Ruido, un molesto ruido. Aquel lugar lleno de gente despreocupada que en vez de entrenar se dedicaba a murmurar y hablar mal de otros.

-Malditos ricos- susurraba entre dientes, mientras cerraba la puerta que daba a la pista de patinaje.

Yuri Katsuki, 16 años, japonés, estudiante en una de las mejores escuela de patinaje con una beca.

-Vicchan que estás en el cielo, me pregunto cómo está gente no toma la responsabilidad de sus actos- siempre se preguntaba qué hacía gente como ellos en el colegio. Nunca los veía hacer algo productivo, pero luego recordaba que todos ellos tenían un futuro escrito, después de todo, eran hijos de patinadores famosos o entrenadores famosos, de cualquier manera, tenían linaje de patinadores.

Entre su dilema mental, se percató de que el ruido ya no existía. Soltó una pequeña sonrisa al haber encontrado un lugar donde podría entrenar sin interrupciones. Viendo aquella puerta, tomó la perilla para hacerla girar.

-Bienvenido al Club Skate Ice-

"Querido Vicchan que estás en el cielo, me acabo de meter en la boca del lobo"

Al abrir la puerta estaba seguro que era golpeado por unas luces demasiado encandilante, y unas rosas imaginarias. Aquellas sonrisas perfectas y bastante molestas.

-Un... ¿hombre?- se cuestionó un muchacho de cabello castaño con un oso entre sus brazos, se veía bastante sorprendido.

-Interesante, aunque no sería la primera vez que vienen hombres acá- aseguraba el albino, con una mirada interrogante.

-¡Hmn! Cerdo- dijo un muchacho de cabellos rubios y con una cara de pocos amigos.

Yuri ya no podía más, necesitaba irse rápidamente de ahí. Pero con intentos fallidos para encontrar la perilla que lo sacaría de aquel extraño lugar de príncipes del patinaje.

-Oh, no te vayas tan rápido- y en tres zancadas el chico de cabello plata y ojos celestes brillantes estaba a céntimos de su cara. Caliente, así sentía sus mejillas, demasiado calientes con un color rojo resaltando con su piel. Su corazón tampoco hacía el intento de controlarse.

-Estás... muy cerca- señaló en un susurro apenas audible.

Pero el muchacho se había detenido para observar de manera más detallada las facciones del chico. De cara un poco redonda, labios resecos y un poco de acné. De seguro comía mucha comida grasosa, pero dentro de sus defectos, había visto algo hermoso. Sus ojos, aquellos orbes castaños que denotaban nerviosismo. Una vez había escuchado que los ojos eran la puerta del alma, pues nunca lo habría creído, hasta que lo vio a él. Levantó su mano para acariciar su mejilla

-Tienes unos bellos ojos, cerdito- le susurro, causando estragos en el cuerpo del menor. Dio un respingo y se alejó lo más rápido posible.

-¡Cuidado!- le gritaron todos, pero era muy tarde y el sonido de aquel elemento rompiéndose en fragmentos peligrosos inundó la habitación para luego dejarla en un ambiente silencioso. Todos veían lo que había sido de aquel jarrón.

-Tendrás que pagarlo- aseguro un muchacho de cabello negro y cejas gruesas, con su semblante frío.

-Pero Yuri Katsuki es el becado- dijo un chico de cabellos rubios con un mechón rojo.

Todos asistieron y luego le miraron con pena. Yuri aún tenía su mirada fija en lo que eran los restos del jarrón, haciendo algunos cálculos. Pero no, al parecer era más fácil suicidarse, era el tercer piso y la ventana estaba a su izquierda, quizás si se movía un poco más al lado quedaría más cerca.

-Pues necesitamos un sirviente- dijo un chico de cabellos rizados, rubios y ojos color verde olivo.

Sus palabras detuvieron los intentos de suicido del japonés para verlo sorprendido. Él no quería pasar todas sus tardes trabajando de sirviente, perdería horas de práctica.

-No tienes opción cerdito, además de que si te suicidas, le cobraremos a tus padres- dijo el chico rubio.

-Maldición- mascullo, los miro una vez más, preguntándose que había hecho mal en su vida.

Yuri Katsuki, 16 años, japonés, estudiante becado de la mejor escuela de patinaje y ahora sirviente del Club Skate Ice.

-Un placer de tenerte con nosotros, cerdito- finalizó el chico de cabellos plata.