Disclaimer: Los personajes, lugares y línea de tiempo de 'Harry Potter' son propiedad de J.K Rowling y Warner Bros.

Nota: Esta historia tiene una continuidad pero es algo así como fragmentaria, como dice el summary, son anécdotas o momentos que se centran en la relación entre Regulus Black y Dorcas Meadowes. Mi intención es mostrar la vida de Regulus más de cerca, pero como soy un fiasco con las historias largas no quise empezar y arruinar por completo la gran empresa de hacer un fic sobre él abarcando sus dieciocho años de vida (aunque me encantaría, es mi personaje favorito) En compensación, lo que quiero hacer con este experimento es mostrarlo más a través de una relación personal con otro personaje. No habrán historias paralelas ni otros puntos de vista más que el de los dos mencionados y algunos otros que intervengan en los capítulos, dependiendo de las situaciones.

La historia desde otro punto de vista se encuentra en uno de mis longfics (80's life) pero no es necesario darse la lata de leerlo para leer este.

-Fin del comunicado.


I

Castigo

"Con semejante infierno en tu corazón y en tu cabeza,

¿Cómo puedes vivir? ¿Cómo puedes amar?"

Fiódor Dostoyevski

— ¿Y alguien como tú se supone que castigará a alguien como yo? Me gustaría verlo —dijo Regulus con presteza.

Dorcas podría llegar a arder de la rabia en ese momento. El pequeño Black tenía tan solo un año menos que ella, sin embargo eso no le impedía pensarse superior, estaba en su voz, en sus gestos, en todo lo que hacía. Él creía que su sangre y su estatus le daba licencia para todo, incluso para desobedecer las órdenes del colegio. A ella le repugnaba lo obvios que podían ser algunos Slytherin, gente como él que ya tiene una marca invisible en la frente que dice: mortífago, en sus destinos. Era triste, patético y espantoso.

— Como no te he encontrado haciendo nada ilícito no es propio castigarte, Black —le informó—. No son horas para caminar, vuelve a tu sala común —añadió luego, desdeñosamente.

Regulus torció el gesto, la malvada sonrisa desapareció de su rostro blanco y liso como un papel. Frunció la nariz como si hubiese olido el peor de los aromas, observando de pies a cabeza a esa joven de cabello rubio hasta los hombros y grandes ojos azul cielo.

— ¿Crees que por tener esa tonta placa puedes hacer lo que quieras? ¿Sabes quién soy?

— Acabo de llamarte por el apellido. Sí, te conozco —no, en realidad no. Era primera vez que se fijaba en él y todo había sido su entera culpa, lo admitía. Si no hubiera estado caminando a la una de la madrugada por los pasillos más alejados de su sala común, pensando en cualquier cosa menos en patrullar, no se hubieran encontrado y ella seguiría obviando su existencia. Pero la vida era así, era su primer año como prefecta y las rondas nocturnas se habían vuelto una rutina que disfrutaba en su mayoría por la falta de novedades y soledad.

Sabía que se trataba de Regulus Black porque lucía como su hermano y su hermano sí que era conocido en su entorno. Si mal no recordaba, lo había mandado a volar un par de veces, por aprovechado y falto de respeto, pero ese era otro cuento. De cerca, ahora que lo podía notar, se podría decir que el parecido entre los hermanos Black se tornaba mínimo. Regulus tenía los ojos más oscuros, un gris opaco e inquietante, sin luz, sin gracia. Su nariz era un poco más fina que la de Sirius, respingada y elegante; su boca era una línea rosa e inmutable, ella sinceramente no creía que pudiera ser posible un escenario en donde él sonriera de un modo que no fuera grotesco o maligno con esa boca. Finalmente, su cabello era más liso, pero igual de negro y largo que el de su hermano mayor, se notaba que lo cuidaba más, incluso, su peinado hacia atrás, impecable, lo delataba.

Le entretuvo pensar que si supiera que todo lo que sabía de él era una tonta reminiscencia de su hermano, el merodeador, de seguro la hechizaría de la rabia.

— Y esta tonta placa me otorga el poder de hacer que te vayas por donde viniste —lo amenazó directamente. Estaba harta, quería dormir y no dejaría que el segundo Black se volviera un dolor de cabeza como el primero.

Allá iba nuevamente la comparación.

— No sabes ni mierda de poder, no me hables así —farfulló el pelinegro entre dientes.

— Sé lo suficiente —repuso ella, sin dejarse intimidar. Era un chico de catorce años, ¿Qué mal podría hacer un niño así de iluso con sueños de gigante? Sí él deseaba ser el próximo perro de Voldemort, ella deseaba ser Merlín—. Vete o contaré esta conversación como acto inapropiado y te castigaré —repitió la amenaza con más fuerza.

— Es lo que estoy esperando, que tú hagas algo en contra de tus principios por mi culpa —fue lo único que él respondió ante la provocación. Dio una media vuelta y volvió a caminar por donde iba originalmente, alejándose de ella, pasando a llevar por completo su posición de prefecta.

Luego de un milisegundo de aturdimiento y completa impresión ante la osadía del joven Black, Dorcas avanzó a grandes zancadas tras él y lo agarró de un brazo. Regulus se soltó de ella como si le fuera a transmitir alguna clase de peste.

— No me toques —chilló.

— ¿Piensas que estoy jugando? ¡Soy una prefecta! Vete a la mierda, ¡Vete la mierda! —le gritó Dorcas, frustrada. Era primera vez que perdía el control así por algo relacionado a sus labores como prefecta. Cuando le llegó la insignia a casa pensó que era la oportunidad de oro para tener beneficios y ser un ejemplo para los más pequeños. Se imaginó guiando a los recién llegados a la casa de Hufflepuff por todo el castillo, mirando sus caritas de ilusión. Se imaginó todo menos esto: una situación que no sabía cómo resolver.

¿Tendría que hechizarlo para terminar con el asunto? ¿Acaso le tenían permitido hacer eso? Debería consultarlo al día siguiente con su jefe de casa, de seguro, pero para eso primero tenía que acabar con todos los eventos de esa noche y sola. Lo que decidiera hacer con Regulus Black era su responsabilidad y parecía como una maldita prueba del destino.

— Me das risa —confesó el adolescente a secas. Dorcas sintió ganas de llorar. El tono de voz del menor de los Black era frío, impasible, le daba un aire invencible pese a ser tan delgado y frágil. En ese momento comprendió que el verdadero peligro nunca fue Sirius, sino que el imperceptible Regulus, siempre escondido tras otras serpientes, siempre en la oscuridad.

— ¿Por qué? —demandó la rubia con los dientes apretados.

— Ya deberías saberlo —respondió Regulus caprichosamente. Sin embargo, tras unos pocos segundos, volvió a hablar sin esperar que ella lo adivinara—. No tomaré órdenes de una Hufflepuff. Esa casa me da vergüenza, es la casa de los que sobran… ¿Tienes siquiera limpia la sangre?

Dorcas sacó su varita de uno de los bolsillos de su túnica y la presionó con fuerza en el cuello del Slytherin. Un poco más y la madera de haya con la que estaba fabricada se incrustaba en la piel de porcelana del joven Black, quien no hizo nada para remediarlo, era como si realmente quisiera que eso sucediera y de su cuello brotara sangre a borbotones por una herida tan vulgar como muggle.

— No tengo por qué explicarle a una persona como tú la limpieza de mi sangre, no eres la inquisición, no eres nada más que un patético niño de catorce años siempre bajo la sombra de su brillante hermano mayor, envidioso, débil… —no era el momento para ponerse a pensar por qué le llamaba brillante a Sirius, pues no lo creía, pero quería irritarlo y dañarlo tanto como él lo hizo. Quería odiarlo, pero no podía, solo balbuceaba palabras horrorosas, todas las que se le ocurrían.

Había tanta bondad en ella, observó Regulus de cerca. Ni aunque tuviera su varita presionándole el cuello como en ese momento se sentiría amenazado por la rubia. Ella no pensaba en matarlo ni odiarlo, no necesitaba oclumancia para averiguarlo. Había algo extremadamente noble en la chica de la casa amarilla e insignificante. Era como si no perteneciera allí.

— Acabas de notar lo mismo que yo —habló con voz estrangulada, toda la que podía sacar con un objeto intentando traspasarle la tráquea—. Alguien como tú no le haría esto a alguien como yo —prosiguió, volviendo al inicio, él le había dicho algo parecido y la muchacha no lo había considerado hasta ese momento.

— Eso es lo que dicen las ratas —gruñó Dorcas—. Las ratas que solo quieren salvar su jodido pellejo y huir cuando se sienten amenazadas. No tienes sentido, Black, eres tú el que me hace reír.

Regulus abrió la boca para contestar, pero fue interrumpido por unos pasos que se detenían en seco al ver el cuadro que protagonizaban. Asustados, se separaron de inmediato, temiendo que fuera algún profesor y, en ese caso, los dos estuvieran en problemas reales. Fue una gran sorpresa para él ver que en vez de lo que pensaba era tan solo uno de los amigos de su hermano, de esos que se hacían llamar merodeadores. En definitiva, un idiota. Resistió la urgencia de rodar los ojos, su aparición fue como planeada. Dorcas, por otro lado, estuvo aliviada de no ver a una autoridad mayor.

— ¿Hay algún problema, Dorcas? —preguntó Lupin, prefecto de Gryffindor.

Dorcas. Regulus meditó en torno a esas dos sílabas, ya que hasta ese momento le había estado hablando solo a la tonta rubia de ojos azules, una cara muy perfecta para una joven tan descontrolada. Desde ese momento fue solo Dorcas y lo molesto que era que todo el mundo tuviera derecho de llamarla así menos él.

Si tan solo no fuera de la estúpida casa de los ridículos tejones.

— No. Black se iba a su sala común —dijo ella con cansancio, mirando a los ojos al joven Slytherin, quien le devolvió la mirada sin pensar en apartarla. Ya había cumplido con humillarla hasta más allá de los límites y dudaba que se volvieran a encontrar, así que decidió que debía dejar ir ese momento y también el otro, el que lo tenía caminando a altas horas de la noche por ahí.

— Sí, Lupin, me iba a mi sala común —repitió él, retornando al tono de voz altanero y la mirada venenosa, cargada con un odio irracional hacia todos los amigos de su hermano, como ese idiota que no había permitido que la Hufflepuff lo dañara, apretara más de la cuenta, manchara su varita con su sangre siempre pura.

Debería odiarla. Lo había llamado de las peores formas y le había recordado la verdad en cada una de sus palabras, la verdad que todos callan pero está ahí, el secreto a voces: que Regulus Black es invisible y la historia siempre la contarán para y por Sirius sin importar todo lo que hacía desde que era un crío por ser el hijo perfecto, el estandarte de las creencias de su familia, el orgullo de Orión y Walburga.

Sí, debería haberla odiado, despreciado y cosas mucho peores. Cosas que aún no se dignaban a aparecer en su interior, confundido y provocado a la vez, una curiosidad que había sido apagada de golpe por Lupin.

— Diez puntos menos para Slytherin —dijo Dorcas cuando lo volvió a ver voltearse para salir de esa escena sin sentido, y esta vez sí caminaba por la dirección correcta hacia las mazmorras que servían de sala común para los de su casa.

Regulus se detuvo y apretó los puños, pero no dijo nada, solo reanudó el paso con normalidad. Dorcas y Remus se quedaron en silencio hasta que lo vieron doblar por un pasillo y lo perdieron de vista. Justo luego de eso, comenzaron a caminar juntos, dando por terminada la ronda de esa noche siendo ya las dos de la madrugada.

— ¿Qué es lo que en realidad pasó allí, Dorcas? —preguntó el más sensato de los merodeadores, según ella. Lo observó largamente antes de contestar, ella no era idiota y hace mucho que había descubierto que uno de los artefactos de esos cuatro para hacer de las suyas era un mapa cuya función era mostrar la ubicación de todo el mundo en Hogwarts y que ellos mismos habían creado y perfeccionado con los años.

— ¿Realmente nos encontraste por alguna casualidad de la vida, Remus? —respondió con una pregunta. El ojimiel se hizo el desentendido.

— No sé a lo que te refieres.

— Sé del mapa…

Se detuvieron cuando sus caminos, por obligación, se debían separar. Ella tenía que irse por la derecha y él hacia la izquierda, así que su conversación tendría que concluir pronto. Estaba cansada, derrotada y, demás está decir, humillada.

— Ok. Sirius está preocupado por su hermano y usualmente lo ve en el mapa. Esta noche tú y él estuvieron concentrados en el mismo punto durante mucho rato y… no fue por fisgonear, no lo pienses así, es solo que no queríamos que te sucediera algo —confesó.

— Remus, tiene catorce años —dijo la chica, desencajada.

— Pudo haberte herido —razonó Lupin.

— No —respondió Dorcas de inmediato, no tenía siquiera una sola duda sobre aquello. Regulus Black no la iba a dañar y, si no hubiera llegado Remus, tampoco lo hubiera hecho. Ella y él así como también los merodeadores eran tan solo unos niños jugando a pensar como adultos, a tener ideales de adultos, pero no a actuar como unos.

Regulus no le iba a hacer daño, no era tan idiota.

— Sirius debería confiar un poco más en él, es su hermano —murmuró luego.

— Sirius ya ha tenido suficiente de su hermano —explicó el muchacho, como si de algún modo quisiera justificar la paranoia del hermano mayor sobre el menor. Dorcas no quería saber más, mientras menos supiera mejor, no era su carga ni su pelea, no le correspondía.

— Regulus Black no me iba a herir —le aseguró—. Te agradecería que no usaran más ese mapa para intervenir en la vida de los demás, y no te lo digo para armar lío entre nosotros, lo digo de verdad —añadió luego con amargura, sintiendo que de un modo él y Sirius habían ultrajado un momento que solo le pertenecía a ella y a ese cruel muchacho con el que intercambió palabras como violentas estocadas en todo el cuerpo.

— Dorcas…

— Buenas noches, Remus —se volteó y volvió a su sala común, esperando que su compañero de rondas no le notificara a sus profesores lo tarde que acabó la suya esa noche.