Era de noche, aproximadamente cuarto para las nueve de la noche y se encontraba cubriéndose del viento frío que había. Después de un largo día intentando terminar una melodía, y fallando estrepitosamente en el acto, quería regresar a su hogar para poder descansar.

Había pasado años, muchos lo consideraron un gran prodigio de esos que aparecen cada siglo. Su facilidad con las palabras y la música era muy alta. Cuando tenía quince ya manejaba siete instrumentos a la perfección, sabía componer, escribía y podía dirigir orquestas sinfónicas para toda clase de eventos. Actuaba para otras tantas obras... Eso sin contar que poco después siguió con el dominio de varios lenguajes. Cinco a parte de su idioma natal.

¿Eso le había quitado mucho tiempo? En ocasiones era algo agotador, pero después de un tiempo y una buena educación se sentía bien. Aun a su edad, veintisiete años, seguía aprendiendo de otras personas cosas importantes. Esa era la magia de lo que hacía, podía siempre seguir enriqueciéndose.

Pero ahí estaba su problema, a pesar de eso, después de más de diez años complaciendo a la gente con obras hermosas y palabras delicadamente dichas, no sabía que estaba haciendo. Ya no escuchaba música en el aire como alguna vez podía hacerlo, a través del viento y el ruido de la cuidad. Podía escucharla cuando caía la lluvia, en las pisadas de las personas en los charcos de las calles. Pero eso ya no estaba más. Ni siquiera le apetecía fingir que no estaba frustrado por la situación.

Se distancio, era mejor estar lejos de cualquier lugar. No se sentía bien quedarse sin inspiración. La buscó hasta debajo de las rocas. Intentó probar si con una bella vista podía encontrarlo, inútil. Tal vez en algún rostro bonito, un fracaso. Se obligó a escribir cualquier cosa, nada.

Debía admitir que tal vez su tiempo como un "prodigio" se había acabado y su inspiración se terminó de secar. Un muchacho que estudiaba en el conservatorio en el cual él ayudaba le dijo que tal vez era solo una etapa. Le recordaba un poco a él cuando era joven, con energía y lleno de talento. Ese niño sin duda era talentoso.

Una vez más suspiró, era mejor dirigirse a su hogar.

Volteó la esquina para pasar delante de un parque. Las luces estaban encendidas en un color entre el amarillo y anaranjado alumbraban las calles. Varios bancos estaban acomodados, uno a lado del otro para dar vista a los edificios. Entonces, se percató de una silueta que estaba parada en medio de la gran zona despejada.

Era un muchacho, vistiendo bastante ligero para una noche tan fría como esa. Su camiseta negra estaba ceñida a su cuerpo, y los pantalones estaban de la misma forma. Solo podía verlo de espaldas, pero parecía prepararse. Entonces, en un ligero movimiento de cabeza lo vio mover sus cabellos hacía atrás. Se veían suaves por la forma en la cual pasaban por las manos enguantadas, aunque también podía deberse al viento.

Sin embargo, él no se inmutó pese a llevar únicamente una camiseta, parecía seriamente concentrado. Pensó que tal vez estaba perdido. Se acercó despacio, en caso de que fuera alguien peligroso.

Lo vio bien, con los audífonos colocados y sus ojos cerrados. Lo observó con detalle, parecía sereno.

Sus pies se movieron lentamente, uno delante de otro en delicados pasos. Los movió como si caminara sobre el agua o una suave manta. Sus brazos de movían alrededor de sí mismo, pasando por sus piernas, subiendo por su pecho hasta trazar suavemente su cuello. Era sumamente delicado, pero extrañamente sensual.

Su rostro y sus facciones, concentradas y relajadas mientras se dejaba envolver por una danza que le pareció encantadora. Podía entender cada movimiento, porque cada parte de su cuerpo se movía con armonía, casi y podía imaginar la música que debía estar bailando para crear tan hermosa vista que le regalaba.

Cada parte de su cuerpo tenía su propio sonido, aun cuando lo máximo que lograba escuchar era el sonido de sus zapatos pegando contra el pavimento y un poco de la fricción de la ropa cuando se movía.

Era mágico, casi como si fuera arte viviendo. Era encantador, hasta el último de sus movimientos. Con el cielo oscuro y la luna encima de él, generando un espectáculo maravilloso que lo mantenía en su lugar.

"Él bailaba a la luz de un millón de estrellas, y parecía más radiante que todas ellas..."

Dio una vuelta más, sus brazos envolvieron parte de su pecho y volteó con una camino, sujetando sus oscuros cabellos, miraba hacía un lado con los ojos entreabiertos, perdidos en un mundo que él no podía apreciar, pero que hubiera deseado hacerlo.

Se fijó en sus ojos, eran castaños oscuro. Adornados con unas largas pestañas negras y una mirada que no podía describir.

Así, como si hubiera sentido su presencia traspasar a través de su piel, la mirada de ambos se conectó. Unos segundos en silencio, las facciones cambiaron a un gesto de terror y vergüenza, volteando de inmediato para marcharse del lugar.

— ¡Espera! —Gritó intentando llamar la atención del muchacho. La cara del mismo estaba teñida de un tono rojizo, y apenas mirándolo de reojo, prefirió salir corriendo del lugar.

Quiso ir detrás de él pero le era difícil con esa vestimenta que no era adecuada para el momento. Detestó ir precisamente ese día en unos zapatos incómodos, porque cuando cruzó la siguiente calle intentando encontrar a su misterioso bailarín, él había desaparecido.