El Aguas termales sobre hielo había terminado. Al fin. También la entrega de premios y las entrevistas, y los espectadores habían empezado a regresar a sus casas, como el oleaje que se calma tras la tempestad. Aunque, lo que quedaba de esa tormenta era que ahora todo el mundo del patinaje sabía la noticia: Yuri Katsuki había ganado a Yuri Plizetski en una competición y, a partir de entonces, Victor Nikiforv abandonaba su carrera como patinador y se convertía oficialmente en su entrenador.

Solo en el vestuario, sentado en uno de los bancos con la cabeza hundida en las rodillas, Yuri Katsuki temblaba como si se acercara el fin del mundo. Aunque, de algún modo, así era, porque nada de lo que él conocía volvería a ser igual.

«Lo he hecho, lo he hecho» se repetía una y otra vez, intentando convencerse a sí mismo.

Pero su mente no era capaz de asimilarlo. La tempestad que fuera amainaba seguía viva en su cabeza.

¿Cómo diablos había conseguido vencer a Yurio? Él, que la había fastidiado en el triple axel. Él, que había basado su Eros en un bol de katsudon. En un bol de katsudon, por el amor de Dios.

Yuri no podía sacarse de la cabeza la imagen de su rival deslizándose por el hielo. El Ágape de Yurio había sido soberbio. El modo como el quinceañero se movía por la pista, con la delicadeza de una pluma, con la vulnerabilidad de un niño, saliendo de cada salto con la naturalidad del que lo lleva en la sangre. Pocas veces había visto nada igual.

Era imposible que él mismo hubiese acabado llevándose el premio. A Victor. Todo aquello no podía estar ocurriendo.

Entonces, sintiendo un escalofrío recorriéndole la espalda, Yuri se envaró. No podía dejar marchar a Yurio de aquel modo, sin siquiera un adiós. Habían sido demasiadas cosas y, además, no era justo. Se levantó de golpe y se precipitó sobre la puerta. Tenía que alcanzarlo antes de que llegara al aeropuerto, decirle que lo sentía, que, de hecho, él merecía mucho más que Victor le entrenara, porque era más joven y porque tenía un futuro brillante por delante.

Pero cuando su mano se posó sobre la manilla de la puerta, algo le impidió girarla.

Tragó saliva.

Ahora era la imagen de Victor la que ocupaba su mente; su sonrisa, su tenacidad, la confianza que había depositado en él. Yuri no quería renunciar a todo ello. Le daba igual estar siendo egoísta, estar destrozando el brillante porvenir de una estrella emergente. Le daba igual todo con tal de poder mantener a Victor cerca de él. Era un deseo irracional, casi enfermizo. Un deseo que lo avergonzaba. Pero, aun así, un deseo al que no podía renunciar.

Por eso… por eso…

Interrumpiendo el rumbo de sus pensamientos, la puerta de los vestuarios se abrió de golpe, haciendo que Yuri estuviera a punto de caer hacia atrás. Trastabilló sobre los patines y estiró los brazos para mantener el equilibrio. Cuando lo hubo conseguido descubrió que su familia y amigos entraban en tropel, sorprendiéndolo.

—¡Cariño! —gritó la señora Katsuki, abalanzándose sobre su hijo.

Yuri se encontró rodeado por los regordetes brazos de su madre, enterrado en su pecho.

—Mamá —exclamó, asombrado—, ¿qué haces aquí?

—No podía perderme la actuación de mi hijo, después de tanto tiempo. ¡Y, además, una actuación tan importante!

—¿Y el hotel?

—Tu padre y Mari se encargan. Además, ¡sólo ha sido un ratito!

—Claro. Gracias, mamá. Me alegro mucho de que estés aquí.

La siguiente en acercarse fue Minako, que aprovechó para darle también un intenso abrazo a Yuri cuando su madre lo hubo soltado.

—¡No me puedo creer que con lo poco que has dormido esta noche te haya salido un número tan redondo! ¡Y fíjate, si integraste todos los movimientos que ensayamos a la perfección! ¡Daban ganas de comerte, katsudon! ¡Nadie diría que era la primera vez que interpretabas ese Eros siendo en la mujer que seduce al galán!

—¿La mujer que seduce al galán? —añadió Yuko, que había entrado tras las dos primeras, acompañada por su marido y las niñas—. ¡Ahora lo entiendo! Sabía que había algo distinto en la coreografía de los ensayos. ¡Ese papel te va como anillo al dedo, Yuri! ¡Has estado genial!

—Tú… ¿tú crees, Yuko?

—¡Claro que sí! Me recordó muchísimo al ejercicio que hiciste el día en que llegaste. El que imitaba al de Victor. Tenía la misma intensidad, el mismo sentimiento. ¿Verdad, niñas?

—¡Sí! —gritaron Loop, Lutz y Axel al unísono.

—¿Verdad, Takeshi?

—¡Por supuesto! Y ese bucle picado cuádruple seguido del triple me han dejado boquiabierto.

Yuri se sintió algo azorado por las efusivas muestras de apoyo. Aun así no pudo más que aceptarlas. Había puesto todo lo que había en él para realizar el programa y le aliviaba saber que así se había visto desde fuera.

—Gracias, Nishigori. Y gracias a todas vosotras. Estoy muy feliz de que os haya gustado. Por cierto, ¿dónde… dónde está Victor?

Antes de que nadie pudiera responder, una voz emergió desde la puerta.

—¡Hola! —saludó el ruso, entrando también en el vestuario, agitando la mano mientras sonreía—. ¿Me echabas de menos?

—N-no… Esto…

Yuri apartó la mirada, avergonzado, repentinamente consciente de toda la gente que lo rodeaba. Porque resulta que Victor había dado en el clavo con sus palabras y le avergonzaba que sus sentimientos pudieran quedar expuesto de manera tan ligera. No quería que nadie supiera lo que estaba pensando, que nadie lo supusiera tan dependiente. Que nadie supiera que si ese ejercicio le había salido tan redondo había sido sólo gracias a Victor.

—Pero Yuri, ¿todavía no te has cambiado?

La voz de Victor lo sacó se sus cavilaciones. Yuri reparó entonces en que su compañero y entrenador había recorrido el trecho que los separa y, pegado a él, le analizaba con mirada crítica. Se miró a sí mismo. Bajo la chaqueta que se había echado por encima para evitar el frío cortante del lugar asomaba el traje negro de pedrería y rejilla. El traje que lo tenía enamorado.

—Yo… —murmuró, sin saber qué excusa poner.

Por fortuna, Minako se presentó al rescate:

—Eso debe de ser el hambre, que no lo deja pensar con claridad. A Yuri siempre le entra un hambre atroz después de entrenar o de competir. —Y se volvió hacia la madre de Yuri para decir, en japonés—: ¿Verdad que a Yuri las competiciones siempre le dan hambre, Hiroko?

—¡Por supuesto, por supuesto! Por eso, esta noche, habrá katsudon especial para celebrar su victoria. Y, por supuesto, estáis todos invitados.

Se oyó una expresión de júbilo generalizada, tanto por parte de la familia Nishigori, como por parte de Minako, que añadió, en inglés:

—¡Fantástico, katsudon para todos en casa de los Katsuki!

Pero entonces Victor los interrumpió:

—Perdone que os agüe la fiesta, pero esta noche Yuri no va a estar disponible.

—Vaya, ¿y eso? ¿Es que tiene que volver a entrenar?

—No por el momento. Pero sí hay algo que tenemos que hacer. Aunque lo de la celebración con katsudon especial suena muy bien. ¿Podríamos aplazarla a mañana?

Minako hizo las veces de interprete.

—Claro, Victor —respondió afable, la señora Katsuki—. Cuando tú quieras. ¡Eres nuestro invitado de honor!

—¡Genial! Le tomo la palabra. Y ahora, si nos disculpáis todos, me gustaría tener unas palabras con Yuri a solas. Ha sido un día duro, y entrenador y discípulo tienen que compartir impresiones al respecto. Recordad que esto no ha hecho más que empezar y que nuestro objetivo es el Grand Prix.

Después de las explicaciones pertinentes para los que no comprendían, hubo un "oh" conjunto y, como si de repente todos los que estaban allí dentro de dieran cuenta de que estaban de más, fueron saliendo apresuradamente del vestuario, hasta que la última de ellas cerró la puerta tras de sí.

Sabiéndose al fin solos, Yuri dirigió una mirada rápida a Victor.

De repente se sentía extraño, como si nada de lo que había ocurrido ese día fuera real sino producto de un sueño. Como si el fatídico vídeo no hubiese existido, como si Victor no hubiese aparecido de repente para entrenarlo, como si le competición del Aguas termales sobre hielo no se hubiese realizado y él no hubiese ganado. Como si Victor volviera a ser su ídolo inalcanzable que le sonreía afable mientras se ofrecía para una foto.

—Si vas a reñirme otra vez por el triple Axel… —masculló, con la voz a punto de rompérsele, sobrecogido por sus propios sentimientos.

Pero, para su sorpresa, Victor le tomó las manos y lo miró a los ojos con seriedad. No era la primera vez que Yuri veía aquella expresión en su rostro, pero debía reconocer que era cara de ver. Además, le erizaba el bello de todo el cuerpo de un modo que Yuri no era capaz de explicar con palabras, como si lo arrancara de la realidad y le llevara a un mundo paralelo donde todo era posible.

—¿Cómo estás? —preguntó Victor.

Yuri sintió un escalofrío.

—B-b-bien —balbuceó.

—¿De verdad? —inquirió el otro, soltándolo y llevándose una mano a la barbilla—. Cuesta de creer cuando ni siquiera te has quitado los patines.

Yuri agachó la mirada para observar sus pies. Era cierto. Había estado tan ocupado intentando asimilar todo lo ocurrido y pensando en Yurio que se había olvidado de lo más básico.

—Sólo estaba distraído.

E iba a doblarse hacia delante para aflojar los cordones, cuando sintió como Victor lo empujaba con suavidad por los hombros y lo obligaba a sentarse en el banco. Después, se arrodilló frente a él y empezó a deshacer la lazada.

Sin saber muy bien por qué, el gesto de Victor lo hizo enrojecer y, sobrecogido por la intimidad del momento, Yuri se vio obligado a apartar la mirada. Aunque rápidamente la devolvió de nuevo hacia su compañero cuando éste habló.

—¿Recuerdas lo que me dijiste cuando te pregunté qué querías si ganabas la competición?

Claro que se acordaba. Como para no hacerlo. No había dicho más que tonterías desde que Victor llegara.

El rubor que cubría sus mejillas se extendió y Yuri volvió a apartar la mirada.

—Olvídalo. Fue una tontería.

—¿Una tontería?

Otra vez la mirada al centro. Y esos ojos del color de la nieve fundida que lo miraban de forma penetrante.

Victor le había quitado ya los patines y le masajeaba los magullados pies por encima del calcetín con una delicadeza que lo estremeció. Yuri quería huir pero no tenía adónde.

—Pensaba que esta noche podríamos ir a comer katsudon. Tú y yo —inquirió el ruso.

—¿Katsudon?

—Sí. ¿Es que no quieres?

Yuri tragó saliva.

—C-claro que quiero.

La mirada de Victor se iluminó.

—¡Genial! Entonces vayamos ahora mismo.

—Vale, pero…

—Nada de peros. Cámbiate. Te espero en la entrada.

Yuri asintió. Estaba confuso. Una parte de él gritaba de júbilo ante la perspectiva de salir a cenar con Victor. La otra tenía un miedo atroz a dejar se llevar a que todo aquello no fuera más que el producto de su enferma imaginación y de pronto se despertara en la cama descubriendo que no había sido más que un sueño.

Y entonces, momentos antes de que Victor saliera del vestuario, tendió la mano y agarró con un ligero titubeo la ropa de su chaqueta, como si no quisiera dejarlo escapar ahora que al fin lo había alcanzado o cómo si quisiera asegurarse de que aquello era real, tangible.

—¿Qué ocurre? —preguntó Victor.

Yuri sintió las mejillas arder, como si hubiese sido descubierto en plena trastada.

—Podrías… ¿podrías bajarme la cremallera del traje? Es un poco difícil…

Era la petición más estúpida que podía haber hecho. Pero había sido la primera excusa que le había venido a la cabeza. A fin de cuentas no podía decir "sólo quería asegurarme de que eres de verdad". Por eso, al ver la mirada dubitativa de Victor, Yuri se apresuró a quitarse la chaqueta y a darse la vuelta para dejar al descubierto su espalda. Así al menos no tenía que mirarlo a la cara y sentirse un completo idiota por haber soltado lo primero que le había pasado por la cabeza.

Victor dibujó una sonrisa en sus labios, apenas una ligera curvatura de su comisura. Se quitó los guantes y se acercó a Yuri. Con una parsimonia exagerada fue deslizando la cremallera hacia abajo, acariciando en el mismo movimiento la espalda de su compañero.

Sobrecogido por el gesto, sintiendo como una oleada cálida de placer nacía en los lugares que Victor tocaba y se expandía por todo su cuerpo, Yuri se apartó de un salto y cruzó los brazos sobre el pecho. Se sentía desnudo, algo ridículo teniendo en cuenta que Victor y él se habían visto con muchísima menos ropa de la que ahora llevaban. Pero ese gesto había sido tan intenso…

Se miraron apenas unos instantes, sin decir nada, antes de que Victor levantara la mano a modo de despedida y añadiera:

—Bueno, sí ya está todo, me voy yendo. No tardes, ¿vale?