"Planes futuros"

Capítulo beteado por Flor Carrizo, beta de Elite Fanfiction

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Edward POV

Podía hacer una lista de todas las cosas que me volvían loco de la mujer que dormía a mi lado.

Esas cosas que mientras más pasaba el tiempo, más me estresaban. Cosas que no podía entender cómo no había notado antes.

Miraba fijamente su rostro y podía ver unas cuantas pecas en sus mejillas, apenas notorias pero estaban ahí. Su rostro podría ser perfecto sin ellas, bueno quizás también cambiaría sus labios, desearía que fueran un poco más grandes.

Después estaba su cabello, siempre castaño y largo. ¿Por qué odiaba la idea de cambiar de estilo? Quizás así no sentiría que moría de aburrimiento cada día a su lado.

Su cuerpo en general era completamente imperfecto.

No era muy alta, sin tacones llegaba debajo de mis hombros, a la altura de mi pecho; lo que era frustrante cuando quería besarla y en otras cosas más íntimas también.

Sus pechos no eran muy grandes y ni siquiera se esforzaba para hacerlos lucir, aunque sea con un escote o lencería sexy.

Tenía hoyuelos en la espalda, aunque no podía verlos ahora, sabía que estaban ahí.

Su cuerpo parecía haberse quedado a mitad de la pubertad y jamás habían salido las curvas de una mujer, al menos no por completo.

Pero sus defectos no eran solo físicos, también estaba su personalidad. Tenía esa timidez que me alteraba los nervios, no podía ser un poco atrevida, porque sus mejillas se teñían de un rojo intenso. Era indecisa hasta por la más mínima cosa, incluso mordía su labio inferior para hacerlo notar aún más. Era demasiado dulce, parecía que no tenía carácter y eso con el tiempo aburría.

Necesitaba mi presencia en casi cada momento de su día, desayuno, comida y cena, siempre me quería ahí. Por las noches buscaba que la abrazara, así el día fuera el más caluroso en el año, ella se enredaría a mi cuerpo en medio de la noche. Además solía aparecer en el rancho, buscándome en las caballerizas o establos, con pretextos tan estúpidos como que solo quería un beso.

Mi padre solía decir que un matrimonio tenía buenos y malos momentos, pero no había mencionado que el matrimonio podía tornarse aburrido, incluso molesto. Quizás porque él jamás había durado mucho en un matrimonio, su récord eran tres años, con mi madre. Justo antes de que yo naciera se divorciaron.

En cambio, yo tenía cinco años durmiendo al lado de la misma mujer. Ocho si contaba los años de noviazgo. Y ya no había nada.

Había comenzado los papeles de divorcio dos meses atrás cuando una preciosa mujer de ciudad se metió en mi cabeza y se negó a salir. La había conocido en una feria de ganado. Ella no era una presencia normal en esos lugares, pero nos habíamos cruzado en el mismo hotel en varias ocasiones. Era una rubia de largas piernas y labios rojos, que estaba decidida a conquistarme y llevarme a la cama, cosa de la que no me quejaba e incluso fui partícipe.

Terminamos enredados entre las sábanas de mi habitación y una noche se convirtió en una semana. Lo que sería una aventura de una vez, continuó por los siguientes meses. Usaba otros compromisos como excusa para salir del pueblo y encontrarme en la ciudad con ella.

Isabella no tenía ni la menor idea de que llevaba meses durmiendo con otra mujer, pensando en otra y entregándome a alguien más.

Sin embargo, estaba cerca de enterarse. Los papeles llegarían al día siguiente y todo se habría acabado. Esta sería la última noche que pasaríamos juntos, como una pareja de marido y mujer. Quizás si ella lo supiera se hubiera esforzado un poco más en su apariencia, pero solo se había puesto una playera enorme de algún equipo de fútbol, que no tenía idea de dónde había sacado.

Sabía que el divorcio haría que una pequeña parte de mi dinero pasara a ella, pero había arreglado todo para que esa parte no fuera más que la suficiente para que pudiera conseguirse dónde vivir y estuviera cómodamente unos meses, mientras encontraba trabajo.

Por la amistad que habíamos tenido antes de nuestra relación, mi intención tampoco era dejarla sin nada de la noche a la mañana, tampoco era un maldito.

Cuando el sol comenzó a salir, me levanté de la cama, tomé un baño y preparé café. Ella no amaba las mañanas, pero casi todos los días se levantaba para prepararnos el desayuno y comer juntos.

El correo siempre llegaba temprano, así que me había levanto antes de lo normal. Cuando el sobre que esperaba apareció casi no pude contener la sonrisa en mis labios, se lo entregaría esa noche, durante la cena.

Desayunamos en un completo silencio, lo que era habitual desde unas semanas atrás. Luego me fui a revisar el rancho y ayudar en algunas cosas, dejando el sobre en mi despacho escondido en uno de los cajones de mi escritorio. Mientras ella había vuelto a la cama, adjudicando que se sentía algo enferma.

Al anochecer, volví a casa con una alegría que no sentía desde hacía mucho tiempo. Era una sensación de libertad. Fui al despacho y busqué el sobre. Podía escuchar que Isabella estaba en la cocina, seguro seguía en su bata para dormir, en especial si seguía sintiéndose enferma.

Caminé con el sobre detrás de mí y la encontré sirviendo los platos. Cuando notó mi presencia, me dedicó una sonrisa y, aunque se notaba algo pálida, sí se había cambiado, por uno de los vestidos color amarillo que tanto le gustaban.

Dejó los platos en la mesa de la cocina, el comedor solo se usaba en días especiales, como Navidad u otras fiestas. Ella se sentó frente a mí y yo coloqué el sobre en la silla a mi lado.

―¿Cómo estuvo tu día? ―preguntó mirándome mientras comía algo de lo que había puesto en su plato.

―Bien, de hecho estuvo muy bien ―admití. La verdad era que ese día, mientras pensaba en que era el último día de este letargo, me había sentido con ánimos renovados.

Terminamos de comer y me ofrecí a limpiar la mesa. Ella parecía sorprendida, pero me dejó hacerlo. Una vez que terminé, nos quedamos los dos mirándonos de extremo a extremo de la mesa, así que saqué el sobre y lo puse frente a mí, ella me miró con curiosidad.

―¿Qué es eso? ―preguntó mirándome a los ojos.

Yo bajé la mirada y abrí el sobre, sacando los papeles de él. Puse el sobre a un lado y los papeles frente a mí, luego la miré de nuevo y estiré mi brazo haciendo que los papeles quedaran frente a ella.

Me miró confundida y luego observó los papeles. Al notar lo que decía la primera hoja del documento, levantó la mirada de nuevo, como si no pudiera creer lo que estaba frente a ella. Luego lo hojeó y me miró con intensidad.

―Quiero el divorcio, Isabella ―dije correspondiendo su mirada.

Ella parecía seguir sin poder creerlo, su mirada cambió de la confusión a la tristeza en un segundo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las derramó. Luego se levantó y caminó para salir de la cocina, pero la detuve por el brazo antes de que pudiera irse y ella me miró confundida.

―Huir no retrasará esto, deberías hacernos un favor a ambos y firmar de una vez.

La dureza de mis palabras la habían lastimado, podía ver el dolor en su mirada. Limpió una lágrima de su mejilla y se soltó de mi agarre.

―¿Por qué querría huir? ¿Por qué querría quedarme al lado de un hombre que no quiere estar conmigo? ―preguntó dolida. Luego se dio media vuelta y siguió su camino.

No la seguí, pues al menos sabía que no pensaba negarse a firmar; pero minutos después la vi bajar con una pequeña maleta en manos. No me miró, no dijo nada, solo terminó de empacar y se dirigió a la puerta.

Me acerqué para detenerla de nuevo, pues no creía que ella fuera a ser tan extremista para irse de la casa en medio de la noche.

―No tienes que irte ahora mismo ―murmuré y ella dejó caer la maleta para girarse y mirarme a los ojos―. Puedes quedarte hasta que encuentres un lugar donde quedarte.

―Oh, gracias, eres tan generoso ―respondió con sarcasmo y me fulminó con la mirada.

―Isabella, no seas melodramática, no tienes donde ir y no hay hoteles en el pueblo ―dije algo estresado.

―Déjame explicarte una cosa, Edward. Tuve una vida antes de ti, tengo una carrera, tengo familia, amigos… Créeme que encontraré dónde quedarme ―respondió y tomó su maleta de nuevo.

La detuve y vi fijamente sus ojos color chocolate, sabía que la lastimaría, pero no esperaba ver tanto dolor en una mirada.

―No quería herirte, solo… ―¿Qué patético discurso le diría ahora? Lo que fuera que saliera de mis labios, obviamente, ella no lo creería.

―Te veré en la corte, Edward ―masculló deteniendo mi palabrería y tomándome por sorpresa.

―Los papeles están listos, no debemos ir a la corte, solo firmar y…

―Tú pediste esos papeles, dudo mucho que lo hayas hecho pensando en mí, ¿verdad? Y si creíste que esto sería como jugar con el corazón de tu, hasta ahora, abnegada esposa, pues pensaste muy mal, mi amor. Olvidaste que antes de ser tu esposa, me gradué como abogada en una de las mejores universidades del país y como una de las mejores de mi generación ―me cortó de nuevo y me miraba con repentina fuerza.

―Una profesión que jamás ejerciste, querida ―respondí sintiéndome algo ofendido.

―¿Qué mejor momento para iniciar que ahora? Mi primer caso será mi divorcio ―murmuró burlona―. Quizás pensaste que todo esto se jugaría con tus reglas, pero te olvidaste que tú no tienes idea de las bases de este juego y yo lo domino ―añadió y se estiró dejando un beso en mis labios, frío, distante, parecía más una amenaza que una despedida―. Hasta luego, mi amado esposo.

Ella salió de la casa y yo aún seguía parado en la puerta, como si no hubiera entendido todo lo que había pasado en unos cuantos minutos.

¿Dónde estaba mi esposa?

¿Tanto daño le había causado que toda ella cambió en veinte minutos?

Quizás ella tenía razón. Después de todo ella era una mujer con estudios, con una carrera brillante y yo era un chico que había dejado la carrera para ocuparse del rancho de la familia.

Había dejado que mi emoción nublara mi juicio y había jugado pensando en que ya había ganado.

Me dejé caer en el sofá aún atónito.

¿Dónde había quedado la dulce Isabella?

Necesitaría un abogado, uno bueno para competir con la mujer que me odiaba y deseaba mi destrucción. Además tenía que mantener mi relación con Tanya fuera de todo esto, en secreto hasta que el papeleo estuviera terminado, pues no quería que ella tuviera armas en mi contra.

Mi padre me lo había dicho el día de mi boda. Me había advertido que con el corazón de una chica como Isabella no podía jugar, porque la chica más dulce con el corazón roto era imparable buscando venganza.

Y vaya que tenía razón.

Estaba seguro de que Isabella estaba preparada para volver el divorcio un infierno.


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