De cosas diminutas y otras maldiciones
Por Roquel

Parejas: Drarry en el futuro, creo, y algunas otras que no vale la pena mencionar.

Genero: Aventura, drama y romance

Advertencias: Ninguna.

Notas: Esta cosa lleva un año en proceso. ¡Un año! Iba a ser corta pero se volvió un monstruo devorador insatisfecho. Era el regalo de cumpleaños de Navleu, pero tuve que regalarle otra cosa porque no conseguí terminar.

Espero que esto esté rápido porque tengo la mayor parte de la historia bosquejada y solo me falta pulirla y terminarla.

Maldición I
Del mal Karma

Desde que tiene memoria, sus padres le han dejado claro que su destino es convertirse en la cabeza de la nueva generación Malfoy; y Draco nunca lo puso en duda. Para él, su destino es tan seguro como la cámara subterránea que su familia posee en Gringotts, —a la que podrá acceder en cuanto cumpla la mayoría de edad—. Su vida tiene un rumbo y una meta: Casarse con su prometida, heredar los negocios familiares y asegurarse de que la estirpe de su familia se mantiene pura.

En ningún momento se ha planteado arriesgar ese futuro por nadie y nunca jamás se ha puesto a pensar en otras opciones. Para él no las hay.

[…]

Draco tiene dieciséis años cuando su mundo se tuerce…, aunque si fuera honesto consigo mismo el rubio tendría que admitir que su vida lleva varios años en el filo de la navaja. Es su culpa y tiene tan mal karma que ahora tiene que sufrir la compañía de su peor pesadilla.

—uhg… ¿qué fue eso?

Bueno, no, también es culpa de Potter.

—¡Malfoy!

Draco aprieta los dientes mientras siente como la ira toma forma dentro de él. Intenta armarse de paciencia, cuenta hasta diez, como le aconseja su madre. Casi puede oír su voz a la perfección: "Draco, siendo un caballero debes asegurarte de que tu voz es firme pero nunca te rebajes a gritar. No eres un vulgar mercader"

—¡Malfoy!..., ¡¿en dónde estamos?!

Al diablo con la caballerosidad, piensa Draco con irritación. —¡En Hogsmeade!

—¡¿Hogs…?!—Potter parece estar de acuerdo en que la situación amerita un buen griterío porque su voz no deja de elevarse en pánico.—¡¿Y por qué ese árbol mide diez metros?!

—¡El árbol es perfectamente normal, Potter!

—¡¿Normal?! ¡Pero si es enorme!

—¡Porque nos encogieron!

[…]

Draco tiene cinco años cuando conoce a su prometida, Carlee Blake, una preciosa y delicada brujita de ascendencia francesa que, acostumbrada a la actitud pasivo-agresiva de su hermano mayor, queda encantada con ese niño igualito a ella.

Se tomaron tal apego durante aquel verano que sus padres se felicitaron por tan acertada decisión y se pasaron los meses dándose palmaditas uno al otro. El único que se pasó aquel verano como gato encerrado fue el hijo mayor de la familia Blake, que tiene entonces nueve años y una prometida por cuenta propia.

[…]

Es un sábado de Octubre con visita a Hogsmeade programada. De hecho es un sábado especial, puesto que al atardecer habrá una fiesta de celebración que conmemora la Fundación del Pueblo, así que los alumnos mayores tienen permiso para quedarse hasta medianoche a contemplar los fuegos artificiales.

Draco se ha pasado las últimas tres semanas esperando la salida con ilusión y se levanta en cuanto amanece. Se arregla con esmero, incapaz de borrar la sonrisa tonta que le aflora a cada rato. Antes de marcharse a desayunar se para frente al espejo una vez más, se evalúa con ojo crítico, toma aire y se va. Los nervios no le permiten comer y no participa en ninguna de las conversaciones que sus amigos sostienen. Su corazón ejecuta un triple salto mortal cuando una lechuza desconocida se detiene frente a él durante el desayuno. El animalito se le acerca y deja caer un sobre frente a su plato.

Nadie le presta atención al ave, siendo que ese momento hay un montón de lechuzas entregando correspondencia, pero Pansy, atenta como siempre a cualquier cosa que involucre a Draco, se inclina para enterarse del remitente. El rubio se apresura a guardar la misiva en su túnica mientras señala al búho de su familia que aterriza en ese preciso momento.

Apenas terminan de desayunar Draco se excusa para ir al baño.

—Te esperamos en la entrada, Draco.

—No es necesario; el profesor Snape tiene un problema con la redacción que entregamos el jueves y quiere verme para corregir mi nota. Los alcanzo en el pueblo.

El rubio se marcha antes de que nadie pueda preguntarle nada y en cuanto está fuera de la vista saca su carta. El sobre es pequeño y tiene su nombre escrito al frente con una letra molde que carece de remitente, aunque realmente no lo necesita pues reconocería esa letra en cualquier lado. Dentro del sobre hay un trozo de pergamino con una sola frase.

"Lo siento"

Draco le da la vuelta esperando encontrar una posdata pero el reverso está vacío. El rubio contempla el sobre con suspicacia, preguntándose porque el remitente no incluyó nada más.

Ya le preguntaré, piensa para sí mientras se encamina hacia la salida.

Espera hasta que todos sus amigos se pierden de vista antes de ponerse en la fila. No puede saber que hay otra persona tomando nota de su actitud sospechosa.

[…]

Draco tiene diez años cuando escucha por primera vez la palabra "marica"; y aunque no tiene constancia de lo que significa, por el tono de voz con el que se pronuncia, supone que no es agradable. Escucha a sus padres hablar en la sala, y es así como se entera que Cyril, el hermano mayor de Carlee, tiene "homosexualidad", lo que aparentemente lo inhabilita como el primogénito de los Blake.

El chico tiene catorce años y ha cancelado el compromiso con la hija de los Abbadie.

Lucius suena irritado, pero Draco supone que si el chico está enfermo lo mejor es darle tiempo para recuperarse.

¿Qué dicen sus padres?

Su padre me ha dicho que en caso de necesidad, están dispuestos a realizar el ritual de progenie para Carlee.

Draco deja de prestar atención cuando la conversación deja de ser comprensible y se torna en discusiones sobre hechizos en latín. Tiene diez años y cosas más importantes que hacer que quedarse a escuchar cosas que no entiende.

[…]

Antes de cruzar la entrada a Hogsmeade, Draco se asegura de que no haya moros en la costa y se aparta del camino principal para dar un rodeo por la parte externa del pueblo. Hay muchísima maleza creciendo en esa zona así que Draco tiene que andar con cuidado de no pisar a un bichejo. En varias ocasiones se detiene porque le parece escuchar el ruido de pasos ajenos, pero al final se auto convence de que se trata del crujido de sus propias pisadas.

Cerca de la Casa de los Gritos hay un cobertizo, medio escondido por los árboles, donde vivía el antiguo cuidador de la casa. Su trabajo consistía en evitar que los muchachos del colegio entraran en la propiedad, y se aseguraba de mantener las ventanas y puertas bien tapiadas. Ahora, cuando la casa tiene varios años en desuso, el guardián se ha ido dejando tras de sí su hogar.

Draco procura refugiarse en los arboles cercanos al cobertizo, para vigilar si hay curiosos cerca de la casa. Tan pendiente está del grupo de muchachos que merodean por la zona, que el corazón casi se le sale por la boca cuando escucha la pregunta:

—¿Qué haces aquí, Malfoy?

El rubio se gira para encontrarse a un Harry Potter despeinado y suspicaz.

Draco se traga el corazón que tiene atorado en la garganta y procura mantener una cara neutra pese a que su primer instinto es ponerse a gritar.

—Bueno, Potter, estamos de paseo en Hogsmeade, así que supongo que estoy paseando.

Intenta sonar sarcástico pero el susto lo ha descentrado y el condenado de Potter no deja de mirarlo con suspicacia.

—¿Por esta zona?

—No es una zona restringida.

—Sabes de lo que hablo, Malfoy.

—La verdad es que no, ¿por qué estás aquí?

—Porque te separaste de tus amigos y en lugar de ir a buscarlos te has puesto a dar un rodeo por todo el pueblo.

Draco frunce el ceño incapaz de creer que Potter lo estuviera siguiendo. El moreno está apunto de añadir algo pero en ese momento se escucha que la puerta del cobertizo chirria al abrirse. Draco se distrae con el sonido y cuando se gira para espantar al moreno, el chico ya no está. El recelo y la duda se disparan, durante un segundo piensa en alucinaciones y fantasmas pero todo pensamiento desaparecen de su cabeza en cuanto escucha su voz.

—Hola, Draco.

[…]

Draco tiene doce años, y su vida avanza con normalidad hasta esa tarde tras el primer entrenamiento con el equipo de quidditch. Tiene un set de limpieza puesto a mano y se dispone a desenroscar el abrillantador cuando Warren se desnuda.

Stuart Warren está en séptimo, es golpeador y se pasa los días contando que cuando salga de Hogwarts tendrá un lugar garantizado en el equipo de quidditch de su padre. Draco ha cruzado un puñado de palabras con él y lo considera el ser más ruidoso del planeta. Hasta ese día. Hasta el día en que ve su espalda desnuda.

Es apenas un momento en el que Draco aparta los ojos del abrillantador y lo siguiente que sabes es que el mundo se inflama. Es un milagro que en ese momento Pucey esté contando una divertidísima anécdota que lo incluye a él y a una chica de sexto, por lo que nadie le presta atención a Malfoy.

Draco está acostumbrado a compartir los baños comunes con los chicos de su grado, pero ellos son flacuchos y pequeñitos —como él—, Warren en cambio cumplirá dieciocho años en unos meses y se ha pasado los últimos dos entrenando para ser jugador de Quidditch profesional.

La diferencia es abismal. La espalda de Warren es esbelta, morena y con una hilera de músculos definidos sin llegar a ser excesivos. Cada vez que se ríe se puede apreciar el delicado movimiento de los tendones bajo la piel sedosa. Cuando hace aspavientos con las manos, sus omoplatos se dibujan con una precisión abrumadora. Tal vez no sea un modelo de ropa interior, pero dentro de un par de años lo será.

Draco mira esa espalda y siente como el calor, una especie de bochorno devastador, le nace en el centro del pecho y se expande por todo su cuerpo. Cuando sea mayor y recuerde el momento lo asociará con la clase de vergüenza que sienten los chicos de su edad cuando por accidente se topan con un cuerpo femenino a medio vestir. Timidez, pánico, y descubrimiento.

Es una emoción innombrable. Tan repentina y brutal que Draco aparta la vista y se siente enrojecer. Sus dedos torpes sueltan la tapa del abrillantador y eso le permite bajar la cara y fingir que no tiene un remolino de emociones cruzándole el pecho.

Tal vez la mayoría descubre que es gay a los seis años cuando prefieren organizar fiestas de té, tal vez lo descubren durante el inevitable crush del mejor amigo —o amiga—. Por desgracia no es igual para todos. Para Draco no es una revelación divina, no es una certeza absoluta que de inmediato lo golpea como una pared de ladrillos. Es calor y bochorno. Es duda e incertidumbre. Durante semanas es incapaz de ponerle nombre a esa sensación electrizante que le sacude los dedos de los pies cuando Warren se le acerca, o cuando por accidente le toca encontrase con su cuerpo semidesnudo en los vestuarios.

[…]

El rubio se gira para encontrarse con la persona que menos espera ver.

—No puedo creer que seas tú.

Carlee Blake tiene el pelo rubio y los ojos de un azul vivido, su voz tiene un timbre claro y brillante, pero sus palabras suenan aceradas y furiosas. Draco la conoce tan bien que le resulta fácil distinguir con toda la claridad el atisbo de decepción que cruza fugazmente por su rostro, pero siendo una bruja orgullosa y tradicional, de inmediato adopta una actitud de feroz seguridad.

Draco desearía seguir su ejemplo, desearía no sentir miedo.

—¿No tienes nada que decirme?

Draco permanece rígido, incapaz de responder, hasta que consigue despegar sus labios y formular una pregunta—¿Qué estás haciendo aquí?

—Lo mismo podría preguntarte yo.

El malestar en la boca de su estómago se extiende por su pecho—Es día de excursión a Hogsmeade.—murmura con debilidad.

—Por favor, Draco, no me trates como estúpida. ¿Creíste que no me enteraría?

Draco se atraganta—No sé de lo que me estás hablando.

—¿Vas a mentirme?

—Yo no…

—Tuve que dejar mis clases para venir hasta aquí. Tuve que chantajear a mi elfo domestico para que me trajera sin decirle a mis padres. ¿Y aun así te atreves a mentirme?

Sintiéndose herida y humillada, Carlee procura soltarle la verdad de la forma más incisiva que puede. Su tono es despreciativo y provoca en Draco culpa y amargura, pero ella está demasiado enfadada para detenerse. De hecho la expresión de absoluto dolor en la cara del rubio aviva su ira en lugar de calmarla.

Cómo puedes, cómo puedes, cómopudiste

—Nunca debiste humillarme de esta forma, Draco.

Le lanza el vial de poción que lleva en su mano. No pensaba usarlo en ti, siente amargura al recordar la sensación de triunfo que sintió esa misma mañana cuando decidió encargarse del asunto, tú me obligaste

Su elfo domestico se materializa a su lado y ambos desaparecen; Draco se queda atrás, mirándola con la expresión de alguien a quien acaban de arrancarle el corazón.

Ni siquiera presta atención al humo rosa que comienza a envolverlo, ni a la voz que grita su nombre.

[…]

Draco cumple trece años y recibe los regalos acostumbrados. También recibe una lechuza de Carlee, que lo invita a visitar su casa durante el verano. Draco se abstiene de responder porque sabe que desde que cumplió nueve años la costumbre siempre ha sido que su prometida los visite durante las vacaciones, a veces acompañada de sus padres, pero nunca de su hermano.

Siendo el último mes de clases, la casa Slytherin ofrece una fiesta de despedida para los alumnos de séptimo. Stuart Warren se pasa toda la tarde bromeando y charlando con sus compañeros de cuarto y las chicas de séptimo, para cuando se reúne con el equipo de quidditch lleva encima varias rondas de whisky de fuego.

Draco soporta estoicamente el escándalo de Warren, que se la pasa abrazando a Pucey mientras lo anima a unirse al equipo de su padre. Cerca de las doce Draco se alista para marcharse. El movimiento atrae la atención de Warren que de inmediato suelta a Pucey y le pone un brazo sobre los hombros.

Tienes que vencer a Potter.—le balbucea Stuart mientras el rubio lucha por mantenerse derecho.—Tienes que enseñarle que la casa de Slytherin es de cuidado.

Eso ya lo sé.—gruñe Draco mientras se desembaraza de él.

El rubio se marcha a su dormitorio, se esconde tras las cortinas de su cama, se hace pelota bajo las sabanas e intenta controlar el loco repiqueteo de su corazón. Solo puede pensar en el calor del cuerpo de Warren, en su peso, en la forma de sus manos, en su voz. El próximo año no estará aquí, se dice con alivio pues eso significa que no habrá ansiedad. Draco cierra los ojos y ruega por conseguir que la emoción vibrante que siente en el pecho desaparezca.

[…]

Draco despierta con dolor de cabeza. Le toma unos segundos recordar: El encuentro con Carlee, su conversación, la poción, la nube rosa que salió del frasco… y a Potter gritando su nombre mientras se aproxima.

¡¿Potter?! La repentina aparición de Carlee consiguió que Draco se olvidará de él. El rubio se gira para encontrarse a Potter desmayado a su lado, bueno, no, no exactamente a un lado suyo, sino más bien casi encima de él. El rubio lo empuja y se para. El mareo casi lo manda al suelo pero consigue reponerse solo para descubrir que ahora el mundo mide cien veces más que él.

Los árboles, la maleza…, todo parece gigantesco. Incluso el frasco que está a su lado tiene un tamaño descomunal. Draco se aproxima a él y descubre restos de poción, apenas unas gotitas que para su tamaño resultan ser pequeños estanques. El rubio las examina con cuidado y no le cuesta trabajo identificar el tipo de pócima.

Debe ser algún tipo de modificación de la poción reductora, piensa y de pronto la magnitud de la situación lo golpea con fuerza. Rememora la conversación de Carlee y el recuerdo le resulta insoportable. Quiere estar solo, metido en su cama, envuelto en su dolor. Quiere esconderse del mundo y olvidar que ese día existió.

—¡Malfoy!

El pánico de Potter, su voz, sus preguntas, lo despiertan de su trance. La irritación crece dentro de él y lo ahoga. Ahora ya no tiene ganas de hundirse en la miseria, tiene ganas de liarse a gritos con alguien. Tiene ganas de enfadarse y pelear.

Draco se aferra a su ira como si fuera un salvavidas.

[…]

Es el verano después de cumplir trece años y Draco se prepara para el viaje a la mansión de los Blake, en Francia. Sus padres han accedido a la visita y su decisión fastidia a Draco; él tiene ganas de quedarse en casa y practicar quidditch. Tiene la emperrada idea de ganar la copa y borrar la satisfacción de la cara de Harry Potter, pero basta una orden directa de su padre para que Draco acalle sus protestas y se prepare para el viaje.

Los Blake los reciben con una fiesta. Carlee, que se ha convertido en una jovencita preciosa y altiva, recibe a Draco con una sonrisa y se pasa toda la tarde presentándolo con cada invitado que encuentran. Draco se deja llevar, entrenado como esta para soportar los pesados bailes y reuniones a los que asiste desde que tiene memoria; pero el viaje por red flu y el cambio de horario vuelve la fiesta aún más insoportable y Draco comienza a pensar en excusas para marcharse. Está listo para usar la vieja carta del sueño cuando —¡bendito sea merlín!— anuncian la hora de la cena.

La excusa del baño le sirve para apartarse de la multitud y encaminarse a un lugar más tranquilo.

Por desgracia no es el único buscando privacidad. Escucha las risas antes de ver a los dueños. Los extraños aparecen detrás de una de las estatuas del pasillo, seguramente salidos de algún pasaje secreto. Ellos se ríen con la desinhibición de aquellos que comparten una confianza total. Casi sin darse cuenta Draco registra la forma como sus manos se tocan y la forma como se miran, pero en cuanto se topan con él se detienen en seco. Por sus caras de espanto Draco supone que lo que sea que estuvieran haciendo no es algo que sus padres aprobarían.

El susto se les pasa en cuanto descubren que es solo un niño.

¿Quién eres tú?—pregunta en francés el más alto de ellos, su tono de voz no consigue intimidar a Draco.

La respuesta de Draco consiste en un alzamiento de ceja mientras le ofrece un gesto de fastidio.

Déjalo, Edmond—interrumpe el segundo extraño en un francés perfecto—en el futuro será mi cuñado.

Han pasado años desde la última vez que viera al hermano mayor de Carlee. Y en ese tiempo el muchacho ha crecido hasta volverse irreconocible. Cyril Blake, primogénito de casi diecisiete años, es alto, rubio y apuesto. Y por lo que su hermana cuenta en sus cartas, se está convirtiendo en la oveja negra de la familia.

¿Le dirá a alguien que nos vio?—pregunta el llamado Edmond, sin prestarle atención al rubio.

No...—responde Cyril con toda confianza.—...mi cuñado sabe guardar secretos, ¿a qué sí?

Draco intenta fingir que sabe de lo que hablan, así que procura aparentar que maneja el asunto sin problemas.

No soy un soplón, —responde de mal modo.

Cyril sonríe, confiado.—Te lo dije.

Edmond no parece convencido y lo mira con reproche pero Cyril lo toma del brazo, —el movimiento es suave, amable, confiado— y antes de marcharse se gira hacia el rubio.

Bienvenido, Draco Malfoy. No creas que olvidaré que te debo un favor.

Se marchan y Draco se pasa toda la cena pensando en el secretismo que compartían, en la forma como se miraban antes de toparse con él, en el suave roce entre sus brazos… Tampoco puede dejar de notar que no hay asientos preparados para ellos en el banquete que sus padres patrocinan.

.

capítulos cortos.