¡Hola, hola!
Por primera vez en este fandom, me vengo con una historia nueva. Espero que les agrade.
Sinopsis (Universo Alternativo): El Avatar, maestros de los cuatro elementos, ha muerto. El ciclo está roto. La Nación del Fuego, lleva cien años en guerra, siendo consciente de que cada vez son menos los que se resisten a su gloria, pronto el mundo estará bajo el control del Señor del Fuego. Sin embargo, cuando Katara decide salvar de la nieve a aquel soldado de la Nación del Fuego, no puede imaginarse que quizá él sea la única esperanza para el mundo.
Advertencia: Temas adultos. Violencia explicita, lenguaje inapropiado, quizá alguna que otra borrachera y piel expuesta.
Disclairme: Los personajes y el fantastico mundo del Avatar no me pertenece, todo es obra Michael Dante DiMartino, Bryan Konietzko y Nickelodion. A mí solo me pertenece la trama de está historia, así como los OC que aquí aparezcan. sí fuera mía, el Zutara sería canon.
Fuego de Esperanza
LIBRO I
Hielos de Invierno.
Capítulo 1.
Sangre en la Nieve
Ojos dorados.
Intensos, como si se tratase de oro líquido. O los mismos rayos del sol, encerrados en pupilas de cristal.
No tiene recuerdo alguno de haber visto unos ojos así en el pasado, pero su brillo trae recuerdos desde los rincones más profundos de su memoria; el recuerdo de la nieve negra cayendo ante sus ojos y ese último abrazo por parte de su madre antes de que la perdiera para siempre. De repente, el aire a su alrededor ya no es tan frío y sus manos temblorosas se escurren, se retiran lentamente del cuerpo ensangrentado y se esconden entre los pliegues de su parca. El vaho se escapa de sus labios y se mezcla con la repentina sensación de miedo, ira e impotencia que pareciera aflorar desde su interior.
Se aparta del cuerpo como sí quemara y en realidad es que lo hace. El fuego florece entre la nieve, se extiende rápidamente, enciende el aire a su alrededor y la onda expansiva la empuja un par de metros hacia atrás. La nieve amortigua su caída, solo para que al abrir los ojos (no se ha dado cuenta en que momento los ha cerrado), observa el instante exacto en el que el soldado de la Nación de Fuego vuelve a desplomarse ante sus pies, nuevamente inconsciente.
La sangre tiñe la nieve cada vez más.
El miedo la paraliza tan solo unos segundos, el tiempo exacto en que tarda su coraje en florecer, el mismo que la impulsa de nuevo hacia adelante. Se arroja a un lado del cuerpo inerte, sus rodillas chocan contra la nieve, sus manos se deslizan por la desecha armadura y sus ojos buscan de nuevo el brillo dorado, ahora oculto por los parpados caídos. Tan cerca como está, se da cuenta que lo que pensaba se trataba de un peligroso guerrero, no es más que un joven, quizá un poco mayor que ella, herido, olvidado y con una cicatriz que le deforma el rostro. Su apariencia en vez de atemorizarla, alcanza ese punto exacto entre la lastima y la piedad.
Su instinto animal le grita que corra, le exige que deje abandonado el cuerpo entre la nieve y espere que el frío invernal se encargue de él. Pero una voz que proviene de su interior, la incita a ayudarlo. No puede ni sería capaz de abandonar aquel joven a su suerte, le falta crueldad en el alma. Lentamente, sus manos se arman de valor y logran alcanzar el cuerpo, se las arregla para apoyarlo contra el suyo, con fuerza lo levanta y se dispone a encaminarse a su aldea. La respiración del chico se acelera, demasiado intranquila para su gusto. El joven se tambalea entre la vida y la muerte.
Cuando llega a la periferia de su tribu comienza a sentir los distintos pares de ojos que se voltean hacia ella. Las miradas se clavan en su piel, frías, como trozos de hielo. Siente el miedo, la amenaza y un creciente enojo, y no puede culparlos, ya que ella misma no entiende sus acciones. No es hasta que llega a los muros de hielo que la realidad se hace palpable, le golpea en el rostro, lleva a cuesta a su enemigo.
—¡Katara!
Reconoce la voz de Sokka entre los distintos murmullos que se alzan de todas direcciones. Su hermano se abre paso entre la multitud, incrédulo y receloso.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Brama el joven, en un par de meses el único hombre la Tribu de Agua del Sur.
—¡Sokka, ayúdame! —Gime, justo al instante en que sus piernas fallan, sus rodillas chocan dolorosamente contra el hielo, el cuerpo inerte se resbala de sus manos y termina en la nieve, un charco de sangre comienza a formarse rapidamente debajo de él. La muerte se siente tan cerca, que casi es capaz de ver como la vida del soldado se escurre ante sus ojos.
—¡Sokka! ¡Gran-Gran! —Grita, sin apartar la vista de la nieve roja— ¡Necesita ayuda!
Sokka se ha quedado sin palabras. Él, quién nunca se calla, no tiene nada que decir ante la mirada desesperada y casi enloquecida de su hermana. Así que, guiándose más por el instinto que por la razón, se apresura a ayudar a arrastrar el cuerpo agonizante hasta el medio de su aldea, hacia la choza del jefe principal.
Kanna se encuentra en la puerta de su choza, los espera. Sí la escena le causa alguna impresión no lo deja entrever a través de sus facciones ancianas, actitud que motiva a Katara a recorrer los últimos metros que la separan de la mujer. Cuando por fin se encuentran a salvo en el interior de la choza, es consciente de la sangre que ha dejado un rastro tras de sí, así como la que empapa sus manos, su ropa y hasta su rosto. Así que mientras Sokka deposita el cuerpo moribundo sobre una pila de pieles en uno de los cuartos, ella se restriega las manos en su parca, en un vano intento de limpiarse el líquido rojizo con repulsión.
Es entonces, que le dirige una mirada suplicante a su abuela, quién se encuentra examinando al joven de armadura.
—Sokka, pon a hervir agua. Luego, ve a donde Akane y pídele que te regale una botella de alcohol blanco y algas verdes.
La voz de Kanna tiene impreso ese tono que no acepta replica, así que antes de que su nieto pueda pronunciar cualquier palabra (que ya lo iba a hacer, como muy bien notó Katara), este cierra la boca y se dirige a cumplir rápidamente su encomienda. En el momento en el que el chico cruza la puerta, Kanna ya se encuentra cortando con un cuchillo tallado en piedra las amarras de la armadura.
—Katara, trae el hilo y la aguja, así como algunas toallas limpias y un par de pieles.
No tiene que decirlo dos veces, como el viento se desliza por su hogar en busca de todos los insumos que probablemente requieran. Al regresar, se encuentra con el torso desnudo y ensangrentado del joven, una herida se extiende a lo largo de su pecho. Un corte a lo largo, quizá el de una espada que atravesó la coraza de la armadura. La sola imagen remueve algo dentro de ella, pero inmediatamente se encuentra junto a su abuela, observando y ayudando en lo que pueda.
Gran Gran tarda un buen tiempo en limpiar y esterilizar la herida, y un par de horas en cerrarla. Así que cuando por fin termina, la Luna se encuentra en lo alto del cielo y Sokka ha tenido que encender un par de lámparas alrededor de la habitación. Con un suspiro, la mujer mayor se frota las manos en agua helada y se las seca en su traje manchado de sangre.
Al ponerse de pie, le dedica una mirada que Katara no sabe cómo interpretar.
—Ha perdido mucha sangre, quizá no lo logre —dice la anciana, acariciando el rostro de su nieta que aún sigue de rodillas al lado del muchacho—. He hecho todo lo posible.
Ella asiente.
—Has hecho lo correcto, Katara —susurra, desviando sus ojos hacia la piel nívea tan diferente a las de ellas—. A veces lo correcto no es fácil ni es lo que nosotros queramos, pero siempre será lo correcto.
Sin decir nada más, la mujer mayor se encamina fuera de la habitación, seguramente dispuesta a descansar en su propio iglú.
—Él es el enemigo, Katara —dice Sokka con los dientes apretados cuando los pasos de Gran Gran se han perdido en el silencio de la noche—. No, no lo entiendo…
Ella aprieta los puños, frunce el ceño.
—Lo sé, Sokka. Lo sé —responde, siente como sí hubiera traicionado a su pueblo—. Pero no lo podía dejar morir, esa no era yo.
—Lo estaré vigilando —escupió el muchacho con amargura—. Y sí hace algo, cualquier cosa, sí te lastima o lastima a alguien más… No habrá valido en nada lo que hoy has hecho por él.
Sin nada más que agregar, el joven se dirige fuera de la pequeña habitación con los hombros tensos y sujetando con fuerza el bumerán en su mano derecha, dejándola con la única compañía que la respiración acompasada de aquel joven de la Nación del Fuego y los rayos de Luna que se cuelan dentro del interior de la choza.
—No sé quién eres, ni de donde vengas —le susurra al joven herido cuando está segura que ya no hay nadie que la pueda escuchar—. Pero me debes tú vida, así que solo espero que no me obligues a arrepentirme de esto.
La Luna baña el rostro pálido, los parpados cubren los ojos dorados y ella no puede evitar sentir como algo en su interior se agita. Alarga sus dedos y acaricia la cicatriz que deforma un rostro que en otro caso podría ser hermoso.
—Tú vida es mía, joven de la Nación del Fuego.
La sangre ha tintado la nieve.
Continuara...
Nota de la Autora (Original):
Es la primera vez que me atrevo a escribir sobre este fandom y está pareja. Avatar, the last airbender, es una de esas series que marcan mí infancia, y desde entonces he sido fan del Zutara. Aún, tantos años después, siento injusto que estos dos no tuviera una historia de amor; no solo por el gusto que tengo a las parejas imposibles (a lo Romeo y Julieta), sino también por la tradición y la mítica que los envuelve a ellos dos. Por eso me he atrevido a escribir sobre ellos, explotar todo lo que Zuko y Katara pudieron darnos, y claro, hacerlo desde una perspectiva más adulta.
Como se darán cuenta, este es un AU, en donde el Avatar murió 100 años en el pasado, la guerra ha seguido su curso y pronto la Nación del Fuego se declarará vencedora. Zuko y Katara son un par de años mayores que en la serie, en mí historia Zuko tiene 18 años y 5 años en el mar, mientras que Katara está por cumplir los 16 años, aún en el Polo Sur. También sabremos de otros personajes, pero sean pacientes.
Sin más nada que agregar, mis más sinceros saludos.
PD. Un review, para que Zuko vele tú sueño.
Editado: 26/04/19