Magnus miró a las dos mujeres con el niño. Había lago en ellas que le hacía querer ayudarlas más de lo que el deber le pedía. Quizás era el saber que ese niño no tenía una, sino dos madres dispuestas a darlo todo por él. Magnus no había tenido esa suerte, y precisamente por ello no quería privársela al pequeño Sam. Nadie debería pasar por lo que él pasó, nadie se merecía eso.

'No os mováis.' Las dijo antes de andar por el callejón trasero, donde minutos antes había tenido lugar una pelea a muerte. Se acercó a la casa y convocó tiza blanca. Dibujó en las parades la runa del fuego, pues no tenía fuerzas para hacer uno por si mismo. Entró en el hogar y dibujó una y otra vez dicha runa. No quiso mirar las fotografías que decoraban la casa, ni los objetos que la hacían única, que la convertían en un hogar. Dibujó la runa una y otra vez. Abrió el gas y dejó la casa. No fue hasta que estuvo a medio camino entre la casa y ellas cuando se giró, chasqueando los dedos y haciendo que las runas ardiesen. Se dio media vuelta y fue al encuentro de las dos mujeres mientras la casa se envolvía en llamas.

'Vamos.' Les dijo. Ellas no dijeron nada, simplemente le siguieron.

A pocas manzanas estaba la entrada de metro, fue bajar las primeras escaleras y escuchar una pequeña explosion, sin duda del gas, seguida de una sirena a lo legos. Los bomberos estaban de camino, pero para cuando ellos llegasen no quedarían más que cenizas.

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Magnus las mostró el cuatro de invitados que por suerte siempre tenía preparado. Una costumbre que había cogido en los años veinte y de la cual se sentía muy orgulloso. Nunca sabía cuándo iba a necesitarlo y no podía estar gastando magia en convocar uno cada vez que la ocasión lo requiriese.

'Solo hay una cama.' Dijo a modo de disculpa al abrir la puerta. 'Mañana lo solucionaré. La puerta de la izquierda da al baño privado, encontraréis todo lo necesario. Cualquier cosa no tenéis más que decir.'

'¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí?' Dijo Alana, la cual no había hablado desde que habían dejado su casa.

'Lo que necesitéis hasta que encuentre un lugar seguro para vosotras.' Dijo Magnus con una sonrisa.

'¿Por qué lo haces?' Dijo Margot. '¿Por qué nos ayudas?'

'¿Por qué no debería?' Preguntó él.

'Solo te hemos traído problemas. Sería más fácil deshacerte de nosotros.' Sus palabras pragmáticas, llenas de lógica.

'Os ayudo porque es lo correcto. Porque si no lo hago yo, nadie lo hará.' Respondió Magnus siendo honesto. 'Hay mucho de lo que hablar, mucho que debéis saber, pero eso será mañana. Ahora debéis descansar. Os prometo que aquí estaréis a salvo.'

Margot le miró seriamente, buscando en sus ojos la respuesta que no había oído de sus labios. A los pocos segundos pareció encontrarla y asintió. Llevó una mano a la cintura de su mujer, la cual seguía cargando con el niño ya hacía tiempo dormido en sus brazos. 'Nos quedaremos aquí.' Le dijo a Alana, la cual asintió.

'Os trairé algo para que podáis cambiamos.' Dijo Magnus dándolas un poco de intimidad.

A los pocos minutos estaba de vuelta, con unas camisetas y un par de leggings que nunca había estrenado. 'Es lo más pequeño que tengo.' Dijo entregándoselo a Alana.

'Es perfecto. Gracias.' Pues cualquier cosa le parecía mejor que la camiseta que llevaba manchada de la sangre de su esposa.

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Margot se despertó con los ojos del hombre que había tratado de asfixiarla en la mente. Trató de controlar su respiración y giró la cabeza, comprobando que Alana y Sam estaban con ella. Ambos estaban bien, había sido una pesadilla. Sin embargo, no era la primera vez que algo así le pasaba, en su vida en el ejército había aprendido a lidiar con dichos terrores. Dejó la cama y caminó con cuidado. Miró el reloj, eran cerca de las dos de la mañana. Despacio dejó el cuarto y se fue en busca de la cocina. Necesitaba beber algo, despejar la mente antes de volver a la cama con su esposa. Anduvo con cuidado, pues lo último que quería era despertar a su anfitrión. Justo cuando estuvo a punto de llegar a la cocina oyó voces. Una de ellas era sin duda del mago, la otra le sonaba familiar, pero no conseguía localizarla. Fue despacio, no queriendo ser descubierta, hasta que llegó a la esquina que daba a la sala principal. En ella estaban Magnus, con una elegante bata, y el chico alto moreno que había conocido esa noche.

'Magnus, tiene que haber algo que pueda hacer.' Dijo Alec, el cual no había conseguido quitarse esa sensación de impotencia.

'Alexander,' la voz de Magnus sonaba cansada, como si le costase trabajo seguir despierto 'no hay nada que puedas hacer. Ya conoces la Ley.'

'Lo sé, pero…'

'Shhh. Angel, hablemos mañana de todo esto, por favor.' Dijo Magnus llevando un dedo a los labios de Alec pero sin tocarlos. 'Necesito descansar.'

Alec miró a Magnus como si le viese por primera vez, fue entonces cuando comprendió. Magnus había agotado su magia, debía de estar extremadamente cansado. No sabía con exactitud qué podía sucederle en estos casos, pero Magnus le había dicho que no era nada que una buena noche de sueño no curase. Sin embrago, ahí estaba él, interrumpiendo su sueño por sus estúpidos sentimientos de incompetencia.

'Por supuesto, lo siento mucho. Yo… yo solo…' Se llevó la mano al pelo y suspiró. 'Yo solo quería verte.' Dijo del tirón. 'Ha sido egoísta por mi parte venir.' Se movió, dispuesto a irse. 'Debería dejarte descansar.'

Una mano en su brazo le paró, haciéndole mirar a Magnus. 'Nunca te disculpes por querer verme.' Dijo con voz seria. 'Mi puerta siempre estará abierta para ti.'

Pasaron unos segundos antes de que Alec pudiese contestar. 'Lo sé.'

'Ven.' El tono de Magnus suave, cariñoso. 'Debes de estar cansado.'

'Debería volver.' Dijo Alec sin impedir que Magnus tirase de él en dirección al dormitorio.

'Mañana te abro un portal.'

Margot no pudo saber qué respondió el moreno, pues se había metido en la habitación del brujo. Esperó unos minutos y se movió a la cocina. No conocía mucho a los extraños que habían irrumpido en su vida horas antes, pero estaba claro que había algo más, un mundo que ella no conocía pero del cual sentía que debía formar parte si quería proteger a Sam.

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Magnus olía a sándalo y jazmín. No sabía cómo era posible, después de horas de trabajo y la batalla que había tenido, pero era cierto. Se pegó más a su cuello, respirando la leve fragancia, dejando que relajase sus sentidos. Sus brazos se movieron sin que él fuera consciente, abrazando más fuerte al brujo, como si necesitase protegerlo de algo. Pero Magnus no se despertó. Se había quedado dormido nada más tocar la almohada, y quizás por eso Alec sentía la necesidad de protegerlo. Magnus estaba en su estado más vulnerable, sin apenas magia recorriendo sus venas, demasiado cansado para defenderse de un ataque inminente. Y aunque Alec sabía que en su piso estaban seguros, que nadie sería capaz de pasar los escudos protectores, sentía que debía estar alerta, pues Magnus había puesto su vida en sus manos, dejándole verlo así. Sin embargo, su aroma era demasiado tentador, su presencia demasiado relajante. Los ojos se le cerraban, y en su mente solo había una única idea. Mañana, cuando se despertase, lo primero que vería serían esos ojos dorados que tanto amaba.

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No había una solución que gustase a Alec, no había nada que le pareciese justo; aun así sabía que la Ley era la Ley, y no había nada que él pudiese hacer. Magnus había explicado lo necesario a las dos mujeres, les había puesto en contacto con una bruja que les ayudaría, que les protegería y les daría una nueva vida, alguien que les guiaría por todos los cambios que estaban pasando.

Alana estaba hablando con Magnus, el niño jugando tranquilo a sus pies, como si los sucesos del otro día fuesen solo una pesadilla.

'Tengo unas preguntas, si no te importa.' Dijo una voz a su espalda y Alec se giró, con su taza de té en la mano.

Estaba anocheciendo, el día había sido largo, Alec había seguido la pista de los cazadores, pero no le había llevado a ningún sitio. Después había hecho todo el papeleo, pues sabía que Jace no lo haría nunca e Izzy estaba demasiado ocupada con otros asuntos. A última hora había mandado una carta a la Clave, haciéndoles saber de la situación y de su descontento. Sabía que sus palabras serían ignoradas, pero no podía quedarse callado. Era lo mínimo que podía hacer. Ahora se encontraba en el loft de Magnus, pues, aunque no dudaba de las competencias del brujo, quería asegurarse que todo fuese bien. En cierta manera formaba parte de su trabajo.

'Claro.' Contestó Alec a Margot. No le gustaba hablar con mundanos, técnicamente no podía decir nada del Mundo de las Sombras, pero consideraba que la mujer se lo merecía.

'Comprendo lo que es Sam, y comprendo la teoría de todo esto. Pero si te soy sincera, no comprendo lo que eres tu.' Su voz era seria, pero calmada. Sus manos ocupadas con el mismo té que Alec. Ambos alejados de los otros tres lo suficiente para que su conversación fuese privada.

'Pensé que Magnus te lo había explicado.' Dijo dando un sobo a dicho té. En momentos como esos echaba de menos a Jace. A él siempre se le había dado mejor soltar el discurso de bienvenida.

'Me ha contado que sois cazadores de sombras. Que sois mitad humanos, mitad ángel. Algo así como lo opuesto a él.' Margot estaba tranquila, demasiado para alguien que acabase de vivir lo que había vivido en las últimas veinticuatro horas. Alec pudo ver que era porque la mujer había sido una soldado. No como él, sino en el mundo de los mundanos. Había algo que la hacía conectar con ella, que le llamaba a ser amable.

'No es lo opuesto.' Respondió. 'Es… es difícil.' Pues no sabía cómo explicarle más.

'Nunca he sido creyente.' Añadió Margot. 'Nunca he creído en Dios, ni en ángeles, ni en el Infierno.'

'En tu caso siempre ha sido una cuestión de creencia. En el nuestro es una realidad.'

Margot le miró, dando un sorbo al té. 'Lo que no entiendo es por qué esos hombres atacaron a Sam. Si ellos son lo mismo que tu, si son mitad ángeles, ¿no les hace eso buenos? ¿No es eso en lo que se basa toda religión?'

'Me temo que es más difícil que eso.'

'Ya…' Margot miró a su mujer, hablando con Magnus sobre algo que no podían oír. '¿Cómo sabré de quién fiarme? ¿Cómo sabré si mi hijo esta a salvo cuando gente que es mitad angel quiere matarlo y otros protegerlo? Cuando alguien que es mitad demonio nos esta ayudando.'

'Deberás dejarte guiar por tu instinto.' Alec se giró a ella. 'Pero deja que te de un consejo. Desconfía de los míos.' Alec sabía que no debía decir eso, que si alguien se enteraba tendría problemas, pero no podía evitarlo. 'Escucha. Sam es un brujo. Tarde o temprano desarrollará sus poderes y entonces tendrá dos opciones: o formar parte del Mundo de las Sombras, como nosotros, como Magnus, o hacerse pasar por un mundano. Hay mucho que no entiendes, mucho que sé que te van a explicar, pero deja que te diga algo. El mundo en el que te adentras no es como este. Los subterráneos no son tratados con los mismo derechos que los míos.'

'¿Subterráneos?'

'Hombres lobo, vampiros, brujos, hadas…'

'Todo aquello que no son como tu.' Su voz constante, defensiva.

'Sí.'

Margot soltó una risa seca, algo que sorprendió a Alec. Ella le devolvió la mirada y contestó a la pregunta que había visto en los ojos del joven.

'Me he pasado la vida luchando en un mundo donde no se me consideraba una igual. Al principio por ser mujer, luego por mi orientación, luego por mi estilo de vida. Me mudé de ciudad, dejé mi trabajo, todo, por proteger a mi hijo, por asegurarme de que no tendría que pasar por lo que pasé yo. ¿Y ahora me dices que todo ha sido por nada? ¿Que por nacer así va a ser tratado cómo… no sé… cómo un ser inferior?'

Alec no sabía qué decir, pues sabía que ella tenía razón. Nunca se había parado a pensar en el trato que los suyos le daban a los subterráneos, pero desde que salía con Magnus, desde que había conocido a Luke, sus ojos habían empezado a abrirse.

'¿Qué haces con él?'

Esas palabras hicieron que Alec regresase al momento.

'Si los tuyos le consideráis inferior, si es mitad demonio. ¿Qué haces con él?' No era una acusación, más bien una pregunta sincera.

No sabía cómo, pero Margot sabía de su relación con Magnus. Quizás era algo que gente como él, gente homosexual notaba. O simplemente no era tan discreto como pensaba. Quizás la forma en la que miraba a Magnus le delataba, quizás…

'Oh.' Margot le miró y Alec no supo por qué, pero no podía seguir mirándola. Miró su taza, como si tratase de leer los posos del té. 'No me lo digas. Esta prohibido.'

'No.' Su tono demasiado alto, pues Magnus y Alana se giraron a mirarlos. Margot hizo un gesto con la mano, como para quitarle importancia, algo que convenció a ambos. 'No.' Volvió a decir Alec cuando solo los ojos de la mujer estaba fijos en él. 'No está prohibido, es solo… No está bien visto. No sucede.'

'¿Es por que es un hombre o por que es un brujo?'

Alec quería salir corriendo, quería dejar ese cuarto y esa estúpida conversación. Pero sabía que no podía, sabía que debía quedarse y ayudar a esas mujeres. Aunque, en esos momentos, estaba maldiciendo su buena conciencia.

'Ambas.'

'Genial.' Su voz sarcástica. Se acercó a la tetera y se sirvió otra taza, haciendo un gesto a Alec, ofreciéndole más. Este aceptó. Bebieron el té en silencio, ya no tan caliente como antes.

'Estoy con él porque le quiero.' Dijo Alec al cabo de unos minutos, respondiendo a la pregunta de Margot, aún sabiendo que no tenía porqué. 'Porque no hay nadie como él. Porque me hace ser mejor persona.' Alec miró a Magnus, como éste se había arrodillado delante de Sam, cogiéndole las manos. Sin duda midiendo la magia que por ellas corría. 'Sé que no te puedes fiar de los míos. Pero te puedes fiar de mi. Y siempre, siempre, te podrás fiar de él.'

Margot vio el amor que había en esos ojos, la confianza, la adoración, el respeto, y supo que estaba en buenas manos. Había mucho que no sabía, mucho que no entendía, mucho que no le gustaba. Pero había algo en ese joven, en sus ojos, en su forma de ser sincero y directo. Había algo en ese hombre con magia y ojos cubiertos de purpurina que le daba paz, que le decía que podía con ello. Una pequeña parte de ella siempre había echado de menos la vida como soldado, el cuidar de gente, la necesidad de proteger. Habría dado todo por no tener que volver a pasar por ello, pero ahora que lo estaba viviendo, que tenía una misión, se sentía segura. Era una nueva aventura. Sabía que no sería fácil, sabía que sería peligroso, pero saber que podía contar con ese dos hombres, saber que no estaba sola… La hizo respirar mejor.


Hasta aquí la historia de Margot y Alana. Espero que os haya gustado. No dudéis en dejar algún que otro comentario para saber si es así o no, y si queréis que escriba más y sobre qué.