SIRIUS

«De tardes negras, que no hay tiempo ni espacio. Porque la vida duele, duele demasiado aqui sin ti»

Tardes negras – Tiziano Ferro


Sirius sentía como el frío devoraba poco a poco sus huesos. Se abrazaba a sí mismo en un intento inútil de mantener un poco de calor en su cuerpo. Intentaba que sus dientes dejaran de castañear pero se había convertido en un reflejo automático de su cuerpo para defenderse de la hostilidad de su celda en Azkaban.

El reducido cubículo donde le habían tirando como a un perro pulgoso olía a orín. No quería saber cual había sido el destino del anterior inquilino de su celda pero se hacía una idea de cómo había acabado.

Incluso él mismo había llegado al punto de autoconvencerse de que iba a morir allí. La vida dolía demasiado estando encerrado entre esas cuatro paredes sabiendo que era inocente.

El mundo mágico, por el contrario, le tenía otorgado el puesto de mayor traidor de todos los tiempos. Sirius rio desquiciado, el solo hecho de pensar en esa loca idea hacía que la poca salud mental que le quedaba se redujera aún más.

Se arrastró por el suelo hasta llegar al pequeño ventanuco por donde llegaba a ver el brillo de la luna llena reflejado en las turbias aguas de ese mar azul oscuro casi negro. Negro como lo estaban sus uñas, como lo estaba su pelo grasiento pegado a su cara o sus pies, cansados de pasear en círculos por esa pequeña celda .

Negro era como su corazón latía ahora mismo. No había podido acudir al entierro de sus dos mejores amigos, no había podido despedirse de James, a quien consideraba un hermano. Su corazón se había ennegrecido mostrando ese luto que por tacharle de traidor no pudo demostrarles a la pareja.

Negro como el rencor que sentía hacía esa rata inmunda que alguna vez había considerado un amigo. Sirius tendría que haber sospechado algo en el momento en el que Pettigrew se transformó en esa inmunda rata gris.

Sirius tenía la esperanza de que el animago que había fingido su propia muerte estuviera viviendo en una cloaca similar al lugar donde ahora él vivía únicamente con sus pensamientos y el frío.

Ahora estaba solo, hundiéndose cada vez más en lo único que parecía pulular en aquel lugar, la desesperación y la locura. De vez en cuando le parecía escuchar a la loca de su prima Bellatrix riéndose como la sádica maniaca que era pero Sirius sabía que era una alucinación de su mente. No podía ser que él, que era un inocente ajusticiado erróneamente, estuviera compartiendo el mismo espacio vital que ella. Sirius sonrió ante la ironía, espacio vital, menudo chiste más gracioso llegaba a hacer a pesar de saber que iba a morirse entre esas cuatro paredes.

Ahí estaba, cada vez sumido más en esa tristeza que quemaba todo rastro de humanidad de su conciencia. Si alguna vez llegaba a escapar de la cárcel mágica, buscaría a Peter Pettigrew.

Le daría caza hasta que su pequeño cuerpo de roedor estuviera entre sus fauces. Quería que pagase por todo el dolor que le había infligido. Sirius lo había jurado y perjurado, acabar con Peter Pettigrew sería lo último que haría.

Y así pasaba los días, las tardes y las noches Sirius Black, en un círculo vicioso de rencor oscuro como el mar. Oscuro como su corazón.