le tomó unos pocos minutos llegar a su apartamento. Estaban empapados de pies a cabeza, con las narices rojas y llenas de moco y las pestañas unidas en una capa de gotas.

La había dejado sentada en el sofá mientras la miraba bien. Algo le decía que terminaría resfriada, si tan solo hubiese sido inteligente y no hubiese salido cuando estaba lloviendo de esa forma. Un paraguas no le vendría mal.

Aunque él tampoco debió dejarla irse así como así.

—Haré chocolate caliente —musitó tras haber cerrado la puerta con seguro.

—No... no quiero chocolate —y volvía aquella chiquilla orgullosa y revienta hue... Fastidiosa. ¿Cómo la soportaba? Ni él lo sabía—. Quiero hablar, y ya.

—Eso estamos haciendo —enarcó una ceja.

Sintió ganas de coger un cigarrillo y relajarse con aquella satisfactoria sensación. Pero de alguna forma, se le antojaba más terminar lo que no había ni empezado en el baño de la cabaña de los Akimichi.

—Estoy cansada, Shikadai. ¿Crees que es justo andar al culo de Himawari, luego besarnos y liarnos, para después volver a estar detrás de ella? —reclamó la de lentes, tratando de levantarse del sofá, pero fue detenida por él mismo con las manos a sus costados.

—¿Justo?... ¿En qué mundo andas, Sarada? Supiste desde un inicio que estoy enamorado de Hima, y no te debo fidelidad —espetó con una mueca, como si pronunciar la palabra fuese una ridiculez—. No somos nada, ese era el acuerdo.

Tras unos segundos de falta de palabras, fue empujado por el pecho, terminando contra la mesa de té mientras la pelinegra se sentaba mejor.

—Entonces no quiero seguir ese acuerdo —masculló con una frialdad característica de ella, arrugando la nariz. Le hubiese parecido adorable, en una situación distinta.

Analizó lo que la chica acababa de decir con una mueca. Se pasó una mano por el cabello, tratando de procesar sus palabras acordemente.

—No... —masculló, parpadeando vaias veces. Quiso acercarse, pero el contacto físico en ese tipo de momentos no era lo suyo, ni lo de Sarada. En eso eran como dos gotas de agua—... Todo iba bien, ¿Por qué dejarlo hasta aquí?

—¿Todo iba bien...? ¿Por quién me tomas, Shikadai? —musitó impávida, mirándolo con los ojos entrecerrados—. ¿Crees que es digno de mí andar detrás de ti para cuando se te antoje usarme? Es culpa mía, ¿No? Ese era el acuerdo y yo lo acepté.

Desistió de intentar defenderse, porque no había forma. Aunque ella aceptó, y eso era suficiente como para callar sus quejas, pero prefirió no hacerlo. Como si caminara sobre un piso frágil y quebradizo, se sentó a su lado, temiendo por una mala respuesta.

Pero no llegó. Fue fácil sentarse junto a ella, y también posad su mano sobre su húmeda mejilla. Aún así su piel se sentía tan fresca y suave sobre su ruda mano.

—Sabes que no te veo de esa forma. Eres mi... amiga, supongo —trató de explicarse, a pesar de todo lo que le costaba—, no un objeto. Quizás en un inicio era mi idea principal, y esperaba que tú me vieras de esa misma forma, pero realmente te aprecio.

La Uchiha solo yacía cabizbaja, con sus manos temblando sobre su regazo. Al menos sabía que ella lo estaba escuchando.

—Entiendo si quieres terminar esto, y no quiero rogarte pero... No me dejes —suspiró, lamentándose ser tan patético. Pero era mejor serlo que seguir perdiendo cosas por no abrir la boca.

Ella subió su seria mirada, aquella oscura vista tras lentes rojos. Eran un hermoso par de ojos escondidos tras un accesorio innecesario, que no dudó en retirar delicadamente para después besarla plácidamente.

Movió sus labios al compás de los suyos, disfrutando del suave roce de su mano contra su mejilla. Con su mano libre la atrajo hacia sí, maldiciendo por no haberse quedado en ese baño sin preocuparse por Boruto.

—... No. Quiero irme.

Mordió su labio inferior al separarse. Se veía tan ruda allí en sus brazos, y eso le gustaba, porque sabía que por muy débil que se viera en ocasiones era capaz de abrirlo en dos como una cañería industrial si se atrevía a lastimarla.

Pero acababa de hacerlo, o eso le había dejado entrever, y ella seguía allí. Quizás no era tan problemática como creía.

Se inclinó sobre su costado, mirando un jarrón en la mesita de al lado. Había varios lirios allí, bien acomodados y regados. Le gustaban las flores, le hacían sentirse en casa. Desde niño había amado el bosque de su clan.

Tomó una de ellas, apretándola entre sus dedos. Se veía fresca y bien cuidada, y no dudó en dársela a la mujer que tenía en frente.

Sarada enarcó una ceja, mirando la flor con curiosidad mientras la tomaba lentamente.

—Una... flor... —sonrió progresivamente, relajando sus facciones para luego reír—. ¿En serio, Nara? Qué anticuado eres.

—Ugh... Trato de ser caballeroso, Sarada... Deja de reírte, eres cruel... —sonrió, reprimiendo una corta risa de su parte—. Qué problemático.

Tras unos pocos segundo se guardó su risa, mirando el lirio entre sus dedos con una intacta sonrisa, que luego se ensanchó y fue dirigida hacia él.

—Qué florecita terminaste siendo, llorón... —suspiró la Uchiha, jalándolo del cuello de su camisa hacia ella y remedando—: "No me dejes..."

—Deja de burlarte... problemático —refutó, siendo después besado por la kunoichi.

¿A qué sabían sus labios? Pensó la Uchiha. Definitivamente, a nicotina, menta y un sabor adictivo que era incapacidad de determinar. De alguna u otra forma, era imposible separarse.

Se afincó contra ella, haciéndola pegar su espalda contra el sofá. Solo quería estar así, sobre ella, disfrutando de sus besos y de la suavidad de su pálido piel.

Dejó el lirio sobre la mesa, introduciendo sus finas manos bajo la camiseta gris del joven ANBU. Su pecho estaba bien definido, y pasar la yema de sus dedos por aquellas líneas de músculo era más que excitante.

Admiraba su palidez, sus rasgos elegantes, su figura tan curvea que lo hacía perder el control de su entrepierna como jamás le había pasado.

¿Cómo terminó fijándose en una mujer tan problemática como esa? Seria, silenciosa, agraz, abrasiva, burlona, cruel... Podía dar adjetivos todo el día, pero al final era imposible describir correctamente a Sarada Uchiha.

Y sí, eso le gustaba.

—Ahora no, llorón —terminó sonriendo de aquella forma tan prepotente, separándose de sus labios.

Solo pudo gruñir al serle negada aquella maravilla, de disfrutar el sabor de sus lápiz labial rojo escarlata, que hacía resaltar su pequeña pero carnosa boca. Era lo único que necesitaba Sarada para resaltar su rostro, no necesitaba accesorios estruendosamente femeninos.

Abrió más sus ojos al verla sacar de sus medias ninja una caja muy familiar para él y un encendedor de plata. Ante él estaba una pequeña caja de cigarros, de distinta marca que los suyos pero cigarros a fin de cuentas.

—No me digas que te hice una adicta.

—Puede ser, pero a otras cosas —musitó ella despreocupadamente, sacando un par para tenderle uno. El otro se quedó entre sus dientes, siendo encendido en un rápido movimiento.

Era excitante verla con ese aspecto de rebelde sin causa, dando caladas con una expresión de indiferencia mientras él seguía sobre ella deseando más que un beso.

Se sentó, reposando el peso en sus rodillas mientras le arrebataba el encendedor para prender su cigarro.

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Pasaron horas en esa posición, ambos acostados y apretados en el sofá, fumando y escuchando música en la radio, una extraña melodía indie que la hacía sentirse hipnotizada, como si se hubiese drogado por segunda vez en su vida con hongos.

¿Qué le gustaba de Shikadai? Durante toda su vida tuvo que aprender a ser perfecta, educada y de buen comportamiento. Era la heredera Uchiha, la única, debía rescatar el nombre de su clan y poder alcanzar las expectativas de ser hija de dos sennins.

La idea de ser libre y poderse divertir nunca estuvo en sus planes. Era imposible; de alguna forma, Shikadai le brindaba esas ganas de vivir, de ser genuina y despreocuparse de todo.

Era una sensación espléndida que jamás había probado, y le encantaba. Sentirse deseada, sentir que podía hacer lo que le viniera en gana, darle una patada a las responsabilidades y por fin disfrutar de no ser solo una kunoichi poderosa, sino una adolescente que podía pasarla bien.

Quizás debía despreocuparse más.

—¿Vas a irte hoy también? —preguntó el de ojos verdes, pasando su labio inferior por la piel de su cuello—. Si te vas planeo ir a casa de mis padres a cenar y disculparme, no debí irme así de la barbacoa.

—¿Desde cuándo eres un buen hijo responsable de sus actos?

—Desde que mi madre es Sabaku no Temari, la más cruel kunoichi —torció una sonrisa. No necesitaba decir que amaba y admiraba a su madre, eso pudo notarlo en su mirada al nombrarla.

—Conocí a tu madre. Es una mujer algo... —ladeó la cabeza, acariciando los cabellos que se escapaban de su perfecta coleta— Intimidante.

Una carcajada escapó de los labios de Shikadai. Se sentía placentero su aliento rozar su cuello de esa forma. Aún olía a cenizas.

—¿Sarada Uchiha, intimidada? Hubiese pagado por verlo... Uhm... —repartió un par de besos en su clavícula, para luego mirarla—. No te juzgo, mamá es capaz de asustar a cualquiera.

—Idiota —masculló, algo pensativa—. De hecho... Detrás de todo eso, se ve que es una buena persona, igual que tu papá. ¿No eres adoptado?

Shikadai volvió a reír, esta vez entredientes. Se veía mucho mejor cuando no tenía esa mueca de pereza en su cara, como siempre.

—Creo que la pregunta es algo tonta, Sarada. Mamá no es hiel todo el tiempo... Sí, tiene su carácter, pero siempre fue una madre muy dulce —sonrió, algo perdido en sus memorias—. Recuerdo que no dejó de llamarme "príncipe" hasta que se lo pedí, y aún así siguió haciéndolo frente a mis amigos.

—¿Príncipe? —se mofó, no pudiendo evitar sonreír con algo de burla—. Creo que tengo que agradecerle a tu madre, ya sé cómo decirte de ahora en adelante.

Bufó, delineando con su mano la cintura enmarcada por el vestido de la chica. Pasó luego su mano por su pierna, jugando con el filo de sus medias ninja.

—Mujer problemática...

—No te quejes, príncipe —volvió a burlarse ante el visible fastidio del Nara—. Y respondiendo a tu primera pregunta, no. Tengo que irme, pero solo porque quiero que seas responsable y visites a tus padres.

Entrecerró los ojos, con una mueca de molestia al verla levantarse, pero sin detenerla. Debía ducharse, bien para quitarse la calentura que aquella mujer molesta le había dejado, y el aroma a cigarrillo que si llegaba a las fosas nasales de su madre le haría ganarse un capón y un jalón de orejas.

—Ugh, problemático. Supongo que es mejor que lo haga —resopló con un quejido, levantándose también—. ¿Vas a dejar la flor que te regalé?

Una media sonrisa algo torcida se formó en sus labios, todos manchados de labial producto de sus besos. También debía limpiarse al ducharse, por si se lo había pegado.

La miró tomar la flor, para luego dirigirse aún empapada hacia la puerta.

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N/A: Ay, amé escribir este capítulo, más que todo porque es puro fluff y drama, y también porque me gustó profundizar cómo se siente Sarada al respecto de su educación y familia.

No sé, Sarada me da la apariencia de intentar ser perfecta y madura. Como si se presionara a serlo. Y como he visto que nadie le da ese enfoque, yo sí quise hacerlo.

Encima me inspiró a crear otro fanfic ShikaSara con la temática de dos adolescentes hormonales de fachada perfecta divirtiéndose juntos a escondidas. Probablemente lo escriba hoy o mañana y lo lleve a la par que Nicotina y Tradiciones.

Creo que me estoy obsesionando con la pareja.

Y pues en el próximo capítulo se viene el Shikatema que no hubo en este, y pronto aparecerán mis bebés Shinki, Yodo y Araya, porque los amo mucho y nadie los incluye asdf.

Nos leemos en el siguiente capítulo.~