Iba a hacer un pozo en el medio del corredor de aspecto estéril de aquella veterinaria. La madre y hermana de Yuuri lo observaban un poco preocupadas, y él era incapaz de mantener la compostura. No recordaba que hubiese estado tan ansioso antes, ni siquiera en la víspera de la final de algún Campeonato Mundial.

Hacía más de 15 minutos que estaban esperando que el veterinario terminara de atender otra urgencia; Víctor sabía bien dónde se hallaba Makkachin, pero dentro de la impaciencia y la ansiedad que lo embargaban, aún conservaba el juicio de realidad y los buenos modales. No podía simplemente irrumpir, como si fuese su propia casa, e ir a ver a su mascota en medio de un lugar que no le pertenecía. Por primera vez en mucho tiempo deseó ser el famoso patinador ruso que tenía las puertas abiertas allí donde fuera, y no el simple dueño de un perro que se había atorado con un plástico…pegó otra vuelta más, y para aumentar su locura, volvió a mirar el celular.

Las 13:00. Yurio le había llamado hacía unas horas, justo cuando él había dejado el celular a un lado. Había elegido justo ese momento…¿Le habría pasado algo a Yuuri, acaso? Lo había llamado tres veces y en ninguna de las ocasiones había dejado un mensaje de voz, ni le había enviado un mensaje de texto. Por supuesto, cuando él quiso devolver la llamada se había encontrado con el buzón de voz, y luego simplemente sonaba y sonaba, y nadie atendía.

El pánico lo embargó por un momento; luego, con el paso de los minutos, se dijo a sí mismo que no podía llegar a tener tanta mala suerte de que justo cuando él debía ausentarse a Yuuri tendría que sucederle algo malo. Y si así hubiese sido, por muy nimio que fuese, le había prácticamente suplicado a Yakov que lo llamase, que se comunicase con él de inmediato, por cualquier medio. Y no lo había hecho, por lo que debía de suponer que estaba todo bien…quizás Yurio sólo quería volver a reprocharle el no haber cumplido su promesa, o…por un fugaz instante se le cruzó por la cabeza que quizás había sido Yuuri…pero…él tenía su propio teléfono…que no atendía desde hacía más de 5 horas. Faltaban aún algunas horas para que comenzase el estilo libre…

- Víctor.- su nombre lo devolvió a la realidad.

Levantó la mirada, aturdido. La madre y hermana de Yuuri se habían levantado de sus asientos y estaban frente al veterinario, quien tenía su chaqueta con manchas de sangre; se estaba sacando unos guantes de látex, también manchados de rojo carmesí, mientras hablaba con ambas. Se le cerró la garganta y un nudo en el estómago se le formó al mismo tiempo que su corazón parecía contraerse y hacerse minúsculo en su pecho, doloroso. Con dos o tres grandes zancadas estuvo al lado de los tres.

Sólo iba a poder retener la poca información que le confirmara el horror. Sólo eso y colapsaría. Pasó sus largos dedos por su cabello, revolviéndolo un poco. Se aclaró la garganta, intentando despejar su mente de Yuuri, Yurio y la competencia.

- ¿Está usted bien, señor Nikiforov?- el veterinario lo miró extrañado. ¿Su rostro era tan deplorable?

- No muy bien, a decir verdad. Dígame, por favor. Sólo dígalo.

- Está bien.- inspiró aire bruscamente

¿Es que acaso no tenía compasión, ni un poco de delicadeza? ¿Iba a decírselo así, sin más? Más que nunca, y sin poder evitarlo traerlo una vez más a su mente en forma irremediable, le hubiese gustado contar con Yuuri a su lado. Su mano en la suya, su hombro pegado al suyo, algún susurro de aliento. Lo que fuese, sólo su presencia, saberlo allí con él. De repente, se sintió muy vulnerable.

- …que ya puede llevarlo. Se nota que lo extraña.- le sonrió.

- ¿…Perdón, cómo dijo? Lo siento, estoy un poco distraído.

- Que ya puede llevarlo a su casa, señor Nikiforov. Makkachin está ya con mucha vitalidad, nadie diría que pasó por una cirugía hace unas horas. Nada de sólidos por estas 48 horas, sólo líquido. Y mañana quiero hacerle un chequeo.

Tardó unos segundos más en comprender lo que aquel hombre, su nuevo Dios, acababa de decirle. Contra todo pronóstico, Makkachin estaba vivo, se había salvado. Y le estaba esperando.

- Con permiso.

Bueno, le había pedido permiso, eso debía de contar. Oyó que alguien le decía algo, no sabía si la madre de Yuuri o su hermana; atravesó el corredor que lo separaba de la puerta que sabía lo llevaría a Makkachin a grandes zancadas, prácticamente corriendo. Se estampó contra la misma, abriéndola y siguiendo su camino hacia otro corredor. Giró en otro pasillo, y descubrió las jaulas.

Se dio de bruces contra el piso, gateando hasta donde estaba su fiel compañero, que le meneaba la cola débilmente.

Y no pudo evitar que se le nublara la vista a causa de las lágrimas.

Abrió la pequeña puerta de rejas que lo separaba del caniche, teniendo cuidado de no estropear nada; parecía tener un suero aún en una de sus patas y el vientre vendado, pero más allá de eso, parecía el mismo de siempre, sólo que un poco adormilado. Al ver a su dueño intentó incorporarse, hecho que Víctor evitó a toda costa poniéndose prácticamente sobre él, medio metido dentro de la amplia jaula. Le susurró en un ruso lento y apacible, tranquilizándolo. Cuando el perro lamió su rostro, no pudo evitar que un pequeño sollozo se le escapara.

Hundió la cara en su pelaje, cuidando de no hacerle daño. Y lloró. Lloró por el estrés que había pasado en el avión, el que había pasado cuando había llegado y el perro ya estaba operado y no sabían su verdadero pronóstico. Lloró por la ansiedad que le provocaba no estar en el lugar donde también le necesitaban, por los nervios y la incertidumbre de no saber por qué Yuuri no le contestaba el teléfono, y por la falta de sueño que seguía mermando sus capacidades mentales.

Y de desahogó, largo y tendido. Cuando pasaron los minutos y se dio cuenta que la tormenta había pasado, se dispuso a salir de su refugio. Makkachin lo observaba un poco asustado de su reacción. Lo acarició de arriba abajo mientras limpiaba las lágrimas de su rostro, ya con una sonrisa instalada.

Ahora sí, debía…no, tenía que lograr comunicarse con Yuuri. Sabía que, fuera donde estuviese, el menor estaría preocupado por él. Por el perro. Necesitaba explotar de alegría con la única persona que ahora lo comprendía, lo acompañaba. Pero sobre todo estaba siendo egoísta, porque necesitaba oírlo. Necesitaba saber de su alivio, necesitaba sus palabras de tranquilidad, de que ya todo estaba bien, de que él estaba bien por más de que le mintiese, de que podría con la competencia.

Porque estaba sólo en Rusia, pero acompañado desde la distancia. Víctor siempre estaría con él, por muchos kilómetros que se interpusieran entre ellos.

Y necesitaba que Yuuri lo supiera. Ya.

Cuando pudo salir de la jaula un poco más repuesto, se encontró con la madre de Yuuri a sus espaldas, esperándolo. Desvió la mirada, un poco avergonzado por su comportamiento infantil. La mujer se limitó a acariciarle la cabeza, aún en el suelo.

- Llevémoslo a casa.- otra vez aquel sentimiento de pertenencia se instaló en su pecho. "A casa". Tenía un lugar allí que podían considerar, Makkachin y él, su hogar.

- Claro.

Les costó un poco cargarlo hasta el auto. El padre de Yuuri los aguardaba pacientemente, y meterlo dentro del asiento trasero requirió el esfuerzo de los tres. Por supuesto, él fue detrás con Makkachin, junto con la hermana del menor.

- Ah, Víctor.- el aludido elevó la cabeza al oír su nombre. El padre de Yuuri lo observaba por el espejo retrovisor con la mirada tranquila y despejada.- Yuko quería hablar contigo. Creo que sucedió algo con Yurio. Está en el hotel.

- Ah…Gracias.

No supo qué más decir.

¿Es que acaso salía de una desgracia y se metía en la otra?

Ahora podía llegar a vislumbrar por qué nadie en toda la extensión de Rusia contestaba sus llamados.