NdA:

Hola, gente, aquí estoy de nuevo y esta vez os traigo una adaptación de una peli de Hitchcock. En España la llamaron Encadenados. Cary Grant, Ingrid Bergman, Claude Rains... ¡Un clásico!

El fic tiene cinco partes. No sé cuándo publicaré el siguiente capi, menos de una semana seguro.

Y me gustaría dedicarles esta historia a Claudia y a Dybbo por ser tan encantadoras y geniales las dos, por todos los detalles que han tenido estos años conmigo. Gracias a ellas, tengo varias mañanas de Navidad al año ;)Así que muchísimas gracias a las dos y espero que disfrutéis mucho con el fic.

Estoy bastante segura de que los personajes de Harry Potter pertenecen a Rowling, WB y la editorial que publicó los libros. Ahora, no me hagáis investigar a quién pertenecen los derechos de la peli. A mí no, con eso basta. Y de dinero, mejor ni hablamos :P

Capítulo 1

Draco casi agradeció el ruido del timbre por sacarlo de un sueño que comenzaba a convertirse en pesadilla, pero su buena voluntad sólo duró hasta que fue consciente del dolor de cabeza y de las náuseas. Con un gruñido, se puso la almohada en la cabeza, confiando en que quienquiera que estuviera llamando se cansara pronto y se fuera. Sin embargo, el timbre volvió a sonar. Malhumorado, Draco se puso en pie, se cubrió con un albornoz y salió de su dormitorio. Al cruzar el comedor descubrió a dos de sus invitados durmiendo, medio desnudos, en el sofá. Además, Cora Templeton roncaba en el sillón, acunando sobre su abultado regazo una botella vacía de whisky de fuego como si fuera el tesoro más valioso que había encontrado en sus noventa años de vida. Igual lo era, pensó Draco, ácido, mientras iba a abrir la puerta. Merlín, como fuera uno de esos malditos periodistas pidiendo una entrevista…

Al otro lado estaba Harry Potter.

Draco le cerró la puerta en las narices. Le habría gustado decir que lo hacía por el placer de ser grosero, pero fue puro shock. Las piernas le temblaron un momento y su corazón se aceleró, ansioso. ¿Qué hacía Potter allí, en Santa Mónica? Primero la publicación de ese horrible libro sobre los Malfoy y ahora Potter: el pasado que trataba desesperadamente de olvidar le estaba asfixiando de nuevo como si Nagini estuviera enroscándose a su alrededor.

Potter volvió a tocar el timbre, apañándose para sonar irritado, y Draco cerró los ojos, tratando de recobrar la calma. No creía que Potter hubiera ido hasta allí para detenerlo. No había hecho nada ilegal, por lo menos nada que pudiera implicar a los aurores británicos. Pero seguramente, Potter no se marcharía hasta que le hubiera dicho lo que tenía que decirle, fuera lo que fuera. Era mejor pasar el mal trago cuanto antes.

Draco volvió a abrir la puerta.

-Potter.

Éste, que había estado a punto de tocar el timbre de nuevo, bajó el brazo. Su bíceps, algo marcado, asomaba por debajo de la manga corta de su camiseta.

-Malfoy –saludó, con un asentimiento.

Tenía un aspecto fresco y recién duchado y las líneas de sus hombros y su mandíbula se habían vuelto aún más interesantes de lo que recordaba. A Draco se le hizo la boca agua, pero se maldijo inmediatamente por su debilidad. Nada que proviniera de su pasado podía acabar bien para él, nada. No debía olvidarlo.

-¿Qué haces aquí? ¿Crees que he puesto un océano y un continente de distancia entre Inglaterra y yo porque quiero recibir visitas de mis antiguos compañeros de escuela?

-Imagino que no, pero tengo que hablar contigo. Es un asunto oficial.

-Oficial –repitió Draco, tensándose aún más.

-Nada malo, no es que estés metido en líos ni nada de eso.

Eso le tranquilizó lo bastante como para continuar poniéndole mala cara.

-Es demasiado pronto y aún me dura la resaca. Vuelve luego.

Con un poco de suerte, para entonces ya se habría marchado a las Bermudas con Nathan y no tendría que lidiar con Potter ni con las emociones que aquel idiota le despertaba en contra de su voluntad.

-Son casi las doce, en realidad, y tengo un vial de poción anti-resaca, si lo quieres. –Potter llegó a sacarlo del bolsillo para enseñárselo y Draco se quedó mirándolo, descubriendo que no le encontraba sentido a nada de lo que estaba pasando. Debió quedarse así parado más tiempo del que imaginaba porque la voz de Potter sonó impaciente-. Malfoy, sabes que no me voy a ir hasta que haya hablado contigo. Mira, ¿por qué no te tomas la poción y te das una ducha? Puedo esperar hasta entonces.

-Oh, muy amable.

A pesar del sarcasmo, estaba resignado a hacer lo que Potter decía. Justo cuando iba a decirle que esperara ahí fuera, Potter cruzó la puerta sin esperar una invitación. Draco quiso impedírselo, súbitamente avergonzado de los borrachos que dormían la mona en su comedor, de las botellas vacías de alcohol en el suelo, pero era demasiado tarde y no le quedó más alternativa que convencerse a sí mismo de que no le importaba lo que Potter pudiera ver.

-No estás solo.

-Muy perspicaz por tu parte –dijo, aún molesto.

Potter hizo caso omiso de su pulla y se acercó repentinamente a él con un aire confidencial que dejó a Draco aún más descolocado de lo que ya estaba.

-Escucha, si se despiertan y tienes que presentarme, diles que me llamo James Harrison. Ellos no pueden ver mi verdadero aspecto, sólo tú, así que no me reconocerán.

Aquello era demasiado surrealista y entre eso y la resaca y lo cerca que se había puesto Potter, Draco, sencillamente, no entendió nada.

-¿Qué?

-James Harrison, Malfoy. Dios, déjalo, hablaremos cuando te hayas despejado un poco.

Merlín, lo sacaba de la cama, casi le provocaba un infarto, le hablaba de cosas absurdas y encima tenía la cara dura de ponerse condescendiente. Draco lo habría estrangulado con las mismas ganas con las que le habría hecho otras cosas en las que no le gustaba pensar. Consciente de que estaba a punto de perder los papeles, optó por lanzarle una mirada de desprecio e irse al baño para tomarse una dosis de su propia poción anti-resaca. No necesitaba la cochina poción de Potter para nada.

En cuanto le hizo efecto se sintió mucho más capaz de afrontar lo que estaba pasando. Debía mantener la calma. Sólo era Potter y éste ya le había dicho que no estaba metido en líos. Y aunque no podía salir nada bueno de la conversación que tenían por delante, ominosa y desconcertante, probablemente sólo sería una molestia en comparación con hospedar a Voldemort durante la guerra o ver el cadáver de su madre y la expresión de horror y culpa de su padre.

La ducha le sentó tan bien como la poción. Draco se vistió con unos pantalones ligeros de algodón y una camisa azul que no se abrochó del todo. Su imagen en el espejo aumentó un poco su confianza; Potter no iba a poder hacerle sentirse mal respecto a eso, un pequeño consuelo.

Cuando salió del baño, el olor a café recién hecho le hizo dirigirse a la cocina. Potter, efectivamente, estaba allí, apoyado en la mesa llena de vasos y copas sucias y bebiendo una taza de café. La imagen le perturbó y volvió a sentirse molesto por haberse visto forzado a dejarlo entrar justo en ese momento.

-Como si estuvieras en tu casa –dijo, ahogando esas emociones con sarcasmo.

-Vamos, te he preparado una taza a ti también.

Draco se cruzó de brazos.

-¿Para eso has venido a California? ¿Para ser mi elfo doméstico?

La chispa de irritación que cruzó sus ojos de miope casi compensó por aquella mañana tan desagradable y fue incluso mejor presenciar cómo se obligaba a controlarse.

-Siento decepcionarte, pero no. –Potter frunció de nuevo el ceño en dirección a la puerta-. Si no te importa, lanzaré un hechizo para que ninguno de tus invitados pueda escucharnos.

-Imagino que no te irás hasta decir lo que tengas que decir, así que adelante.

Potter sacó su varita y lanzó el hechizo sobre ellos. Draco no notó nada de particular, pero Potter parecía satisfecho con el resultado. Después guardó su varita y clavó la vista de nuevo en él.

-Bien, Malfoy, iré directo al grano. Por desgracia, todavía hay gente por ahí tan estúpida como para creer que las ideas de Voldemort son algo por lo que merece la pena luchar. –Draco se irguió en la silla, incapaz de esconder su aprensión. No había esperado aquello-. Sospechamos que hay un grupo de magos en Roma, provenientes de varios países, que están conspirando para retomar sus planes. Aún no tenemos nada excepto un par de posibles nombres, pero por lo que parece, algunos de ellos llegaron a conocer a Voldemort. Shacklebolt cree que puedes ayudarnos, Malfoy. Piensa que puedes identificarlos o que tu presencia allí puede impulsarles a salir al descubierto.

Draco necesitó unos segundos para reaccionar.

-¿Qué? ¿Queréis que… que haga de cebo?

No podía creerlo. Aquello sonaba como una broma, como un delirio. Pero Potter no se reía.

-Es posible. No conozco los detalles concretos aún. Sé que el jefe de aurores piensa que tu colaboración sería muy útil, de una manera u otra.

-¿Y se supone que me importa lo que piense el jefe de aurores?

-Malfoy, esa gente es peligrosa.

-Entonces os deseo buena suerte atrapándolos, pero no sé qué tiene que ver conmigo. Yo no soy auror. Atrapar magos peligrosos no es mi trabajo. –La mirada de Potter se dirigió fugaz y desdeñosamente hacia las botellas vacías que había sobre el banco de la cocina y Draco apretó los puños. ¿Quién se creía que era para aparecer por allí y empezar a juzgarlo?-. Mi trabajo es irme a las Bermudas con gente que me aprecia.

-A las Bermudas –repitió Potter, pillado de improviso.

-Sí –dijo, satisfecho con su reacción-, me embarco hoy mismo. Así que gracias, pero no.

En lugar de levantarse y marcharse por donde había venido, Potter se limitó a suspirar.

-Malfoy, tú sabes lo que es vivir bajo el dominio de alguien como Voldemort. Y ahora tienes otra oportunidad para ayudar al mundo mágico, ¿no quieres aprovecharla?

Draco recordaba demasiado bien la Inglaterra hostil que había dejado atrás.

-Quizás no te hayas dado cuenta, Potter…

-Harrison –le interrumpió, con una mirada de advertencia-, me llamo James Harrison.

-Está bien, Harrison, quizás no lo hayas notado, pero no me importa el mundo mágico –dijo, con su voz más venenosa-. Por mí como si Gran Bretaña entera se hunde en el mar.

Potter le mantuvo la mirada, imperturbable.

-Eso es mentira –dijo al cabo de unos segundos.

-No lo es –replicó, apretando los dientes.

-Sí lo es y puedo demostrártelo. –Potter sacó de nuevo su varita e hizo aparecer en el aire un pergamino enrollado-. ¿Recuerdas tu última conversación con Adrian Pucey? Los aurores franceses ya iban tras Volkov y él, los tenían vigilados a ambos. Esta grabación no llegó a utilizarse en el juicio, sin embargo.

A su señal, el pergamino se desenrolló y Draco se encontró escuchando unas palabras que había pronunciado casi un año atrás.

-¡No puedo creer que pensaras que podía interesarme! ¿Acaso no sabes para qué quiere Volkov esos trapos sucios sobre los miembros del Wizengamot? ¡Planea manipular al tribunal para que vote a favor de levantar el veto a la poción Animadora! ¿Tienes idea de lo que eso supone? Es adictiva, estúpido. Harías cualquier cosa por conseguirla y los rusos son los únicos capaces de producirla. Antes de medio año, su ministerio de magia tendría al mundo mágico británico cogido por los huevos. ¿Por qué te crees que los finlandeses cedieron su dominio sobre la Isla de las Selkies? ¡Los rusos los obligaron bajo amenazas de cortarles el suministro!

Potter desvaneció el pergamino.

-A mí me parece que sí te importa el mundo mágico, Malfoy. Y Gran Bretaña. Y sé que no querrías ver de nuevo a alguien como Voldemort causando problemas. Ayúdanos a detenerlo.

Draco sintió que empezaba a dudar y no fue por el pergamino, era por Potter, por el maldito Potter, que lo miraba como si esperara verlo tomar la decisión correcta. ¿Por qué tenían que haberlo mandado a él? Le habría sido mucho más fácil decirle que no a cualquier otro auror, pero no, tenía que ser Potter. Draco se odió a sí mismo al notar cómo despertaba dentro de él el viejo anhelo deseo de demostrarle que podía estar a la altura de las circunstancias, que si quería podía ser tan heroico como cualquiera. Merlín, era la oportunidad de demostrárselo a todos.

-¿Draco?

Draco reconoció la voz de Nathan y advirtió el gesto de frustración de Potter al verse interrumpido.

-En la cocina.

Nathan apareció por la puerta, sonriente. Llevaba uno de los conjuntos que Draco le había regalado, blanco y azul oscuro.

-¿Ya estás despierto, dormilón? He alquilado el yate como me dijiste, podemos irnos en cuanto queramos.

Potter frunció aún más las cejas.

-Malfoy, no.

Draco dudó de nuevo. Potter no tenía tanta fe en él como había imaginado un momento atrás y sabía perfectamente que los aurores no le tenían demasiado cariño. Y eso por no hablar de que había muchas posibilidades de que aquel asunto acabara siendo peligroso. ¿Acaso no había sufrido ya bastante? A Nathan le brillaban los ojos cada vez que le veía sacar una bolsa de galeones, ya lo notaba, pero a su lado sólo le esperaban playas, fiestas, cócteles y probablemente sexo. No creía que Potter o Shacklebolt pudiera igualar su oferta.

Y sin embargo, se le revolvía el estómago al imaginarse a Potter marchándose de allí creyendo que Draco era un cobarde o un inútil. Tenía ganas de llenarse un vaso de whisky sólo de pensarlo. Sólo entonces comprendió que si rechazaba su oferta estaría rechazando también su última oportunidad de sentir algo de respeto por sí mismo. En el mejor de los casos, acabaría matándose antes de los veinticinco de una sobredosis o en un accidente de coche o de escoba. En el peor, se convertiría en alguien como Nathan o Cora Templeton o cualquiera de las personas con las que se juntaba desde que había dejado Inglaterra: apátridas sin raíces ni propósito, cazafortunas, fugitivos con cuentas bancarias millonarias. Por una vez, Draco no pudo convencerse a sí mismo de que aquello era exactamente lo que quería. Odiaba y despreciaba a toda esa gente. Odiaba y despreciaba en lo que se había convertido su vida. No soportaba la idea de que ese fuera su futuro.

Potter le estaba enseñando otro camino. Llevara donde llevara, tenía que ser mejor necesariamente que el destino del camino que recorría ahora.

-Lo siento, Nathan, cambio de planes. Ve tú a las Bermudas y pásatelo bien –Miró a Potter-. Yo tengo algo que hacer.


Malfoy estuvo listo para marcharse en sólo unas horas, pero para entonces ya no había Trasladores a Alemania, el lugar en el que iban a reunirse con Kingsley Shacklebolt. Harry insistió en que Malfoy pasara la noche en el mismo hostal mágico de Boston en el que estaba hospedándose él, bien lejos de sus nuevos y tóxicos amigos y de la posibilidad de que lo hicieran cambiar de idea.

Sorprendentemente, Malfoy lo acompañó al hostal sin poner objeciones. Eso había que admitirlo: se estaba mostrando colaborador y razonable. Harry fue con él hasta su habitación, al lado de la suya, y le pidió que se instalara mientras él hablaba con Shacklebolt.

-Luego bajaremos al comedor y cenaremos algo. Tenemos que pensar en una historia que explique cómo nos conocimos. Es decir, cómo conociste a James Harrison.

Malfoy asintió y entró en su cuarto. Harry fue al suyo y se arrodilló frente a su chimenea, que gracias al ministerio de magia estadounidense tenía aquellos días conexión directa de Red Flú tanto con el despacho de Kingsley como con su casa. Iba a pillarlo durmiendo, pero Harry sabía que su jefe querría tener aquella información lo antes posible.

Después de uno o dos minutos de espera, la somnolienta cara de Shacklebolt apareció entre las llamas verdosas.

-Harry… ¿Cómo ha ido todo?

-Bien –admitió-. Malfoy ha aceptado ayudarnos.

-Espléndido, espléndido… ¿Qué te dije? Sabía que podrías convencerlo.

El optimismo de Kingsley respecto a todo aquel asunto siempre le había resultado incomprensible.

-Sí, pero… Lo siento, sigo pensando que a no ser que tengas planeado mandarle que mire unas cuantas fotos y dé unos cuantos nombres, no será capaz de llegar hasta el final con este asunto. Si las cosas se ponen siquiera un poco incómodas para él, se marchará.

Kingsley se había puesto un poco más serio.

-Has dicho que quiere ayudar, ¿no? Harry, creo que el joven Malfoy podría apreciar más de lo que piensas una oportunidad de ayudar al mundo mágico. Dime, ¿hay algún otro problema con él, aparte del alcohol?

Harry suspiró para sus adentros. Algún otro problema… Aquel idiota tenía una docena de problemas. Harry pensó en el tal Nathan, tan sonriente y desenvuelto… Pero si uno se fijaba en sus ojos, descubría a un depredador. Malfoy no se había dado ni cuenta. O peor, se había dado cuenta, pero estaba dispuesto a irse con cualquiera que quisiera hacerse cargo de él. Bueno, considerando lo que había visto las dos noches que lo había estado espiando, Malfoy estaba dispuesto a irse con cualquiera, punto.

-Ya has leído los informes que me pasaron los aurores estadounidenses. En los ocho meses que lleva aquí, ha acumulado siete multas por volar bajo la influencia del alcohol. Y no estamos hablando de "oh, he bebido un par de copas de más y vuelvo a casa", sino de "voy tan borracho que no recuerdo ni mi nombre, pero es un gran momento para empezar a hacer acrobacias mortales". –Ni siquiera su ex, Oliver Wood, a pesar de su afición por las fiestas, había llegado tan lejos-. Tiene también tres multas por desorden público. Es autodestructivo e irresponsable. Sigue demasiado traumatizado por la guerra y lo de sus padres, aunque trate de fingir que no. Creo que deberíamos basar nuestra estrategia en alguien que no sea una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento.

Una parte de él lo compadecía, ¿cómo no hacerlo? Hasta había ido al entierro de Narcissa, días antes de que Malfoy dejara Inglaterra. Y sabía que cualquiera habría quedado marcado por una experiencia así. Pero esa no era la cuestión. Otros habían pasado por cosas igualmente terribles y salían adelante. Si Malfoy no tenía la fortaleza para superar aquello, tampoco la tendría para soportar demasiada responsabilidad.

-Comprendo que eso te preocupe, pero… Mira, mañana tendré oportunidad de hablar con él en persona. Si veo que puede comprometer la misión, lo dejaremos correr. Pero si no… Tienes que entender una cosa, Harry: si la información que nos está llegando es cierta, Malfoy podría resultar vital para esta operación. De momento y hasta que no se diga lo contrario, necesitamos tenerlo controlado y deseoso de ayudarnos, ¿de acuerdo?

Harry asintió. Imaginaba que ese cara a cara no sería suficiente para que Kingsley descartara a Malfoy, pero realmente no había mucho más que pudiera decir en ese momento. El tiempo diría quién se equivocaba y a decir verdad, esperaba ser él.

Kinsgley quería volver a la cama, así que Harry se despidió y respirando con resolución, se fue a buscar a Malfoy. Si había que manejarlo bien para cortar de raíz ese nuevo brote de neo-mortífagos, aprendería a manejarlo bien. Era su responsabilidad, al menos hasta que Kingsley se la pasara a alguien más.

Cuando entró en el cuatro de Malfoy, lo encontró terminando de arreglarse frente al espejo. Su camisa y sus pantalones veraniegos habían sido sustituidos por unos pantalones de tweed y un suéter de lana gris oscuro. Harry se dio cuenta de que los ojos se le habían ido a la magnífica curva de su trasero y apartó la vista rápidamente antes de que Malfoy lo notara, molesto consigo mismo. Había tenido la misma flaqueza durante varios momentos del día y no le gustaba nada. Un culo bien puesto no debería hacerle olvidar que Malfoy era un desastre ambulante.

-¿Estás listo?

-Cuando quieras. –Fueron hacia la puerta-. ¿Todo bien con Shacklebolt? ¿Te ha dicho algo más de lo que quiere de mí?

-No, todavía no sé nada. Están a la espera de confirmar la información que tienen.

Malfoy lo miró de reojo.

-Me sorprende que no estés al corriente de todo.

Sonó como una de las antiguas pullas, pero no del todo, y Harry se limitó a ignorarlo mientras bajaban juntos las escaleras hasta la planta baja. Malfoy no insistió y se mantuvo callado hasta que llegaron al comedor, de muebles coloniales. No había demasiada actividad aquella noche y en cuanto se sentaron en una mesa vacía, Antonia, una de las camareras, se acercó con su habitual sonrisa a tomarles nota. Harry, que ya había probado todas las hamburguesas de la carta, se pidió aquella noche un filete poco hecho con patatas fritas. Malfoy optó por una sopa de almejas, un plato muy típico de allí.

-Y para beber…

–Deberíamos limitarnos a la cerveza de mantequilla –dijo Harry, con firmeza-. El Traslador sale mañana temprano.

Pareció que Malfoy iba a protestar, pero sólo fue un momento.

-Tienes razón. Cerveza de mantequilla –le dijo a Antonia. Cuando se marchó, Draco añadió-: No te preocupes, Pot-Harrison, me voy a tomar esto en serio. Nada más potente que la cerveza de mantequilla a partir de ahora.

Aunque Harry necesitaba más que palabras para creerlo, quiso ser diplomático.

-Me alegra oírlo.

Malfoy se lo quedó mirando con expresión inquisitiva.

-Los empleados te conocen. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?

-Llegué hace cinco días –contestó Harry, sabiendo que estaban entrando en terreno algo resbaladizo.

Malfoy entornó los ojos aún más, como un gato.

-Pero no te has puesto en contacto conmigo hasta esta mañana. ¿Qué has estado haciendo los otros cuatro días?

Malfoy estaba tratando de ponerlo a la defensiva, así que Harry decidió hacer justamente lo contrario y se encogió de hombros.

-Investigarte, obviamente. Tenía que saber lo que iba a encontrarme antes de hablar contigo.

-¿Me has espiado?

-Estaba en la fiesta que Madame Laforge dio hace dos noches.

Malfoy apretó los labios, poco complacido con la noticia, pero luego esbozó una sonrisilla.

-¿Te gustó el espectáculo?

Harry recordó a Malfoy bailando medio desnudo sobre un pódium, exhibiéndose. Después, se había subido a una de las habitaciones acompañado de un famoso actor de Hollywood sangremuggle y su novia tras haberse restregado con los dos de manera prácticamente pornográfica.

-No demasiado. –Y luego añadió, para calmar un poco las aguas-: Mira, Malfoy, es un procedimiento estándar, nada personal. Estamos tomando muchas precauciones con este asunto porque no queremos ahuyentarlos y perderlos de vista. Eso es todo.

Malfoy se echó para atrás en su silla, cruzándose de brazos, pero Antonia evitó que las cosas se pusiera aún más raras al llegar con las cervezas y una pequeña canasta con pan de ajo recién horneado. Hambriento, Harry se apresuró a darle un bocado a una de las rebanadas y mientras, Malfoy se bebió la mitad de su jarra de cerveza de un trago.

-Bien… Ya que me has investigado, tú deberías darme algo de información sobre ti también. Sin nombres, por supuesto. ¿Sigues con tu novia del colegio?

Diplomático, recuerda, se dijo Harry.

-No, rompimos hace casi año y medio, poco después de que dejaras el país. Fue una ruptura amistosa.

-¿Y ahora estás saliendo con alguien?

-No.

-¿No has salido con nadie desde entonces?

-De repente te interesa mucho mi vida sentimental.

Por una vez, Malfoy no picó el anzuelo.

-No tanto, sólo quiero ponerme un poco al día. Pero si el tema te pone incómodo…

-Me da lo mismo –mintió. Y luego, para reforzar sus palabras, añadió-: Y sí, sí he salido con alguien. Lo conoces; estaba en Gryffindor y le obsesionaba el quidditch.

-¿Wood? –vocalizó en silencio, con aspecto realmente sorprendido. Cuando Harry asintió, prosiguió en voz alta-: No sabía que te gustaban también los hombres.

Probablemente más que las mujeres, lo cual había sido una de las causas de su ruptura con Ginny, pero eso no lo dijo y se limitó a encogerse de hombros.

-Supongo que estoy lleno de amor.

Malfoy soltó una pequeña carcajada, como si no fuera suficiente con tratarse de manera civilizada. Ahora además hacía reír a Malfoy, una risa genuina, sin malicia, que le daba un aire absurdamente juvenil y encantador. Su único consuelo fue ver que después de un segundo, Malfoy también pareció un poco descolocado por su propia reacción.

-En fin… ¿Y qué pasó con él?

-Rompimos al cabo de unos meses, no queríamos las mismas cosas.

Una manera muy suave de decir que él quería un novio normal y Oliver, una relación no exclusiva porque "el hombre no está hecho para la monogamia, Harry, y lo que importa es que sólo tengo sentimientos por ti". Y él, como un idiota, se había dejado convencer para intentarlo. Por supuesto, el experimento no había tenido ninguna posibilidad de salir bien. Milagrosamente, sus ataques de celos, cada vez más virulentos, no habían llegado a oídos de la prensa.

-Ningún escándalo entonces, por lo que veo –dijo Malfoy-. Es una lástima, los escándalos hacen que las biografías sean mucho más interesantes. –Su buen humor se evaporó repentinamente-. Aunque quizás sea mejor dejar el tema de las biografías a un lado.

Oh, sí, no le extrañaba que Malfoy no quisiera hablar de biografías, considerando el libro que Rita Skeeter acababa de publicar. Harry no lo había leído, pero había oído a Hermione calificarlo como "montón de basura malintencionada" y Andromeda, que ni siquiera había ido al entierro de Narcissa, se había sentido ofendida por las mentiras que contaba sobre su hermana. Por supuesto, estaba siendo un éxito de ventas.

-Sin problemas. Prefiero las novelas de acción.

Malfoy asintió, distraído, y ya no dijo nada. Al parecer, ya no quería sonsacarle más detalles sobre su vida personal. Harry se dio cuenta de que en todo el día, Malfoy tampoco había mostrado interés por Gran Bretaña o las personas que ambos conocían. Como si nada de eso tuviera ya que ver con él. Fuera verdad o mentira, Harry no vio razones para presionarlo; si no quería saber nada, allá él.

Una vez tuvieron la comida delante, sabiendo ya que no iban a tener más interrupciones, le propuso ponerse manos a la obra: cuanto antes se inventaran cómo se habían conocido Malfoy y James Harrison, mejor. Se suponía que Harrison era un mestizo de padres magos, educado por tutores privados, así que el encuentro no podía haberse producido en Hogwarts.

-¿Y a qué te dedicas?

-Digo que vivo de rentas, pero podría tener problemas de dinero por el juego, un tren de vida muy alto o lo que sea. Es mejor que no sea del todo trigo limpio.

Malfoy hizo una mueca.

-Eso explicaría por qué está dispuesto a socializar con alguien como yo, ¿no? Está bien, yo diría que lo mejor es decir que nos conocimos en la fiesta de madame Laforge y siendo los dos británicos, nos pusimos a hablar. Es una historia sencilla y fácil de recordar, ¿no? -Harry tuvo que admitir que era una buena idea-. ¿Significa eso que voy a seguir trabajando contigo en Europa?

Habría sido difícil saber si la idea le gustaba o le disgustaba.

-Sé que Shacklebolt me quiere en el caso, pero aún no me ha dicho lo que voy a hacer. De momento, me han ordenado que mantenga esta tapadera hasta nuevo aviso. Si alguien nos ve, te verá hablando con James Harrison, no conmigo. Nadie tendrá motivos para pensar que estás trabajando con los aurores.

-Trabajando con los aurores… Aún me cuesta de creer.

En eso, estaban los dos de acuerdo.


Draco no había podido dormir mucho aquella noche. Al menos en esa ocasión en su mente había habido más que malos recuerdos, entre la misión y Potter. Sólo veinticuatro horas antes no habría podido ni imaginar aquella situación y sin embargo allí estaba, pasando el tiempo con Potter y a punto de colaborar en un caso internacional.

Tras un desayuno ligero y temprano dejaron los Estados Unidos. Los viajes transoceánicos en Traslador no le sentaban bien a nadie y cuando aterrizaron en Berlín, Draco estaba a punto de vomitar y Potter no tenía mucho mejor aspecto. Una empleada de la Terminal les ofreció rápidamente unos viales sellados con poción anti-mareos y Draco se apresuró a tomarse la suya. Al momento, las náuseas desaparecieron y se encontró mejor. Potter, que también había recuperado el color, le guió hasta el punto de Aparición y Draco se encontró muy poco después sentado frente al Jefe de los Aurores en un piso franco de Berlín.

Shacklebolt no había cambiado mucho desde la última vez que lo había visto, en un interrogatorio justo después de la guerra. Aunque el tipo no había sido demasiado duro con él, Draco recordaba aquella experiencia con vergüenza y humillación. Había estado tan asustado, se había sentido tan estúpido, tan inútil… Ahora volvían a encontrarse cara a cara y aunque Draco ya no se sentía tan asustado, tampoco encontraba en su interior nada con lo que convencer a Shacklebolt de que ya no era aquel crío miserable. Nada, excepto que había dicho que sí.

-Me alegra verle aquí, señor Malfoy. Estoy seguro de que nos va a ser de gran ayuda.

-Gracias, eso espero.

-Me gustaría poder darle más detalles sobre la operación y su papel en ella, pero me temo que es algo que todavía tendrá que esperar unos días. De momento, usted y el auror Potter se instalarán por separado en Roma. Debo pedirle que se mantenga alejado de las zonas mágicas hasta nuevo aviso. Aunque es probable que su presencia en Italia se haga pública entre nuestra comunidad, limite sus movimientos al mundo muggle, ¿entendido?

-Sin problemas.

-El auror Potter será su contacto con nosotros. –Shacklebolt le tendió una moneda-. Tenga. Conoce el encantamiento Proteico, ¿verdad? Con ella será capaz de comunicarse con Potter cuando lo necesite. No la pierda.

-No lo haré –dijo, mientras se la guardaba en el bolsillo.

Shacklebolt siguió dándole algunas instrucciones más y luego le pidió que saliera para hablar a solas con Potter. Draco salió de la habitación y se dispuso a esperar al otro lado de la puerta. Si hubiera estado solo, habría intentado curiosear lo que decían, pero había un par de aurores por allí, británicos, que no le quitaban ojo de encima. Al cabo de unos diez minutos, Potter salió del despacho acompañado de Shacklebolt, quien se despidió de ellos y les deseó buena suerte.

Preguntarle a Potter qué le habían dicho habría sido una pérdida de tiempo y Draco ni lo intentó. Total, ya tenía bastantes cosas en la cabeza con todo lo que sí le habían contado.

-El Traslador a Roma no sale hasta dentro de tres horas. Deberíamos comer algo mientras tanto.

Draco aceptó y echaron a andar en busca de algún restaurante con buena pinta. Aunque aquello técnicamente iba a ser su almuerzo, en realidad en Alemania ya había anochecido y se acercaba la hora de cenar. El jet lag le iba a dar problemas un par de días; la parte buena era que ya no quedaba tan mal que se tomara una copa. Al recordar que había prometido limitarse a la cerveza de mantequilla su entusiasmo se enfrió un poco. Necesitaba algo más fuerte para lidiar con la frustración de tener a Potter tan cerca y tan lejos a la vez. Al parecer, no cruzar apenas una palabra con él en todos esos años había sido un elemento clave para mantener su estúpido encaprichamiento bajo control; ahora que llevaba casi dos días seguidos con él, estaba perdiendo dicho control por momentos. Considerando que Potter ni siquiera era agradable con él, Draco tenía la sensación de que el universo se preparaba para joderlo una vez más.

-Pareces preocupado –le dijo Potter, mientras comían. O cenaban-. No estarás cambiando de idea…

-Merlín, P-Harrison, gracias por la confianza.

-Sólo preguntaba-dijo, con indiferencia-. ¿Qué pasa, entonces?

-Nada. Estoy cansado.

Potter aceptó aquella respuesta y terminaron de cenar en silencio, roto solo por comentarios ocasionales sobre la comida. Después, Potter pagó la cena –todos los gastos de aquella misión corrían a cuenta del Ministerio- y se fueron de nuevo a la Terminal Internacional, que estaba tan concurrida como cuando habían llegado desde los Estados Unidos. Tras asegurarse de que llevaba todo su equipaje encima, convenientemente miniaturizado, Potter y él colocaron la mano sobre un paraguas viejo. Con ellos había dos brujas rubias, más o menos de su edad, que no paraban de mirarlos de reojo y un mago más mayor con un gran bigote oscuro y aspecto serio.

Esta vez, el viaje duró solo unos minutos. Draco sonrió al ver el paisaje familiar de la Terminal romana, con sus frescos en el techo y sus columnas de mármol, pero su sonrisa no tardó en perder parte de su alegría. ¿Cuántas veces había llegado allí con sus padres? Y ahora ya no lo podría hacer nunca más.

-Vamos –dijo Potter.

Draco echó a andar con él.

-Guarda, non è che Draco Malfoy?

Al oír su nombre, Draco miró hacia atrás y se dio cuenta con horror de que eran tres periodistas italianos, tres tipos que empezaron a ir tras él y a acosarlo a preguntas. Potter le sujetó del brazo y le hizo caminar más rápido, tratando de poner distancia entre los periodistas y ellos, pero el torrente de preguntas les seguía sin compasión.

-¡Señor Malfoy! ¿Qué le ha traído a Italia? ¿Qué opina del libro de Rita Skeeter sobre su familia? -¿Lo ha leído? Ella dice que Lucius Malfoy estaba borracho, pero que mató a su mujer a propósito. ¿Qué tiene que decir a eso? ¿Piensa emprender acciones legales contra ella?

-¿Qué? No, ¡fue un accidente! ¡Dejadme en paz!

Pero no le escucharon, nunca lo hacían. Las preguntas continuaron sin piedad alguna, echando sal y más sal en la herida. Draco quiso ir hacia ellos, callarlos a puñetazos, pero Potter seguía estirando de él, llevándoselo de allí. De pronto, se encontró entrando a trompicones a un taxi. Potter se sentó a su lado, cerró la puerta y le pidió al conductor con voz urgente que se pusiera en marcha.

Las voces quedaron ahogadas por el ruido del motor.

Draco cerró los puños y bajó la cabeza, consciente de que la ira era lo único que lo estaba protegiendo de un ataque de ansiedad. Putos buitres, ¿es que nunca iba a librarse de ellos? Así reventaran todos.

-Malfoy…

-No digas nada, Harrison. –No supo ni cómo fue capaz de acordarse de usar el nombre falso-. No digas nada.

Potter, gracias a Merlín, mantuvo la boca cerrada. Si no podía tomarse una copa, al menos necesitaba cinco putos minutos de silencio. Poco a poco, utilizando las técnicas de disciplina mental que había desarrollado con la Legeremancia, consiguió tranquilizarse lo suficiente para empujar todos esos sentimientos a un rincón de su mente. Lo suficiente para no saltar del coche en marcha y colocarse delante de un autobús.

-Ya hemos llegado.

Ni siquiera se había dado cuenta de que el taxi se había detenido. Draco asintió y esperó a que Potter pagara al conductor. Casi sin fijarse, le siguió a lo que sería su hogar, un palazzo convertido en un piso de apartamentos de techos altos y grandes ventanales. A su madre siempre le había gustado alojarse en ese tipo de casas cuando estaban en Italia.

-Él la adoraba, eso es lo peor –dijo de pronto, sin saber muy bien por qué. De espaldas a Potter, no podía verle la cara-. Nos amaba a ambos y nos jodió la vida a los dos sin pretenderlo.

Todo estaba aún tan fresco… Si cerraba los ojos aún podía escuchar el aullido desesperado de su padre, podía ver el cadáver de su madre. No había llegado a presenciar el momento de su muerte, pero cuántas noches había soñado con él. Trataba de impedirlo, pero nunca lo conseguía. Su padre siempre la empujaba para apartarla e irse, su madre siempre se desnucaba al chocar contra la repisa de la chimenea. A veces, la pesadilla incluía el suicidio de su padre en una celda de Azkaban, sólo unos días después.

-Malfoy…

La voz de Potter sonaba llena de incertidumbre. Probablemente no sabía qué decir y por una vez, Draco no iba a acusarlo de falta de elocuencia; el error lo había cometido él, contándole cosas demasiado personales.

-No te preocupes, estoy bien. –Se giró hacia Potter para que pudiera verle la cara y descubrió que estaba más cerca de lo que había esperado, tanto que sólo dando un paso sus labios se habrían rozado. Draco siguió hablando sólo para evitar traicionarse a sí mismo, pero sus ojos habían conectado y Potter parecía tan paralizado como él-. Sólo necesito descansar un poco.

¿Le había escuchado? Ciertamente había prestado mucha atención a cómo sus labios se movían. De pronto, Potter dio un respingo y retrocedió un par de pasos, claramente mortificado. Draco meneó la cabeza para sus adentros, sabiendo que en cualquier otra ocasión habría tenido mil comentarios que hacer al respecto. Aquella noche no estaba de humor.

Qué momento más extraño para descubrir que Potter también se sentía atraído por él.

Continuará