Disclaimer: Todo lo que reconozcan es de la bella JKR. El resto es mío.

Fanfic realizado para la Dramione Week del foro El Mapa del Moritifago. Trataré de que sean independientes entre si pero conformen una misma historia, por lo que no habrá una secuencia de tiempo real. Me disculpo por no actualizar Toda la vida es una primera vez, pero es que me sentí tentada. Prometo que antes de que termine el mes publicare el tercer capítulo, que ya está casi listo. Sin más nada que agregar, disfruten de la lectura.

Era su cumpleaños y, nuevamente, estaba sola.

Habían reconstruido y reabierto el colegio, y Hermione había decidido volver a terminar sus estudios. Quería encontrar un poco de normalidad para su vida después de tanta muerte y destrucción que dejó la guerra a su paso.

En las noches no descansaba, revivía una y otra vez esos espantosos momentos en los que vio a gente morir y en los que ella misma estuvo a punto de hacerlo también.

Pero hoy era su cumpleaños y su único deseo era un poco de normalidad.

Harry y Ron no habían vuelto con ella, solo Ginny y Luna regresaron con ella. Luna siempre había sido ella, pero desde que en el expreso había conocido a Theodore Nott mientras este hacía las rondas de prefectos no había dejado de estar con él. Era curiosa la forma en que el misántropo Nott se acoplaba a la excentricidad de la rubia y, además estaba cómodo con ella. Se alegraba por Luna, la rubia merecía ser feliz.

Por otro lado, la muerte de Fred parecía haber afectado a todos los Wesley. Especialmente a Ginny, su madre había tenido que obligarla a volver. Ahora vaga cual fantasma por el castillo y asiste a clases de manera autómata, ni el Quiddicht la hacía reaccionar. Había roto con Harry y no podía pisar el Gran Comedor sin entrar en un ataque de ansiedad terrible.

Parecía que la guerra los había deshecho a todos y no distinguía de bandos y colores. Nadie más que ella y la profesora McGonagall se acordaba de que era diecinueve de septiembre y estaba cumpliendo diecinueve años. Harry, Ron y los demás Wesley no le habían enviado ni una mísera nota de felicitaciones. Y ni hablar de sus padres y demás familiares que seguían en Australia sin recuerdo alguno de su existencia.

Había asistido a clases con monotonía, se había arreglado más que de costumbre y nadie parecía notarlo, a pesar de que había utilizado maquillaje y había ajustado su uniforme. Luego, había decidido saltarse la cena. Estaba casi segura de que no notarían su ausencia. Se dirigió a las cocinas y le había pedido a los elfos que le prepararan una tarta de chocolate con una vela en medio. Cuando tuvo su pedido en manos, dio media vuelta y se dirigió a la Torre de Astronomía, se sentó en el alféizar del balcón y contempló las estrellas.

Hermione no estaba sintiendo nada y eso la hacía sentir un vacío como ningún otro. Recordó cada momento importante de su vida hasta ese día y lloró. Lloró por lo que había sido, por lo que era y por lo que sería. Lloró por lo que había pasado, por lo que estaba pasando y por lo que pasaría en un futuro. Lloró porque estaba sola, porque se sentía sola y porque no tenía nada. Lloró por sus sueños perdidos, por sus ilusiones rotas y por su vida vacía.

Era su cumpleaños y Hermione Jane Granger estaba sola, rota y vacía.

Draco Malfoy había estado viviendo en un estado catártico desde que la guerra había terminado, no le hallaba sentido a su vida. El peso de las muertes y la destrucción que acarreó la guerra se posaba sobre su espalda como un pesado yunque de plomo. Se sentía culpable por todo lo que había sucedido.

No tenía deseos de nada, solo continuaba su miserable existencia por su madre. A fin de cuentas por ella era que había hecho todo lo que hizo. Había perdido el contacto con todos sus compañeros de casa hasta que le llegó la carta de Howgarts y su madre lo había obligado incluso a subir al expreso, ahí había retomado la relación con Blaise y Theodore pero no era lo mismo que antes. Ya nada era igual que antes.

Su día a día era una eterna sucesión de hechos que se habían vuelto una rutina que al parecer estaba obligado a vivir desde hace diecinueve días, en el momento justo en el que había pisado el colegio: se levantaba, se duchaba y se vestía, bajaba a desayunar y en el camino era interceptado por alumnos ávidos de venganza, comía e iba a clases con uno que otro encuentro con alumnos vengativos, después de la cena va a la sala común a sentarse frente a la chimenea y, a las diez, sube a su cuarto compartido con Blaise a dormir y esperar al próximo miserable día. Una que otra vez recibe carta de su madre y le miente diciéndole que todo está de maravilla.

Pero ese día todo cambia. Porque Draco Malfoy lo nota, él nota el cambio en Granger. Primero la ve cuando entra en el Gran Comedor, lo primero que nota es su ya-no-tan-enmarañado cabello: se ha hecho pequeños reflejos rubios y dorados que contrastan con su piel trigueña, sus rizos son más definidos y le ha dado forma a su corte. Hay luminosidad y brillo en su cabello.

El segundo cambio lo noto en la clase de defensa contra las artes oscuras cuando el profesor les pidió que se quitaran la túnica del uniforme para poder moverse con mayor agilidad a la hora de ejecutar los hechizos de ese día. Granger se la había quitado sin rechistar, desabotonando la túnica con parsimonia y colocándola sobre una de las perchas que había en la pared. Ella llevaba la falda a una cuarta por encima de la rodilla dejando apreciar sus torneadas piernas, sus medias habían cambiando de tamaño y la camisa se ajustaba considerablemente a sus curvilíneas formas, era tan blanca y ajustada que se transparentaba el brasier y sus pechos llenos pugnaban por salir y asesinar a alguien con el botón de la blusa que saldría disparado en cualquier momento. Contuvo el aliento, ¿quién iba a imaginar que Granger guardaba tal maravilla debajo de su gigante túnica?

El tercer cambio se vislumbro en la clase de transformaciones, en la que se hacían un breve repaso de los temas anteriores antes de entrar de lleno en la formación para animagos. Estaban transformando un cepillo en un espejo, por supuesto ella lo logró a la primera, ganándose un elogio al que solo respondió con un gracias. Elevo una ceja ante eso, ¿Granger no se regodeaba con un elogio de un profesor? Vaya que las cosas habían cambiado. Al transformar el cepillo en espejo, lo tomó del mango y lo acercó a su rostro. En ese momento se dio cuenta de que estaba usando un ligero maquillaje que le daba a su rostro un toque juvenil y le otorgaba aún más brillo.

¿Qué demonios sucedía hoy como para que Granger se estuviera comportando de esa manera tan extraña?

Notó el comportamiento extraño de la castaña durante todo el día y cuando no la vio en la cena decidió vagar por el castillo a ver si se la encontraba y resolvía el enigma que estaba representando. La vio salir de las cocinas con una tarta de chocolate y una vela, frunció el ceño. Que rara estaba hoy.

La siguió hasta la Torre de Astronomía, sin importarle mucho sus demonios internos. Granger representaba una gran distracción para ellos. Sin hacer ruido se quedó rezagado y la observó sentarse en el alféizar. Desde donde estaba podía verle la cara y notar que estaba llorando.

Sin saber cómo ni porqué, se deslizó lentamente hasta estar a su lado y se sentó. La chica pareció no darse cuenta de ello, seguía llorando mientras contemplaba las estrellas. Cansado del silencio por primera vez desde el final de la guerra e incómodo por el llanto de la chica, decidió hablar:

-¡Hey Granger!

Hermione se sobresaltó, no se había dado cuenta de que había alguien allí con ella. Volteo a mirarlo y después regreso su vista al cielo. –Oh, eres tú Malfoy. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Te seguí.- Dijo con simpleza.

-¿Por qué?

-Porque has estado actuando muy extraño el día de hoy, Granger.

-¿Extraño en qué sentido, Malfoy?

-Tu cabello, está diferente. Tu uniforme, es ajustado. Tu rostro, lo llevas maquillado. Estás distante y alejada de todos y, por último, paseas por el castillo con una tarta de chocolate que se ve deliciosa y pareciera que no te la vas a comer.- Dijo, mientras decía cada uno de los cambios iba utilizando un dedo para hacer el conteo. Hermione lo miró sorprendido.

-Es curioso que hayas sido tú, entre todas las personas que habitan en Howgarts, el que se haya dado cuenta de los cambios que hice en mi apariencia. Es mi cumpleaños Malfoy, tengo derecho a hacer lo que quiera.- Respondió en un susurro.

-¿Es tu cumpleaños?- Preguntó sorprendido. Eso explicaba la tarta.

-Si.

-Y… ¿No deberías estar con tus amigos celebrando?- Preguntó de repente incómodo.

-Pues, resulta que estoy tan sola como la Dama Gris en la Torre Norte Malfoy. Todos se han olvidado, como de costumbre.

-¿Y tus padres?

-En Australia, sin ningún recuerdo sobre mi por culpa de un obliviate.

-Oh. Entiendo, yo me siento de la misma forma.

-¿Quieres un trozo de mi tarta de cumpleaños?

Él asintió y la chica se levantó, transfiguró un viejo banco en una mesa y varios objetos destartalados en utensilios para comer. Encendió la vela con la punta de su varita y le pidió que se acercara.

-Draco… ¿Puedo llamarte Draco, cierto?- Él asintió en respuesta. –Bien, ahora cantaré una muy desafinada canción muggle de cumpleaños y soplaré la vela mientras pido un deseo.

La castaña comenzó a cantar esa tonada de la que hablaba mientras movía su cuerpo de un lado a otro. Y Draco deseó tener un cámara mágica para capturar ese momento en el que una sonrisa por fin comenzó a surgir en el rostro de la chica. Una sonrisa que era dirigida a él, o eso creía al menos.

Hermione comenzó a sentir dentro de ella una pequeña dicha. No importaba que tan sola se sintiera, no lo estaba y Draco Malfoy se lo estaba confirmado. Terminó la canción y cerró los ojos para pedir el deseo, sin darse cuenta de que Malfoy hizo lo mismo. Ambos pidieron el mismo deseo sin saber que en futuro sería cumplido. Porque cuando dos almas rotas y necesitadas se encuentran, son capaces de reconocerse y reconocer el clamor de su alma que llora por sentir algo.

En esa deshabitada torre del castillo, bajo un manto estrellado, las almas de Hemione Granger y Draco Malfoy se conocieron y se reconocieron, reconocieron la necesidad del otro y decidieron que hallarían consuelo en ellos, sin hacer partícipes a sus dueños que ajenos a toda esta conexión abrían los ojos. Hermione sonrió y Draco, actuando por impulso, aplaudió. Comieron pastel y charlaron hasta altas horas de la noche, sin olvidar en ningún momento su deseo. Y aun cuando se encontraban en sus habitaciones intentando conciliar el sueño, las palabras que dieron vida al anhelo de sus almas seguían retumbando en sus mentes. Esa fue una noche sin pesadillas, solo algo había en sus mentes.

Llenar el vacío.