—¡Eh, no toques!
Rigby cerró de golpe la puerta de la nevera.
—Dame un poco —le suplicó Mordecai.
—¡Aún no!
—¡Pero si ya está ahí!
—¡La hora aún no ha llegado, tendrás que esperar!
Medianoche y Mordecai seguía sentado en la mesa de la cocina, esperando. Y Rigby seguía protegiendo la puerta de la nevera.
—¿Ya puedo?
—Ya puedes.
—¿Ya está listo?
—Más que listo. —Rigby sacó un enorme pastel y se lo entregó a su amigo—. ¡Feliz cumpleaños!
Mordecai comenzó a comer y, dentro, encontró un anillo plateado. Confundido, miró a Rigby, quien solamente le respondió:
—¿Quieres casarte conmigo?