"Let me sit here, on the threshold of two worlds. Lost in the eloquence of silence."
Jalaluddin Rumi


La media negra de Kuroo descansa en el espaldar de la silla de su escritorio. Ninguno de los dos la ha tocado desde ese día. Kei se lo atribuye a la suciedad de la prenda, y quiere creer que Kuroo también.

Sin embargo, cuando han pasado tres días y la media todavía sigue ahí, Kei empieza a preocuparse. Es una paranoia sin razón, pero que no puede acallar, la sensación de que ha hecho algo mal y, como una vez que había pasado una eternidad, un sentimiento de indiferencia, una melancólica lejanía que solo puede aparecer cuando se extraña algo que le importaba demasiado y lo tiene justo a sus pies, pero no es capaz de alcanzarlo.

Es raro que una media lo haga sentirse así.

Al amanecer del cuarto día, se encuentra con Kuroo sentado en el futon, las sábanas arrugadas y la chaqueta a medio poner.

—¿Kuroo-san? —intenta, pero nota su expresión concentrada en algún punto del horizonte, la larga cola negra que Kei casi había olvidado, se mueve de un lado a otro produciendo un ruido parecido al tic-tac de un reloj. Y Kuroo está en un estado de inmensa concentración, incapaz por primera vez en varios meses de saludar a Kei con esa efusividad que nunca dejaba de sorprenderlo.

Así que Kei decide sentarse en la cama y dejarlo pensar. Trata, mientras tanto, de adivinar qué pasa por su mente; quizá está reviviendo la calidez de su abrazo, o recordando lo repentino del movimiento de Kei, tal vez está pensando en la estúpida media, colgada en el espaldar de la silla, como único testigo del nerviosismo de Kei, todo lo que el mismo Kuroo había dejado de decir…

Mierda, es sólo una media. Quién sabe cuánto tiempo Kuroo la tuvo puesta y ahora Kei está pensando en idioteces. Alguien debería darle un golpe.

—Tsukki —dice de repente Kuroo, Kei voltea a mirar sin demorarse un segundo—. Necesitamos hacer algo, pronto.
—¿Pasó algo?
—Kenma tuvo un sueño.
—No me digas que es profeta o algo así, ¿hay profetas entre los yokai?
—Claro que no —le responde Kuroo, se levanta y estira los brazos antes de sentarse a su lado—. Pero los sueños son una parte importante de nuestras vidas. Siempre traen un mensaje escondido, algo que deberíamos hacer, una respuesta, o una guía.

Kei se encoge de hombros. Los sueños son sueños, es lo que piensa él. Pero claro, Kei es un simple humano, y Kuroo un poderoso ser sobrenatural, no cree que su opinión en el tema onírico tenga mucha validez. Además, si tiene en cuenta que hace unos meses él ni siquiera creía en la existencia de yokai y ahora tenía uno ahí, a su lado… Bueno, es suficiente decir que su incredulidad ha perdido todo valor.

—¿Qué soñó? —pregunta, a pesar de todo.
—Con el exorcista.
—Kuroo-san, ¿ustedes conocen el rostro del exorcista?
—Pues… —Kuroo duda un rato, mordiéndose una uña mientras piensa—. Eso pasó hace un par de años, el tipo era como de tu edad, creo. Nunca logramos verle bien la cara, porque iba vestido con una capa… Lo llamaban algo así como Fukushima…
—No lo recuerdas.
—No creo que lo vaya a recordar muy bien cuando estaba ocupado en salvar lo poco que me quedaba de mi familia y no morir en el intento —. Kuroo cruza los brazos, su tono es cortante y su mirada se vuelve a perder en algún punto en el horizonte.

Kei lo deja pensar, se concentra en los golpecitos de la cola de Kuroo en su colchón, la tensión de su mandíbula y sus ojos dorados, que parecen brillar con el sol mañanero que entra por su ventana.

El tiempo parece convertirse en una eternidad y sin querer, Kei empieza a medir los segundos con cada golpe que siente en el colchón. Han pasado dos, o quizá tres minutos, cuando se da cuenta que ya no lo escucha más. Retrocede para tener una mejor vista y, en donde antes estaba la sombra de Kuroo, ahora alcanza a ver un leve atisbo del sol.

No cabe duda, Kuroo está desapareciendo.

Y solo porque no quiere cometer otra locura como abrazarlo, sacar significados ocultos a sucias medias negras abandonadas, Kei se levanta de golpe, sobresaltando a Kuroo.

—Voy a hablar con Sakata-san —le dice.
—No te conté que soñó Kenma.
—No es necesario. Voy a hablar con Sakata-san. Él sabe. Tiene que saber —. Kei murmura la última frase y aunque Kuroo no da muestras de haberlo escuchado, Kei está convencido que sí, a juzgar por la manera en que lo ve sonreír con afecto cuando sale de la habitación.
—Ten cuidado —le dice en voz alta. Kei solo espera que nadie en el primer piso de su casa haya escuchado.

. . . .

El templo de Sakata-san es, como todos los templos de los que Kei tiene memoria, enorme. Sin embargo, tan pronto traspasa la puerta principal, se siente aprisionado, como si estuviese encerrado en un enorme laberinto.

Le cuesta trabajo acostumbrarse, mucho más que la primera vez y cuando ve a Sakata-san en los escalones del templo, barriendo las hojas y el polvo con parsimonia, trata de acelerar el paso.

—Sakata-san —saluda con dificultad. Todos sus movimientos le parecen más pesados, incluso cree que va a quedarse en la posición de una reverencia para siempre. Sakata-san, sin embargo, parece relajado.
—Kei-kun —saluda y sonríe—. Te debes sentir un poco pesado, deben ser las barreras. Tuvimos que colocar unas nuevas ayer, son un poco más fuertes que las anteriores.
—¿Porqué?
—Dicen que hay un yokai salvaje haciendo de las suyas por ahí. No quiero ningún muerto en mi templo, así que tuve que hacerlo —. Deja la escoba a un lado y le hace un ademán para que lo siga, Kei obedece sin mucho ánimo.

A medida que se adentran en el templo, la sensación de pesadez se hace más llevadera. Se pregunta si habrá influido en ella el hecho de haber pasado tanto tiempo cerca de Kuroo y el mismo Kenma, y al no encontrar otra razón lógica para el asunto, decide que así es.

Sakata-san, por su parte, avanza a paso largo por los pasillos. Parece deslizarse por la madera que cruje bajo los pies de Kei. A lo largo de los pasillos, a su izquierda, se extiende un enorme jardín con un árbol de grueso tronco en un extremo y a su derecha, una serie de cuartos con las puertas abiertas el dejan ver los elementos que usa a diario el dueño del templo para llevar a cabo su labor: elegante vestuario de diferentes colores, recipientes de varios materiales, tamaños y formas, plantas y mucho papel y pinceles.

Kei trata de imaginarse a Sakata-san vestido con alguna de las delicadas prendas que acaba de ver, sin embargo, la imagen mental no concuerda con el hombre que camina delante de él: a pesar de su energía al caminar, parece desgarbado y su cabello alborotado sumado a sus prendas casuales, no lo hacen pensar en un guardián de un templo. Con todo, decide deshacerse del pensamiento, pues ha aprendido que las primeras impresiones pueden ser completamente distintas de la realidad.

Cuando llegan al final del pasillo, antes de voltear a la derecha, Kei distingue una puerta más, esta vez, cerrada y se detiene unos segundos, hasta sentir los ojos de Sakata-san sobre él.

—Kei-kun —le dice, en voz baja, anormalmente baja, señalándole una sala. Kei entra y se acomoda frente a una mesa de madera. Sakata-san intercambia unas palabras con una joven y ésta se retira inmediatamente.
—Bueno —le dice—. Agradezco tu visita, pero sé que no es gratis, dime, ¿necesitas algo?
—Yo…
—Te has estado juntando con yokai —. Una afirmación, Kei suspira—. No está mal, pero debes saber que será temporal, no puedes apegarte, ni meterte en sus asuntos… Lo cual ya hiciste.

Kei omite su respuesta, consciente que Sakata-san puede leerlo a la perfección. Es, quizá, una de las pocas cosas que no le gusta de estar en el templo, el hecho de que Sakata-san parece conocerlo de toda la vida y Kei no tiene con qué defenderse.

—Creo que ya te lo dije una vez, eso de que ver yokai era un milagro. Pero como todas las cosas en el universo, es efímero. Tú no eres un exorcista, no tienes energía espiritual; no la suficiente para verlos todo el tiempo, como nosotros.
—Lo sé —contesta Kei, tomando un deliberadamente lento sorbo de té que la joven de hace un rato acaba de dejar frente a él—. Pero no tenía mucho que protestar cuando el tipo simplemente se instaló en mi casa.
—Bueno, es de Nekoma —contesta Sakata-san, y suelta una risotada—. Así son ellos. De todas maneras, eso no quiere decir que no debas tener cuidado en lo que te metes.
—Lo sé —repite Kei, casi exasperado.

De verdad lo sabe, el peligro de enfrentarse a algo que desconoce, energías cuya magnitud es tan enorme, que lo hacen sentirse pesado, enfermo y cansado. Con todo, Kei nunca ha estado tan seguro de algo. Después de su deseo por algo que cambiara su rutina, Kuroo apareció sin más y se acomodó allí a fuerza de sonrisas, toques de manos y miradas decididas.

Si alguien le preguntara, diría que su vida volvería a ser la misma rutina de siempre si Kuroo desapareciera. Escuela, vóley, casa, tarea y dormir, todos los días. Y no es que le disguste, pero tampoco le agrada. Un cambio es bueno, y ha visto un cambio en estos días, y si para continuar el cambio tiene que adentrarse en un mundo que aún le es desconocido, lo más probable es que lo haga una y un millón de veces.

Se ha metido en un lío, lo sabe, pero lo ha hecho completamente consciente de las consecuencias y no le gusta dejar las cosas a medias, así que quiere estar ahí hasta el final.

—Lo sabes —dice Sakata-san, y suelta un largo suspiro—. Bien, supongo que está bien si estás consciente de ello.
—Sakata-san —empieza Kei, recordando de pronto un comentario que le había llamado la atención —. Acaba de decir "así son ellos", hablando de Nekoma. ¿Los conoce de antes?
—Un poco —admite el aludido—. Conocí a Naoi y a Kai, cuando era pequeño, ellos dos eran los más viejos miembros del clan, aunque no daban la apariencia de serlo. En contraste, Kuroo y Kenma son del grupo de los más jóvenes. El más joven de todos, es un tipo que llaman Inuoka.
—He escuchado de él.
—Está con el exorcista, él y Yaku. Y Tora.
—Ellos dijeron que Tora-san no estaba con ellos y Kenma-san dijo que estaba escondido.
—Bueno, ese es el rumor —. Sakata-san hace una pausa para estirar los brazos—. Estaba diciendo, Naoi estuvo en este templo durante un buen tiempo y Kai venía a visitar de vez en cuando. Un día, escucharon a alguien hablar de un clan en Tokio y se fueron. Lo último que supe de ellos fue… Bueno, ya sabrás.

Kei asiente. La pregunta que ha querido hacer no quiere salir y sin embargo, sabe que es completamente necesaria. Trata de cubrir su indecisión con un largo sorbo de té y finalmente, decide traer el tema.

—Sakata-san, hay algo que quiero saber.
—¿Qué es, Kei-kun? —A pesar de la pregunta, Kei está seguro que Sakata-san sabe lo que le va a preguntar y al fin, logra sacar la pregunta.
—¿Qué sabe usted del exorcista?
—Algunas cosas. Voy a decirte lo que sé, pero no me interrumpas.

. . . .

Sakata-san habla durante más tiempo del que Kei cree posible, y él trata de grabar toda la información en su mente.

El exorcista es un joven de Miyagi, hiperactivo y ruidoso, que solía ser jugador de vóleibol en una escuela cercana. Sakata-san dice no saber cuál.

La enemistad del exorcista con el clan de Nekoma, data de muchas generaciones atrás, cuando Nekomata tenía apenas la apariencia de un adolescente, trabajaba solo y tras una equivocación, causó la furia de una familia.

El resentimiento es tan fuerte que, a pesar de los años y generaciones que han pasado, cada miembro de la familia siente una violenta aversión por todo lo que tenga que ver con Nekomata, y cuando el exorcista se enteró que el ya anciano hombre había formado un pequeño clan de yokai, se decidió a destruirlos. Ni siquiera la muerte de Nekomata había impedido su sed de venganza y los remanentes del clan habían decidido separarse por su propio bien.

Antes de su separación, sin embargo, una emboscada había acabado con la vida de otros de sus miembros. Esta parte, Kei la conocía de boca de Kuroo; pues había sido este incidente el que lo había separado de Kenma y eventualmente, lo llevó a Miyagi.

—Entonces —dice Kei, suspirando profundamente—, ¿el exorcista llegó acá siguiéndolos?
—No. Él vive acá —contesta Sakata-san—. Para alguien como él, llegar a Tokio es muy fácil. Debe tener espíritus familiares que lo transporten rápidamente.
—Ya veo.

Está cerca, es lo único en lo que puede pensar. Muy cerca de conocer la verdadera identidad de la persona que ha estado buscando por meses. No se le ocurre pensar cómo podría Kuroo reaccionar frente a la información, así que antes de preguntar duda un poco.

—¿Cómo es el exorcista? —pregunta. Su mano se cierra con fuerza alrededor de su taza de té. Sakata-san, por su parte, suspira profundamente y por primera vez en toda la tarde, no mira a Kei cuando responde.
—No puedo darte tantos detalles. Su familia es una de las más poderosas de la prefectura —. Kei entrecierra los ojos, no le gusta nada esto, pero lo insta a que continúe hablando—. Te puedo decir que es de Miyagi, es joven, quizá un poco mayor que tú y… practica o practicaba algún deporte, no sé exactamente cuál.
—Un deporte —murmura Kei —¿Hay algo más?
—No. Nada más —contesta Sakata-san. A Kei le da la impresión que hay algo más, pero decide no insistir más, juzgando por las miradas que lanza el hombre cada tanto a su alrededor.
—No es alguien que reconozcas con facilidad. Lo que quiero decir es, que es un estudiante, como tú y, hasta hace un año, un deportista, como tú. Aunque su actitud es completamente diferente a la tuya —agrega después de unos segundos—. Quizá lo puedas reconocer, si prestas atención.

Kei alza una ceja, incrédulo. No es un fanático de los mensajes crípticos y con poco sentido, sin embargo, la expresión de Sakata-san da a entender que no está dispuesto a decir más.

Así que decide terminar el resto de su té en silencio, preguntándose cada tanto si no se estaría metiendo en un problema demasiado grande para él mismo. A decir verdad, un lugar donde está recibiendo sorpresas cada tanto no es su terreno favorito y, sin embargo, tampoco quiere volver a la rutina de antes.

Quizá, en alguna parte muy profunda de sí mismo, extraña el club de vóley. A Yamaguchi, la constante presencia y muestra de apoyo que no se ha rendido con él a pesar de su temperamento, a Hinata y Kageyama, con sus constantes peleas que se han vuelto más costumbre que algo en serio; Tanaka y Nishinoya y su sobreprotección a Yachi, Ennoshita que no tiene necesidad de subir el tono de su voz para hacerles sentir un terror capaz de paralizarlos. Incluso extraña a los nuevos miembros de primer año, tímidos y abrumados con la enormidad de lo que se extendía ante ellos el primer día que llegaron.

Los extraña, tal vez, pero jamás lo diría en voz alta. Y a pesar de eso, ha decidido seguir el consejo de su entrenador, y darle prioridad a un asunto del cual no podría hablar, pues estaba seguro que nadie le creería.

No puede hacer más, piensa. Ha tomado la determinación de ayudarle a Kuroo, sin razón alguna, tal vez sólo quiera que se vaya de su casa lo más pronto posible, tal vez esté cansado de los pelos de gato que encuentra en su ropa cada rato o del gato negro que amanece acurrucado en una esquina de su cama cada mañana. No lo sabe exactamente, o quizá, no quiera admitir la respuesta que viene abriéndose paso.

Todavía no, se dice cuando entra a su casa al caer el sol. No voy a decirlo, no voy a pensar en eso, continúa, como un mantra mientras sube las escaleras. Tal vez debería pensar en ello. Negarlo no servirá de nada, continúa, mientras le transmite la nueva información a Kuroo.

—Ya veo —le dice éste y mira a Kenma, serio. Kenma solo asiente—. Gracias, Tsukki.
—No es nada —responde Kei y mira hacia otra parte, ignorando la rodilla que parece ya no estar allí. Enseguida, siente una mirada sobre él y a diferencia de la de Kuroo, alegre y tranquila; esta vez le parece que están escudriñando en su interior, examinando cada movimiento y reacción, en espera de una señal, ¿qué clase de señal? Kei no está seguro, pero sabe que no le gusta y cuando sus ojos se cruzan con los de Kenma, éste desvía su mirada a Kuroo, esta vez con una expresión un poco más suave, pero con la misma actitud, lo está examinando. Finalmente, le dice algo al oído y después de una corta despedida, desaparece del cuarto, dejándolos solos.

Kei se remueve en su sitio, sorprendiéndose al ser esta la primera vez que se siente incómodo en su propio cuarto. Kuroo se deja caer hacia atrás, apoyando la espalda en la pared más cercana.

—Tsukki, hay algo que te quiero decir —le dice, sin rodeos. Kei no puede evitar el nudo que se empieza a formar en su garganta—. Ven, siéntate más cerca.
Kei obedece, lentamente. Se acomoda lo más cerca posible a Kuroo, en un movimiento que le parece inconsciente, Kuroo no parece darse cuenta del contacto y suelta un largo suspiro, su mirada perdida en el pedazo de cielo que se divisa a través de la ventana.

—Me… —empieza Kuroo, y se revuelve el cabello, dejándolo más desordenado que antes—… yo… No, más bien, tú. Tú me estás dejando de ver, me estoy volviendo invisible para ti, ¿no?

Las manos de Kei se esconden bajo sus piernas, apretando la tela del pantalón que lleva puesto. Estaba seguro que había disimulado su reacción al dejar de verlo, sin embargo, daba la impresión que Kuroo era más perceptivo que lo que dejaba ver normalmente.

No responde, decide, más bien, pensar en los últimos meses, la constante compañía de Kuroo; un encuentro casual y un repentino instinto protector. Kuroo buscando su mano cuando se sentía inseguro, diciendo "Tsukki" como si la palabra fuera alguna clase de canción, sonriendo como si todo estuviera bien, dejando que Kei lo rescatara cuando estaba a punto de caer.

—Tsukki, ¿estoy en lo cierto? —le dice Kuroo, su voz suena muy cerca y Kei sigue sin querer responder. Su silencio es suficiente, debería ser suficiente, porque no quiere responder la pregunta en voz alta, decirlo sería admitirlo definitivamente, y no quiere admitirlo. Quiere pensar, como aquella vez cuando lo abrazó, que va a durar para siempre.

Ah…, piensa e incluso en su mente la exclamación suena débil. Así que antes que pueda cometer un error y decirlo, apoya la frente en sus rodillas dobladas y respira profundo.

—¿Qué van a hacer? —pregunta en voz baja.
— Lo que tengamos que hacer —responde, sin hacer caso del repentino cambio de tema.
—"Lo que tengamos que hacer" —repite Kei. No quiere leer entre líneas, está demasiado cansado para ello, se lo hace saber a Kuroo con una maldición que suelta entre dientes.
—Lo siento, Tsukki —le dice Kuroo—, pero es la única respuesta que hay. Tú y yo sabemos de qué hablo. Tendremos que sacer a Yaku e Inuoka de allí, si contamos con suerte, otros exorcistas puedan ayudarnos, pero generalmente no se meten en esos asuntos, a menos que pongan en peligro a otros humanos, así que…
—Otros humanos están en peligro… —responde Kei.
—Es obvio. Para ti, para mí, para Kenma; pero no para ellos. Hasta ahora. Ya sabes cómo son ustedes, hasta que no sucede una tragedia, no le prestan atención al problema.
—¿Van a esperar?
—No podemos darnos ese lujo —dice Kuroo, su voz suena amortiguada, pero Kei no se atreve a mirarlo—. Tendremos que hacer algo lo más pronto posible.
—¿Pronto?

Hay una pausa, muy larga para el gusto de Kei, pero que éste soporta. Escucha el sonido del roce de la tela contra el suelo y luego, siente algo pesado a su lado, cerca de su cuello. Se mueve un poco, como si quisiera decirle que se quitara, sin embargo, lo único que hace es darle más espacio a Kuroo de acomodar su cabeza cerca a la de él, sentir su respiración en su oído y escuchar el susurro de su voz cuando al fin, responde:

—No puede pasar del próximo fin de semana —le dice y Kei adivina que tiene los ojos cerrados y la mandíbula apretada.
—Entiendo —le dice y luego de un minuto de silencio, decide dar la respuesta que le debe—: El otro día vi a través de tu mano, hace un rato fue tu rodilla. Supongo que Kenma-san se dio cuenta —comenta, con una risita.
—Efectivamente —responde Kuroo y de nuevo, Kei adivina su sonrisa contra su cuello—. Kei, deberías saltarte un par de clases esta semana, te voy a llevar a un lugar.
—No puedo… —empieza.
—No seas así, hoy es domingo. Puedes faltar estos tres días.
—Dijiste "un par de clases"
—Un par de clases, un par de días, lo que sea. ¿Sabes? Cuando conocí a Bokuto lo convencí de faltar un solo día, y resultó pasando una semana con nosotros.
—Yo no soy Bokuto-san.
—Lo sé. Eres Kei. Cien por ciento diferente a Bokuto, pero ambos me quieren —dice, Kei resopla—. Aunque… tú eres diferente.
—Kuroo-san, por favor, silencio.
—¿Vas a ir a clase?
—Silencio.
—Me callo. Kei, ¿quieres que me mueva?
—Silencio.

Finalmente, Kuroo hace caso y no se mueve, Kei no lo obliga a hacerlo, en vez de eso, cierra los ojos y aunque no lo menciona, como muchas otras cosas que no se atreve a decir; decide no ir a clase. Como si supiera lo que acababa de decidir, Kuroo estira una mano y le revuelve el cabello.


Confesión: Cuando decidí hacer el exorcista alguien del universo de Haikyuu, y no un personaje original, había pensado que fuera Bokuto. Sin embargo, desistí de la idea. En fin, ya que llegamos a este punto, hay ciertas pistas por ahí respecto a quien es el tipo, ¿qué tan claras son las pistas? No lo sé, la verdad. Es decir, no es como si Sakata-san pudiese decirlo todo.

-Ha habido bastante contacto físico estos dos últimos capítulos... No tengo excusa para ello, sólo que me gusta escribir a Kuroo y a Tsukishima de esa manera, nada más.

-Entre otras cosas, ya saben que hay otro fic que tengo por ahí, cuyo título empieza con "N" y termina con "imbus", que está necesitando amor (?) Yo también necesito amor: las responsabilidades adultas son extenuantes.

En fin, ya saben, lo de siempre, un abrazo a los que leen, comentan, etc, etc.